La inspiración y el entusiasmo, decía el maestro de periodistas, son un fuego que el tiempo apaga. El periodista debe prepararse para ello. Ser curioso. Interesarse en las cosas. Leer, leer y leer. Con el pretexto del premio Príncipe de Asturias -que le ha sido otorgado recientemente junto con el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez- publicamos […]
La inspiración y el entusiasmo, decía el maestro de periodistas, son un fuego que el tiempo apaga. El periodista debe prepararse para ello. Ser curioso. Interesarse en las cosas. Leer, leer y leer.
Con el pretexto del premio Príncipe de Asturias -que le ha sido otorgado recientemente junto con el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez- publicamos algunas reflexiones del legendario periodista polaco sobre un oficio que ha ejercido como pocos
Muchas veces, el joven reportero Ryszard Kapuscinski, «esclavo» de una agencia de noticias, no pudo elegir el lugar desde el cual contar el mundo. El viejo maestro Kapucinski -con su facha de médico de pueblo, amable y bonachón, incómodo con la corbata y sin embargo formal- ya decide dónde quiere echar a andar su curiosidad.
Sentado a la mesa con algunos periodistas y estudiantes convocados por José Carreño Carlón, Ricardo -así conviene que se le llame cuando está en México- explica sin ningún asomo de petulancia: «Decidí que si iba a impartir otro taller sería donde yo decidiera». Y Ricardo decidió que sería en Argentina, país que le ha dado amigos pero que le faltaba escudriñar con esa su mirada del «mejor reportero del siglo XX».
Antes de viajar a Argentina, en septiembre de 2002, pasó por México, en su segunda visita en menos de un año, luego de 23 de no pisar estas tierras.
En octubre de 2001 estuvo en un taller organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, el Banco Interamericano de Desarrollo y la Universidad Iberoamericana. La versión libre de sus palabras que se ofrece a los lectores de Masiosare -salpicada de algún diálogo- proviene del citado taller y de una comida realizada durante su segunda visita.
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-¿Qué canción recuerdas, Ricardo?
-Paloma Negra, con Lola Beltrán (a quien conoció). Y esta otra de cutu…
-Cucurrucucú paloma…
-Esa.
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En la guerra, la única manera que tiene un reportero de saber si lo que le dicen es cierto es ir directamente al lugar de los hechos. Muchas veces me informaban que tal o cual lugar había sido tomado, ya por la fuerzas del gobierno, ya por los guerrilleros. Casi siempre sucedía lo contrario.
Si se hubiera creído en los reportes oficiales, Israel hubiera perdido tres veces su ejército y Egipto cinco veces el suyo durante la guerra de 1967.
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(Sobre Ruanda) Mandaban a periodistas a lugares que ni siquiera sabían dónde estaban. Era, con todo, una guerra «muy racional», era por la tierra, una guerra de agricultores versus ganaderos en un pequeño país.
Era un conflicto de la economía real, por la supervivencia. Y llegaron los corresponsales de todo el mundo para decir de los habitantes: ‘esos negros locos irracionales, que son tontos, que son idiotas’.
Todo para mostrar que Africa es tierra de tontos, tierra de idiotas. No sabían dónde estaban. Y lo primero que hacían era usar sus teléfonos celulares.
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Para entender algo hay que entrar en otra cultura. Nunca es posible al 100%, pero hay que intentarlo. Para captar esa otredad hay que estar abierto, dispuesto.
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(En el periodismo) no hay reglas de hierro. Son algo elástico.
Se mezclan en la decisión la ética y el sabor nuestro (cómo lo sentimos).
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-¿El periodista inevitablemente se vuelve cínico?
-No creo. Lo que pasa es que a nuestro oficio entra gente que ya es cínica de por sí, gente que entra por motivos de dinero, de carrera, que no tiene nada que ver con nuestra vocación. Nuestra profesión nos hace cada vez más sensibles y vulnerables.
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Es importante tener el sentido de no saber. Es una cosa natural en un mundo cada vez más complicado, más nuevo.
Si el texto tiene preguntas no es malo. El lector contemporáneo también vive en un mundo complicado.
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Los reporteros somos cazadores furtivos de otros campos, tenemos que sacar las cosas de otras ramas, de la sociología, la historia, la antropología… Tenemos que lograr que el lector sienta que el autor tiene una formación profunda.
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Inspiración, entusiasmo, es un fuego que con el tiempo se apaga. Si no estamos preparados para ese momento nos podemos perder. Hay que prepararse para ese momento ya. Leer, leer, leer. Interesarse.
Muchos amigos que para mí eran los dioses de la profesión desaparecieron, nadie sabe dónde están. Ellos no se desarrollaban por sí mismos, no leían, no participaban en discusiones, pensaban que todo lo tenían en sí mismos.
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Si los periodistas nos limitamos a nuestros deberes cotidianos estamos perdidos.
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Como representantes de esa nueva rama de la literatura (el periodismo) tenemos dos grandes enemigos: 1) Los escritores de ficción que no quieren admitir a los reporteros en su casa; 2) Los ‘periodistas puros’, la gente que mueve todo el mundo de los medios, pero que por varias razones no tienen esta gana de hacer algo que no sea pura noticia, pura información. Son los que tratan el periodismo simplemente como una manera de ganarse la vida o pasan con la edad a ser funcionarios o empresarios.
Claro, no todo el periodismo es literatura. El primer criterio es la calidad del texto.
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El periodismo es una profesión muy paradójica. El reportero es un solitario, que siempre está en contacto con gente nueva, en lugares nuevos y por otro lado siempre depende de los demás.
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Al reportear, el primer contacto siempre es importante; 15 minutos de nuestro comportamiento definen qué vamos a hacer. El primer contacto tiene que ser de una relación muy intensa.
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El comportamiento del reportero tiene que ser sencillo, sincero y humilde. La gente es muy susceptible ante la arrogancia. Nuestro interlocutor es primero un ser humano, no es nuestro tema, es alguien que tiene su propio mundo.
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Estoy contra las entrevistas agresivas. Prefiero que se cree una situación de confianza, quiero escucharlo si él quiere decirme.
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Nuestro oficio está lleno de misterios frente a los cuales no tenemos respuesta. Siempre empezamos de nuevo. Siempre estamos en una situación de aprendizaje. No hay maestros.
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La fuerza del texto está en la tensión entre lo que está escrito y lo que no (como una cantante de ópera, a quien apreciamos porque sabemos que siempre su potencial es mayor).
En cierto sentido lo que no se escribe es tan importante como lo que se escribe. Cada texto es una composición, una creación.
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Para escribir Ebano tenía una biblioteca de 220 libros… y una experiencia de 40 años.
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Los poderosos nunca me interesaron mucho. Es un tipo de gente que no te puede decir nada interesante, sólo te dice cosas burocráticas.
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Los reporteros somos un grupo muy especial, gente que dedica su tiempo, atención, ambiciones, a cumplir con las exigencias de nuestro oficio.
Es un trabajo que requiere seriedad, concentración y reflexión permanente.
Con el tiempo se puede aspirar a pertenecer a cierta aristocracia, pero este trabajo no da dinero.
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¿Un buen reportaje? Se puede escribir máximo uno por mes y eso es muy poco dinero. Hacer dinero sólo es posible al costo de la calidad.
La experiencia es que ganan quienes prefieren su trabajo sin dinero, los que prefieren hacer su lector.
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Para citar entre comillas casi se necesita que sean frases geniales. Uno siempre es mejor narrador que el entrevistado.
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(La grabadora) es un instrumento que requiere mucho cuidado. Frente a la grabadora la gente del pueblo trata de hablar de una manera muy oficial, no es un lenguaje natural. Prácticamente perdemos contacto con este ser natural.
Cuando un periodista usa demasiado la grabadora no se concentra en lo que el otro dice. Cuando se desgraba resulta que 90% es basura. Escuchando, selecciona las cosas más importantes. Con la grabadora sentimos que no necesitamos este trabajo.
-Que no necesitamos cerebro- completa Gabriel García Márquez.
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Muchas veces me limitaba en mis descripciones porque el lector iba a decir ‘eso no es posible’, por eso omitía cosas horribles. No es más que realidad pero es menos que la realidad, que es mucho más terrible… El silencio dice más a veces. No es ocultar. Es expresar lo mismo mediante otro recurso, a través de una atmósfera que expresa todo el horror.
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La agencia es una fábrica de esclavos. No hay ninguna libertad, el manejo del idioma es muy pobre. Por eso empecé a escribir los libros. Los despachos de la agencia eran de 600 u 800 palabras, con un lenguaje oficial.
Cada libro mío es en realidad el segundo tomo de un primero que no existe: las notas que escribí para la agencia.
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En alguna ocasión sólo tenía 100 dólares y tuve que escribir sobre un golpe de Estado. El télex costaba 50 centavos por palabra. Dónde, qué fuerzas, qué pasó, todo lo tuve que escribir en 200 palabras.
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En la agencia trabajaba como loco. Tenía que pagar ese precio para escribir mis reportajes. Estaba conciente de que así era.
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El reportero tiene que moverse con mucha concentración. Tratar de memorizar todo. Pensar: ‘Posiblemente este es el único momento de mi vida en que voy a encontrarme con este hombre, con esta mujer, el único momento en que estoy aquí’. Por eso hay que ser muy intenso.
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La tradición periodística anglosajona se funda en la ‘objetividad’. En cambio, en la escuela europea, el periodista es alguien que toma parte.
En la tradición anglosajona se concibe al periodismo como el ‘otro poder’ y esa es la razón por la que no puede tomar parte. De ahí la diferenciación, en el periodismo norteamericano, entre el reportero y el columnista.
En Europa esa diferencia no existe, porque la europea nació como una prensa partidista. Y la posición que asume se dice claramente, no se esconde nada: el periodista tiene que tomar parte y ser activo miembro de su sociedad.
La prensa anglosajona, por supuesto, también toma partido, pero no lo hace abiertamente, lo esconde.
En América Latina, los dueños de los grandes medios van por el lado del periodismo objetivo, porque con eso no se critica, no se expresa ningún desacuerdo con las políticas oficiales.
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Todo septiembre (de 2002) estuve en Nueva York. Me sorprendió ver la enorme unanimidad de los grandes medios estadunidenses; me recordó los tiempos en que el Comité Central del PCUS controlaba toda la información.
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Paradójicamente, leemos muy poco. Por eso nos critican muy a menudo, porque escribimos o ‘sabemos’ sobre todo. Un día de agricultura, otro de guerra, otro de deportes. Es preciso tratar de especializarse en algo por dos razones: para tener su grupo de lectores o construir su grupo de fieles lectores. Pero más importante: en el mundo de hoy hay montones de libros sobre cualquier tema. Es muy difícil encontrar algún tema nuevo. Es una civilización que llegó a sus límites en muchos sentidos.
Hay que saber lo que ya está escrito. Si queremos algo nuestro, tenemos que empezar con lecturas.
Si escribimos es para decir algo realmente nuevo y de una manera distinta a otros autores.
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Si se escribe todo lo que se sabe el resultado será muy malo, muy flaco. Se debe escribir 5% de lo que se sabe.
Para escribir El Imperio usé 5% de lo que sabía.
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Un libro se escribe en tres planos:
1) Queda en la mente pero necesita tiempo para madurar.
2) Empezamos a pensar más concretamente sobre el tema. En mi caso: leer mucho, buscar testigos. También puede llevar años.
3) Escribir. Muy concreto, en mi caso. De mucha concentración y sin hacer pausas. Lo más importante es encontrar el buen ritmo. Una vez encontrado, el ritmo se hace como las olas del mar.
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Al escribir la primera página (del texto que se convertiría en El Emperador) me di cuenta de que ese reportaje ya lo había escrito muchas veces. Tengo que decir esto de otro modo. No sabía qué hacer. Pasaron dos meses sin que pudiera hacer nada. El jefe de redacción me perseguía porque se acercaba la Navidad y ellos querían publicar el reportaje en una de sus ediciones especiales de esas fechas. Entré en una depresión, casi de suicidio, estaba muy desesperado.
Cuando estoy en esa situación, tratando de entender, paso de un libro a otro, pero nada.
Tengo una costumbre: cuando no sé cómo comenzar un libro trato de escoger la sentencia más sencilla que se pueda imaginar, como de libro para niños (a la manera de ‘Alicia tiene un gato’).
Un día de repente recordé que vi al emperador en varias ocasiones con un pequeño perro siempre en su regazo. Y escribí la primera sentencia: «Ese era un perro de raza japonesa. Se llamaba Lu.»
Cuando escribí esa frase pensé que tenía el libro.
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Del montón de notas saqué solamente las que cabían en mi libro. Mis notas políticas, económicas y militares perdieron todo sentido y valor. Y con estos cortos relatos construí este cuadro. El libro (El Emperador), claro, es construcción mía, pero las voces son auténticas.
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Cada semana entregué un pedazo (del texto que se convertiría en el libro El Emperador). Y ahí felizmente comenzó el problema. Todos estaban sorprendidos porque esperaban un reportaje ‘clásico’ y de repente apareció el perro de Haile Selassie y estaban muy insatisfechos. A la segunda semana el editor me preguntó: ‘¿Cuándo empieza a escribir el reportaje?’
Pero algunos empezaron a entender: poder, dictadura… y comenzaron las llamadas del Comité Central: ‘¿Qué están publicando?’
La gente lo leyó como un retrato de la elite gobernante polaca. El Emperador se agotó en una noche.
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Kapuscinski escribe a mano. Aunque de su pluma han salido más de 20 libros dice: Escribo muy poco. Frase que pongo en el papel ya no se cambia, así va a la imprenta.
(Texto publicado el 11 de mayo de 2003, en el número 281 del suplemento dominical Masiosare, de La Jornada)