La crisis del socialismo se manifiesta con toda su intensidad con la caída de la Unión Soviética y de sus países satélites. Situación que repercute en los movimientos revolucionarios de América Latina, como la crisis económica y social que vivió Cuba en el denominado periodo especial en la década del 90, la derrota electoral del […]
La crisis del socialismo se manifiesta con toda su intensidad con la caída de la Unión Soviética y de sus países satélites. Situación que repercute en los movimientos revolucionarios de América Latina, como la crisis económica y social que vivió Cuba en el denominado periodo especial en la década del 90, la derrota electoral del Frente Sandinista en Nicaragua y el proceso de pacificación de las guerrillas en Guatemala y El Salvador, aunado a la ofensiva política del neoliberalismo.
Los ideólogos del imperio de la economía de mercado celebraban la derrota del socialismo y el fin de la guerra fría, entre ellos se destaca Francis Fukuyama que en su obra «El fin de la historia y el último hombre» plantea que la derrota de la utopía marxista conduce definitivamente a la hegemonía de la democracia liberal en el mundo.
Después de dos décadas los pueblos reaccionan contra la crisis económica, social y política que dejó como legado el neoliberalismo y resurgen gobiernos de izquierda y de centroizquierda, de manera especial en nuestra región donde los primeros pregonan que su opción es la revolución. Este es el caso de Venezuela con el presidente Chávez, quien llama a discutir los fundamentos del socialismo del siglo XXI.
Al debatir sobre el tema debemos tomar en cuenta la experiencia de los países que implantaron ese régimen para evitar cometer los mismos errores que los condenó al fracaso. En ese sentido, se debe evitar el estatismo excesivo, porque invade todas las esferas de la sociedad y se convierte en una nueva forma de opresión y de alienación para los pueblos. El Estado sólo debe controlar las empresas de carácter estratégicos, para que la sociedad tenga acceso a otros tipos de democratización de la propiedad, como las cooperativas, la cogestión, las pequeñas y medianas empresas e incluso se podría aceptar la inversión de las transnacionales siempre y cuando respeten el marco jurídico del país.
Hay que romper con la concepción errada del partido único de la revolución, porque es antidemocrático al no permitir otras fuentes de expresión políticas a la sociedad. Los partidos no deben tener la potestad para designar candidatos a los cargos públicos, la comunidad organizada también debe asumir ese derecho para así evitar el monopolio de las decisiones políticas y la formación de una nueva elite.
En las fábricas sus directores, gerentes y supervisores tienen que ser electos directamente por los trabajadores y la participación del colectivo tiene preponderancia en el cumplimiento de las metas de producción de cada empresa, pero es necesario el equilibrio entre los estímulos morales y materiales para que el trabajo no sea considerado como un sacrificio sino como un deber.
La política salarial debería evitar el mal del igualitarismo porque fomenta la corrupción, el poco amor al trabajo y no estimula la competencia sana, lo cual afecta la productividad. Lo contrario, la excesiva brecha de salarios entre el trabajo manual e intelectual, genera una nueva elite en la sociedad defensora de sus intereses en detrimento de las mayorías. Lo grave de está situación es cuando el gobierno entra en crisis, los pueblos se sublevan y fomentan la caída del régimen. El mejor ejemplo de esto es lo que aconteció en la U.R.S.S y en Europa Oriental.
Para la consolidación del socialismo es necesario profundizar los cambios a favor de la mayoría de la sociedad, pero es imprescindible la implantación de los valores morales que inculcarán los deberes y derechos del ciudadano, los cuales serán el norte de la revolución. Desde .esta óptica se debe evitar el excesivo énfasis en los derechos que son importantes para mejorar la calidad de vida de la población, pero los deberes son imprescindibles porque demuestran el grado de madurez y de solidaridad de la sociedad.
El socialismo fomentará la creación de una nueva civilización que tenga como guía el amor, la solidaridad, la igualdad, la participación ciudadana y la libertad. Es decir, la democracia en toda la extensión de la palabra, porque socialismo sin democracia es otra forma de opresión y alienación para los pueblos. Este tipo de régimen podría ser la forma de evitar que se cumpla de nuevo la profecía de Max Weber, quien decía que el triunfo de la revolución significaría la burocratización del socialismo.
Para que el socialismo se desarrolle es imprescindible que la sociedad y sus instituciones vivan en una revolución permanente y así combatir enérgicamente las desviaciones como la corrupción, la burocratización, la formación de nuevas élites que se enriquecen a la sombra del régimen. El gobierno debe ser dirigido por revolucionarios probados en las luchas cotidianas y no por tecnócratas que dicen defender el cambio, pero que en sus tareas diarias sabotean las directrices del gobierno porque no están ganados para consolidar el poder del pueblo.
La relación de la dirección política con la población tiene que establecerse a través de la praxis cotidiana de los revolucionarios inspirados en valores morales como la solidaridad, la honestidad, la humildad y el trato en igualdad de condiciones que sirven como estimulo para desarrollar dichas premisas en la sociedad.
El ciudadano debe ser formado en el ejercicio de la crítica constructiva para que señale las desviaciones del proceso político, y no ocultar los errores con el argumento que se le esta dando información a los enemigos del régimen, esto le ha hecho mucho daño al socialismo porque así se evita dar soluciones drásticas a los problemas y ellos se reproducen con mayor facilidad en la población. Tal es el caso del ejemplo cubano, que a los 47 años del triunfo de la revolución Fidel Castro advierte que puede ser derrotada, no tanto por el imperialismo sino por la corrupción que se ha extendido en diversos sectores de la sociedad donde están surgiendo nuevos ricos.
Es preciso eludir la enfermedad del voluntarismo, es decir, plantearse metas irrealizables en el campo político, económico y social que generan falsas expectativa en la población lo que puede conducir a su frustración. Es preferible tomar medidas realistas pero de calidad, situación que genera una excelente referencia de los logros de la revolución.
Para que el socialismo sea exitoso en un país es necesaria la integración de gobiernos afines con deberes y derechos basados en la solidaridad y complementariedad de acuerdo a sus potencialidades. En este sentido, la experiencia del Alba entre Venezuela Cuba y Bolivia es un buen inicio, pero falta mucho que recorrer para lograr la unión en el campo político, económico y social.
Juan Roberto Torres Peláez es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Central de Venezuela y del Instituto Pedro Gual