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Reflexiones teóricas en torno a lo woke

Fuentes: Rebelión

El debate sobre la combinación de las distintas identificaciones colectivas, particularmente de los nuevos movimientos sociales o lo woke, y la conformación de los sujetos sociales, muy controvertido en el plano político y filosófico, se debe reinterpretar a partir de las experiencias concretas de la realidad sociopolítica y cultural, en un nuevo marco explicativo que sirva para orientar la tarea transformadora igualitaria y emancipadora. La práctica colectiva suele ir por delante de la teoría social. Supone el reconocimiento del relativo atraso y desconcierto en la intelectualidad progresista y la necesidad de un esfuerzo de realismo analítico, elaboración de teoría crítica y voluntad transformadora. Tras analizar la experiencia española, valga esta aproximación valorativa para aportar una valoración sintética de los límites de las distintas teorías sociales y algunos fundamentos para un universalismo concreto, igualitario, emancipador y solidario.

Esfuerzo crítico y renovación teórica

Desde los inicios de movimiento obrero y popular y los cambios sociales y políticos de finales del siglo XVIII y primeros del XIX (según nos ha enseñado, entre otros, el historiador E. P. Thompson) y, particularmente, en esta fase histórica, desde los años sesenta y setenta, ha habido una pugna ideológico-política por la interpretación y la orientación de los movimientos sociales y populares, los tradicionales y los nuevos.

Aparte de las teorías más conservadoras, fanáticas y supremacistas, impulsadas por la ola reaccionaria de la ultraderecha, sobre las que no voy a entrar aquí, podemos constatar los dos grandes campos ideológicos relevantes en estos dos siglos: el liberalismo dominante (más o menos social, democrático o conservador-autoritario) y la izquierda tradicional (más o menos socialdemócrata, marxista o ácrata). Podemos añadir otra significativa corriente en la actualidad, el pensamiento postmoderno y, con matices, más o menos populista de izquierdas, transversal y radical.

Las tres tendencias tienen su influencia en la izquierda social y los movimientos sociales, y merecen un pequeño comentario. No se trata de valorar esas doctrinas o relatos sino, solamente, de aportar alguna reflexión sintética sobre sus insuficiencias interpretativas en este tema de las identidades colectivas, para justificar la necesidad de un esfuerzo crítico y una renovación teórica y estratégica superadora de esas tradiciones.

El liberalismo contra lo woke

Una de las aportaciones, desde el campo liberal, más actual y sistemática de crítica al identitarismo de los nuevos movimientos sociales, es la del estadounidense Yascha Mounk –La trampa identitaria (2024)-. Analiza los orígenes, las características y las consecuencias de lo que denomina activismo woke, fundamentado, según él, en una ‘síntesis identitaria’ basada en el postmodernismo, la teoría crítica de la raza y el poscolonialismo, a la que opone ‘sus’ valores universales y humanistas de la libertad y la igualdad, con la alternativa doctrinal y política del liberalismo.

Con esta doctrina liberal, los nuevos grupos de poder burgués ascendente pretenden consolidar su hegemonía política y cultural, desarrollando una nueva universalidad frente a la tradición conservadora de los poderes del Antiguo Régimen (monarquía, aristocracia, Iglesia).

Pero, enseguida, el poder del capitalismo liberal y su legitimación doctrinal se enfrentan a la emergencia de los movimientos obreros y populares de carácter socialista y a los nacientes movimientos anticoloniales, a los que acusa de particularismo y corporativismo. Su dominio lo consolida mediante su relato justificativo universalista sobre la prosperidad general, que esconde la realidad de su explotación económica, la desigualdad social y la división del trabajo por sexo, así como su eurocentrismo y su colonialismo.

Aparte de algunos aspectos informativos de interés, este autor comparte la misma deficiencia teórica de todo el liberalismo: su formalismo retórico esconde la dominación particular de una clase social o grupo de poder (la burguesía ascendente, la oligarquía capitalista o imperialista, los poderosos) bajo el manto de la universalidad de derechos del sujeto abstracto y la ciudadanía formal.

Desconsidera la realidad de las ventajas para unos y desventajas para otros (desigualdad, discriminación, explotación, subordinación…) entre los distintos segmentos sociales y, por tanto, le falta capacidad para interpretar el conflicto social y la acción colectiva de los movimientos sociales subalternos. Es insuficiente o contraproducente para impulsar la libertad y la igualdad reales, respecto de los desiguales puntos de partida, condiciones, estatus y trayectorias de las mayorías populares. Se manipula el universalismo para oscurecer o subsumir las opresiones y rebeldías específicas o particulares, o sea para criticar el identitarismo y desactivar los procesos colectivos igualitarios y liberadores de las capas subordinadas.

La tradición de las izquierdas y el reduccionismo de clase

La tradición de las izquierdas también tiene esa aspiración universalista a la igualdad, desde una perspectiva de clase trabajadora, así como, en menor medida, con el objetivo de la emancipación de los pueblos y de otros grupos discriminados, como las mujeres. Su pugna política e ideológica busca la conquista de una nueva hegemonía, en este caso, de las clases trabajadoras y su representación política, asumiendo un relato universalista y pro socialista. Ahora sería el proletariado, la clase social mayoritaria, quien encarnaría un proyecto universalista para toda la sociedad, desde sus aspiraciones de clase subordinada y su pretensión hegemónica respecto de la mayoría popular o democrática.

La deficiencia, más pronunciada en las tendencias más economicistas y deterministas, es el reduccionismo de clase social (objetiva), que tiende a privilegiar el factor de clase (y su representación sindical o partidaria), frente a otros componentes sustantivos de las mayorías populares, como el carácter étnico-nacional o el de sexo/género. Su universalismo se queda sesgado, en beneficio particular de un segmento social y, particularmente, de su representación partidaria o institucional; no es capaz de articular bien el pluralismo y las respuestas equilibradas respecto de toda la diversidad y multidimensionalidad de las capas trabajadoras y populares, el conjunto de sus actividades colectivas y sus conglomerados asociativos.

Ambas teorías modernas, distintas entre sí políticamente pero de similar justificación y apariencia universalista, mantienen un déficit interpretativo y normativo. Por tanto, se necesita una reinterpretación de un universalismo ajeno a su instrumentalización dominadora, auténticamente igualitario y emancipador de todas las situaciones de subordinación y desventaja, con un contenido concreto y sociohistórico de la libertad y la igualdad y, al mismo tiempo, común para toda la humanidad. Es el sentido de la ética universalista de los derechos humanos -civiles, sociales y políticos-, así como de principios básicos como el respeto a la pluralidad, la convivencia intercultural y la democracia social y política, dentro de la articulación institucional de las sociedades (y del mundo).

El pensamiento postmoderno incapaz de articular el conjunto

Con precedentes anteriores, desde los inicios de los nuevos movimientos sociales, en los años sesenta y setenta y, sobre todo, en los años ochenta y noventa, se desarrolla el pensamiento postmoderno con cierta incidencia en esos movimientos. Supone un cuestionamiento de la rigidez economicista de alguna izquierda tradicional, a veces justificada desde cierto esencialismo determinista o estructuralista, así como la relevancia de las cuestiones de sexo/género y de raza, que suelen tratar con un enfoque más culturalista.

La tendencia más idealista prioriza el papel constructivo del discurso, es decir, de las élites intelectuales y la pugna cultural, en detrimento de la experiencia social masiva en los conflictos sociales, factor fundamental que destaco para conformar la capacidad de agencia, la formación del sujeto colectivo o movimiento social alternativo y, en definitiva, de contrapoder sociopolítico y hegemonía cultural.

Se puede citar a una de las más interesantes pensadoras feministas, Judith Butler, defensora de su propuesta de práctica ‘reiterativa’, de repetición performativa -para construir y/o destruir el género-. Se acercaría, parcialmente, a esta dimensión defendida aquí: la relevancia de la práctica social de la gente ante sus circunstancias reales o la experiencia sociopolítica y cultural de las capas subalternas, como elemento clave para articular los procesos de identificación colectiva y transformación igualitaria y emancipadora.

En este sentido, ese criterio interactivo lo aplico a la acción colectiva de los movimientos sociales y sus procesos identificadores, ampliando la importancia de la activación cívica. Mantengo una perspectiva de construcción sociohistórica de los sujetos, incluyendo la valoración de su estatus social en una determinada relación de fuerzas sociales, así como su subjetividad, aunque con un enfoque relacional y realista. Se revaloriza, así, la necesidad de partir de la realidad social y valorar el fundamento del comportamiento colectivo para su transformación, a diferencia de la tendencia postmoderna que, con un enfoque idealista, prioriza el papel del discurso en el cambio sociopolítico.

Por tanto, es interesante tener en cuenta las críticas apropiadas que, desde el enfoque postmoderno, se realizan a los inadecuados relatos globales o a las prepotentes actitudes hegemonistas de algunos sujetos, discursos y tendencias modernas -de derecha o de izquierda-. No obstante, habrá que superar las dinámicas fragmentadoras o los excesos exclusivistas de un determinado grupo social o élite asociativa, con las pretensiones habituales de cada cual de constituirse en el respectivo eje central de la acción sociopolítica -o diagnosticar la muerte del sujeto-.

La salida, desde una visión más multidimensional e interactiva, es interrelacionar los componentes materiales, sociales y culturales, en cada situación concreta, valorando la experiencia vivida e interpretada de las clases populares, dentro de una trayectoria liberadora e igualitaria.

Un universalismo concreto, emancipador, igualitario y solidario

En conclusión, se trata de la reelaboración de un nuevo universalismo emancipador e igualitario, partiendo de la realidad social diversa y multidimensional, con intereses, experiencias y tradiciones variados y, a veces, contrapuestos en determinados contextos espaciotemporales. Con realismo analítico y enfoque sociohistórico, poniendo en primer plano la capacidad articuladora de las relaciones sociales de la propia sociedad, la experiencia popular prolongada, desde cierto constructivismo social.

Está alejado de dos tradiciones contrapuestas, dominantes en los procesos de legitimación de los actuales poderes hegemónicos. Por un lado, el determinismo o esencialismo que oscurece, justifica y reproduce las relaciones de dominación de los grupos poderosos establecidos, bajo la máxima liberal de la prioridad al beneficio privado y su acumulación, así como de las jerarquías sociales que aseguran su poder.

Por otro lado, el idealismo discursivo o el voluntarismo elitista, a veces institucionalizado como socialización cultural o mediática, y utilizado como instrumento legitimador de los grupos de poderemergentes, normalmente asentados en un previo acceso al poder económico o institucional. Unas veces, con un sentido progresivo, como la burguesía ascendente en el siglo XVIII y los valores ilustrados, los derechos humanos kantianos o la ‘universalidad concreta’ hegeliana. Y otras veces, regresivo, como la involución autoritaria de las ultraderechas actuales y las tendencias conservadoras, reaccionarias y fundamentalistas.

Por tanto, el universalismo debe tener un fundamento realista y social, partir de la situación concreta individual y grupal, con un contenido crítico contra la opresión, la desigualdady el egoísmo individual. Son realidades incompatibles con los valores antagónicos de la libertad, la igualdad y la solidaridad (fraternidad o sororidad). Conlleva una perspectiva relacional, de reciprocidad de derechos y deberes, de colaboración comunitaria y protección pública. Se configura a través de procesos amplios de participación cívica, una dinámica más o menos tensa y conflictiva y consensos sociopolíticos y culturales de los pueblos, frente a los relatos y doctrinas emanados de los poderes fácticos mundiales, liberales o conservadores, que imponen y avalan la persistencia de su dominación antidemocrática o neocolonial.

En definitiva, se abre una pugna inacabada, contrahegemónica y más o menos consensuada, por el sentido y el alcance del universalismo ético y político-cultural que cuestione las situaciones de ventaja posicional y clarifique y favorezca los procesos igualitarios y liberadores. La acción práctica para transformar la realidad desigual, en nuevos contextos, necesita una teoría integradora, realista, social y crítica. Se superará, así, el simple identitarismo particularista, al igual que el universalismo abstracto de un hegemonismo dominador. La respuesta es caminar hacia un universalismo concreto, realista y, al mismo tiempo, emancipador. Se trata de la reelaboración de una teoría crítica para una readecuación estratégica por la igualdad y la libertad.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo

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