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Reflexiones

Fuentes: Rebelión

Manifestarse en las calles en forma de riadas de colores, concentrarse frente a los edificios oficiales, irrumpir en las entidades bancarias, desobedecer las normas ilegítimas e inmorales, plantarse para impedir la ignominia de los desahucios, fotografiar los abusos policiales en las calles, hacer correr la contra-información en las redes sociales, acamparse y hacer huelga de […]

Manifestarse en las calles en forma de riadas de colores, concentrarse frente a los edificios oficiales, irrumpir en las entidades bancarias, desobedecer las normas ilegítimas e inmorales, plantarse para impedir la ignominia de los desahucios, fotografiar los abusos policiales en las calles, hacer correr la contra-información en las redes sociales, acamparse y hacer huelga de hambre… Sí, todo es válido, útil, imprescindible. Todo puede servir como abono, como prometedora semilla, gota de lluvia que haga germinar la implicación de la gente, en ese deseable proceso hacia la toma de conciencia de los despolitizados, de los miedosos, de los conformistas…

Caminar sin desfallecer hasta que se dé una reacción unánime, y nos rebelemos radicalmente contra tanto recorte/reducción, contra este proceso de devaluación interna (o conversión en esclavos), que llaman reforma estructural, propiciado por esta dictadura financiera made in UE. Protestar, porque como dice Juan Carlos Monedero, cuando el poder desprecia estas herramientas nos cargamos de razón para sumar a más gente en la pelea, y en la búsqueda de instrumentos para desbordar una democracia que cada vez merece menos ese nombre.

Pero en este evolucionar desde la abulia futbolística y gallinácea hasta la lucha colectiva por la protección a fuego de los logros ganados tras décadas de lucha obrera, sucede que frente a la estresante velocidad de crucero que han tomado los ladrones del porvenir en la depredación de derechos sociales y laborales, con la corrupción gangrenando desde la cúspide a la base del sistema; o en el desmantelamiento del sector público en beneficio del privado; a golpe de decreto, sin vergüenza alguna, desde el cinismo y la prepotencia; nosotros parecemos avanzar mucho más lentamente. Nuestro comportamiento colectivo recuerda en su proceder al de unas bengalas breves que cada poco iluminaran con un fogonazo el panorama social, generando una sensación de momentánea esperanza por la satisfacción del deber cumplido, pero que luego se apagara hasta el siguiente resplandor. No existe la deseable unidad de formaciones políticas y sindicales, junto a movimientos y plataformas sociales. Aún son endebles, demasiado endebles, la conciencia política y la organización. Falla la constancia de la hoguera, siempre bien caldeada por tenaces leños.
 
Leo que el 26 de octubre de 1919, tras 44 días en huelga en Barcelona (huelga de la Canadiense), los trabajadores consiguieron la jornada laboral de ocho horas, el reconocimiento de los sindicatos, el reintegro de los obreros despedidos y la libertad de los trabajadores presos. Ellos pudieron resistir gracias a lo recaudado en cajas de resistencia o cajas de solidaridad; en solo una semana 50.000 pesetas, con las que apoyar a los trabajadores, esquivar el aislamiento y propiciar la participación. Sin unidad, constancia y organización jamás hubieran podido ganar la batalla.

Hoy falla la unidad entre fuerzas políticas, movimientos sociales y sindicatos. Hay discrepancias formales (protagonismos), y de contenido. No hay unidad sobre los objetivos prioritarios que aglutinen una urgente respuesta conjunta: salir del euro, denunciar la deuda, un proceso constituyente, la salida del gobierno del PP. Del lado de los movimientos sociales se recela  de la política y de la concreción partidaria; como si no existieran las ideologías. Entre los sindicatos -más necesarios que nunca- subsisten unas centrales oficiales dóciles y deslegitimadas, fuertes solo entre sectores con empleo estable, que conviven junto a sindicatos minoritarios más beligerantes.

Pero sin continuidad y sin unidad parece complicado el nacimiento de algo nuevo. Y tal vez sea más viable que la unidad parta de una unidad estratégica de acción, procedimental, de una estrategia de lucha conjunta. Ntavanellos (Syriza) relataba recientemente los esfuerzos por coordinarse en Grecia, conscientes de que un sector no puede ganar solo y de que un día de huelga tradicional no basta. Hablaba de recuperar viejas tradiciones obreras, como los comités de huelga y de resistencia, en todas las escalas, y los fondos de financiación. La organización y la cooperación en la acción son claves, porque el problema de la unidad de la izquierda persiste. Si la confluencia programática no es posible por ahora, habrá que coincidir en el cómo, en la estrategia, y así enfrentarnos a esta avalancha neoliberal, apisonadora de lo público, que amenaza con convertirnos en esclavos. Resistir en un frente de acción unificado y permanente. Quizás la ansiada unidad nazca en el proceso. Tal vez sea verdad que se hace camino al andar.
 
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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.