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Reinos Culturales del Crimen Organizado

Fuentes: Rebelión/Universidad de la Filosofía

Cultura organizada para hacernos adictos a lo macabro Como si fuese parte del paisaje aceptamos la existencia y la presencia (incluso en nuestras casas) de Narco-telenovelas, Narco-canciones, Narco-noticieros, Narco-bancos, Narco-películas y Narco-arquitecturas… en las que se condensan, con formas cada vez más sofisticadas, todas las perversiones del «Crimen Organizado». Una de ellas es la forma […]

Cultura organizada para hacernos adictos a lo macabro

Como si fuese parte del paisaje aceptamos la existencia y la presencia (incluso en nuestras casas) de Narco-telenovelas, Narco-canciones, Narco-noticieros, Narco-bancos, Narco-películas y Narco-arquitecturas… en las que se condensan, con formas cada vez más sofisticadas, todas las perversiones del «Crimen Organizado». Una de ellas es la forma de hacerse invisible poniéndose la vista de todos. Las paradojas de la «Narco-Cultura» rayan en la aberración, impúdica e impunemente, porque ha ganado terrenos insospechados y porque, algunos gobiernos, se lo han permitido complacientemente. La «Narco-Cultura» se ha convertido, en no pocos lugares en Narco-Estado. Y moviliza fortunas inmensas. Nadie piense que está a salvo, (ni países ni personas) el «Crimen Organizado» hará visible todo el horror del capitalismo y lo hará pasar por «bonito», incluso, así sea a balazos y a cañonazos de billetes dólar.

Uno acepta por «cultura» aquello que fija paradigmas. Que se estancia, se añeja y se naturaliza. Que, para bien o para mal, se hace familiar, cotidiano y parte de nuestras vidas. Nos guste o no. Uno acepta como «cultual» eso que, inserto en la dialéctica de lo que hacemos (y de lo que no hacemos) constituye rasgos de identidad para las ideas, para las conductas, para los anhelos y para los estados del ánimo. Individual y colectivamente. Eso ha ocurrido con la «Narco-Cultura». Una «cultura» de la destrucción.

Tal «naturalización» ha venido deslizándose, cada vez más hábilmente, en toda estructura social y, con más o menos éxito y más o menos presencia en medios de información, dibuja hoy un panorama complejo que, teniendo su historia vieja, se actualiza vertiginosamente con una base comercial muy dinámica, con una capacidad de penetración económica voraz y con un saldo macabro de dimensiones realmente monstruosas.

En su expresión actual más acabada la «Narco-Cultura» es una industria tributaria del «Crimen Organizado» (tráfico de drogas, tráfico de armas, tráfico de personas y tráfico de órganos) asociado con otras «industrias» (como las del espectáculo), que gana «popularidad» y éxito mercantil gracias a que también trafican con anti-valores burgueses de todo género: el individualismo machista, el poder fácil del dinero y la violencia, el sex-appeal del derroche y la opulencia del cinismo burgués… que hacen un cóctel de ilusionismo ideológico muy tóxico que hoy se expande en las redes de comunicación televisiva, radiofónica, digital y ciberespacial como jamás imaginaron los criminales de otras especialidades.

Ahora no pocos «narcos» sueñan con ser protagonistas de hazañas épicas pensadas para espectáculo. Para eso cuentan con miles de mercenarios de la farándula dispuestos a convertir la moneda criminal de uso en leyenda que circule en tribunales, cárceles, guetos y páginas periodísticas sin distinción. Se trata de la degradación salvaje del valor de la vida envuelta con dispendio y exhibicionismo. No es infrecuente que los narcos contraten a letristas capaces de idear historias y epopeyas enteras, telenovelas o libros de «reportajes» en su honor. Lo que otorga la jerarquía de «Narco-Cultura» al descalabro financiado por el «Crimen Organizado» es su potencialidad para ser imitados (alertas) no por la valentía sino por la facilidad con que se pone a la mano de cualquiera un revolver y un buen fajo de dólares como sinónimo de «éxito».

Promueven la ilusión de que «los pobres» tienen derecho la «buena vida» lograda gracias a las oportunidades delincuenciales del sistema. «Los pobres» que bajo el capitalismo tienen cancelada toda posibilidad de vida con calidad, pueden alcanzar los placeres de cualquier burgués acaudalado y admirado por sus pares pistola en mano. La impunidad es el cobijo caro, carísimo, de todos los atropellos y perversiones delincuenciales y la «Narco-Cultura» los convierte en prestigio y honores de secta. Nada menos. Caro Quintero, Joaquín Guzmán Loera el «Chapo», Amado Carrillo Fuentes «el Señor de los Cielos», Pablo Escobar Gaviria… y los que les siguen.

Con el neoliberalismo y el posmodernismo como telón de fondo, la «Narco-Cultura» ha convertido a la Historia reciente de Latinoamérica y el Caribe en un gran circo delincuencial con muchas pistas. Farándula del terror suministrada a diario como si fuese un objeto nuevo de la diversión cotidiana y un entretenimiento familiar. Se despliega ante nuestros ojos una manera «espectacular» de tratar los hechos más aberrantes de la vida económica, de la política y de la violencia desalmada. Tal «entretenimiento» incluye el repertorio más procaz de la corrupción familiar, militar, gubernamental, empresarial y política tocadas por la mano del reino «narco»; incluye a la DEA y sus siempre sospechosas incursiones en todo el continente; incluye los devaneos cocteleros de las relaciones y la justicia internacionales, e incluye el inventario de todo lo macabro tratado con los estereotipos más sobados por el star system.

Esta «Narco-Cultura» utiliza a los pueblos en una especie de «juego de espejos» donde no se sabe qué crímenes son peores y no se sabe dónde comienza, ni dónde terminará, la tragedia aberrante y sangrienta que ha instalado formas del poder mafioso. Complementa este menú cultural una dosis de erotismo y porciones generosas de símbolos religiosos, culto al familiarismo y fetiches del poder a granel. Las mega-mansiones coronan el festín simbólico del culto al macho «millonario» infestado con sirvientes arrodillados que no excluyen a esposas y amantes.

Es tonto contentarse con exhibir el catálogo completo de la metástasis hecha por la «Narco-Cultura» y suponer que la sola denuncia garantiza el ascenso de la conciencia y la acción organizada de los pueblos. Pero no deja de ser urgente contar con herramientas semióticas actualizadas capaces de radiografiar milimétricamente el daño al tiempo de ofrecer métodos de lucha concretos y efectivos. Repudiemos el efecto de acostumbrarnos a ver, con la naturalidad más conveniente, el reino del crimen organizado como parte del paisaje y como parte de un nuevo catálogo de héroes, heroínas y leyendas burgueses.

Uno podría creer que basta y sobra con listar algunos ingredientes de la «Narco-Cultura» para ponerse a salvo o para contribuir a denunciar el peligro del acostumbramiento y de la imitación, que ni son lineales ni son imposibles. Sólo que, en este fenómeno, los dispositivos semánticos más peligrosos exigen instrumentales especializados para desactivar su capacidad de daño social y es verdad, terrible también, que no contamos con laboratorios de trabajo suficiente ni con equipos de expertos ni herramientas de difusión que hagan contrapeso a la «Narco-Cultura» que se despliega en nuestras narices. Dicho sin ironía.

La «Narco-Cultura» es un problema enorme, problema desarrollado y sembrado por el sistema que lo diseña, lo escribe, lo financia, lo distribuye y hace de él una ofensiva ideológica y un gran negocio que se paga, por colmo, con lo que los pueblos gastan cuando consumen la chatarra que nos publicitan vestida de alegría, fiesta, identidad, popularidad hasta el hartazgo. El problema es la «batería» completa de dispositivos ideológicos instalados estratégicamente para que estallen en las cabezas de los destinatarios, que actúen como «placeres» y nos vuelvan adictos a un modo del relato dominante diseñado para que nos traguemos todos los antivalores burgueses inventados hasta hoy como «espectáculo».

La «Narco-Cultura» debe ser sometida al más amplio espectro de sospechas e interrogatorios semióticos que podamos enderezar. Se trata de desactivar los campos minados mentales que se han sembrado como «gusto», como «valores», como «miedos» o como «adoraciones»… entre otros muchos, para conjurar el peligro de ésta y todas las ofensivas ideológicas burguesas juntas. El paquete semántico inoculado no es responsabilidad del destinatario sino de quien lo elabora. La responsabilidad sobre el contenido ideológico de esta ofensiva debe ser evaluada y, en su caso sancionada, con las leyes no sólo vigentes en cada país donde opera sino con las leyes, reglamentos y códigos propios de una nueva estrategia de defensa de los derechos humanos y sociales en todo el planeta.

Es hora de desarrollar, instrumentar y multiplicar, tesis e hipótesis críticas y científicas en torno al arsenal de la Guerra Ideológica burguesa. Crear los centros de investigación y acción necesarios al servicio del pensamiento crítico y la acción transformadora en materia de comunicación y de semiótica emancipadora. Es un imperativo de la justicia social no quedar anestesiados por los mil trucos de los expertos en Guerras Psicológicas e Ideológicas que anhelan narcotizarnos con su «Cultura».

Semiótica de Combate.

Fabricar adicciones y adictos se vuelve negocio. Hace tiempo que el capitalismo encontró el bussines de las adicciones fabricadas incluso como Cultura. Así hizo un negocio ingente con el alcoholismo, por ejemplo. Se ayudó con «series» de televisión y publicidad hasta la nausea convirtiéndolas en escuelas ideológicas (falsa conciencia) y chatarra intelectual para las masas. Desde hace mucho que la burguesía usa sus «medios» para vender impúdicamente todo género de aberraciones y para infiltrar valores (o anti-valores) convertidos en mercancías del morbo, muy rentables y muy premiadas por ellos mismos.

La «Narco-Cultura» es una de esas industrias «exitosa», según los parámetros mercantiles de la industria y es una herramienta muy jugosa por la artillería ideológica masiva que descarga. Su éxito deriva de una muy sofisticada cadena de producción que hace malabares con los miedos, con los estereotipos y con las monstruosidades del crimen organizado, ahora convertido en puntero del «rating«.

La «Narco-Cultura» viene a contarnos, íntimamente, lo que en verdad anhela la ideología del capitalismo en su totalidad y nos lo cuenta de la manera en que a la burguesía le encanta contar esas «cosas» que, principalmente, consiste en hacer negocio con los males inoculados en todas las «periferias» sociales: en los «inadaptados»; los «loosers»; los inferiores y a los «latinos». «Periferias» que son, a los ojos del «buen burgués», nido de lacras que afean el paisaje con sus «disfunciones» y con su primitivismo intelectual, sexual, alimentario y laboral. La escoria misma. La lucha de clases en su presentación comercial como Cultura de Esclavitudes. Muy rentable.

La «Narco-Cultura» es el alma de dos filos del capitalismo que, para los fines propagandísticos de sus intereses de clase, aparece como quien sufre la maldición de tener que vigilar al mundo y combatir a todos esos bárbaros que arengan el menú más completo de las amenazas «socializantes». Combatir a todo lo que amenaza al «Mundo Libre» de las empresas y de la propiedad privada. Todo en un escenario cuidadosamente montado y condimentado con dólares a mansalva. Galería con fetiches del simplismo y del maniqueísmo.

Era de esperarse que la burguesía desarrollara una «Narco-Cultura» cuya audacia es mostrar (y comerciar con eso) farandulizada, parte de las entrañas y la descomposición del capitalismo. Paraíso de la degradación, el envilecimiento, la decadencia y la corrupción. Radiografía de un sistema que expresa sus metástasis en la vida cotidiana y hace negocios con eso. «Narco-Cultura» para vivir el momento de gloria que proporciona un buen botín (o varios) para consumir al máximo con todos los excesos en la «sociedad del bienestar» burgués y gozar del presente con una doble moral maleable como la religión y el culto al autoritarismo del machismo tradicional. El mismo que puebla todo el mundo. Tiene un lugar especial la posesión de las mujeres que en la «Narco-Cultura» son seducidas con gestos duros y dicción monocorde, dinero a raudales y adoración prostibularia hasta que la maternidad las saque del mercado o las saque el gatillo fácil de la conquista nueva. En la «Narco-Cultura» el macho es un semi-dios criminal de tipo latifundista o terrateniente que gerencia oportunidades de triunfo a precio de vidas. Los hay diseminados en todo el mundo y no importa cómo se camuflen. Dicen algunos datos que la industria del «narco» mueve casi las mismas sumas planetarias que la industria bélica.

La «Narco-Cultura» es un auto-retrato cínico del capitalismo que sabe producir maquinas de guerra ideológica con gran manufactura artística y tecnológica. Eso no le quita lo perverso. Aunque muestre «descarnadamente», ante sus cámaras, los submundos del sistema en decadencia, eso no implica una crítica. Con la dosis descomunal de ambigüedades la «Narco-Cultura» está ahí para hacer difícil saber si se trata de una apología del delito o de una moraleja masificada para la resignación. Impone un «espíritu» derrotado para que aceptemos que «la cosa es así», que «la ley del más fuerte» es la que manda y que sólo se llega a ser más fuerte si se es más servil, más cruel y más ambicioso. No disfrutaremos este pastel de carne humana como si fuese un logro estético. No importa cuántas moralejas nos inyecte la «Narco-Cultura», no importan los silogismos de la obediencia debida a la «supervivencia» que nos imponen. Se trata de una Guerra Ideológica que, directa e indirectamente, nos señala dónde está el poder y dónde está el dinero para estimular, a balazos, el tráfico de cualquier cosa que satisfaga la voracidad del capitalismo, el más demencial comprador y consumidor de drogas, violencia y vidas humanas que la humanidad ha padecido. Y lo pasan por la tele, impunemente.

La «Narco-Cultura» es ideología de la ostentación y del «todo vale» para lucirse poderoso. Diseña joyas, armas, atuendos y santuarios con oro, con incrustaciones de esmeraldas u otras piedras costosas. Chamarras, sacos y pijamas blindados e incluso protecciones para teléfonos celulares con marco de oro e incrustaciones con diamantes, relojes de marca retocados con todo el glamour del mal gusto convertido en exhibicionismo de prepotentes. Santería en platino y joyas para mujeres con un valor incalculable; autos y residencias y la felicidad del despilfarro. El valor supremo es la lealtad burguesa. Jamás traiciones mis negocios. Eso incluye lealtad a la religión, a la familia y al nacionalismo fanático del territorio en disputa. Todo por encima del Estado, la democracia o cualquier noción institucionalidad que por sí mismas son blanco frágil que sucumbe a la corrupción de moda. Es un producto capitalista que sueña con los más dogmáticos principios del liberalismo económico o del neoliberalismo a balazos.

No será fácil…ni rápido.

Para derrotar a la metástasis dinámica que la «Narco-Cultura» desarrolla, en todo el espectro social, de nada servirán sólo los discursos ni las reformas de maquillaje. Será necesario un plan de raíz y con miras muy concretas sobre el corto, el mediano y el largo plazo. Será necesaria una contraofensiva económica y política que sustenten a una contraofensiva Cultural emancipadora. Será necesario tocar a fondo los negocios y los negociados del «Crimen Organizado». Sin modificar su base económica será irrisorio todo intento de desactivar sus dispositivos ideológicos. Será necesario activar leyes con base social muy profunda y estrategias de regulación aplicadas directamente desde las bases. Será necesario un contingente de atención médica multidisciplinario capaz de diseñar un plan de desintoxicación física e intelectual. Será necesario un corpus educativo en todos los niveles y un plan de comunicación social que se despliegue ambiciosamente a mañana tarde y noche con los mensajes pertinentes a una revolución emancipadora anti- «Crimen Organizado». Serán necesarios acuerdos internacionales multilaterales y será necesaria una nueva diplomacia de los pueblos capaz de hacer valer los acuerdos y las tareas diarias que den cuenta pronta y medible de los avances en esta Guerra que no sólo debe ser por la supervivencia de los seres humanos sino por su dignificación definitiva. Y está claro que bajo el capitalismo y sus Narco-negociados eso será fácil.

Pero no es recomendable esperar a que las «condiciones objetivas» estén dadas para decidir si actuamos contra las metástasis de la «Narco-Cultura». La urgencia es ya dramática, los costos en vidas simplemente son equiparables a los de las Guerras más cruentas y los estragos ya avanzan, aceleradamente, hacia lo irremediable en no pocos casos. No hay manera probada de saber cuáles son las cantidades anuales que maneja el «Crimen Organizado» en millones de dólares y, a pesar de algunas cifras aproximadas, no es sencillo calcular cuánto de ese dinero se infiltra en «medios de comunicación» para una Guerra multifacética que tiene campos de batalla, endógenos y exógenos, con muy diverso tamaño y contingentes.

A pesar de no contar con herramientas de medición precisas, a pesar de todas las asimetrías y los peligros, se trata de una batalla que no puede quedarse en el olvido ni en la impotencia. Es preciso ensayar caracterizaciones diversas y desarrollar tareas de base que, aun incipientes, incentiven el desarrollo de la conciencia política y nos motiven a intervenir, como podamos y con lo que tengamos, tras la meta de generar una movilización poderosa que no se encierre entre fronteras nacionales. Eso es ya un paso medular. Son necesarias las indagaciones semióticas para comprender y para combatir al arsenal simbólico de las fuerzas de la «Narco-Cultura». Son necesarios los centros de investigación científica que aborden problemas psicológicos individuales y de masas. Son necesarias las tareas de inteligencia popular de base donde se sabe, mejor que nadie, dónde, cómo y cuánto afecta la «Narco-Cultura» a hombres y mujeres de todas las edades. Son necesarias las estrategias comunicacionales y las estrategias de divulgación popular que organicen frentes de barrio para resistir no sólo a los embates territoriales sino, también, a los embates mediáticos desde la televisión, la prensa, los libros, la radio, las películas e Internet. Obturarle a la «Narco-Cultura» todo dominio sobre el concepto de prelitigio, sex appeal, poder y seducción. Nada fácil y nada rápido.

Todas las «autoridades»…todas, han sido superadas y, proporcionalmente, derrotadas desde los niveles internacionales hasta los municipales y barriales. Ante «nuestras narices» circula la ideología perversa del «Crimen Organizado». Se pasea oronda y triunfalista, dueña de sí y dueña del mundo. Sale en la «tele» vestida con las mejores galas de la impunidad y la impudicia. Sale altanera y atemorizante. Sale prepotente e invencible. Se mete a las casas, a los estados del ánimo y a los sueños. Se vuelve aspiración y se vuelve alternativa única para muchos que no ven caminos, que no tienen otro camino que el del «Crimen Organizado» para salir de lodazal de miseria, explotación y humillación a que nos ha sometido el capitalismo. La «Narco-Cultura» se mete en las viadas y erige sus reinos en ese lugar complejo, movedizo y peligroso, que es la ideología de la clase dominante disfrazada de pensamiento genuino y de valores «populares» propios. Como los que se maman desde la infancia. El reino de las conductas alienadas. La batalla será larga.

Publicado también en: http://www.vocesenelfenix.com/content/reinos-culturales-del-crimen-organizado 

Dr. Fernando Buen Abad Domínguez Universidad de la Filosofía

Blog del autor: http://fbuenabad.blogspot.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.