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Reinvindicar es comprometerse

Fuentes: Rebelión

Los estudiantes somos conscientes de la gran responsabilidad de los maestros. Superando aquellas concepciones del constructivismo (enfoque que, junto al de competencias, no surte en El Salvador los efectos esperados, pese a casi tantos años de haberse «asumido» en el programa de educación nacional) la profesión docente trasciende el ámbito de las aulas, y se […]

Los estudiantes somos conscientes de la gran responsabilidad de los maestros. Superando aquellas concepciones del constructivismo (enfoque que, junto al de competencias, no surte en El Salvador los efectos esperados, pese a casi tantos años de haberse «asumido» en el programa de educación nacional) la profesión docente trasciende el ámbito de las aulas, y se traslada a su propia concepción de vida. Posee cualidades específicas de un pensador crítico, pero va más allá de la mera capacidad de interpretar la realidad, puesto que comunicará a sus estudiantes los instrumentos necesarios para entenderla y transformarla.

El maestro es también un sujeto histórico, es decir, responsable de sí y de su tiempo; es esta misión la que trasladará al estudiante: que éste supere sus condiciones de vida, que aprenda a ver los procesos históricos de los cuales es resultado; que aprenda a entenderse y quererse, a soñar y a sostener sus sueños al punto de la realización; que esa inconformidad sobre su medio, continúe y se sistematice en torno al pensamiento transformador, para superar aquellos obstáculos impuestos por un sistema deshumanizante, negándole el amor y el odio, necesarios en la cruenta guerra de la vida.

El maestro, estudioso y permanente investigador, no ceja en su esfuerzo por entender, proponer y actuar; compartirá esta propuesta con sus estudiantes, sin importar el área de saber al que se dedica. Es capaz de, incluso desde las ciencias exactas, dar el salto desde el número, aparentemente inmóvil e inexpresivo, hacia la cualidad a que refiere.
 
Durante los últimos meses (principios de 2012), los maestros organizados en sindicatos, han salido a las calles a demandar al gobierno de Mauricio Funes, los incrementos salariales que se hicieran efectivos para los empleados públicos, excepto para los que se ajustan a la Ley de Escalafón, para los que rige otra normativa. Desde aquí, las gremiales de docentes transmitieron su intención de no ceder al respecto, pues las duras condiciones de inseguridad en que laboran requieren para ellos otro tipo de consideraciones.

En principio, los estudiantes salvadoreños entendemos y apoyamos las actuales reivindicaciones de los maestros. La calidad de la educación impartida en las instituciones públicas, sin embargo, llevan la contraria en dicha discusión. Muchos docentes no asumen su profesión con seriedad y más bien llegan a las aulas a transmitir el horror por la cultura, la historia y el arte. En vez de situarse entre nosotros como sujetos de cambio, dan continuidad a la podredumbre de la vida cotidiana de los explotados. Nos forman no ya como seres humanos, sino desde otra perspectiva, la de conformarnos como parte del enladrillado del decadente sistema capitalista.
Desde la universidad nacional, única en su tipo en El Salvador, y las universidades comerciantes, el círculo vicioso de la mediocridad docente y humana profundiza la crisis en el país.

Pero no sólo la formación docente es vehículo de inhumanidad: falla el sistema todo, desde la estructura económica y social que el imperio diseñara para que El Salvador, como otras naciones de América y el resto de continentes, permaneciera como eterno corral del que resulta la carne necesaria para la manutención del enemigo.

En la paz, El Salvador se define por el desencanto, la alienación a la máxima potencia, la desesperación que desencadena algunas formas de violencia, el crimen organizado como forma de terror contra el pueblo y la educación con fines de explotación económica y estancamiento intelectual.

Hoy, los sindicatos de maestros, algunos de éstos, parte de históricas organizaciones sociales que defendieran a su pueblo durante las últimas décadas del XX, amenazan con acortar el año escolar, cerrar de escuelas, paro de labores, etc. Todo ello bajo legítimas demandas; por otro lado no hay muestras del mínimo compromiso con su pueblo, desde cuidar la calidad a la hora de impartir cátedra, hasta situarse en una iniciativa real de proyecto educativo.

La guerra terminó, y con ella supuestamente perecerían la represión y la violación a los derechos humanos; la integridad de las personas sería respetada, quizá por primera vez en la historia de El Salvador. La realidad, sin embargo, se nos impone en toda su contundencia: aún en los establecimientos de educación pública, a las que asiste el pueblo -para superar sus circunstancias y condiciones-, la represión persiste en afanosa dedicación y la deficiencia educativa y el fascismo se propagan o profundizan entre los estudiantes.

No nos engañemos: apoyamos las luchas de los trabajadores y trabajadoras, pues somos precisamente sus hijos y muchos también trabajamos; mas no existe legitimidad en reclamar beneficios laborales si estos docentes no cumplen con dignidad su misión revolucionaria. De nada sirven las salidas cada 1º de mayo, o cada vez que se les viene en gana porque, como a nosotros, apenas les alcanza el capital que perciben en tan penoso desempeño profesional. Se refieren a nosotros, los estudiantes, como necios animales sin perspectiva ni esperanza, perdidos, sin expectativas, sin estudio; y tienen razón, pero sólo en la medida que se incluyan ellos en semejante caracterización.

No todos los maestros del sector público de educación son ridículos e incompetentes; tampoco todos los estudiantes responden con coherencia a su deber consigo y con su pueblo. Por ello, la recuperación del colectivo, de la organización social, del movimiento popular son importantes: no sólo para reivindicar derechos dentro o fuera de leyes excluyentes, sino también para reivindicar la dignidad desde una concepción de mundo distinta, desde el compromiso, y la propagación del despertar contra un sistema extraordinariamente opresor.

Es preciso, pues, abandonar la mediocridad. Reivindicar es comprometerse.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.