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Reír último

Fuentes: Insurgente/Rebelion

Una vez más el refranero popular acierta. Como si al sentenciar «quien ríe último, ríe mejor» el anónimo filósofo imaginara que, algún lejano día, el capitalismo se apresuraría demasiado en gozarse con la implosión de la Unión Soviética y el colapso del campo socialista, presentados no solo como el estrepitoso derrumbe de una realidad, sino […]


Una vez más el refranero popular acierta. Como si al sentenciar «quien ríe último, ríe mejor» el anónimo filósofo imaginara que, algún lejano día, el capitalismo se apresuraría demasiado en gozarse con la implosión de la Unión Soviética y el colapso del campo socialista, presentados no solo como el estrepitoso derrumbe de una realidad, sino también del «sueño» marxista que la prefiguró.

Se apresuró el Sistema, sí, porque ahora se enjuga lágrimas no precisamente de alegría, sino de desesperación, por una crisis para muchos peor que la de 1929. Crisis que, conforme a analistas como el norteamericano Immanuel Wallerstein, se debe a que los gobiernos, las empresas, los individuos han estado viviendo por encima de sus ingresos durante unos 30 años, y lo han hecho pidiendo prestado. Y las burbujas que sufragaban esa suerte de frivolidad, si se nos permite el eufemismo, han estallado con estropicio tal que causa espanto. Y el miedo, el espanto, impiden que la gente gaste y preste. Y cuando se deja de gastar y de prestar, las empresas, o bien acortan el paso, o bien se abstienen de producir, enviando a casa a sus trabajadores. Y el círculo vicioso se completa, porque con el desempleo se reduce la demanda real, que causa una abstención adicional a gastar o a prestar. Es decir: depresión, y deflación (baja generalizada del precio de los bienes y servicios).

¿Quiénes saldrán menos mal parados de la catástrofe planetaria, en opinión de diversos comentaristas, entre ellos el español Ignacio Ramonet? Pues los países que han mantenido algún tipo de control de cambio; los que se negaron a la desregulación ultraliberal, al aquelarre del mercado y al repliegue del papel del Estado, en el lapso en que señorearon las tesis monetaristas de Milton Friedman. China y Venezuela, sin que logren sortear los ramalazos de la crisis, podrían resultar excelentes ejemplos de rebeldía al «signo de los tiempos». La segunda, concentrada en la búsqueda de estabilidad mediante mecanismos solidarios, de complementación, como la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), el Banco del Sur, o uno a expensas de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), sugerido por el presidente Hugo Chávez. La primera, que amenaza con suplantar a Japón como segunda economía mundial, a pesar de la «caída» del crecimiento de su producto interno bruto, desde un sostenido 9 por ciento hasta el previsto para 2009, de entre 5,5 y 8 por ciento.

Sucede que Pekín dio rápida respuesta al deterioro de las condiciones financieras y económicas, al entregar paquetes de estímulos fiscales con el objetivo de impulsar el gasto en infraestructuras y reanimar el sector de la construcción y el inmobiliario. Entre los objetivos para el año en curso figura la creación de nueve millones de empleos en las ciudades, así como el aumento, en 25 por ciento, del presupuesto destinado a las autoridades locales. Muy importante: esa nación, con alrededor de un sexto de la población del orbe, se plantea la expansión de la demanda interna en son de pivote del auge. Todo, sin olvidar el plano social, porque pergeña una reforma sanitaria que garantizará la atención universal. Y ¿acaso esto no huele a planificación, a vindicación de un espíritu cuya derrota cantaron ayer los plañideros de hoy?

No en vano el brasileño Theotonio Dos Santos, gurú de la izquierda continental, ha afirmado que «de esta crisis China va a salir como una potencia mundial mucho más fuerte, primero porque tiene liquidez» (con 740 mil millones de dólares de reserva en bonos estadounidenses, es el mayor acreedor del Tío Sam)… Y «está buscando aprovecharse de la situación para comprar empresas, para fortalecerse dentro del sistema financiero internacional». «China, la futura gran potencia económica», ha profetizado Fidel.

Por su parte, Venezuela anda enfrascada en la sustitución de una economía rentista del petróleo por una productiva, que incluya el sector alimentario, el acero, las refinerías, la industrialización del hidrocarburo, cierto grado de planeamiento e inversiones en sectores básicos, nacionalizados por un Gobierno empeñado en desplegar el socialismo en las circunstancias del siglo XXI.

¿Qué les espera a los que rieron anticipadamente si -como alguien ha reafirmado, con una perogrullada atinada por didáctica- el declive de la economía anuncia, en general, la decadencia de los imperios? Bueno, por eso mismo tantos gabinetes están adoptando medidas como el aumento del gasto público y el relanzamiento de las inversiones en importantes obras de infraestructura como estímulo económico, u otros medios antes tachados de heréticos, inherentes a ese «demonio» llamado regulación estatal.

¿Lograrán los países hasta hace poco «garantes» del neoliberalismo remedar a Hércules en el cumplimiento de las ingentes tareas que demanda la época? Nadie se atrevería a pronosticarlo con exactitud. Sí a apuntar que allí donde han fallado los teóricos del capitalismo permanece la ciencia de Marx, y claro que la sabiduría anónima, popular. Indudablemente, ríe mejor el último en reír.