China era visualizada desde América Latina como un país “comunista” lejano y desconocido, excepto por algún episodio de significación, como la “revolución cultural” de los años sesenta. Hoy América Latina encuentra en China no solo las posibilidades para debilitar la tradicional dependencia con los EE.UU., sino la oportunidad para promover la economía bajo otro tipo de demandas.
En la tradición educativa de las escuelas y colegios de América Latina se ha privilegiado el esquema de la historia universal, que la divide en prehistoria y las edades antigua, media, moderna y contemporánea. Se trata de un esquema con visión eurocéntrica y, por tanto, en la región se conocen más procesos y acontecimientos de Europa, algo de los EE.UU., bastante poco de la misma América Latina y prácticamente nada de África o del Asia, exceptuando referencias generales como, por ejemplo, destacar a las milenarias culturas del Oriente en el capítulo que corresponde a la Edad Antigua. Los estudios sobre estas regiones quedan para los ámbitos universitarios o la dedicación particular. En consecuencia, no es raro que se desconozca sobre China, a pesar de su presencia en la geopolítica mundial y de su creciente incursión en la vida económica de los países latinoamericanos.
La visión sobre la presencia china también tiene singulares expresiones. Durante el siglo XIX republicano, en diversos países latinoamericanos se prohibía el ingreso de los “chinos”. En Ecuador esa prohibición incluso se mantuvo a pesar de la Revolución Liberal (1895). En Perú, la inmigración de asiáticos, todos identificados genéricamente como “chinos” (los “coolies”), sirvió para la superexplotación de su trabajo. Solo con el avance del siglo XX fueron aceptados, aunque hubo sobre ellos recelos y exclusiones, pues se los identificaba con el consumo del opio, los bajos negocios, la delincuencia y hasta el “comunismo”. Los barrios chinos en algunas ciudades crecieron por el marginamiento. Naturalmente, todo ello se debió a estereotipos generalizados y carentes de fundamento.
Pero la historia de China es compleja. Ciertamente podría remitirse a su “prehistoria”, pasar por la época de las dinastías y seguir al fabuloso imperio; la vinculación a la “historia mundial” ocurre en el siglo XVI, con la incursión de los portugueses. Durante el siglo XIX se producen las guerras de los clanes y grandes rebeliones populares; además están las “guerras del opio” con los británicos o la que se tuvo con Japón. La República de China recién se estableció en 1912, aunque los esfuerzos para la unificación del país todavía duraron algún tiempo. En 1927 estalló la guerra civil y el Kuomintang (Partido Nacionalista) pasó a combatir al “comunismo”; sin embargo, unificaron fuerzas para enfrentar la invasión del Japón, que provocó 20 millones de muertos entre la población china, una masacre comparable a la que sufrió la URSS durante la II Guerra Mundial (1939-1945), al enfrentar a las potencias del Eje. Derrotado el Japón, la guerra civil interna se reanudó y en 1949 los comunistas triunfaron y la China se dividió en dos: la República China en la isla de Taiwan, bajo el gobierno del nacionalista Chiang Kai-shek y la República Popular China (RPCh) en el continente, bajo el gobierno de Mao Zedong.
El conflicto ideológico-político entre la URSS y la RPCh estalló en la década de 1960 y arrastró a los partidos comunistas. En Ecuador, junto al PCE, fundado en 1931, apareció el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML, 1964) de orientación maoísta, cuyo activismo se expandió por las universidades públicas, en las que lograron imponer su presencia, incluso acudiendo a métodos de agresión e intimidación. De otra parte, debido a la guerra fría, largo tiempo se mantuvieron relaciones diplomáticas con la China nacionalista, pues recién en 1971 la RPCh fue reconocida como representante única en las Naciones Unidas y en 1972 el presidente norteamericano Richard Nixon y el presidente Mao Zedong sellaron sus propias relaciones. Ecuador estableció relaciones diplomáticas con la RPCh en 1980, con el presidente Jaime Roldós (1979-1981). Era la época en la que China manejaba la teoría de los cuatro mundos: el del imperialismo, encabezado por los EE.UU.; el del “socialimperialismo soviético” de la URSS, que se tuvo como el “enemigo principal”; el socialismo y el “Tercer Mundo”, con el que la China de Mao se identificaba.
A pesar de estos avances, China era visualizada desde América Latina como un país “comunista” lejano y desconocido, excepto por algún episodio de significación, como la “revolución cultural” de los años sesenta. Sin duda, era vista como una potencia en crecimiento, que disputaba influencia mundial con la URSS. Pero, además, después de la muerte de Mao Zedong (1976), la RPCh ha marcado un camino de clara expansión, que ha acompañado a sus distintos momentos de crecimiento y de políticas de Estado, ajustadas a las nuevas realidades del mismo país. Esa evolución histórica reciente de la RPCh es poco conocida e investigada. Hay confusión en apreciar las estructuras internas y por ello incluso entre académicos se habla de “capitalismo de Estado”, de “imperialismo chino”, de “socialismo chino” y hasta de “socialismo de mercado”. Son pocos los expertos latinoamericanos en el tema y he quedado bien impresionado de trabajos como el que ha emprendido el profesor brasileño Elías Jabbour, un profundo conocedor del tema, quien en su último libro China: Socialismo e Desenvolvimento. Sete décadas depois (2019) precisamente debate el uso de aquellos términos, a fin de poder entender las lógicas del desarrollo de la economía china hacia un socialismo en proceso de construcción permanente, bajo la guía del marxismo y del Partido Comunista Chino.
El primer interés de la expansión china se concentró en el intercambio comercial. Brasil es el país latinoamericano que alcanzó mayores niveles de mercado frente a los otros países de la región. En ese marco, varios presidentes ecuatorianos visitaron China en distintos momentos. Después siguieron las inversiones chinas directas y también los créditos. De hecho, la primera reunión ministerial del Foro China-Celac se produjo en 2015, en Beijing. En Ecuador las relaciones se fortalecieron durante el gobierno del presidente Rafael Correa (2007-2017), cuando crecieron las inversiones chinas en infraestructuras y también los créditos. Además, fueron suscritas tanto la Declaración para el Establecimiento de la Asociación Estratégica (2015), como la de Asociación Estratégica Integral (2016). En la vida cotidiana creció otro fenómeno: la proliferación de pequeños y medianos negocios “chinos”, entre los que algunos mantienen puertas abiertas las 24 horas y los 7 días de la semana. Y, además, la expansión de productos “made in China”, de calidad diversa, pero normalmente muy baratos.
Esos acuerdos y la misma relación con China fueron cuestionados por sectores de la derecha económica y política, que incluso argumentaron sobre la “entrega” del país a China. Bajo el ambiente de la “descorreización”, también desde el gobierno de Lenín Moreno se han cuestionado las obras chinas con “sobreprecios” o “mal construidas”, así como la “escandalosa” deuda externa con China.
Desde luego, se trata de palabrería propia de la confrontación política nacional, porque el mismo gobierno de Moreno ha continuado las relaciones económicas con la potencia asiática.
Indudablemente, los intereses de la RPCh están en juego dentro de la geoestrategia mundial de las grandes potencias y particularmente se enfrentan hoy con los EE.UU. La crisis de la pandemia mundial por el coronavirus también ha pasado a ser otro componente para la “guerra económica” contra China. Bajo ese telón de fondo, América Latina encuentra en China no solo las posibilidades para debilitar la tradicional dependencia con los EE.UU., sino la oportunidad para promover la economía bajo otro tipo de demandas. El problema que enfrenta es la inexistencia de políticas económicas comunes, pues la hegemonía de gobiernos neoliberales y empresariales impide la adopción de instrumentos de integración regional, basados en la definición de estrategias propias, para un mundo que ha pasado a ser multipolar.
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