Es notable la diferencia entre el catolicismo vaticano y las demás religiones cristianas de otros países de la Europa vieja que están ahí simplemente como un recurso espiritual y psicológico más. Pero mayor aún es la distancia entre estas y el catolicismo hispano influido secularmente por el tremendismo y la intolerancia cruel del Santo Oficio, […]
Es notable la diferencia entre el catolicismo vaticano y las demás religiones cristianas de otros países de la Europa vieja que están ahí simplemente como un recurso espiritual y psicológico más. Pero mayor aún es la distancia entre estas y el catolicismo hispano influido secularmente por el tremendismo y la intolerancia cruel del Santo Oficio, del nacionalcatolicismo y de la conferencia episcopal que han ido marcando siempre la impronta a la institución en este país. En cualquier caso el catolicismo, aquí como allá, trata a la sociedad humana como a un menor de edad…
El otro día entré en una iglesia para ver cómo van las cosas en esos sombríos círculos… Y escuché una homilia bastante digna a un digno párroco. En ella encontré un postrer esfuerzo en estos tiempos apocalípticos por mantener la ya frágil causa del catolicismo; esfuerzo por convencer a los de siempre, que son: los que se ofrecen en sacrificio intelectual porque les resulta más cómodo que otros piensen por ellos, y los que aparentan dejarse convencer por conveniencias más materiales.
La homilía trataba de autorictas y potestas, de autoridad y de autoritarismo…
No puedo decir que no diera crédito a lo que oía, pues estamos acostumbrados al sofisma y a la patraña acientifista, pero tampoco me esperaba que para atraer o para reforzar la fe catóilca alguien insistiese en hurgar en esos razonamientos que producen el efecto contrario al perseguido en las mentes despejadas.
Sea como fuere y prescindiendo de que yo tome o no el rábano por las hojas, definitivamente creo que la religión católica y en especial la impartida por la conferencia episcopal española, es una religión para menores. Para menores de edad. Y para cortos de entendederas, para ingenuos, para estrechos de mollera, para quienes van a misa «por si acaso» y para esos pudientes que se sobornan la conciencia con dádivas. También, es cierto, para algunos desesperados.
Mientras la iglesia se limite a la tabarra de los párrocos en los templos, no pasa nada. Los que van a ellos tienen todo el derecho a dejarse subyugar. Pero como los obispos no se resignan a que el pueblo y el legislador predominen sobre ella, y sus anatemas sólo se hacen oír cuando en el gobierno no están ellos mismos con atuendo civil, el desprecio del resto de la sociedad hacia ellos no hace más que avanzar. El fenómeno sociológico es chocante. Mientras el catolicismo, y a la cabeza el español, espera la resurrección de los muertos, la sociedad mundial, a través de las redes sociales y otras vías, está alcanzando los niveles de conciencia de Luzbel. No es probable que la vida del catolicismo se pueda contar por siglos… a menos que los cañones vuelvan a instaurar por doquier la teocracia.
Así es que, aunque dialécticamente sea nada o poco interesante nunca es tarde para analizar, siquiera someramente, las razones por las que con supuestas verdades se han escrito páginas de la historia, unas veces sublimes y otras monstruosas; supuestas verdades sobre las que se ha construido todo un entramado social y político que, lejos de ir solucionando los problemas de la humanidad y de las clases desheredadas de la sociedad y del mundo en general, contribuyen a hacer que las cosas vayan a peor.
Desde luego, oyendo a los oradores religiosos que se suben a los púlpitos modernos, nos parece oir a alguien que mide la inteligencia de los feligreses por la inmadura de un menor necesitado de tutor. No otra cosa resulta de sus rimbombantes reflexiones sobre la autorictas de la iglesia y la potestas; sobre una potestas que se hace pasar por autorictas, en la que estaría basada la fe del feligrés. El padre imponente que hace ver a su hijo que debe someterse a él porque no sabe «todavía» pensar por sí mismo, pero cuya sumisión no debe entender como efecto de la potestas sino de la autoridad que el padre se atribuye por su cuenta: el núcleo de la homilía a que me refiero al principio.
En resumen, una religión para menores, además torpes, toda su vida. No una pedagogía de coyuntura como es toda enseñanza impartida al educando hasta que piense por su cuenta, sino todo un sistema y tinglado de verdades que ya no se cree ni Dios.
Es mu improbable que la vida que le queda al catolicismo se cuente ya por siglos…
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