Recomiendo:
0

La obra de Eusebio Leal

Renacimiento de La Habana

Fuentes: Rebelión

La Habana es una de las joyas urbanas de América. El conjunto de palacios, fortalezas, iglesias, parques y residencias que la integran no tiene paralelo en la América hispana, salvo, quizás, el conjunto similar que existe en ciudad México, en torno a la Plaza de Santo Domingo y el Portal de los Evangelistas. En Lima […]

La Habana es una de las joyas urbanas de América. El conjunto de palacios, fortalezas, iglesias, parques y residencias que la integran no tiene paralelo en la América hispana, salvo, quizás, el conjunto similar que existe en ciudad México, en torno a la Plaza de Santo Domingo y el Portal de los Evangelistas. En Lima quedan alguna moradas excepcionales, como el palacio de Torre-Tagle, y en Bogotá existe el barrio de La Conchita, pero la opulencia de La Habana es abrumadora. La amplitud de sus crujías, las lacerías, los gráciles arcos y las anchas galerías denotan la ostentación de una aristocracia orgullosa que deseaba demostrar su fortuna.

Originalmente la ciudad estaba rodeada de una muralla para protegerla de los ataques piratas que sufrió en más de una ocasión. Ello dio lugar a que se desarrollaran dos ciudades, una de ellas extramuros. Cuando la muralla fue demolida, en el siglo XIX, la urbe comenzó a respirar con mayor intensidad y se desbordó hacia el oeste, hacia la finca de El Vedado, del Conde de Pozos Dulces, y hacia el antiguo cacicazgo de Mayanabo, que fue bautizado como Marianao.

Esas nuevas áreas fueron favorecidas por una clase media en ascenso y la vieja ciudad comenzó a decaer. Con el curso de los años los palacios se convirtieron en solares, conventillos o casas de vecindad, los parques fueron horadados para crear estacionamientos subterráneos, algunos edificios religiosos notables, como el convento de Santo Domingo, fueron derruidos para erigir una terminal de helicópteros, los añejos claustros umbrosos se tornaron en refugio de las burocracias ministeriales.

Tras el cambio social revolucionario de 1959 un humilde y tenaz joven, apasionado por la historia de su país y por el legado precioso de sus tesoros arquitectónicos y artísticos, comenzó a excavar en los cimientos del palacio de los Capitanes Generales y descubrió un singular enterramiento con algunos huesos, espadas y botones de uniformes. Ese fue el inicio de una obra monumental de rescate del patrimonio nacional y de reivindicación de la identidad. En un inicio sus labores no fueron bien comprendidas por todos y algunos alzaron obstáculos y censuras a aquella insólita dedicación. Aquél joven, de nombre Eusebio Leal Spengler, hoy respetado y admirado por sus conciudadanos, ha logrado devolver a la vieja ciudad sus lustres arcaicos y ha creado un museo viviente que es pasmo de visitantes y meta favorecida por el turismo mundial.

La Habana Vieja, como es conocida ahora, es un emporio económico con decenas de hoteles, restaurantes, bares, tiendas y museos que rinde una considerable ganancia mercantil. Pero es algo más que eso. Eusebio Leal pudo haber creado solamente colecciones de armerías, pinacotecas y compilaciones arqueológicas pero aspiraba desbordar ese objetivo. Creó un centro laboral importante donde los habitantes de la vetusta urbe son los guías, meseros, conserjes, porteros y camareras del complejo y han ganado una conveniente inserción social. Tampoco olvidó a niños ancianos y entre templos y exposiciones hay numerosas escuelas primarias y albergues para longevos.

Para acometer la colosal tarea de restauración de toda una ciudad era necesario crear un ejército de arquitectos, ingenieros, albañiles, carpinteros, pintores, alarifes, ebanistas y restauradores de todo tipo. Leal se nutrió para su obra de los mejores graduados universitarios y creó escuelas para enseñar algunos oficios artesanales que comenzaban a olvidarse. El resultado está a la vista. Cuando uno acomete la placentera tarea de recorrer La Habana Vieja puede apreciar a cada paso obras en construcción, encofrados en proceso, fachadas en fase de estucado, vigas siendo ensambladas. Es una colmena inquieta, plena de dinamismo, henchida de energía creativa. Detrás de todo ello está la inmensa capacidad organizativa, la eficacia proverbial y la perseverancia obsesiva de Eusebio Leal.

Cada mañana pueden apreciarse decenas, y hasta centenares de autobuses de turismo, estacionados en el malecón habanero mientras los curiosos visitantes se adentran, cámara en mano, en las entrañas de esa maravilla palpitante que es la cuatricentenaria ciudad. Pasan satisfactorias horas envueltos en las delicias de un pasado vuelto a renacer y el espectáculo de un mundo majestuoso de grandezas olvidadas.

Eusebio Leal ha contado, desde luego, con la comprensión y sostén de un gobierno central que ha valorado y estimulado sus tareas. Ha ayudado sus tareas con una pródiga oratoria y una extraordinaria claridad expositiva, adornadas de una insólita memoria. Sus giras como conferencista, divulgador y vocero han contribuido a propagar los atributos de la ciudad. Ha recibido, también, un alto grado de reconocimiento internacional. La UNESCO declaró esa obra Patrimonio Cultural de la Humanidad. Numerosos estados extranjeros han distinguido con honores eminentes a Eusebio Leal. Pero la mayor retribución de esas virtudes suele palparse cuando se camina junto a él por las calles de La Habana Vieja y advierte en el saludo afectuoso, el acercamiento de simpatía y el estrechón de manos, pleno de calor humano, la adhesión devota de sus conciudadanos.

[email protected]