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Carta a los soldados y oficiales honestos

Réquiem por «don Jaime»…

Fuentes: Rebelión

«¡Qué Patria Libre y Digna podría reconstruírse sobre la cobardía, la mentira y el crimen!». Hondo pesar existe por estos días entre los oficiales que alguna vez fueran camaradas de armas y andanzas de «don Jaime», el coronel (r) Germán Barriga Muñoz. «Don Jaime» fue en el año 1974 escogido por sus superiores para integrar […]

«¡Qué Patria Libre y Digna podría reconstruírse sobre la cobardía, la mentira y el crimen!».

Hondo pesar existe por estos días entre los oficiales que alguna vez fueran camaradas de armas y andanzas de «don Jaime», el coronel (r) Germán Barriga Muñoz. «Don Jaime» fue en el año 1974 escogido por sus superiores para integrar la DINA y aunque, como dice ahora el general Cheyre, eso le habría significado: «el haber llevado una actividad, en algunos años, absolutamente alejada de su preparación profesional»… que » lo hizo sufrir»…, el susodicho logró adaptarse perfectamente a esta nueva forma de servicio a la Patria y sobretodo destacarse en el desempeño de la misma.

Miles de soldados y oficiales fueron puestos a partir del 11 de Septiembre de 1973 en la disyuntiva de servir a la Patria bajo estas nuevas formas «profesionales», que la mayoría de ellos sólo había hasta ese día estudiado en los manuales de contrainsurgencia editados por la célebre «Escuela de las Américas» y en la cual «don Jaime» se desempeñó por lo que parece muy eficientemente durante un tiempo con el grado de instructor. Si bien es cierto que muchos dieron sin vacilar el paso al frente y asumieron en absoluta conciencia y con entusiasmo la tarea que ponían en sus manos los autodenominados «Cóndores salvadores de la Patria», para otros significó una revisión total de sus principios, que sólo pudieron superar con la destrucción de los valores de humanidad que habían adquirido hasta entonces en el seno de la sociedad en que nacieron. Tuvieron que optar por primera vez en sus vidas como proceder frente a un supuesto enemigo que no era siquiera un ejército extranjero que amenazaba el territorio sino otro connacional, un vecino, un posible amigo, quizás un hermano al que debían cazar, torturar, desaparecer, aniquilar. Lo que para muchos de ellos pareció en ese instante como el inicio de una epopeya gloriosa que les catapultaría a las páginas de la historia en la condición de héroes que combatían y derrotaban «al enemigo marxista», se trató en realidad de un momento de profundo quiebre. El quiebre en situaciones así, no significa anteponer mecánicamente una opción política/ética/ideológica en reemplazo de otra diferente. Se trata de un proceso complejo, que afecta integral y dialécticamente todos los planos subjetivos que el ser humano ha logrado levantar «en sí mismo» a lo largo de toda su existencia y que condiciona el accionar posterior. La creencia de que los crímenes que se estaban realizando eran necesarios para la Patria dentro del «contexto de la guerra fría»; que estaba en juego y en sus manos el destino de Chile y de la humanidad entera amenazada por «el cáncer comunista», sirvió durante un tiempo como coartada interior para autojustificar las acciones deleznables que cada uno efectuaba obedeciendo las órdenes que vociferaban sus superiores. En palabras del Cheyre de hoy: se habría actuado entonces «con la absoluta certeza de que el proceder era justo»… El sentirse respaldados por diferentes sectores sociales e institucionales que les aplaudían y estimulaban constantemente en ese papel les daba también un pretexto autocomplaciente cada vez que se contemplaban «frente al espejo». Pero el problema es que ningún ser humano puede impunemente para sí mismo, transformarse en un instrumento del crimen a otros de su especie. Para autojustificarse, para poder «sobrevivir» dentro de ese papel objetivo de criminal, se tiene que llegar a niveles de degradación personal todavía más terribles y profundos… de otro modo se produce inevitablemente el quiebre total: la locura. Se debe contar con la «solidaridad» del grupo que aliente y proteja; de la institución que condecore y promueva y además con un cierto respaldo social frente a lo que se está cometiendo; se tiene que operar con la seguridad de un manto de impunidad… se genera así una espiral de corrupción y decadencia que va conduciendo a sus protagonistas cada vez más a la alienación y al crimen. En todo caso, de un modo u otro e inevitablemente, el individuo puesto en trance de destruír a otros destruye también en sí mismo valores y principios: se corrompe y corrompe lo que le rodea. Frente a sus familias, cada uno de ellos trataba de continuar siendo el esposo y padre ejemplar; frente a la clase social que le respaldaba, se exhibía como el héroe necesario, pero frente a sus prisioneros y el resto de la sociedad, adquiría la cualidad verdadera de un simple cobarde ensoberbecido y alienado como ser humano… Llegados a este punto, una institución como las FFAA involucrada en esta dinámica de abierta e injustificable contradicción con los valores de humanidad, sólo puede asegurar su sobrevida como tal generando un verdadero pacto de silencio, una especie de «omerta» entre quienes hayan ordenado y participado en los crímenes. Tuvieron que construír un andamiaje que soportara este edificio de muerte y mentira: montar toda una serie de justificaciones; batallar por rebajar mediante el cinismo el grado del delito de lesa humanidad ante los ojos de la sociedad y mostrar los dientes por si acaso… Y quienes «trabajaron» en la DINA y los demás organismos en cuestión, se las arreglaron para mimetizar así sus conciencias y sus actos durante largos años, degradando sus personas y a la institución a niveles cada vez más bajos desde el punto de vista de la ética humana, aupados y protejidos en medio de la vorágine de poder en la que se encontraban inmersos.

La tortura, los torturadores y sus ideólogos no sólo han provocado el dolor en quienes a ella fueron sometidos y el de sus familiares; han generado paralelamente el envilecimiento de las personas y las instituciones que la ampararon y practicaron al punto de constituír hoy día el elemento fundamental que dificulta la superación de los traumas vividos y la reconstrucción integral del país. Seamos claros. Estamos ante la disyuntiva de seguir adelante construyendo un Chile que haga la vista gorda frente al crimen; que premie perdonando con un «empalme» hacia el Punto Final los «errores de algunos de sus soldados»; que crea reparar el daño causado a las víctimas con dádivas miserables e humillantes; en donde una vez más se tergiverse la historia con verdades a medias, que es lo mismo decir: con la mentira y la cobardía más descaradas. ¡Qué Patria Libre y Digna podría reconstruírse sobre la cobardía, la mentira y el crimen!…

La institución de las FFAA, entre otras, se ha despeñado con su accionar pasado a un abismo moral del que les cuesta salir. En efecto, es hoy difícil, comprometedor y avergonzante para el individuo y su institución reconocer «de cara frente al pueblo» que se han comportado indesmentiblemente como unos cobardes criminales; que han mentido y se han envilecido a sí mismos; que consintieron sin chistar y sumisamente ser manipulados por una potencia extranjera y servir de perros de presa para unos cuantos políticos y empresarios nacionales… de allí la impaciencia con que los oficiales hoy a cargo, tratan de reconocer tan sólo unos cuantos «errores» y su premura por cerrar definitivamente este capítulo de la historia nacional. Después de todo, quienes hoy día intentan dar estas explicaciones parciales, estuvieron presentes y fueron parte activa en el período histórico nacional que nos atañe: no se trató de meros espectadores. Y el espíritu de grupo, esa «omerta de cóndores» que pudieron mantener aparentemente sin fisuras durante los años de dictadura y en los tiempos de neodemocracia se resquebraja en tanto ellos mismos no logran hoy ponerse de acuerdo sobre quién y cómo dar la cara. «Don Jaime» esperaba que sus superiores le aliviaran de sus actos, reconociendo que ellos y no él, habían dado las órdenes… incluso Manuel Contreras reprocha a su superior Pinochet que no asuma la responsabilidad y le aligere de culpas. En fin, unos a otros se miran, empujan y acusan buscando ocultar su desnudez moral y su cobardía. Después de todo, el cóndor no pasa de ser sino una vulgar ave carroñera… Un espectáculo similar acontece en el terreno de «los civiles» que participaron en el régimen y sus tropelías: todos pretextan hoy desconocimiento, ignorancia… algunos hasta dicen «repugnarse» de lo que sucedía en el Chile que estaban repartiéndose y ordenando masacrar entre carcajadas, bocadillos y copas… Estos pseudodioses criollos, que tuvieron en sus manos el poder sobre la vida y la muerte de cuanta(o) chilena(o) quisieron, temen la Verdad y tiemblan ante la Justicia.

No es ningún honor ni valentía aparentar reconocer como institución, con décadas de atraso y ocultándose entre un manto de bruma de desinformación, que se torturó, desapareció y asesinó. Sólo se intenta una vez más descontextualizar cobarde y mañosamente la Verdad y eludir la Justicia. Valor y Honor hubiera sido el haberse comportado a la altura de seres humanos en el momento cuando se tuvo que escoger. Pero entonces, tanto quienes daban las órdenes como quienes torturaban estaban participando del festín, enceguecidos de poder. Todo era entonces fácil y se disfrutaba con cada acción innoble: la sangre y los lamentos de cada torturado eran música celestial wagneriana para oídos y conciencias; cada asesinado, cada desaparecido era sólo un «enemigo comunista» menos… «Don Jaime» y muchos otros como él habían así optado «en libre albedrío» por servir a la Patria de la forma más indigna.

Sin embargo, quienes estuvieron en el papel de «prisioneros enemigos comunistas» durante esos momentos, conocieron también casos de soldados y oficiales que lograron permanecer al márgen de la ignominia. Militares que escogieron seguir al lado de su pueblo y fueron asesinados junto a él. Otros que, obligados a asumir el papel de carceleros, prefirieron ser simplemente humanos mientras sus camaradas de armas eran arrastrados a la condición de bestias. Por medio de innumerables formas, hubo miembros de las FFAA que a riesgo personal y asqueados de la cobardía, optaron por solidarizar fraternal e inolvidablemente con el dolor del prisionero mediante una mano, una palabra o un pan; o absteniéndose de participar directamente en su martirio; o informando a sus familias y a sus compañeros, en definitiva, salvando vidas y salvándose con ello a sí mismos. Ellos no se dejaron vencer por «el contexto de la guerra fría» ni consideraron que el crimen era «un justo proceder». Esa actitud y el reconocimiento de ella ayudarían a enrielar por la vía adecuada a toda una institución, demostrando que esa opción de verdadero Valor, Honor y Dignidad estaba y está al alcance de quien así quiera escogerlo. Sería éste además un testimonio diferente y necesario que entregaría elementos para el rescate de la Verdad y que podría comprometer desde otra ética y otra dinámica a toda la institución de las FFAA con la Justicia. Pues no son suficientes hoy día los arrepentimientos parciales puestos en contexto del modo en que se ha hecho o los actos de desagravio ofrecidos como gran cosa, pero mostrando los dientes amenazadoramente. Actos de desagravio pudieran hacerse en el caso de que hubiesen sido sólo «ofensas» las que se perpetraron… , pero se trata de crímenes de lesa humanidad.

Por una parte, el conocer la Verdad nos ayudará a encontrar la identidad real como nación y entregará la real dimensión de la deuda que la institución de las FFAA y otras mantienen con nuestro pueblo. Por otra, la demanda de Justicia se basa en una necesidad intransable, que no podría honestamente negociarse por medio de ninguna consideración político/ética que signifique la impunidad y el olvido: No se liberará de su actuación culpable el cobarde o el asesino sólo con la «confesión» parcial de sus crímenes, ni tampoco podrá así ser libre nuestro pueblo; debe él, para recuperar su propia dignidad de persona y como prueba de que ha entendido reconocer y respetar esa dignidad en los demás, dar el paso al frente y ponerse incondicionalmente a disposición de la Justicia. Para que el NUNCA MAS no se transforme sólo en una consigna, la institución que mancillara nuestra historia debe hacer gestos y actos mucho más profundos que aquellos ofrecidos por los representantes de hoy. Sólo una REFUNDACIÓN de la misma, impulsada por quienes sientan VERGÜENZA y quieran con HONESTIDAD hacer realidad el lema: «O vivir con Honor, o morir con Gloria», puede ser la garantía de que no se dejará tentar en el futuro en ser utilizada nuevamente para atentar contra el pueblo.

– Debe de una vez por todas, confesarse la integralidad de los crímenes perpetrados y entregar sus responsables a la justicia; de otro modo, la institución mantendrá como política amparar y cubrir con una bruma de cobardía y mentira sus actuaciones criminales. Debe aclararse ineludiblemente lo sucedido con todos y cada uno de quienes fueran hechos desaparecer; – Cada cuartel y regimiento debe abrir incondicionalmente y sin temor las puertas a la presencia de quienes durante los años de dictadura, lucharon contra la traición; permitiendo que sus testimonios, sus opiniones, su verdad sean escuchadas, reconocidas e incorporadas en los «planes de formación institucional». Nunca Más «manuales de contrainsurgencia» ni Neodoctrina de Seguridad Nacional sino la Verdad histórica; – Deben entregarse todos los lugares que fueran utilizados como centros de tortura a los familiares de la(o)s chilenas y chilenos allí asesinados y a los sobrevivientes, los cuales serán transformados en Casas de la Memoria abiertas a todo el pueblo; – Debe rebautizarse los lugares que ostentan los nombres y el recuerdo del crimen: bastantes y verdaderos héroes tiene la historia de las últimas tres décadas para recuperar con sus nombres y ejemplo la dignidad de esos sitios. Se debe reconstruír asimismo un nuevo calendario de efemérides basado en esta Verdad; – Debe ponerse a disposición de la Justicia y del pueblo todos los antecedentes de la participación de Colonia Dignidad en nuestra historia reciente y acabar así con la impunidad y la mofa de quienes influyeron ideológica y materialmente en el período dictatorial; – Debe investigarse a fondo la participación de miembros de la institución en delitos no sólo de lesa humanidad, sino también económicos;

Estas y otras medidas pueden acercar nuevamente la institución de las FFAA al pueblo chileno e incorporarla con otra perspectiva y otro papel en la reconstrucción de un país más libre y justo, tarea pendiente en la que continúan empeñados los que creen que otro Chile es posible y necesario. Desde la verdadera historia con nuestros héroes muertos y desaparecidos; desde el camino interrumpido en Septiembre de 1973.

Ningún crimen quedará impune. Ningún dolor, ninguna lágrima serán olvidados.

Nuestro pueblo hará Justicia y sólo entonces habrá Paz.

Otro Chile es Posible y Necesario.