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Réquiem por la Concertación

Fuentes: La Jornada

La transición llega a su fin clausurando un ciclo en la vida chilena. El proceso que se inició con el referéndum de 1988 acaba de forma impoluta. La alternancia ha sido posible. El péndulo completa su oscilación desde la derechista Concertación a la derecha social y política. El pacto entre los partidos golpistas, la Concertación […]

La transición llega a su fin clausurando un ciclo en la vida chilena. El proceso que se inició con el referéndum de 1988 acaba de forma impoluta. La alternancia ha sido posible. El péndulo completa su oscilación desde la derechista Concertación a la derecha social y política. El pacto entre los partidos golpistas, la Concertación y las fuerzas armadas ha sido ratificado en las urnas. Lo fundamental, la constitución de la dictadura, aprobada en 1980, y vigente en la actualidad, sale fortalecida. Quienes la redactaron vuelven a gobernar.

Tras los resultados, todos se muestran exultantes. Unos por ganar y otros por perder. En el escenario electoral los candidatos intercambian papeles. Los ayer villanos son héroes redimidos y viceversa. Sebastián Piñera, un millonario, emergido de las entrañas de la dictadura, será investido presidente de Chile. Su triunfo es reivindicado como madurez democrática. Un parto sin dolor. Su padre putativo, los pinochetistas, lo reconocen como uno de los suyos y la Concertación está feliz por ser la parturienta. La fiesta de la política espectáculo comienza a poco de conocerse el ganador. El ya ex candidato de la Concertación, Eduardo Frei, acude al hotel donde Sebastián Piñera tiene su fortín. Es recibido con expectación y tímidos aplausos. Luego de unos minutos de conversación privada, ambos salen al ruedo. Primero lo hará el candidato de la Concertación, Eduardo Frei, con su familia; a continuación hace acto de presencia Sebastián Piñera, acompañado por toda su prole. Mujer, hijos y nietos.

El guión es respetado. Primero los apretones de mano, luego el discurso de enhorabuena, las palabras de aliento y ánimo para el presidente electo. La respuesta guarda el mismo tono de cordialidad. Piñera recuerda la amistad que los une desde niños, el respeto que sentía hacia su padre y le recalca haber sido un digno rival en la batalla. Para la despedida, abrazos fingidos, besos y la foto de rigor. Ahora queda cumplir con otra parte del protocolo. Se está expectante de la llamada de la presidenta Michelle Bachelet a su candidato. Lo hará para decirle que fue un digno competidor, que tenga la conciencia tranquila, que trabajaron hasta la extenuación por cambiar las encuestas y que en definitiva el ganador no es Piñera, sino el país entero. Ahora, le dirá, la tarea es otra, ser oposición, fiscalizar al gobierno y recuperar la confianza del electorado, para ganar los comicios dentro de cuatro años. Toda una declaración de intenciones. Pero la Concertación está herida de muerte. Seguramente, un sector del Partido Demócrata Cristiano buscará solventar al gobierno de Piñera con acuerdos puntuales. Igualmente Piñera hará guiños con el fin de romper definitivamente la coalición. Los comunistas hasta hace poco vetados y marginados de la acción parlamentaria hoy cuentan con tres diputados y han decidido insuflar aires al moribundo, incorporándose para evitar una mayor derechización.

Sin embargo, en los hechos, poco cambiará la manera de hacer política en Chile. En el plano interno, la coalición de partidos que ha gobernado desde 1989, una amalgama en la cual conviven torturados, ex golpistas, radicales, demócratas y socialdemócratas y socialistas, se siente cómoda en la derrota. Sus miembros han defendido y aplicado con vehemencia el paradigma neoliberal. Razón suficiente para afirmar que no habrá cambio de ruta. Al contrario, se profundizará en la desregulación, la privatización y la firma de tratados de libre comercio. Si algo puede ser modificado para mal, serán los programas sociales destinados a maquillar la extrema pobreza y la indigencia. No olvidemos que Chile atesora el mérito de ser el país con mayor desigualdad social en América Latina.

Igualmente, uno de los conflictos sin resolver por los gobiernos de la Concertación ha sido el étnico. Seguramente se seguirá aplicando la misma política: la represión. Sus territorios ricos en recursos naturales, flora y fauna, serán entregados a las trasnacionales hidroeléctricas o madereras. La aplicación de la ley antiterrorista contra los mapuches no tiene visos de ser sustituida por una política de diálogo. Más ahora cuando los terratenientes forman parte de la derecha que entra a gobernar.

Por otro lado, en política exterior, Chile continuará siendo un buen aliado de Estados Unidos. Desde hace décadas sus clases gobernantes miran al norte, no al sur. Es probable que la verborrea contra los gobiernos populares y democráticos de la región -Bolivia, Ecuador y la República Bolivariana de Venezuela- suba de tono. En esta línea se reforzará el eje conservador capitaneado por Felipe Calderón en México y Álvaro Uribe en Colombia. Igualmente se cierra el paso a conversaciones para abordar al legítimo derecho de Bolivia de una salida al mar. El problema asumirá tintes chovinistas. Sin duda, el triunfo de Sebastián Piñera es una mala noticia para la región. Se anuncian nubarrones que esperemos no acaben en tormenta. Mientras tanto, el más perjudicado, como siempre, es el pueblo chileno, que sigue esperando ver que se abran esas grandes alamedas con las cuales soñó Salvador Allende.

www.jornada.unam.mx/2010/01/30/index.php?section=opinion&article=013a2pol