Este es un libro que contiene muchos años de arduo trabajo. Sus autores, ambos profesores de filosofía, ponen todo su arsenal analítico a clarificar el porqué de la importancia del orden en El Capital de Karl Marx. El objetivo de los primeros capítulos de esta obra es examinar la metodología de El Capital centrándose en […]
Este es un libro que contiene muchos años de arduo trabajo. Sus autores, ambos profesores de filosofía, ponen todo su arsenal analítico a clarificar el porqué de la importancia del orden en El Capital de Karl Marx. El objetivo de los primeros capítulos de esta obra es examinar la metodología de El Capital centrándose en la Sección 1ª del Libro I, aplicándose «en el terreno (aparato conceptual) en el que Marx trabajó y ver qué es lo que actualmente se levanta sobre él». Esto significa enfrentarse a una obra inacabada (Marx en vida sólo vio publicado el Libro I), compleja, dejando a un lado doctrinas preconcebidas.
Fernández y Alegre defienden un Marx que se asemeja a un «Galileo de la historia», un Marx científico, un pensador revolucionario de la naciente economía política. Como Marx, defienden que la ciencia no es ni burguesa ni proletaria, más bien «la propia ciencia consiste en desmarcarse constantemente del tejido ideológico». De allí que a Marx no le interesa en su estudio del funcionamiento del capital si el capitalista es un estafador o un corrupto, sino el qué «hace capitalista al capitalista». Su comportamiento para abordar «las leyes de la sociedad moderna» es científico y no comunista.
Los autores subrayan como en la teoría económica y en la tradición marxista, de la cual ellos se sienten parte, la teoría del valor de Marx ha sido incomprendida hasta el punto de considerarla una concepción metafísica o puramente filosófica sin base material. Lejos de ello, supone una herramienta analítica imprescindible. Las críticas vertidas sobre ella ignoraban que «Marx efectivamente parte de un determinado concepto de Riqueza y Mercancía cuya validez no hace depender de las determinaciones que puedan corresponder a las mercancías empíricamente observables en la sociedad moderna».
Lo que hay detrás de esta metodología es el concepto de ciencia moderna que, al contrario de lo que nos dice el pensamiento convencional, hace compatible no sólo la filosofía con la ciencia, sino la metodología marxista con las ciencias modernas. Delimitar el objeto de estudio y fijar su aparato conceptual son los pasos metódicos claves que Marx realiza en la Sección 1ª. A partir de la Ley del Valor (en tanto que cantidad de trabajo contenido en una mercancía) como «la ley de intercambios de equivalentes de trabajo» es como ahora en adelante este concepto funcionará como «la base a partir de la cual explicar el precio al que se vende cada mercancía». Ahora bien, advierten los autores, una cosa es que «la teoría del valor sea un punto de referencia irrenunciable y otra distinta es pretender que es la premisa a partir de la cual se deduce el edificio teórico de El Capital».
Para Fernández y Alegre, el método de El Capital lejos está de ser determinista o metafísico, descartan en él una explicación etapista, automática, de los diversos modos de producción. Asimismo, niegan que haya un método basado en el «materialismo dialéctico» en El Capital, Marx ni buscó ni encontró leyes generales de la historia. Es más, afirman que Marx al renunciar a hacer una «teoría general de la historia» también habría renunciado al método dialéctico mismo. Marx «se centró en el aislamiento de aquello en lo que consiste el capital y no de cómo tiene que proceder el curso histórico». En cuanto al «materialismo histórico» a los autores les parece «chocante» que se haya escrito tanto sobre algo «que Marx no tuvo tiempo de escribir». No obstante, aquí los autores omiten la pregunta y el debate de cómo historiadores de la talla de E. P. Thompson o la contemporánea Meiksins Wood sí defendieron a conciencia y desarrollaron exitosamente la defensa de un «materialismo histórico» sin caer en dogmatismos a pesar de los «pocos folios» que Marx y Engels dejaron escritos sobre él.
Una de las tesis más polémicas e interesantes del libro es la defensa del Derecho, la Libertad y el concepto de Ciudadanía en clave republicana desde la propia obra de El Capital, así como la reintegración del pensamiento de la Ilustración en la tradición revolucionaria. Para Marx, afirman, la sociedad moderna parte de un concepto de igualdad que remite no a la igualdad de hecho, sino de derecho (hombre blanco y propietario). Así es como en la Sección 1ª «No hay tanto una teoría de los precios como una reflexión sobre el concepto de propiedad que se halla en la base del modo en que la sociedad moderna se representa a sí misma».
La economía política clásica (Ricardo, Smith, Malthus) comienza su andadura sobre los fundamentos de la propiedad y sus derechos de autores liberales como Locke (por cierto, un esclavista muy exitoso), donde el mercado aparece como centro regulador de las necesidades, siempre y cuando las personas sean libres y propietarias. Pero, en un universo regido por la teoría del valor, «nadie podría enriquecerse con el trabajo ajeno», ya que no es posible «tener acceso a los productos del trabajo ajeno sin enajenar una parte equivalente del trabajo propio». ¿Qué quiere decir esto? Que «sociedad mercantil» no es sinónimo de «sociedad capitalista». Así, según los autores, si en la Sección 1ª de El Capital el ciclo era M-D-M’ (conversión de la mercancía en dinero y reconversión del dinero en mercancía), en la Sección 2ª el ciclo se transforma a D-M-D’ (conversión de dinero en mercancía y reconversión de ésta en más dinero). Este segundo ciclo no sólo está presente de un modo generalizado en las sociedades capitalistas, «sino que es precisamente el elemento definitorio del capital mismo». En otras palabras: «la estructura de El Capital nos indica que no es la generalización del mercado la que trae el capitalismo, sino el capitalismo el que trae la generalización del mercado».
Lo que en última instancia quiere recalcar Marx con el ciclo D-M-D’ «es que la propiedad privada capitalista surge del aniquilamiento de la propiedad privada que se funda en el trabajo personal (M-D-M’)». La consecuencia de todo esto es que la ley fundamental del capitalismo no debe buscarse tanto en el mercado como en la producción, donde la sociedad no resulta ser un lugar de individuos libres e iguales, sino un lugar donde se confrontan las clases: una, poseedora de los medios de producción, y otra, expropiada de los mismos.
Lo que resulta paradójico en toda esta explicación es como se deduce que el republicanismo, como teoría política, es el modelo apto o consecuente con las tesis de El Capital. Las referencias a la incompatibilidad entre Derecho y Capitalismo o Mercado y Capitalismo, aunque tengan lógica, necesitan de su propia investigación conceptual específicamente histórica tal como los autores llevan a cabo con El Capital.
Sobre el problema de la «transformación de los valores en precios», Fernández y Alegre piensan que las críticas a Marx por la distancia que hay entre el Libro I y el Libro III (producción mercantil y producción capitalista) «provienen del intento de buscar en El Capital respuestas a preguntas que no son suyas». La verdadera transformación en la que hay que centrarse es en la «transformación del terreno» de la investigación, esto es, el abandono de la pauta de los intercambios individuales y el paso a la investigación de los mecanismos económicos que rigen la confrontación de clases. Cualquier intento de definir el precio de producción como la verdadera expresión de la «cantidad de trabajo materializado» condena la teoría del valor a su propio vaciamiento, de ahí la necesidad de distinguir entre Sistema de valor y Sistema de precios.
En cuanto a la «Ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia», señalan muy brevemente que cualquier intento por darle una coherencia sistemática a esta «ley» lo hará por razones que no están en El Capital. Aquí hubiera sido interesante haber tenido en cuenta aunque sea de refilón un diálogo más serio con autores marxistas que llevan mucho tiempo defendiendo tal «ley» (como Harman, Shaikh, Kliman y muchos más).
Al final del libro, los autores defienden un comunismo «aún no realizado», simplemente como principio político superador del capitalismo. Tienen claro que cualquier intento de «domesticar» el capitalismo será un fracaso, quien lo siga intentando es que no comprende las leyes de su funcionamiento. El Orden de El Capital es una obra rigurosa, rica en profundidad analítica, que el mismo Marx estaría encantado de leer.
Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero Akal, 2010 656 págs, 28,75€
Franco Casanga es militante de En lluita / En lucha
Reseña publicada en la revista anticapitalista La hiedra (@RevistaLaHiedra)