El historiador José Luis Gutiérrez Molina ha sido el encargado de la reedición de dos textos fundamentales sobre Fermín Salvochea, debidos a Pedro Vallina y Rudolf Rocker, que reunidos en un volumen Renacimiento ha incluido en su catálogo en 2012. Es este un proyecto encomiable que ha de servir para recuperar la memoria de un […]
El historiador José Luis Gutiérrez Molina ha sido el encargado de la reedición de dos textos fundamentales sobre Fermín Salvochea, debidos a Pedro Vallina y Rudolf Rocker, que reunidos en un volumen Renacimiento ha incluido en su catálogo en 2012. Es este un proyecto encomiable que ha de servir para recuperar la memoria de un personaje esencial en los procesos revolucionarios de la segunda mitad del siglo XIX en España y en los orígenes del anarquismo andaluz.
El libro comienza con una amplia introducción en la que Gutiérrez Molina nos presenta a sus tres protagonistas: Salvochea y sus dos biógrafos: Vallina y Rocker. Sabemos así del nacimiento del primero en Cádiz en 1842 en una familia acomodada y de su viaje a Inglaterra siendo muy joven para perfeccionar sus estudios. Allí permaneció varios años y sufrió una honda transformación merced a sus contactos con personajes de la época que impregnaron su carácter de activismo e internacionalismo (Thomas Paine), comunismo (Robert Owen) y ateísmo (Charles Bradlaugh).
De regreso en la casa paterna, Fermín comienza con veinte años a frecuentar los ambientes democráticos gaditanos. La participación que tuvo en los preparativos de la revolución de septiembre de 1868 se discute aún entre los especialistas, pero se sabe que fue nombrado segundo jefe de uno de los batallones locales de «Voluntarios de la Libertad», y que cuando en diciembre la deriva reaccionaria del gobierno fue respondida por una sublevación en Cádiz, aplastada esta, Salvochea asumió toda la responsabilidad. Condenado a treinta años de destierro en Ultramar, los círculos republicanos trataron de impedir su encarcelamiento presentando su candidatura a diputado en las elecciones de enero, pero aunque consiguió el segundo mayor número de votos, no se le permitió ocupar su escaño. De todas formas, en mayo fue amnistiado.
Trabaja después en la organización del Partido Federal y cuando en octubre de 1869 se producen levantamientos en distintos puntos del país, participa en el que ocurre en Andalucía. Derrotado este se refugia en Gibraltar primero y luego en París, Ginebra y Tánger. Regresa a Cádiz con la amnistía de 1870, y allí hace compatible su militancia federal con la de la Internacional obrera. En 1871 fallece su padre, dejándole una sustanciosa herencia, y en marzo de 1873, recién proclamada la república, es elegido alcalde de Cádiz por el Partido Federal. Lo fue sólo hasta agosto, pero tuvo tiempo para laicizar la enseñanza, derruir conventos o transformarlos en centros culturales y armar la milicia municipal. El sueño terminó cuando los militares ocuparon la ciudad y arriaron la bandera roja del cantón. Salvochea, que no intentó huir, fue condenado a prisión perpetua. Aunque a principios de 1882 fue indultado, se negó a aceptar lo que era «favor y no reparación de justicia». Meses después logró fugarse del peñón de la Gomera y alcanzar la costa marroquí.
Tras un periplo por diversos países, y ganar fama de significado conspirador, con la muerte de Alfonso XII y la amnistía subsiguiente consigue volver a España a finales de 1885. En breve aparece El Socialismo, periódico quincenal dirigido por él que trata de organizar a los obreros gaditanos y a partir de 1890 proclama en su cabecera su afinidad con el comunismo anarquista de Piotr Kropotkin. El compromiso libertario de Salvochea era notorio y ya en 1886 rehusó presentar su candidatura a las elecciones, apostillando desde su periódico que «nada se puede esperar de la política». Su influencia creciente entre los trabajadores era observada con inquietud por el poder y en 1891 es detenido con falsas acusaciones. Le condenan a doce años en un juicio plagado de irregularidades y de ellos cumplirá nueve en los penales de Valladolid, Valencia y Burgos. En 1893 intentó suicidarse clavándose unas tijeras, pero fue atendido a tiempo.
Liberado en abril de 1899, se le tributa en Cádiz una triunfal recepción a la que se suma un joven sevillano de veinte años llamado Pedro Vallina Martínez. Instalado pronto en Madrid, vive de trabajos periodísticos, traducciones y alguna representación comercial, mientras colabora en la prensa anarquista. En 1902 regresa a Cádiz, donde fallece cinco años más tarde. Su entierro fue una espontánea y sentida manifestación de dolor en la que participaron treinta mil personas. Fermín Salvochea se convierte pronto en un referente de revolucionario ascético y virtuoso, volcado en la acción, e inspira a numerosos escritores. Anarquismo, anticlericalismo y antimilitarismo son sus ejes de lucha, y a este último dedicó su único folleto: La contribución de sangre.
El alemán Johann Rudolf Rocker (1873-1958) pasó por oficios muy diversos en su juventud y en seguida comenzó una militancia anarquista que lo lleva al exilio en 1892. Instalado en París, continúa relacionándose con los medios ácratas y vive las conmociones de los tiempos de la dinamita. En 1895 se establece en Londres, donde permanecerá veinte años. Allí trabaja como bibliotecario y editor de publicaciones dirigidas sobre todo a la comunidad de obreros judíos. Con el estallido de la I guerra mundial, Rocker acierta a vaticinar una contienda larga y sangrienta, y está entre los que se oponen decididamente a ella, lo que motivó una polémica con Kropotkin, que apoyaba a los aliados.
Con el fin de la guerra, consigue regresar a Alemania, y en Berlín vive las agitaciones revolucionarias de 1918 y 1919. En 1922 está entre los que impulsan la AIT, refundación de la I Internacional con base en principios libertarios, y en los años siguientes se suceden sus trabajos teóricos y viajes de propaganda. En 1933, con el ascenso de Hitler al poder, se ve obligado a huir y logra instalarse en Estados Unidos, en un nuevo exilio que esta vez será definitivo. Siempre siguió con gran interés los acontecimientos que se desarrollaban en España y a partir de 1936 publicó dos libros con su visión sobre las expectativas revolucionarias que allí se daban. En 1937 ve la luz su obra más conocida: Nacionalismo y cultura, en la que analiza cultura y poder como términos antagónicos. Durante la II guerra mundial defendió la causa de los aliados, cuya victoria veía como un mal menor.
Respecto a Pedro Vallina, Gutiérrez Molina nos presenta también un breve apunte biográfico. Andaluz y nacido en 1879 en una familia acomodada y progresista, estudia medicina en Madrid, siendo esos años inseparable compañero de Salvochea, que residía por entonces en la capital. En 1902 es detenido en relación con el intento de atentado contra Alfonso XIII conocido como «Complot de la Coronación» y ha de buscar refugio en París, donde permanecerá casi diez años, continuando sus estudios de medicina y su militancia anarquista. Expulsado de Francia en 1906, recala en Londres. Allí colabora con Rudolf Rocker y termina por fin la carrera. Regresa a España con la amnistía de 1914 y se instala en Sevilla, donde ejerce de médico y sufre en sus carnes la represión del movimiento ácrata, pasando largas temporadas desterrado en la Siberia extremeña. En abril de 1931 es él quien proclama la república en Almadén, al grito de «¡Viva la revolución social!»
Durante el periodo republicano, Pedro Vallina participa en numerosos intentos revolucionarios desde una postura de anarquista heterodoxo que apoyaba algunas candidaturas, la de Blas Infante por ejemplo, en los procesos electorales. En julio de 1936, su presencia en Almadén es decisiva para el fracaso del golpe en esa estratégica localidad, y poco después se une en Madrid al servicio médico de las milicias confederales y más tarde a la sanidad militar. Con la caída de Cataluña está en la muchedumbre que abandona España, y va a parar a los campos de concentración franceses. Vive luego una vida semiclandestina hasta que consigue embarcarse para Santo Domingo. Establecido en Oaxaca trabajará de médico con las comunidades indígenas hasta su muerte en 1970.
La introducción del libro presenta también una bibliografía de textos sobre Fermín Salvochea que incluye estudios, piezas de teatro y biografías. Respecto a estas, de las dos recogidas en la obra, la de Rudolf Rocker vio la luz en Londres en 1908, primero en yiddish y luego en alemán, y sería traducida al español por primera vez en Argentina en 1922. La de Vallina apareció en 1958 en los «Cuadernos Populares» que la CNT editaba en París. Las tres vidas se entrelazan de una forma curiosa; hombres de acción alimentados por la misma idea y condenados al exilio. Por Vallina conoce Rocker en Londres la trayectoria de Salvochea, y pergeña su artículo para honrarlo cuando acababa de fallecer; dos meses después elegirá su nombre, Fermín, para su hijo recién nacido.
Pedro Vallina explica en el prefacio de su texto sobre Salvochea cómo todos los documentos que guardaba celosamente: correspondencia y apuntes sobre su vida y sus escritos, fueron destruidos por los franquistas durante la guerra civil, y se ve obligado a recurrir a la memoria para emprender, recluido en la selva mexicana, la confección de su biografía. Pretende con ella, más que nada, honrar la figura del que fue su maestro, y deja para autores posteriores que puedan agotar todas las fuentes de información, el trabajo minucioso que el personaje merece. Escrito con amor y profunda admiración, el texto se extiende en una panorámica de las luchas sociales en el campo andaluz aquellos años, pero destaca sobre todo la personalidad de Fermín Salvochea con sus dos rasgos esenciales: su acendrado humanitarismo y sus cualidades de hombre de acción.
Se hallan a cada paso datos relevantes y anécdotas curiosas, procedentes de confesiones del propio Salvochea o de recuerdos de la convivencia en Madrid en los tiempos, por ejemplo, del estreno de Electra de Galdós o de la muerte de Canalejas a manos del anarquista Pardiñas. Vallina narra luego en detalle las circunstancias del «complot de la Coronación», un montaje policial que lo llevó a la cárcel varios meses en 1902 hasta que consiguió poner tierra por medio. El final de su texto está dedicado a recordar los escritos de Salvochea y dar una breve muestra de ellos, en verso y en prosa, junto a dos poemas de Vallina.
El texto de Rocker que cierra el libro es bastante más corto que el de Vallina e incide en los mismos aspectos fundamentales, situados en su contexto para el público de judíos alemanes al que iba destinado. Tras presentarnos el marco de una ciudad de Cádiz señalada tanto por hermosa como por rebelde, con tono lírico y emoción contenida, Salvochea es retratado como el profeta que lleva en sí la semilla de un mundo mejor, un hombre íntegro y luchador, de infinita energía, dedicado en cuerpo y alma a la construcción de su sueño. Un somero repaso de las agitaciones sociales del siglo XIX español sirve para encuadrar su actividad revolucionaria, sus prisiones y exilios, y su carácter queda de manifiesto en la frase final del esbozo biográfico: «Salvochea ha muerto, pero un movimiento que cuenta con semejantes hombres en sus filas es invencible.» Las generosas notas de Gutiérrez Molina nos acercan a los personajes que desfilan por las páginas de Vallina y de Rocker, completando el retrato de la época.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/
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