He de reconocer que no conocía la obra de Simone Weil. Solo algunas referencias dispersas. La lectura de este libro ha sido para mí una revelación. Tanto por el extraordinario testimonio que supone el libro como por el descubrimiento de Simone Weil. Simone es una mujer absolutamente singular, no me hace falta saber más de […]
He de reconocer que no conocía la obra de Simone Weil. Solo algunas referencias dispersas. La lectura de este libro ha sido para mí una revelación. Tanto por el extraordinario testimonio que supone el libro como por el descubrimiento de Simone Weil. Simone es una mujer absolutamente singular, no me hace falta saber más de ella para afirmarlo. Lo es en múltiples aspectos. Uno de ellos es lo que muestra el libro. Una profesora joven de instituto decide irse a trabajar a una fábrica para conocer la condición obrera. Lo que es absolutamente singular es la actitud con la que ella entra a trabajar en la fábrica. No es como los curas obreros que quieren estar al lado de los pobres. Ni como los izquierdistas pequeñoburgueses que quieren formar parte del único sujeto revolucionario, que es el proletariado. Simone Weil quiere saber. Hay una ética de la verdad terriblemente coherente. Para hablar de los obreros hay que saber quienes son. Simone Weil, tremendamente lúcida, sabe que no será uno de ellos. Ni lo pretende. Tampoco quiere transmitirles un mensaje, un saber vanguardista. Ni siquiera un mensaje de salvación, ni en este mundo ni en otro. Quiere saber lo que es la condición obrera. Aprender, viviendo como un obrero, lo que significa ser un obrero en la Francia de 1934. Y lo que aprende es lo que Marx, desde la teoría, explicó en sus manuscritos juveniles. Pero ella lo aprende en su piel. Ser obrero es vivir totalmente alienado. No solo del producto del trabajo, no solo del propio acto de trabajar, sino de la propia humanidad. Es vivir degradado, humillado, esclavizado. Es vivir para trabajar y trabajar para vivir. Pero es un tipo de trabajo mecánico, embrutecedor, inhumano. Resulta tan espeluznante el relato que nos hace Simone Weil que recuerda casi el que narra Primo Levi en un campo de exterminio nazi en Si esto es un hombre.
«Si esto es un hombre…» parece decir también Simone Weil, mirando no solo a sus compañeros de trabajo sino también a sí misma. De esta manera la lucha por la dignidad, igual que nos explicaba Levi, es el objetivo principal. Pero Simone Weil baja a lo más concreto, que son las máquinas y los cuerpos. Nos describe las maquinarias, las piezas, su funcionamiento. Los cuerpos humanos sometidos a un ritmo que lleva al cuerpo a sus límites físicos. Producir más para ganar un poco más : una lógica infernal que acaba atrapando a los obreros. La autora nos describe quien era Taylor, el inventor de los sistemas. Las relaciones entre los obreros y los capataces son unas relaciones de poder. No relaciones de poder, que como acabó entendiendo Foucault, están en todas partes y a veces son inevitables o necesarias. La misma Simone Weil reconoce la necesaria autoridad de los encargados. Pero, como también decía Foucault, el problema es cuando las relaciones de poder se convierten en relaciones de dominación, que es cuando uno aplasta al otro. Cuando uno es un sujeto y el otro un simple objeto, sin derechos, que solo deben obedecer.
El diario de fábrica constituye la primera parte del libro, es tan pesado como lo que reproduce. Pero solo en esta pesadez descriptiva podemos encontrar la miseria del entorno del que nos habla. Rutina, cansancio, mente y sentimientos embotados, movimientos mecánicos. Todo rígido, implacable, sin futuro, sin imaginación, sin libertad. Vivos murientes que viven un día detrás de otro. ¿ Sólo esto ? Bueno, a veces hay algún placer, como la obrera que cuando deja de trabajar cocina, come y practica el sexo tantas veces como puede. Pero esto dura poco : los años de juventud, como máximo. Luego apenas queda tiempo para descansar entre jornada y jornada de trabajo.
Luego vienen las cartas. Las cartas son reflexiones lúcidas, generados por esta experiencia. Pero también sobre el cambio de situación que implica la victoria del Frente Popular, Simone Weil es muy sensible, hipersensible. Lo es tanto que amplifica al exceso lo que capta. Sin antes captaba tristeza, depresión, resentimiento, ahora capta alegría y confianza. No porque el Frente Popular haga mucho, que lo hace. Pero es sobre todo la manera como el gobierno, las instituciones, se dirigen a los obreros, No como bestias de carga que deben tener como únicas cualidades la obediencia y la productividad. Sino como a sujetos con derechos, Esto les devuelve la dignidad, les hace sentirse humanos. Por aquí empieza la emancipación, en perder el espíritu de esclavo, en sentirse ( relativamente) libre. Simone Weil, que se identifica con los obreros, sin paternalismo, sin espíritu vanguardista, piensa propuestas. Propuesta que envía a los líderes sindicales. Porque el sindicalismo ha de ser un compromiso moral y político. Pero lo que comprueba es que los delegados sindicales están creando un contrapoder en las fábricas. Pero que no un contrapoder de los obreros sino de ellos mismos. De una burocracia sindical que va generando privilegios y poder, delante de los patronos y delante de sus compañeros. Tienen poder y les temen. Al mismo tiempo hay el peligro de las huelgas salvajes, que debilitan al gobierno. También el del descenso de la productividad. Hay que crear un orden nuevo en las empresas, hay que evitar el caos. Porque ssi no es así se restablecerá el orden autoritario. A Simone weil le podríamos aplicar la frase de Unamuno : piensa lo que siente y siente lo que piensa. Porque sus propuestas no nacen de la lectura o de la fría reflexión en un despacho : nacen de su experiencia. Es capaz de analizar con una lucidez tremenda los errores y las virtudes de León Blum.
Simone desconfía del comunismo. Considera que el poder absoluto del Estado acaba inevitablemente en totalitarismo. Piensa además que no se trata de cambiar de amo. Ni siquiera es se trata de que los obreros sean sus propios amos. Hay que cambiar la naturaleza del trabajo. Pero hacerlo implica un gran esfuerzo de análisis, muchos conocimientos técnicos y mucha imaginación. Hay que pensar otras maneras de trabajar. Pero el trabajador debe saber lo que hace y porqué lo hace. Esto me recuerda la experiencia de los trabajadores de la empresa Numax, muy conocida en la transición española. Fueron capaces de autogestionar su empresa muchos años, después del intento de cierre del empresario. Fue una lucha noble y una experiencia humanamente rica. Pero al final abandonaron porque no veían sentido a estar diez horas cada día haciendo un trabajo mecánico para producir electrodomésticos. Aparece aquí algo central en la reflexión de Simone Weil. No se trata solo de saber quién se queda los beneficios. Importa la relación entre los trabajadores, el que las relaciones de poder que se crean necesariamente no sean jerárquicas. Importa también lo que se hace y para qué se hace. Simone Weil se preocupa por todo aquello que los sindicatos y los partidos de izquierda consideran secundarios porque no tiene que ver con las tácticas y estrategias de lucha de clases. Pero Simone Weil está obsesionada por el sentido de todo lo humano, por la dignidad de lo humano. El principal problema de la clase obrera es encontrar un método de organización del trabajo que sea a la vez aceptable para la producción, el trabajo y el consumo. Weil piensa propuestas concretas : formación profesional, control obrero en las empresas,
Su humanismo es descarnado, desesperado. La clase obrera es la única que puede cambiar las cosas. Son los que hacen el trabajo manual, los que transforman las cosas. Son la mayoría. Pero lo que desespera a Simone Weil es que el tipo de trabajo que hacen en las fábricas los deshumaniza, ni siquiera les permite ser conscientes de sí mismos. El poco tiempo que les queda después de su embotamiento es para descansar o evadirse : Pan y circo. Y los que hablan en nombre de los obreros no son los obreros. Por esto no acabará de entenderse con Trosky cuando la visita en casa de sus padres. Hasta que los obreros no hablen por sí mismos, no hagan por sí mismos, solo pasaremos de un amo ( la patronal) a otro ( El estado). Tampoco es una anarquista, le falta ingenuidad para serlo. La asocio algo con Jacques Rancière, aunque desde una posición diferente, ya que él no se implica, él intenta recopilar las experiencias autónomas del movimiento obrero francés. Luchas por la dignidad, de los excluidos para poder hablar y decidir.
El libro está lleno de sugerencias, de materiales vivos para la reflexión. Hay que leerlo con paciencia y con la mente muy abierta y despierta. Pero es un documento extraordinario. La traducción, por otra parte, de Teresa y José Luis Escartín, me parece muy buena.
Es una puerta abierta para conocer a una personalidad de múltiples facetas pero que están todas ellas unidas por una búsqueda desesperada de redención de lo humano. Hay en ella un cristianismo radical, vivido de una manera trágica que le conducirá tanto a sus arrebatos místicos como a la muerte por anorexia. Es como si su perfeccionismo, su terrible autoexigencia le llevara a la autodestrucción, al suicidio moral.
Georges Bataille, otro inclasificable, que fue su amigo o su amante ( depende de las versiones) hace el retrato de Simone Weil, a través en su narración El azul del cielo describe a Simone Weil de esta manera ( a través de un personaje ficticio) :
Llevaba vestidos negros, mal cortados y sucios. Daba la impresión de no ver delante de sí y con frecuencia se tropezaba con las mesas al pasar. Sin sombrero, sus cabellos cortos, tiesos y mal peinados, semejaban alas de cuervo a ambos lados de la cara. Tenía una nariz grande de judía delgada en medio de su piel macilenta, que sobresalía de las alas por debajo de unas gafas de acero. Te desazonaba : hablaba lentamente con la serenidad de un espíritu ajeno a todo: la enfermedad, el cansancio, la desnudez o la muerte no contaban para ella… Ejercía fascinación, tanto por su lucidez como por su pensamiento alucinado.
Reseña de
La condición obrera
Simone Weil
( Traducción de Teresa y José Luis Escartín Carasol)
Madrid . Trotta, 2014