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Reseña de la trilogia de ciencia ficción «Los de la Montaña», de Fabio Valvason

Fuentes: Rebelión

En este siglo XXI donde predomina el ruido y la incertidumbre, y “seres invisibles” controlan nuestro pensamiento podría decirse que la libertad ha muerto.

Para escapar de esa realidad tenemos muchas opciones: engañarnos a nosotros mismos, adaptarnos a las macabras exigencias de nuestra época, refugiarnos en las drogas (incluyendo trabajos alienantes) o como ha hecho mi amigo, el ecléctico y autodidacta Fabio Valvason: Abrir las puertas de la imaginación para escribir una trilogía de ciencia ficción que, al tiempo que pone rostro “a los seres invisibles” (que tienen múltiples capas) ahonda en el espíritu destructor del “bípedo implume” y, al igual que Ridley Scott en su  Prometheus, un grupo de humanos se embarca en una nave espacial que se dirige al planeta habitado por “nuestros creadores”. 

Mientras el autor de Alien: el octavo pasajero acude al terror en Prometheus cuando se le agotan las ideas, Fabio Valvason (Rosario, Argentina, 1972) descubre un planeta al que solo se puede llegar navegando a través de unos “hilos cósmicos” (especie de pasadizo interestelar) donde su equipo de exploradores encuentra, tras muchas aventuras y desventuras, “el equilibrio y la liberación”. Allí nuestros padres y madres “nos revelarán secretos que no conviene dar a conocer en este artículo del futuro”. 

«Quien no tiene un propósito se limita a esquivar piedras, quien tiene una misión puede construir una gran obra, como el David de Miguel Ángel, y quien tiene “visión y propósito” construye para la posteridad (a no ser que pongamos fin a la vida en la Tierra) “un espacio sagrado”». 

Esto es lo que ha logrado Fabio Valvason, conserje del Casino de Cartagena (una de las capitales del Mediterráneo) en su valiente trilogía (que aún se encuentra en estado de borrador) Los de la Montaña. 

Nuestro autor rosarino, con quien celebré la victoria de Argentina y los goles de Messi en el último mundial de fútbol, es un artista polifacético y, entre sus dones, domina el arte de la caligrafía, como lo demuestran sus bellos manuscritos escritos en pergaminos, que parecen sacados, retrocediendo en el tiempo, de los monasterios del medievo. “Esos legajos” destilan al mismo tiempo destreza, paciencia y sabiduría. 

La narración de Valvason se origina en Inglaterra, en el seno de una familia de la alta burguesía, los Norton, en una época de tensión creciente entre las grandes potencias (lo que avecina guerras, destrucción, etc.) y continúa con un viaje de esa familia a una zona perdida de Colombia (que ni está en los mapas ni puede ser detectada por ningún satélite) donde los nativos, divididos en varias tribus, a veces se comportan de forma normal y otras como autómatas, como si tuvieran “un chip” injertado en la cabeza. 

Unos seres diminutos (extraterrestres) que «también, metafóricamente, podrían formar parte de la “dirigencia invisible” que nos está convirtiendo en rebaños de robots», viven en un paraje insólito donde ocurren acontecimientos escalofriantes y aparecen animales fascinantes (ocultos en lo más profundo de nuestro subconsciente), como el Águila de la Muerte, especie de guardián que señala los límites fronterizos que no deben ser traspasados. 

El hijo joven de los Norton, James, un elegido por los dioses para salvar a los pocos seres que quedarán vivos tras la conflagración mundial, se atreverá a romper todas las barreras, físicas y mentales, “para llegar hasta donde nadie ha llegado nunca”. Ese muchacho logrará descifrar las claves que permiten “salir de la prisión y alcanzar el cénit existencial”. 

“Esa comarca” colombiana, llamada Utagu, es sólo un laboratorio de pruebas de los alienígenas, que han instalado multitud de colonias (invisibles al ojo humano, gracias a su paraguas protector) en todo el mundo. 

Su misión es provocar guerras globales porque la especie humana “instintivamente destructiva y esclavizante” no merece seguir viviendo y debe ser borrada de la faz de la Tierra. 

Mientras los humanos, aún en tiempos prebélicos, se preocupan por “cosas insignificantes” como el poder, el dinero, la explotación, etc. James Norton y un grupo variopinto de amigos y amigas, son visitados por un gigantesco personaje, quien tras juntar su frente con la del joven Norton, le transmite infinidad de conocimientos para que pueda construir una nave poderosa para que viaje con sus compañeros de confianza, entre los que hay científicos y “creyentes”, con destino al planeta de Procyon, sito a millones de años luz (tiempo que se contraerá al entrar en los Hilos) donde encontrará la muerte o la redención. 

El encuentro “con los dioses y diosas” abre una nueva página en el universo de la ciencia ficción y ocurren cosas extraordinarias que serán contadas, con colorida y profunda descripción, por la pluma de Fabio Valvason. 

Blog del articulista: Nilo Homérico 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.