La editorial navarra Laetoli ha publicado ya dos libros de Noam Chomsky en su colección «Libros abiertos». El primero fue Sobre el anarquismo (2008, trad. de José Luis Gil Aristu), que reúne textos y entrevistas sobre la historia y los fundamentos del pensamiento libertario. El segundo, Prioridades radicales (2013, trad. de Rafael González del Solar), […]
La editorial navarra Laetoli ha publicado ya dos libros de Noam Chomsky en su colección «Libros abiertos». El primero fue Sobre el anarquismo (2008, trad. de José Luis Gil Aristu), que reúne textos y entrevistas sobre la historia y los fundamentos del pensamiento libertario. El segundo, Prioridades radicales (2013, trad. de Rafael González del Solar), responde a un proyecto del lingüista Carlos Peregrín Otero, editor del volumen, que ha pretendido con él, según confiesa en su prólogo, proporcionar «un acceso relativamente fácil a la filosofía y el análisis político de Chomsky». Se trata así, de alguna forma, de sintetizar el ideario de uno de los intelectuales más conocidos y respetados del momento, disperso en un número incalculable de artículos y más de ochenta libros. El texto fue publicado en su versión original inglesa en 1981, y reeditado en 1984 y 2003 incorporando nuevos capítulos.
El volumen se abre con una «Introducción a la teoría social de Chomsky» por parte de Carlos Peregrín. Chomsky es un experto en poner de manifiesto la naturaleza del poder y las técnicas de dominación en las sociedades actuales. Así, por ejemplo, sus análisis muestran cómo partir de los años 70 del siglo XX se desarrolla un programa ideológico de «apatía, pasividad y derrotismo», que se consigue extender entre los estratos más movilizados hasta ese momento y va acompañado de un debilitamiento de todas las organizaciones de resistencia. Para desentrañar este tipo de procesos, es imprescindible analizar la estructura social de cada país y localizar sus círculos de poder. Esto permite comprobar cómo en general las políticas se establecen de acuerdo con los intereses económicos de estos. Paralelamente, se ha de desenmascarar la telaraña de objetivos y propósitos míticos tejida para disfrazar estos intereses. Los escritos de Chomsky han sido decisivos para comprender el papel esencial de los «intelectuales» y los mass media en el tejido de esta telaraña de ficciones. Después, Carlos Peregrín nos presenta el pensamiento de Chomsky usando una serie de antinomias: «libertarismo» que impulse la libertad de los seres humanos para que desarrollen todas sus potencialidades, frente a un «liberalismo estrecho» circunscrito a los flujos económicos. Y como consecuencia de esto, «socialismo» frente a «capitalismo» y «acracia» frente a «autocracia». En la educación y en la organización de la sociedad, se valora más la posibilidad de un «crecimiento espontáneo» que los «decretos burocráticos» y la «creatividad» que la «receptividad».
La recopilación de textos que constituyen la parte principal del libro se estructura en tres secciones, dedicadas respectivamente al Tercer Mundo, los Estados Unidos y el programa de actuación urgente. La primera agrupa once artículos publicados entre 1975 y 1980. Tras una aguda reflexión sobre el mito del «interés nacional», tan utilizado por el gobierno estadounidense, que disfraza los intereses de sus clases dominantes, se repasan escenarios diversos. Sobre Vietnam, recién terminada la guerra y en un momento en que había en EEUU campañas de protesta por la supuesta represión que se estaba produciendo en el país, Chomsky se muestra partidario de denunciar las violaciones de derechos humanos ocurridas en cualquier lugar, pero cuestiona, usando datos de observadores imparciales, la gravedad de estas infracciones en el caso de Vietnam y encuentra cínico, además, que sean condenadas por personas y medios que nunca se opusieron a las brutalidades cometidas allí mismo por los estadounidenses.
Los capítulos que siguen analizan el caso de Camboya, donde se da una situación similar, pues las atrocidades de los norteamericanos en los años anteriores fueron el desencadenante de las de los jemeres rojos. Huelen muy mal aquí también las quejas por las segundas de los que apoyaron las primeras. El conflicto de Timor Oriental muestra el respaldo de los EEUU a una guerra de agresión que se transforma en una matanza de civiles y es silenciada por los medios dominantes, poniendo de manifiesto la colaboración estratégica entre los que asesinan y los profesionales de la mentira y la manipulación. Resulta instructivo, en este sentido, comparar las reacciones de estos medios ante el genocidio camboyano, cometido por sedicentes comunistas, y el timorense, realizado con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos.
Se repasa después el conflicto con Irán tal como se encontraba a finales de los 70, en plena crisis de los rehenes. Tras su apoyo a las sanguinarias políticas del Shah, los estadounidenses se enfrentaban a unas peticiones de reparaciones y extradiciones por parte del nuevo gobierno iraní que eran muy adecuadas y por supuesto no se proponían atender. Respecto a la toma de rehenes por los iraníes, aunque esta es condenable en principio, el asunto se torna complejo al comprobar que la toma de países enteros como rehenes es una práctica habitual de la política norteamericana. Chomsky recuerda los casos de Laos, Vietnam y Timor Oriental, que hacían que las protestas del gabinete Carter resultaran perfectamente cínicas. A la situación entre Israel y sus vecinos se dedican tres artículos, que muestran una vez más el filtrado de información en los mass media para construir un relato mítico acorde con los intereses gubernamentales.
Se cierra la primera parte con dos textos. El primero es una reseña de 1980 sobre el informe de una comisión internacional dirigida por Willy Brandt que analizaba las relaciones Norte-Sur tratando de definir un «Programa para la supervivencia». Chomsky considera positivo el cúmulo de buenas intenciones que se plantean, pero echa de menos una indagación de la causa real de los problemas descritos, que está en las estructuras de poder de las sociedades del Norte. Sin determinación para asumir este reto, todo queda en retórica. El segundo texto, también de 1980, es un lúcido alegato contra el intervencionismo norteamericano en Oriente Medio, que en ese momento se imponía abiertamente. Otra vez se manifiesta aquí el contraste entre el despropósito de unos planes de dominio imperial vacíos de cualquier sentido jurídico y la facilidad con que estos pueden ser presentados y percibidos, por alguien carente de espíritu crítico, como defensivos e incluso humanitarios.
La segunda parte, dedicada a los Estados Unidos, arranca con un artículo de 1977 sobre el gobierno Carter. Estamos ante un país en el que los dos partidos que se alternan en el poder, con sutiles diferencias, son simples correas de transmisión de los intereses de las grandes corporaciones. Universidades y mass media resultan esenciales a la hora de crear una cobertura ideológica por la cual este dominio parece perfectamente legítimo, y al final se consigue que prevalezca una versión falseada de la historia que «merece ser comparada con los logros más audaces del totalitarismo del siglo XX». El relato de la guerra de Vietnam impuesto a la sociedad americana es muy ilustrativo y se citan ejemplos de censura sobre documentos que ofrecían visiones más ajustadas a la realidad. En un momento en que Carter comenzaba su mandato promoviendo una retórica de «derechos humanos», sobrecoge recordar los casos de violaciones de estos derechos que se daban por todo el mundo y en los propios Estados Unidos, y con los que el gobierno colaboraba o manifestaba condescendencia. Existe incluso una correlación empírica, para el Tercer Mundo, entre el incremento de la ayuda y el apoyo diplomático norteamericano y el aumento de las violaciones de los derechos humanos. Para terminar se estudia la influencia en el gobierno Carter de la Comisión Trilateral, creada en 1973 con el fin de conjurar los peligros que amenazaban el dominio americano en el mundo y comprometida con un retroceso de la democracia, como se deduce de los textos aportados.
Se analizan después las conclusiones de la Comisión Pike de la Cámara de Representantes (1976), que revelaron al ser filtradas a la prensa pruebas fehacientes de la «participación de la CIA y el FBI en actos de subversión, terrorismo, instigación a la violencia e interrupción de procesos democráticos, tanto en suelo norteamericano como en el extranjero.» Se trata además de actividades sistemáticas y organizadas en los niveles más altos del estado. Sin embargo, estas parecen ser infracciones de poca monta cuando se comprueba cómo en el caso Watergate fue sólo el espionaje a los respetables miembros del partido Demócrata lo que costó su silla a Nixon. El capítulo que sigue nos aproxima a los hechos cruciales de la guerra de Vietnam: intervencionismo y crímenes atroces, disfrazados de «legítima defensa».
Siguen algunas reflexiones de finales de los años 60 sobre la universidad estadounidense y el movimiento estudiantil contra la guerra y la discriminación racial, que representaba el afloramiento de los mejores impulsos humanistas de una sociedad en un ámbito de pensamiento y relativo desprejuicio, y sobre la comunidad y la vida académica como lugar privilegiado para un análisis social, que si es objetivo acabará siendo radical y desafiando la manipulación impuesta. Otro artículo de la misma época sintetiza la historia del siglo XX como un progreso continuo e implacable del dominio de los EEUU sobre el mundo, en el que la irrupción de la «amenaza comunista» supuso la disculpa perfecta para un incremento en la brutalidad de los métodos. Un control ideológico absoluto de la sociedad norteamericana, sumida en la ignorancia y la paranoia, resulta imprescindible para que el sistema funcione, aunque el pensamiento crítico tenía cierta influencia social, en los campus y los guetos negros sobre todo, en el momento en que se escribió el artículo.
Como tarea para la izquierda se plantea la constitución de un amplio movimiento social con estructuras abiertas y democráticas, capaz de afrontar los grandes desafíos: compromiso con los derechos humanos en todo el mundo y con las vías pacíficas para la solución de los conflictos, control de los trabajadores en las fábricas y planificación democrática de la economía. Se insiste en esto en una entrevista de 1971, en la que Chomsky confiesa su sorpresa ante la tenaz oposición a la guerra de Vietnam que se desarrollaba en distintos sectores de la sociedad americana, algo que superó todas sus expectativas. El reto sería aprovechar esto para crear una movilización potente en el sentido indicado.
En otra entrevista, de 1976, se reivindica la tradición libertaria como algo que tiene mucho que aportar en la transformación de la sociedad. Se describe brevemente su idea de un poder que se ejerce de abajo hacia arriba y de una democracia que se extiende a la vida económica, con la dirección por parte de los trabajadores del proceso de producción. Se recuerdan ejemplos históricos de este tipo de sociedades y se dan también algunas ideas sobre aspectos polémicos, como la necesidad de un ejército o cómo se distribuirían el trabajo y los salarios en ellas.
La tercera parte del libro: «Un programa urgente» comienza con un lúcido análisis sobre el significado de la Guerra Fría, un tiempo en el que la capacidad de disuasión del armamento nuclear proporcionaba a cada superpotencia una patente de corso para intervenir con brutalidad en sus áreas de influencia, utilizando siempre la «amenaza» de la otra como resorte propagandístico. El peligro de este juego es que fueron frecuentes los casos en que fricciones en conflictos locales habrían podido desencadenar un holocausto. Otro artículo de 1983 desmenuza el intríngulis de la política exterior estadounidense: una defensa feroz de los intereses económicos de las élites gobernantes que milagrosamente es capaz de presentarse como un derroche de altruismo en el que, en todo caso, pueden cometerse en ocasiones algunos errores. Se describen estudios académicos y se multiplican las citas que muestran esto palmariamente.
Sigue una reflexión de 1984 sobre las profecías de Orwell para este año. La conclusión es que este autor no llegó a percibir las sutilezas del «lavado de cerebro en libertad» que encontramos en Occidente. Veamos un ejemplo muy claro: en la URSS alguien que califica la presencia rusa en Afganistán de invasión es reprimido, mientras que en los EEUU alguien que califique la presencia estadounidense en Vietnam como invasión simplemente no existe en el mundo académico y periodístico convencional, es decir «entre la gente seria». Las torturas y mazmorras han sido sustituidas provechosamente por la «fabricación de consenso», el nuevo rostro del absolutismo.
«Una investigación sobre el capitalismo global», de 1997, nos ofrece exactamente eso, rebosante de datos y ejemplos, pero sin perder nunca de vista el contexto global. El texto resume magistralmente lo que ha sido la historia reciente: el desarrollo del primer mundo a través del expolio del tercero, la infame cadena de violencias y atrocidades y el relato oficial, elemento imprescindible del desastre, comprensivo, capaz de justificarlo todo. Se repasan después piezas clave del momento actual: el poder totalitario de las grandes empresas que controlan la economía planetaria, sus mecanismos para poner la legislación internacional a su servicio y esquivar o engañar a la opinión pública, los flujos de capital que maximizan el beneficio y arruinan cualquier pretensión de progreso social. Y sin embargo, resulta evidente que hay motivos para el optimismo. Mientras todo esto ocurre, la conciencia y la resistencia crecen a nivel mundial.
Un artículo de 2002 analiza el significado de la «lucha contra el terror» que tomaba auge por entonces. En este sentido, lo primero que debe destacarse es que una definición rigurosa de «terrorismo» muestra con claridad que los principales terroristas que actuaban en aquel momento en el mundo eran los Estados Unidos y satélites suyos, como Israel, Turquía o Indonesia. Las evidencias mostradas son abrumadoras en este sentido y ponen de manifiesto el extremo cinismo de la doble moral impuesta. Lo que Occidente entiende por «terrorismo» es sólo una respuesta mínima a la violencia por él desencadenada, que sólo sería atajable eliminando las causas que la producen y estableciendo normas justas y razonables para la convivencia entre las naciones.
El libro concluye con el discurso de apertura de Chomsky en el II Foro social Mundial de Porto Alegre en 2002. Mientras el poder imperial triunfa por la violencia, y la globalización neoliberal incrementa la brecha entre ricos y pobres por todas partes, mientras los dueños del mundo tratan de imponer sus reglas comerciales y los capitales especulativos fluyen para maximizar beneficios y arruinan a países enteros, mientras las condiciones laborales se deterioran y los datos económicos reales se ocultan al público, mientras los ciudadanos ven cómo la posibilidad de influir en su vida se les escapa de las manos, mientras muere la democracia que custodian las elites, la esperanza renace en los movimientos populares que se multiplican y buscan su coordinación internacional. En ellos está el germen de una nueva sociedad libre y solidaria.
Prioridades radicales es un libro imprescindible para conocer el pensamiento de Noam Chomsky. Nos enfrentamos en él a la extrema crueldad de Occidente, que sólo es superada por su infame capacidad de manipulación. La argumentación rigurosa es la mejor arma del filósofo humanista, pero no es óbice para que muchas veces nos sorprenda una ácida ironía inimitable: «Los occidentales han quedado a menudo sorprendidos ante lo que llaman la ‘xenofobia’ de los campesinos y miembros de tribus nativas asiáticas -un fenómenos que todavía no ha sido explicado por la antropología moderna-, que parece surgir entre grupos que son objeto de bombardeos sistemáticos, desplazamiento de poblaciones por la fuerza y otras formas de protección diseñadas por sus benefactores extranjeros.»
Enfrentados a la magnitud del desastre, comprendemos sin embargo que la lucha siempre tiene sentido: «¿Qué pueden hacer los jóvenes al respecto? Todo. Nada de esto es producto de leyes físicas inmutables. Todo ello es producto de decisiones tomadas en instituciones humanas. Las decisiones y las instituciones pueden ser modificadas, tal vez extensamente, si suficientes personas se comprometen con coraje y honradez a buscar la justicia y la libertad.»
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