De Yasmina Reza ya conocíamos Arte dirigida hace unos años por Mario Espinosa, que bajo la mínima anécdota de un diferendo respecto a un cuadro nos mostraba las facetas de la amistad masculina. Ahora la división teatro de Ocesa, más conocida por presentar escenificaciones comerciales, estrena en México esta extraña comedia, a la que se […]
De Yasmina Reza ya conocíamos Arte dirigida hace unos años por Mario Espinosa, que bajo la mínima anécdota de un diferendo respecto a un cuadro nos mostraba las facetas de la amistad masculina. Ahora la división teatro de Ocesa, más conocida por presentar escenificaciones comerciales, estrena en México esta extraña comedia, a la que se puede encontrar un fondo trágico, que ya ha obtenido más galardones para la autora y que, según Internet, será dirigida como película por Roman Polanski. La crítica es unánime en alabar Un dios salvaje pero en lo personal me produce la impresión de que le faltan nudos a la trama que conocemos en la versión de los argentinos Fernando Mallorens y Federico González del Pino y con adaptación del texto para México de Claudia Romero, es decir, la adaptación de la versión de la obra original a la que se cambian los nombres de los personajes (Miguel por Michel Huillé, Annie por Annette, Alan por Alain y Verónica por Veronique) en un intento de que los espectadores se identifiquen con ellos y con el dios salvaje que todos llevamos dentro
. Como es ya conocido por la publicidad que se le ha hecho, también en este texto la anécdota aquí es mínima, la reunión de dos parejas de padres de clase alta para dirimir civilizadamente un pleito de sus dos hijos, uno de los cuales, el de la pareja visitante, perdió un colmillo por un puñetazo que le asestó el otro niño. Miguel y Verónica, los dueños del departamento, ofrecen a sus huéspedes, Alan y Annie, café y pastel. Son todos refinados y amables, aunque cada pareja defiende a su hijo y no duda en soltar una que otra puya, lo que va enrareciendo la atmósfera, máxime que el abogado Alan no para de hablar por teléfono en un asunto poco claro de una farmacéutica. Hasta aquí el planteamiento y los espectadores, que no paran de reír por el gracejo de los diálogos ya están apercibidos de que el tono subirá a cada vez más alto hasta que las buenas maneras den lugar a la violencia -también física- que el alcohol que ha sucedido al café propicia dejando al desnudo lo primitivo de cada quien.
Aquí es donde tengo algunas dudas, porque ese crecimiento de la violencia se da -con las interrupciones en que se intenta la añeja cortesía- sin antecedentes válidos, como no hay un antecedente que explique la razón del vómito de Annie que se da antes de los tragos que lo justificarían. Tampoco resulta convincente que la pareja visitante, antes del caos en que ya nada importa, no salga de la casa cada vez que lo intenta, aun con el pretexto del hamster del hijo que Miguel abandonó a la puerta para que huyera o fuera muerto. De todas maneras, la comedia resulta tan hilarante que se olvidan esos detalles y su fondo sombrío puede dar lugar a la reflexión, aunque no todos sintamos que podemos ser tan brutales y primitivos como pretende Reza.
El dramaturgo y director argentino Javier Daulte reproduce su montaje de Buenos Aires, incluyendo la escenografía de Alicia Leloutre, que reproduce una sala de cierta elegancia, la iluminación y el vestuario, con dos actrices y dos actores mexicanos. Su trazo es muy claro y ágil y (sólo se le reprocharía ese inútil arrastre del largo cojín del sofá sin mayor motivo que sembrar un poco más de desorden en escena o la caída de Annie en la cocina, también antes de beber, como gag para arrancar más risas) y contribuye a que las chispeantes situaciones diviertan a un público que las celebra con grandes carcajadas, aunque ignoro si entrará de lleno a lo que es el propósito confeso de la autora. Daulte cuenta con un excelente elenco, con Ludwika Paleta, olvidada al final de todo glamour y muy graciosa, como Annie; Mónica Dionne, a quien extrañábamos en los escenarios, con su usual eficacia como Verónica; Rodrigo Murray encarna a un dubitativo, aunque con rasgos de violencia, Miguel y un poco más bajo actoralmente que sus compañeros, Flavio Medina como Alan, el abogado tramposo, el menos apegado al asunto del hijo. Todos logran los cambios de actitud que sus personajes requieren y hay que agradecer que la etapa del alcoholismo se dé sin grandes alardes histriónicos.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/10/28/index.php?section=opinion&article=a06a1cul