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Reseña del libro «Justicia ¿ hacemos lo que debemos»

Fuentes: Rebelión

Justicia ¿ hacemos lo que debemos ? Michael J. Sandel ( Traducción de Juan Pedro campos Gómez) Barcelona: Mondadori ( colección Debate) , 348 páginas, 2011.

Los que nos hemos formado con Althusser y con Foucault tenemos una tendencia mecánica a ponernos en guardia al oir la palabra Justicia. Para Althusser es una idea abstracta que oculta la lucha de clases y para Foucault también esconde algo, en este caso las relaciones de poder. El famoso debate que sostuvo con Chomsky titulado «De la naturaleza humana : justicia contra poder» todavía tiene hoy un interés, aunque afortunadamente nos preocupa más las exigencias concretas de la justícia que los debates teóricos que genera. Como dice Stephane Hessel en ¡ Indignaos! todos podemos tener una noción elemental de la justicia para rebelarnos contra este mundo inaceptable.

En todo caso es cierto que hay tanto peligro en una noción demasiado abstracta de justicia como en una hipercrítica que nos puede paralizar si cuestionamos tanto este sentimiento elemental de indignación. Todas estas cuestiones vienen a cuento porque esta ambivalencia queda muy clara en el libro que nos ocupa. Por una parte plantea unas preguntas muy interesantes para un público muy amplio de ciudadanos que conduce a una reflexión crítica que no hay que desperdiciar. Por otra justamente la formulación abstracta del término esconde, como decían Althusser y Foucault, la lucha de clases y las relaciones de poder.

Sandel plantea la problemática de la justicia muy condicionado por su entorno económico, social y cultural sin la suficiente distancia crítica. Es un catedrático de ciencias políticas de la Universidad de Harvard , donde, según nos dice la contraportada, imparte desde hace dos décadas el curso sobre justícia más popular de la universidad. No es de extrañar, ya que la argumentación es clara, el estilo es brillante y elude además planteamientos radicales uqe podrían resultar incómodos. No nos habla en ningún momento del capitalismo ni tampoco de la tradición socialista. Es como si Marx no hubiera existido y la teoría más de izquierdas en el tema de la justicia fuera la de John Rawls. Para el autor existen tres posturas respecto al tema de la justicia : la de los utilitaristas, la de los liberales y la de los comunitaristas. No sólo esto sino que además no distingue de una forma clara entre la moral y la política. La combinación de estas dos cuestiones le lleva a plantear falsos dilemas. En primer lugar excluye el utilitarismo a partir de su versión más simplista, que es la de Bentham. Aunque habla amplia-mente de Mill las críticas que aparecen a la respuesta utilitarista no tiene demasiado en cuenta los matices de Mill, que la hacen más complicada. En segundo lugar pone en el mismo saco posiciones de política social y económica con otras referidas a lo que podríamos llamar las conductas individuales. De esta forma identifica casi siempre liberal con la defensa de las libertades y del mercado, llegando al extremo de llamar libertarios a los que defienden libertades individuales radicales y una economía de mercado pura ( con lo que vemos que igual que no existe el socialismo ni el comunismo, tampoco el anarquismo). Liberales son, según su planteamiento, los que defienden un individualismo basado en la libertad de elección, la cual cosa hace que sean reacios a las intervenciones del Estado, que vale tanto para las costumbres como para los impuestos). Aunque critica este enfoque desde una postura moralizante lo hace sin cuestionar el mercado y sin hablar de capitalismo. Wallernestein nos ha mostrado como el capitalismo es una lógica de acumulación de capital a la que se subordina el mercado a través de la intervención del Estado. Otro gran sociólogo, Zygmund Bauman, también ha insistido en la simbiosis real entre Capital y Estado. Una reflexión política crítica debe cuestionar la ideología del liberalismo que niega esta evidencia histórica. También estaría bien que se leyera otro interesante estudio desde la psicología social crítica, «El tratado de la servidumbre liberal» ( su autor es Jean-León Beauvois) para entender el gran engaño sobre la capacidad de elegir en una sociedad tan manipulada como la nuestra. Parece que Sandel es incapaz de cuestionar toda esta ideología y él mismo es presa de ella.

Hay otra cuestión muy discutible, que es la manera ambigua como trata la justícia en un terreno intermedio entre la moral y la política. Primero explica a fondo las teorías morales de Mill y Kant para pasar indistintamente a las teorías políticas de Aristóteles y Rawls. Su opción es el comunitarismo, entendido como una capacidad narrativa desde la que construimos nuestra libertad, que no es una simple capacidad de elección individual y como regulación moral de la política y la economía. El empeño de dar un contenido a nuestra vida desde una narración que le de sentido está bien: siempre me ha gustado la afirmación de Paul Ricoeur cuando nos invitaba a hacer de nuestra vida una narración ética y estéticamente soportable. Pero lo que es cuestionable es la dimensión comunitaria de esta narración. A partir del ejemplo de las responsabilidades colectivas nos plantea que sólo desde este planteamiento un pueblo puede pedir perdón a otro que ha sido su víctima. Dice Sandel que hay una responsabilidad compartidas que van más allá de aquello a los que nos comprometemos, que aceptamos como contrato ( como plantearía Rawls). Creo que el dilema es falso. Uno sólo puede pedir responsabilidades por su conducta y por sus consecuencias. Las responsabilidades colectivas me parecen muy cuestionables porque se parte de una identidad supuestamente homogénea. Un alemán no debe asumir responsabilidades contra un judío o un judío contra un palestino si no se ha implicado activa o pasivamente en la agresión. Hubo alemanes víctimas del nazismo y que lucharon contra él, igual que israelitas pacifistas que defienden la causa de los palestinos. Las narraciones comunitarias crean falsas identidades colectivas, sean a partir de la lo étnico, lo cultural o lo nacional, que tantos desastres han causado. Otra cuestión que me parece teriblemente confusa es cuando dice que no podemos separar las convicciones morales y religiosas de las políticas. Me parece un paso atrás volver a considerar las creencias religiosas como algo público y no privado del gobernante ( como hace Obama respecto a Kennedy). Si hablamos de moral lo único que debe inspirar la política ha de ser un proyecto moral universalista, como el de la «Dearación Universal de Derechos Humanos.»

De todas maneras hay que reconocer que Sandel plantea problemas morales interesantes, que a veces son desconcertantes o molestas para la izquierda. ¿ Debemos considerar el servicio militar como una prestación cívica o dejar la defensa en manos de un ejército profesional ?. Los ejércitos existen y no hay que esconderse en proclamas antimilitaristas para escabullir el problema. Recordemos que Chomsky defendía el servicio militar porque sino, decía, se condena a los hijos de las familias obreras no cualificadas a hacer la guerra. También tenemos el espinoso tema de la discriminación positiva ( estiremos de las orejas al traductor cuando lo traduce por «acción afirmativa»). Incluso vale la pena seguir su razonamiento sobre la finalidad del matrimonio para centrar la polémica sobre la legalización de los matrimonios gays. O los niveles de solidaridad en función del vínculo afectivo o de identificación, dificil tema que sólo había leido en otro filósofo, Appiah.

El libro presenta un interés pero tiene el tremendo fallo de esconder la que me parece la única opción justa, aunque esté por construir. Es la de una tradición de socialismo democrático que quiere combinar la libertad de los antiguos ( las virtudes cívicas) con las de los modernos ( la libertad personal). Sandel se empeña en contraponerlas al identificarlas con unas alternativas tan excluyentes como discutibles como el comunitarismo y el liberalismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.