Los antiguos griegos distinguían entre doxa (opinión) y episteme (ciencia). Por otro lado alétheia, la verdad que, para ellos es lo que no está oculto, lo evidente… Ahí es nada… Y digo esto porque al hilo del buen artículo entran de lleno en juego estos conceptos en el discurrir del autor…
Yo he enviado a Rebelion artículos expresados en términos de doxa que trasladada la palabra a la actualidad no sólo es opinión en ciertos casos, sino, dadas las circunstancias que atraviesa el mundo y la imposibilidad de oponer episteme, ciencia, a los sucesos que padecemos, no hay más remedio que interpretarla en este caso no tanto como opinión como conjetura, juicio que se forma de algo por indicios u observaciones, otro concepto bien ilustrativo relacionado con la teoría de la relatividad aplicada a todo. Artículos que Rebelion no me ha publicado, sin duda y además de por razones de inevitable selección por los muchos artículos recibidos en la redacción en un medio de tanta solera y prestigio como es Rebelion, también por haberlos leído quien los selecciona en las mismas claves que maneja Isaac Enríquez. Es decir, por temor a meter el escrito a Rebelion en el mismo saco de los medios que divulgan lo que Enríquez, y en general los «ortodoxos» civiles y políticos, llaman teorías de la conspiración que al parecer no dejan en buen lugar a sus seguidores…
Los suizos tienen un dicho: «la edad no importa, a menos que sea un queso». Y efectivamente la dosis de verdad o de «no verdad», la dosis de acierto o de desacierto en el razonar, ya que Isaac Enríquez habla de «relevancia de la reflexión razonada», en la doxa, la opinión de quien la expone y publica, tiene relativamente poco que ver con la edad de quien reflexiona. En definitiva, del autor. Pero como nos encontramos todos atrapados en unos tiempos inéditos (todos lo son); como nos encontramos en una circunstancias, éstas sí, que no tienen precedentes en la historia de esta civilización al abarcar a todo el planeta, la memoria y el espíritu fino, que coincide a veces con el de los desconfiados, asociados a la edad de quienes hacemos también «reflexiones razonadas», tienen mucho que ver con la edad. Por eso me permito una inferencia: supongo que Isaac Enríquez no «puede» pasar mucho de la sesentena… Pues alguien con más edad y su capacidad analítica no puede desconocer, a menos que su desconocimiento sea deliberado, la índole del poder (que en este hecho social total puede no estar localizado en un país ni en un gobierno concreto), es lo suficientemente ambiciosa y desprovista de todo escrúpulo humanista, como para justificar o explicar el despertar a las sospechas en ese espíritu fino y añoso a que me refería.
Si su largo artículo agota el asunto, pues recorre casi todas las infraestructuras de la sociedad afectadas por este hecho social total que es la actual pandemia, queda deslucido y en parte deslegitimado, a mi juicio, en este párrafo:
«Aunado a lo anterior, la conspiranoía, que se hace pasar por supuestas teorías de la conspiración –pero que no son más que enunciados sobreideologizados–, genera –desde gobiernos, mass media y demás ideólogos y charlatanes que se asumen representantes de perspectivas progresistas– una epidemia desinformativa y tergiversadora sobre los fenómenos. “El virus chino”; “el coronavirus SARS-CoV-2 fue inventado –y escapó– en un laboratorio de Wuhan”; “el virus fue inoculado en China por militares estadounidenses que acudieron a un torneo deportivo en Wuhan”; “la red inalámbrica 5G se usa para propagar el virus”; “las campañas de vacunación son parte de una conspiración oculta para implantar microchips entre la población” y que “Bill Gates tiene intereses espurios en ello”, son solo algunos de esos enunciados falsos y sin sustento que circulan por la plaza pública digital y el ciberleviatán. Ignorancia, virus ideológicos, desinformación, desconfianza y negacionismo, se amalgaman para intentar explicar –con base en el prejuicio– problemas públicos que tienen causalidades profundas. Se remite con estos discursos ideológicos de la conspiración a fuerzas oscuras, ocultas y profundas que mueven los hilos del mundo. A partir de allí, se instalan actitudes de suspicacia y recelo respecto a las instituciones estatales, que tienen sus raíces en la era del desencanto y la desilusión».
Y digo que queda deslucido y desligitimado en aras de la ponderación que hay por definición en oponer rotundamente, en término de episteme, ciencia, lo que es mera doxa, como la mía y la de los miles o millones de humanos que hacemos «reflexiones razonadas» como él y además conservamos mucha más memoria histórica, tenemos más edad y más filosofía que él, no para oponernos con categorías a él sino para formular en términos no ya de opinión sólo sino también de conjetura, de hipótesis y de sospechas lo que él se permite catalogar como «enunciados falsos y sin sustento». Como si los suyos fueran los verdaderos sólo porque coinciden con la tesis y la postura del gobierno español y con la de todos los gobiernos, todos eventuales rehenes de otros poderes. Gobiernos que no dejan de estar en manos de especialistas, quienes respecto al asunto que les ocupa y nos ocupa adoptan medidas que no son convergentes de todas las naciones, pero que en todo caso no pueden discutir a sus mentores científicos que a su vez ni se plantean el origen del virus causante de la epidemia, ni se plantean si es «natural» o fruto de la ingeniería de laboratorio (o no lo muestran como variable hacia fuera); supuesto este segundo que imprime al asunto un carácter muy extraordinario a la pandemia, pues incluiría una hipotética «intención» y con ella un hipotético manejo del virus similar al de cualquier solución informática aplicada que hasta ayer era tratada sin mediar «bits».
Y, por último, si Isaac Enríquez muestra bisoñez intelectual, desde mi doxa, en ese párrafo porque no se ha molestado en conocer las muchísimas opiniones, pareceres, diagnósticos… que circulan por el mundo, ni en contrastarlas con las contradicciones, incoherencias y absurdos salidos de los centros del poder científico, farmacéutico, epidemiológico, biológico, OMS, piezas de un puzzle que no encajan (todo lo que da lugar a los mil motivos de desconfianza que flotan en la atmósfera), es porque, primero, el autor ha empezado y terminado su «reflexión razonada» respondiendo a los que según él serían los «heterodoxos», haciéndolo con afirmaciones apodícticas para «cuadrar la realidad escolástica»; segundo porque a nadie con suficiente madurez intelectual se le ocurre servirse del recurso apodíctico,»lo necesariamente verdadero» (como la Iglesia el dogma) para responder a nadie, a menos que sea eso, un pensante inmaduro intelectivo, o tenga intereses ideológicos o intereses propios de la Realpolitik; y tercero, porque por los mismos motivos de insuficiencia en la capacidad de reflexión o de formación intelectual, a todas luces desconoce la verdadera y perversa naturaleza del «Poder», capaz de cualquier cosa con tal de cumplir sus objetivos (sin ir más lejos, en España GAL, policía patriótica…, fuera WTC, armas de destrucción masiva, víctimas del fuego amigo, y la historia plagada de incontables maniobras y crímenes de su cosecha, documentos desclasificados que ponen al descubierto lo mismo…) que en este caso, como dije, no está en los gobiernos de ninguna nación, sino en «lo que está oculto» en oposición a la alétheia. Afirmación ésta mía, la única que puede ser apodíctica y que Isaac Enríquez no puede refutar sin perder el juicio. Pues, por motivos largos de enumerar y desde mis 82 años, si no hubiera mediado una quiebra del sistema y si el virus que trae al mundo de cabeza hubiese sido natural, estoy convencido de que la pandemia se hubiese pasado por alto y se hubiese dejado correr…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista