En su divertida aunque muy seria investigación de campo sobre el «gorilismo» (Manual del gorila, Ed. Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1964), el humorista y ensayista argentino Carlos del Peral recoge el siguiente testimonio de un profesional de clase media: Ya que usted me lo pregunta, sí, soy gorila; y si me dicen que el imperialismo […]
En su divertida aunque muy seria investigación de campo sobre el «gorilismo» (Manual del gorila, Ed. Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1964), el humorista y ensayista argentino Carlos del Peral recoge el siguiente testimonio de un profesional de clase media:
Ya que usted me lo pregunta, sí, soy gorila; y si me dicen que el imperialismo es un monstruo que devora las naciones coloniales, contestaré que eso es un argumento político y yo, señor, no creo en la política. Si me dicen que nuestros pueblos viven en el subdesarrollo, contestaré que éste es un argumento económico y yo, señor, no creo en la economía. Si en cambio me dicen que nuestros pueblos viven en la ignorancia, el hambre y la alienación, contestaré que éste es un argumento evidentemente social y yo, señor, no creo en la sociología ni mucho menos en el socialismo. Y si busca usted otros argumentos, cualesquiera que sean, me veré obligado a contestarle que yo, señor, no creo en los argumentos.
Tras describir al fiero primate que habita en Africa ecuatorial, la segunda acepción que del vocablo gorila admite el diccionario es «guardaespaldas». En tanto, un Diccionario de ciencias sociales (CLACSO, Buenos Aires, 1976) incluyó el término «gorilismo» para nombrar, de modo aproximado y más allá de la ideología declarada por el sujeto, una actitud que remite a significados como «reaccionario» y «conservador».
Es decir, que sociológica y políticamente habría gorilas de izquierda y gorilas de derecha. El denominador común consistiría en no discutir argumentos, aparecer como celadores del equilibrio platónico entre las fuerzas antagónicas de la sociedad y, en situaciones críticas, justificar el uso de la fuerza para restablecer el orden. V. gr.: los golpes de Estado contra los presidentes Juan D. Perón y Hugo Chávez (septiembre de 1955 y abril de 2002), ejecutados por la derecha gorila y pro imperialista y apoyados o tolerados por algunos sectores de la izquierda sin brújula, o sea gorila.
El término «gorila» fue cambiando según las circunstancias de cada país. En los meses anteriores al golpe contra Perón, durante un programa cómico que se transmitía por radio un coro de voces espantadas rugía y cantaba: «Deben ser los gorilas/ deben ser/ los que andan por ahí». De Argentina, el gorilismo se extendió al continente y luego pasó a Europa, donde la recia figura del general Jacques Massu (célebre torturador del pueblo de Argelia y amigo íntimo del presidente Charles de Gaulle) personificaba con sus lentes ahumados la imagen paradigmática del gorila perfecto.
La palabra «gorila» se popularizó en los años de 1960, cuando Washington solapaba a las dictaduras militares de la «seguridad nacional» durante la constante sucesión de golpes de Estado, insurrecciones y revueltas sociales del continente. En sintonía con el trabajo de Carlos del Peral, la editorial mexicana Nuestro Tiempo publicó Imagen estructural del gorila (1968), del periodista Elías Condal, quien hizo un recuento del gorilismo de aquellos años.
La imagen del gorila solía asociarse al militar bruto y represor. No obstante, el gorilismo compromete también a los civiles, y en particular a liberales y socialdemócratas que de un lado sostenían que las fuerzas armadas no deben gobernar ni deliberar y por el otro apoyaban todos y cada uno de los golpes contra la «subversión».
En México (salvo el fatídico 1968), el fenómeno del gorilismo fue relativamente desconocido. Pero el ex presidente Emilio Portes Gil (1891-1978) echó mano al vocablo de marras cuando dijo: «Estas revueltas son la consecuencia de la miseria y la desesperación en que viven los pueblos, gobernados por gorilas…» (El Día, 14/10/67).
Sin duda, el gorila actúa con base en un sistema autoritario. Pero al identificar gorilismo con «militarismo» y «fascismo», la izquierda permeada de liberalismo metió en el mismo saco todo lo que tenía que ver con uniforme, resultándole difícil el entendimiento de procesos como el del general Juan Velasco Alvarado y Omar Torrijos en Perú y Panamá (1969), o los del general Alfredo Ovando Candia y Juan José Torres en Bolivia (1969-71).
Hoy, el decálogo del gorila perfecto incluye:
1) silenciamiento y complicidad con la barbarie neoliberal.
2) vinculación con los intereses de Estados Unidos, explicitado en la defensa de la «democracia» y la «libertad».
3) Odio sostenido a los movimientos populares y a sus dirigentes.
4) Aversión a las conquistas sociales que tienden a alterar el orden neoliberal.
5) Manipulación del poder mediático-cultural para tergiversar la historia de los pueblos.
6) Descalificación a priori de movimientos políticos que son señalados como populistas, mesiánicos y demagógicos.
7) Talento al servicio de la vanidad, y declaraciones recurrentes acerca de su «escepticismo» y «aburrimiento».
8) Colaboración eficiente con el poder y cínico orgullo de hacerlo.
9) Por izquierda, centro y derecha, capacidad de integración absoluta al sistema expoliador.
10) Gibosidad creciente que amenaza con llegar a las extremidades inferiores, donde guarda, celosamente, su centro de reflexión.