De buenas intenciones no vive el hombre, y una revolución mucho menos. Sin hacer hincapié en la montaña de desatinos que ha tenido el Gobierno verde limón, en esta ocasión, y a manera de hipótesis para debatir a lo largo de este nuevo año, me referiré a uno de los puntuales del mediático socialismo del […]
De buenas intenciones no vive el hombre, y una revolución mucho menos. Sin hacer hincapié en la montaña de desatinos que ha tenido el Gobierno verde limón, en esta ocasión, y a manera de hipótesis para debatir a lo largo de este nuevo año, me referiré a uno de los puntuales del mediático socialismo del siglo XXI que han pasado desapercibidos por poder central: la participación popular.
Haremos el análisis primero desde una óptica local y luego una visión de su intrascendencia como fenómeno mundial dentro de la etapa capitalista. Iniciemos en casa. A primera vista, el país ha dado un gran avance en materia de democracia participativa. La creación de la Secretaría de los Pueblos, el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, el Quinto poder, la legalización del uso de la silla vacía en los municipios y la aplicación de los presupuestos participativos declaran una preocupación imperante del Gobierno central por promover la participación de la sociedad civil en el campo de la vigilancia y control de las políticas públicas.
Pero fuera de los formalismos y la expansión de más burocracia, hay algunos hechos concretos que ponen en duda la factibilidad de estos procesos ciudadanos. El presidente Correa ha dado muestras de su poca convicción en los llamados movimientos sociales, los llamados a rellenar estos espacios institucionales. Sus ataques reiterados y amenazantes a la primera manifestación pública de cualquier grupo organizado de la sociedad por algún descontento a su gestión es ya una marca registrada en los enlaces sabatinos.
Pablo Ospina en su ensayo: el Ecuador de Rafael Correa, explica un poco la visión del presidente sobre sus amigos de la izquierda infantil. Para el catedrático, Correa asume que las pretensiones de estos movimientos sociales son individualistas y no generan una visión de país, por lo cual el desarrollo de las políticas de Estado debe estar en manos de un grupo técnico especializado sin ningún interés particular.
Esa contradicción de posturas acerca de la importancia de los movimientos sociales y la participación popular organizada nos puede servir para entender la dialéctica de la ciudadanía a nivel mundial. Mirando más al norte, los esfuerzos por incentivar el interés de la sociedad civil en los asuntos políticos y de gestión estatal no solo son ideas de este Gobierno, su primo hermano socialista del siglo XX1, Venezuela, también ha intentado con sus Ministerios de Participación Popular y los Consejos Comunales una mayor inclusión ciudadana, pero con resultados no tan alentadores por el momento.
¿Porqué? Aquí se replica lo pensado por nuestro Mandatario, las organizaciones sociales, gremiales, sindicales, ecologistas, feministas, barriales, representan un bajo porcentaje de la población total de un país. ¿Pueden ayudar entonces a formar un proyecto país? ¿Qué hace que la participación popular sea tan baja pese a los esfuerzos del Estado?. Existen muchos factores históricos como nombradas causas, que no se refieren en exclusivo a los países nombrados con tendencias progresistas.
Carlos Sandoval, en un artículo de estudio sobre este tema publicado en http://www.rebelión.org/, afirmaba con total razón que lograr la participación del pueblo no es algo fácil. «No olvidemos que después de todo somos producto de nuestra existencia dentro del sistema capitalista, y por ende arrastramos algunos valores y actitudes como la pasividad, la indiferencia, el paternalismo». Su teoría se revalidaba en lo que en su momento Marx y Hegel explicaron: los individuos se encuentran ya con sus condiciones de vida predestinadas, por así decirlo; se encuentran con que la clase les asigna su posición en la vida y, con ello, la trayectoria de su desarrollo personal; se ven absorbidos por ella.
Esa posición de la vida aceptada como única es lo que pensadores como Althusser atribuían a los aparatos ideológicos de Estado, es decir, la escuela, los medios de comunicación, los medios culturales, la familia, la iglesia, etc. Estos forman las mentes y los corazones de las masas de la población, afectando así no sólo su comportamiento, sino su pensar y su sentir. Finalmente, Hardt y Negri en su genial obra Imperio hablan del poder biopolítico, el que está en toda nuestra vida, en la salud, la educación, la cultura, el hogar, el trabajo, nuestros gestos y actitudes, etc. «El poder ya no [sólo] domina desde afuera, parasitariamente, sino desde adentro de la propia vida social.
Ante esta situación, se ha fijado la relevancia de hacer conciencia. Una conciencia social que determina la necesidad de admitir que la realidad se puede cambiar y todos estamos llamados a participar, Sandoval afirma que hay que lograr ganarse las mentes y los corazones del pueblo, de forma que cada vez más sectores comiencen a ver que sí hay opciones fuera del sistema de opresión existente. Pero volviendo a los ejemplos de los países antes citados, los incentivos por parte de organismos de Estado no han podido compaginar una suerte de estructura única de participación popular que adopte a la mayoría de individuos con un proyecto específico de cambio. Ni aquí, ni en Venezuela ni en la China.
Bajo esta argumentación, se me antoja una idea que suena talvez a lógica respuesta ¿Y si la participación popular pasa por ser una vocación, una cualidad, una profesión talvez? Una predisposición que pocos o algunos poseen y que por décadas, los que nos llamamos socialistas hemos querido imponer en la multitud. A lo mejor, Lenin y su partido de vanguardia que dirigía al proletariado no estaba del todo equivocado, sino respondía a condiciones naturales de los seres humanos.
Pero ahí un alto, ¿Cuándo ese «don» de la participación o acción popular en política deriva en autoritarismo y caudillismo? ¿Estamos predestinados a dejar la conducción política del mundo a unos cuantos favorecidos con la capacidad de involucrarse en temas de Estado o políticas públicas? Aunque suena a una realidad palpable, creo que se puede orientar de mejor manera. Si fuera así, si no todos los simples mortales tenemos la vocación participativa en sociedad, en la toma de decisiones, en la organización del aparato estatal, en la defensa de los derechos humanos, entonces, identifiquémoslos y a potenciarlos,. Tipo doctores, abogados, ingenieros, periodistas, quiero unos excelentes activistas populares, que utilicen su empatía en empresas públicas, en organizaciones sociales, en política partidista, en planificación comunitaria.
Esto no es corporativizar, es educar y especializar aún más los espacios de discusión, pero ¿gente especializada y apasionada en la participación ciudadana, no despertará más la chispa en otros semejantes? Las opciones de organizaciones sociales, gremios y asociaciones seguirán ahí, las Secretarías de Participación Ciudadana también, pero conformados con hombres y mujeres con la estrella del cambio, cuya alienación capitalista no hizo mella en su espíritu libre y creen, desde un sentido que mezcle teoría con praxis, espacios de reflexión social con mejores resultados que los actuales.
Buenos doctores, buena salud, buenos profesores, mejor educación, buenos especialistas en participación ciudadana, ¿mejor sociedad?. Talvez suena a loca hipótesis, pero ya hay centros de estudios superiores que le apuestan a esa idea. A lo mejor la Revolución Ciudadana que tanto pregona el poder se atreva a dar un paso adelante en los criterios de la democracia real en todo el mundo, preparando ecuatorianos capaces de guiar a las masas con sentido ético y altruista y sin el sello corporativista de las instituciones ¿ciudadanas? De la últimas décadas (CCCC ahora Consejo de Participación), porque de eso se tratan las revoluciones, de cambiar paradigmas, no de continuar repitiendo procesos caducos del pasado.
A lo mejor, con el tiempo la queja de Noam Chomky plantea en su libro Hegemonía y Supervivencia puede ser resuelta: «Aquellos hombres responsables de liderar al rebaño alcanzan ese estatus no por tener un talento o conocimientos especiales, sino por subordinarse voluntariamente a los sistemas de poder real y guardar lealtad a sus principios operativos». Estoy seguro que este planteamiento es posible de dar vuelta, y es trabajo para una Revolución, ¿la ciudadana talvez?