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Revueltas Árabes en Potencia

Fuentes: Hoja de Ruta

«La Guerra es una política que se cubre, por las opiniones mundiales, con la ideología de la «lucha contra el terrorismo» y con el discurso de la «seguridad», santificados por el «conflicto de civilizaciones» y la «cruzada del Bien contra el Mal» […]. Se añade a esto la condena, compartida por las derechas y las […]


«La Guerra es una política que se cubre, por las opiniones mundiales, con la ideología de la «lucha contra el terrorismo» y con el discurso de la «seguridad», santificados por el «conflicto de civilizaciones» y la «cruzada del Bien contra el Mal» […]. Se añade a esto la condena, compartida por las derechas y las izquierdas, de toda violencia, dicho de otro modo la carta blanca que se concede al Estado para monopolizar el recurso a la fuerza y para reprimir todo lo que parezca ser una resistencia. Los llamados «procesos de paz» han remplazado simplemente a la paz y mantienen el clima de violencia […] ¿Quiere esto decir que estamos desarmados ante una situación tan apocalíptica? Algunos fenómenos indican que las cosas están en vías de cambiar»1.

El presente escrito no se propone adoptar «paradigmas científicos» para entender una situación que se encuentra abierta, indescifrable por el momento para las ciencias sociales, en puntos suspensivos, no en un sentido de estado de excepción como acostumbraban a imponerlos los regímenes autoritarios, sino por la propia decisión, voluntad de las masas árabes, que han sido marginadas por décadas de libertad y justicia. Tampoco se intenta dar una explicación coherente e integral sobre lo que está sucediendo, tarea casi imposible por lo demás en las actuales condiciones. Se pretende trazar algunas líneas que den cuenta, aunque sea de manera marginal y preliminar, sobre un proceso que pone de manifiesto a la política en su grado máximo de potencia e intensidad, en un estado de pura posibilidad.

Las revueltas populares en «la periferia» del actual mundo -mundializado- ha socavado una serie de certezas y premisas que parecían instaladas y naturalizadas en el llamado imaginario colectivo y en el discursos de las élites intelectuales de los países dominantes, tales como: «los árabes no conocen la democracia», «se encuentran acostumbrados a ser tratados como esclavos», «es un mundillo atrasado de reyezuelos y tiranías», «la libertad no es valorada por los incivilizados», «no pueden gobernarse por si mismos», «deben ser representados», etcétera.

Se trata de relatos, puntos de vistas, marcos teóricos, estudios o investigaciones reductivistas que generalmente no dan cuenta de la riqueza, diversidad cultural y política árabe, que data desde un periodo histórico pre- islámico en donde, por ejemplo, las primeras comunidades árabes nómades se organizaban en torno a la tribu, que se autogobernaba de manera bastante democrática por medio de un Consejo de Ancianos con poderes acotados y revocables y, por otro lado, prácticamente se borra de un plumazo la organización política árabe islámica por excelencia en torno al Califato que logró consolidar una esplendorosa civilización.

A su vez, se tiende a disimular o esconder los intereses geoestratégicos y económicos que poseen y han ostentado las grandes potencias en la región y que llevaron en su momento a generar expediciones coloniales e instalación de colonias propiamente o monarquías en países como Argelia, Bahréin, Líbano, Palestina, Túnez, Marruecos o Egipto, (Casos emblemáticos son: Argelia2: independiente en 1962, Palestina: pendiente, actualmente es un territorio dividido y trizado por la potencia ocupante). Cabe resaltar, que las intervenciones e influencias post independencias, prosiguieron en distintas medidas y magnitudes, en planos militares, en las que se destacan la instalación del Estado de Israel en 1948, en el corazón del Mundo Árabe, o la invasión de Inglaterra, Francia e Israel en 1956, cuando Gamal Abdel Nasser decide nacionalizar el Canal del Suez.

Las interferencias también se han manifestado en un plano no militar, cuando líderes políticos, por ejemplo durante los noventa3, se han hecho los desentendidos de los resultados de elecciones libres, legítimas o cuando se apoya a tiranías que evidentemente no defienden los intereses de sus ciudadanos, etcétera. Recuérdese que Mubarak era un tipo respetado en «Occidente», obteniendo el máximo galardón simbólico de ser considerado como un «Moderado», en contraposición a los «líderes, movimientos o partidos radicales», que sólo pretenden «destruir a Israel». Del mismo modo, Gadafi le era útil a Europa como «tapón» para frenar la inmigración y obtener petróleo barato. El mismo líder libio experimentó el aislamiento internacional y sanciones cuando aplicó medidas socialistas e igualitarias o apoyó movimientos a favor de la autodeterminación de pueblos sometidos, mutando durante el último tiempo en un pequeño Dios capitalista, que tiene acciones repartidas por toda Europa.

Sería de Perogrullo referirnos al caso de Saddam Hussein, que a principios de los ochenta fue un aliado laico de los norteamericanos para frenar la expansión e influencia de la Revolución Islámica en Irán iniciada en 1979, pero es necesario hacernos cargos de la guerra civil y el consecuente desastre humanitario que azota al país desde la intervención militar norteamericana, primero en 1991, el consecuente régimen de sanciones y la invasión del año 2003 que sigue vigente. Por esta razón principal, es que la oposición rebelde bahreiní, yemení y particularmente libia, se encuentra en contra de la intervención directa estadounidense o de la OTAN al estilo Vietnam.

Se hace interesante dar cuenta que en los levantamientos populares árabes se ha manifestado en su máxima expresión la política como potencia en donde cualquier cosa-literalmente- puede acontecer y en donde cada día se escribe una nueva historia épica, una nueva epopeya, abriéndose paso los nuevos saladinos4 que luchan contra décadas de represión brutal y por un nuevo estadio con más dignidad libertaria.

Es menester destacar que cada sector ideológico o político de los países dominantes, ha pretendido sacar partido o provecho de las revueltas árabes. Algunos sostienen que se está viviendo un momento histórico homologable a la caída del Muro en Berlín, otros dicen que es un proceso parecido a lo experimentado por Europa del Este a fines de los ochenta, existen también los expertos y teóricos en «transiciones» que tienen su opinión al respecto sobre «Crisis, elección y cambio»5, e inclusive aquellos autores criollos que sostienen patéticamente que «por fin los árabes adoptaron los principios liberales».

A lo que se debe agregar, el sobredimensionado rol que le adjudican a las tecnologías y las redes sociales, por sobre las condiciones políticas de limitaciones en un sentido amplio de las libertades y el predominio de sociedades de vigilancia y control panóptico. Bastante más influyente ha sido el rol comunicacional que ha jugado la cadena de noticias Al Jazeera6 desde 1996, que ha hecho una gran contribución en denunciar los crímenes de las dictaduras o mostrar imágenes de los bombardeos de Israel en Gaza o Líbano. La cadena noticiosa surge en un contexto sociopolítico en el cual se comienzan producir las sucesiones de poder hacia los primogénitos en las monarquías como en Jordania o Marruecos y también en repúblicas como en Siria.

Es un grave error intentar encasillar dichas revueltas en un determinado proceso, categoría, teoría, definición, que por lo general son antojadizas y ligadas a los mismos intereses con fuerte raigambre orientalista, que ha llevado a los países árabes ha convertirse en países muertos, en cuanto a la anulación casi completa de la sociedad civil y la intelectualidad crítica para generar discursos que contrastaran la «versión oficial sobre la coexistencia o la vida en comunidad» , para generar cambios políticos, sociales y económicos.

Para intentar acercarnos a algo así como un análisis de lo que está aconteciendo en esta parte del mundo, debemos dejar de lado aquellas teorías propias de la Ciencia Política dominante, que pretende, antes que entender, más bien «normalizar», «conducir» o «remediar» un proceso político disruptivo, espontáneo, que se ha contagiado por todo ese submundo «misterioso» para «Occidente» y que por tanto debe ser «explorado», «domesticado» y «disciplinado».

La política percibida como pura potencia permite superar las viejas y nuevas categorías propias del «Buen Gobierno», recomendadas por Organismos y Agencias Internacionales, tan inútiles para resolver conflictos militares o para otorgar derechos básicos de educación y salubridad. A su vez, nos permite encontrar caminos, rutas o herramientas de lo que podría denominarse una genealogía de más largo aliento. Lo interesante aquí no es tener una mirada superficial y meramente cuantitativa que nos diga: ¿cuántos muertos se produjeron en cada país como consecuencia de la represión?, ¿Qué cantidad se robó cada familia gobernante?, ¿en cuánto tiempo les arrebataron el poder?, sino indagar en un considerable transcurso de tiempo, sobre las condiciones de emergencia, que permitieron el surgimiento intensivo de una ola expansiva de revueltas populares en los países árabes. Algunas de las causas que podrían contribuir a dar luces al respecto son: 1. La escasez de libertades y la represión política-policiaca, 2. El malestar económico y la corrupción, 3. La estigmatización de los árabes luego del 11-S, 4. El apoyo irrestricto de «Occidente» a Israel y a gran parte de los viejos regímenes, 5. El statu quo en Palestina, 6. El desastre en Irak, 7. El descrédito de los movimientos y partidos islamistas como opciones de cambio. Se desprende un panorama bastante desolador, lo que refleja que los pueblos árabes se encontraban desnudos, a la intemperie, como pueblos huérfanos, humillados, frustrados en sus propios países y rechazados en el mundo entero.

Debe resultar del todo extraño, especialmente para aquellos que se autodefinen eruditos o expertos en Medio Oriente e «islamólogos» o especialistas en Teoría Democrática, que haya aparecido con tanto vigor, energía, una «soberanía popular» tan real, que se supone se encuentra en la base, en los cimientos de cualquier sistema democrático. Resulta muy interesante percibir la llegada o el renacimiento de la «soberanía popular», no en aquellos países donde la democracia7 se supone estar asentada, tener tradición y legitimidad a «toda prueba», como es Inglaterra, Francia o Estados Unidos.

Es realmente conmovedor, sentir cómo un concepto que se aborda en abstracto logra explicitarse tan plenamente, sobre todo si consideramos que a menudo queda neutralizado en la práctica política por medio de elecciones periódicas «libres, transparentes y competitivas», puesto que generalmente terminan instalando a una élite que se reproduce a sí misma, alejándose del «verdadero soberano»; el pueblo y en ocasiones tornándose la democracia como un juego, un entramado autorreferente de procedimientos que permiten el secuestro o la desaparición del «gobierno del pueblo» por los grupos de presión, de intereses corporativos o lobbys, como se hace tan evidente en los Estados Unidos de las últimas décadas, que ha sido precisamente el actor principal, el máximo exponente, de intervención en la zona. Lo anterior podría explicar por qué un líder como Obama que representa el antónimo político en distintas dimensiones de George W. Bush, mantenga intacta su política exterior, sustentada en el combate a un enemigo global «radical, omnipresente y malvado».

Resulta estremecedora la ascensión de la soberanía popular en países que se suponen no tienen una tradición democrática formal y moderna, porque se trata de una revuelta ciudadana multitudinaria sin precedentes inmediatos, en una sintonía que prescinde de las ideologías provenientes del viejo mundo, que condicionaron en buena medida su política durante las últimas décadas. Posee su propia originalidad, su propio sello, sus particulares aspiraciones y contradicciones, un nuevo ser, un nuevo sujeto político, que es comparable sólo consigo mismo.

Es indescriptible, metódicamente hablando. No es un movimiento rígido, uniforme. Es de alta intensidad y complejidad, aunque con diversas velocidades, concatenadas. No es tampoco una mera suma de individuos o unos cuantos «jóvenes revoltosos» y surge entre los «árabes», una palabra que etimológicamente significa movilizarse de manera permanente, en el sentido nómade del término. Unas revueltas en los países árabes que tumbaron tiranos y que tienen reivindicaciones; impensables, inimaginables, hasta hace unos pocos días atrás. En una región en donde existen diferencias económicas notorias, contrastes, clivajes y realidades heterogéneas, con más de 300 millones de personas, una población superior a la de Brasil o Estados Unidos.

Las presentes revueltas hacen pensar en el concepto utilizado por Michel Foucault, «La Parrhesía«, que se vincula con un hablar franco, de frente al poder por parte de un súbdito que tiene todas las de perder frente al emperador, incluida su vida misma. Por tanto, implica un riesgo. A su vez, posee la potencialidad de neutralizar la locura del «todo poderoso». «Bueno, precisamente se pone de pie, se levanta, toma la palabra y dice la verdad. Y contra la necedad, contra la locura, contra la ceguera del amo, va a decir la verdad y, por consiguiente, a limitar con ello su locura. Desde el momento en que no hay parrhesía, los hombres, los ciudadanos, todo el mundo está condenado a la locura del amo»8.

Retomando, no se sabe los alcances de las actuales revueltas que se encuentran en curso, en un estado de «súper potencia», de pura creatividad subversiva. Lo que sí podemos apuntar es cómo han quedado rezagadas y desplazadas las tradicionales categorías de análisis y los discursos que contribuían a activar y realzar prejuicios, como si los «árabes», se mantuvieran al margen de la historia, estáticos, como actores pasivos, endebles a la penetración extranjera, carente de conciencia de sí mismos o de pretensiones para alcanzar mayores niveles de justicia, igualdad y libertad.

Por de pronto, podemos constatar que el pueblo árabe se ha levantado de las cenizas, de un oscurantismo fomentado por las grandes potencias, los caudillos y oligarquías locales. Se ha sublevado y rebelado el mismo pueblo árabe, que se manifestaba a favor de la liberación palestina y que era reprimido por las fuerzas de seguridad y la red policiaca del Régimen de Mubarak, ya desterrado por medio de la inclaudicable presión popular de la Plaza Tahrir de aquellos que no tenían nada que perder; muertos en vida, quemados en vida, como el joven tunecino.

Nicolás Chadud es politólogo e investigador. Becario de Excelencia Académica de la Escuela Latinoamericana de Estudios de Postgrados de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales.

Fuente:

Revista Hoja de Ruta.

www.hojaderuta.org

1 Georges Labica en «Vencer la Mundialización». p. 166. Revista Internacional Marx Ahora. No. 26(2008). La Habana, Cuba.

2 Argelia ni siquiera era una colonia sino parte de la Francia metropolitana, como bien lo relata Albert Hourani en «La Historia de los Árabes».

3 Véase el caso del triunfo del FIS en Argelia durante el año 1991.

4 Saladino o Salah Ah Din(1169-1193). Héroe árabe del siglo XII que recuperó Jerusalén en 1187.

5 Gabriel A. Almond , Scott C. Flanagan , Robert J. Mundt .(1993).

6 Véase: http://www.webislam.com/?idn=17986 [revisado el 7 de marzo de 20011].

7 (Kratos-Demos: poder del pueblo).

8 Foucault, Michel, El Gobierno de sí y de los otros, Editorial Fondo de Cultura Económica, 2009, pp. 173-174.