Se ha dicho de Ricardo Napurí que es uno de los militantes más experimentados de América Latina. La lectura de sus memorias lo confirma largamente. Desde los primeros días de la Revolución Cubana, como emisario personal del Che Guevara, y más tarde como cuadro internacional del movimiento trotskista, Ricardo va a participar, de manera destacada, […]
Se ha dicho de Ricardo Napurí que es uno de los militantes más experimentados de América Latina. La lectura de sus memorias lo confirma largamente. Desde los primeros días de la Revolución Cubana, como emisario personal del Che Guevara, y más tarde como cuadro internacional del movimiento trotskista, Ricardo va a participar, de manera destacada, en casi todos los grandes momentos de las luchas sociales y políticas de varios países latinoamericanos en las últimas décadas.
Para él, todo comenzó con un gesto que daba cuenta exacta de la estatura moral y cívica del personaje. Siendo Alférez de la Aviación Militar peruana, y piloto de avión de combate, sus superiores le ordenaron bombardear (el 3 de octubre de 1948) a un barco de la Marina de Guerra cuya tripulación se había unido a la insurrección de los militantes radicalizados del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), contra la dirección de su partido y contra el gobierno de Bustamante y Rivero. Ricardo, aún muy joven, tuvo el coraje de negarse terminantemente a cumplir esa orden, lo que significó para él no sólo la baja inmediata de la Aviación, sino también, poco tiempo después, su primer exilio, en Argentina.
En este país fue acogido por Silvio Frondizi, uno de los más destacados marxistas latinoamericanos, con quien adquirió una solida formación teórico-práctica. Su relación con la madre del Che Guevara, en los alrededores ese vivero de intelectuales de izquierda, y su responsabilidad sindical en el diario La Razón, de Buenos Aires, van a permitirle llegar a Cuba, pocos días después de la toma del poder, conocer al Che, y ponerse al servicio de su proyecto de revolución continental.
La victoria de la Revolución Cubana, como es de conocimiento público, generó un desbordante entusiasmo revolucionario en todas las tendencias de izquierda, al cual Ricardo, aún con su espíritu crítico, no podía dejar de sucumbir. Integrado al Apra Rebelde, fue él el que acompañó a Luis de La Puente a Cuba, le presentó al Che, y juntos decidieron la creación del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) y elaboraron el proyecto de la lucha armada. Un proyecto llamado «foquista» (de la creación de focos guerrilleros) con el cual, finalmente, Ricardo no podía estar de acuerdo. Para decirlo en pocas palabras, porque no tomaba en cuenta en su desarrollo, la participación de la clase obrera. Esa divergencia lo decidió à separarse del MIR y poner término a su colaboración con el Che.
Creador en el Perú de la organización Vanguardia Revolucionaria, que se va a transformar en POMR (Partido Obrero Marxista Revolucionario) y promotor del gran frente de masas FOCEP (Frente Obrero, Campesino, Estudiantil del Perú), Ricardo va a devenir en las postrimerías del régimen dictatorial de Morales Bermúdez, diputado a la Asamblea Constituyente de 1979 y finalmente Senador de la República en las elecciones de 1980.
A partir de esta época va a integrarse plenamente a una de las fracciones internacionales trotskistas y desarrollar un intenso trabajo de organización partidaria en varios países latinoamericanos, continuando su participación, a través de sus asiduas relaciones con dirigentes de los movimientos sociales, en los principales acontecimientos que han marcado la vida política de esos países.
Es imposible resumir en algunas líneas el largo y frondoso itinerario militante de Ricardo. Sin embargo, lo que conviene destacar de sus memorias, porque no es muy común en los textos autobiográficos, es que no se limita a contarnos sus experiencias, sino, también, las razones teórico-prácticas que en ese momento las justificaron, y las reflexiones, a veces criticas, que le inspiran hoy, es decir, a muchos años de distancia. Se trata pues de un texto denso, pero muy ameno y didáctico, que debería interesar a todos los militantes, cualquiera sea su opción en el abanico de las tendencias de izquierda. Hay en él, en efecto, una gran riqueza de temas de reflexión, que siguen siendo de una acuciosa actualidad. Entre otros, a mí me interesó mucho lo que tiene que ver con la formación de cuadros.
A su regreso del primer exilio en Buenos Aires, y después de romper con el MIR, Ricardo se propone reeditar en el Perú el trabajo de formación de cuadros políticos que su maestro, Silvio Frondizi, hacía en Argentina. De este trabajo va a nacer la primera organización Vanguardia Revolucionaria. En principio, según Ricardo, no se trataba propiamente de crear un partido político, pues, para pensar en un partido político había que tener previamente no sólo una visión estrategia y una idea precisa de la táctica que correspondiera a la coyuntura, sino también, la capacidad física, humana, de promoción de esas transformaciones. Su actividad se centraba entonces en la constitución de un grupo de estudios marxistas y de la realidad nacional que contribuyera a la elaboración de una alternativa distinta a la del estalinismo, del maoísmo -muy en boga en esa época, y del castro-guevarismo.
Según aparece en esas páginas, la formación estaba orientada, a través de los estudios teóricos, a propiciar una simbiosis del militante con la clase obrera y los sectores carenciados de la población. Es decir, a asumir el marxismo como un compromiso vital, como un proyecto de vida dedicado al trabajo de preparar la revolución. Para decirlo de otra manera, de asumir que otra sociedad es posible y necesaria, y que para alcanzarla hay que ir hacia las clases explotadas, ayudarlas a organizarse, combatir juntos por sus reivindicaciones y acompañarlas por el camino que sea necesario, hasta la victoria final. Esta prédica dio los resultados esperados pues Vanguardia Revolucionaria consiguió implantarse rápida y durablemente en múltiples organizaciones obreras y populares, desplazando la influencia tradicional del Partido Comunista (pro-soviético) y del APRA ya en decadencia.
A lo largo de toda la lectura no he dejado de preguntarme si la formación de cuadros (los nexos elementales entre el partido y las masas) se sigue haciendo como antes. Todas las organizaciones de la izquierda radical se reclaman «obreras y populares», pero todos sabemos que, en general, no tienen ninguna implantación significativa en los sindicatos, en los barrios populares, en las universidades, en las organizaciones rurales, y menos aún entre los pueblos originarios. De ahí que no hay que sorprenderse por la falta de protagonismo de estas organizaciones en los movimientos sociales contemporáneos, o por la falta de audiencia en las elecciones.
Por otro lado, la formación de cuadros -creo que merece aclaración- es una actividad que debería ser permanente, y no define por ella misma el carácter del partido. Dicho de otra manera, no implica una sinonimia con lo que habitualmente se entiende por «partido de cuadros». Ese concepto corresponde a opciones organizativas dictadas por las condiciones de la coyuntura, que pueden determinar también una actividad abierta o clandestina. Ese es otro tema que merece también un debate, sobre todo en esta época donde las opciones violentas para la toma del poder, no aparecen como una probabilidad a corto plazo.
Para terminar, otra aclaración necesaria. Yo no subscribo la opción ideológica de Ricardo, pero reconozco en él un militante sincero, de una gran probidad y de una gran capacidad intelectual, que ha sabido destacar en las luchas de nuestros pueblos contra el imperialismo y el capitalismo. Nos conocemos desde hace muchos años y aunque no transitamos los mismos caminos de lucha, siempre hemos mantenido una relación fraternal. Desde lejos, le hago llegar un fuerte abrazo.
Fuente: http://www.kaosenlared.net/noticia/ricardo-napuri-cronicas-autobiograficas-militante-revolucionario