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Riesgos globales

Fuentes: Rebelión

Ante nuestros ojos los acontecimientos se precipitan sin un aparente orden que permita resolver su curso. Sin duda que este dramático comienzo es la mejor argucia para captar el interés de cualquier lector, pero resulta que por esta vez semejante observación es alarmantemente cierta. Veamos. El discurso político mediático ha pretendido presentarnos, desde la caída […]

Ante nuestros ojos los acontecimientos se precipitan sin un aparente orden que permita resolver su curso. Sin duda que este dramático comienzo es la mejor argucia para captar el interés de cualquier lector, pero resulta que por esta vez semejante observación es alarmantemente cierta.

Veamos. El discurso político mediático ha pretendido presentarnos, desde la caída del muro de Berlín, un orden internacional regido por una única superpotencia. La misma que, en apariencia, surgió victoriosa e incontestada de la Guerra Fría: los Estados Unidos de Norteamérica. Si repasamos los grandes acontecimientos que le sucedieron a ese hecho -la desmembración y la guerra en Yugoslavia, la primera Guerra del Golfo, la incorporación de los países del Telón de Acero a la órbita occidental, la ampliación de la OTAN a ese espacio y al de las antiguas repúblicas soviéticas…- bien pude darnos la impresión de que EE. UU. y sus naciones aliadas son auténticamente hegemónicos. La mayoría de ellos se agrupan en la OTAN y en torno a algunos organismos económicos internacionales, como la OCDE. Donde quiera que primen sus intereses, estos países suelen presentar una estrategia geopolítica conjunta que acaba por imponerse, o al menos así parece.

Precisamente esos países son los que se llaman a sí mismos Occidente, como ya lo hacían en tiempos de la Guerra Fría. Cabe observar que, si bien esta denominación puede resultar apropiada para los países miembros de la organización militar, no ocurre lo mismo con la económica porque Israel, Corea del Sur, Japón, Australia o Nueva Zelanda difícilmente pueden encuadrarse en el Occidente geográfico. Lo cierto es que esta forma de referirse a la situación internacional excluye a una inmensa mayoría de países de las aspiraciones al dominio global que ellos muestran. La pregunta es inevitable ¿Por qué un grupo de países pretende mejores condiciones que los demás?¿Qué hay en la naturaleza de sus Estados, de sus organizaciones políticas y económicas, qué es aquello que los empuja a buscar permanentemente la ventaja sobre el resto? La verdad es que con esta cuestión ya se han llenado verdaderos océanos de tinta.

Reproducir aquí la teoría del imperialismo y la historia de los conflictos internacionales resultaría absurdo. El mejor argumento que ponen sus partidarios para la dominación internacional es precisamente la contemplación de la tortuosa historia de las relaciones internacionales. Se nos presenta plagada de guerras y conflictos. No obstante, lo que parecen ignorar semejantes personas precursoras de la hegemonía de unos estados y pueblos sobre los otros es la marcada tendencia que arroja esa misma historia. Esta tendencia es la de los renovados intentos para la resolución no violenta de los conflictos internacionales de intereses. Estos son cada vez más intensos. Existe una verdadera voluntad por lograr la coexistencia pacifica de los Estados y de sus pueblos. Evidencias de esto las encontramos en la creación de la extinta Sociedad de Naciones y en la existencia de su fortalecida heredera, la ONU. Además, también las encontramos en la aparición y el fuerte desarrollo en la historia reciente del Derecho Internacional. No estaría por demás sumar a una pujante opinión pública internacional mayoritariamente contraria a las iniciativas militares y sumar por añadidura la proliferación de todo tipo de organizaciones internacionales para la cooperación, muchas de carácter regional y algunas de ellas con aspiraciones integradoras supranacionales.

Esta tendencia no se ha producido así porque sí. Corre paralela a la evolución institucional de las formas políticas. La extensión de las democracias y las aspiraciones a sociedades más justas e igualitarias forman parte del proceso. Pero justo eso es también lo que hace que unos pocos países aspiren todavía al dominio de los demás. Las sociedades se proyectan en el orden internacional tal y como se organizan y definen internamente. La explicación de Leninn en El imperialismo, etapa superior del capitalismo es sumamente reveladora de este estado de cosas. Un orden de desigualdad y explotación como el capitalista propende a reproducirse a escala internacional. También Ismmael Wallerstein lo demuestra sobradamente. Por eso el núcleo duro del capitalismo, Occidente, en su día protagonizó el proceso de colonización y todavía aspira a la dominación global.

Para disimular el hecho de que una minoría de países pretendan organizarse para explotar ventajosamente y en su provecho la relación con los otros, muchas veces las referencias discursivas mediáticas occidentales exponen sus estrategias geopolíticas haciendo una vaga referencia a la ‘comunidad internacional’, con la que pretenden identificarse. Sus iniciativas se presentan revestidas de razones humanitarias o como las defensoras del derecho internacional. Pero la mayoría de las veces tal referencia es falsa. Suele quedar en evidencia cuando los organismos internacionales, como la ONU o los regionales, no respaldan las acciones que responden a sus pretensiones de hegemonía y dominación global.

El mundo sería una balsa de aceite si esta estrategia de dominación hegemónica no fuera la responsable de constantes y peligrosas tensiones internacionales. Referirnos entonces aquí a la disputa por los recursos resultará tan tópico como acertado. Para que ocultar, por ejemplo, el grave riesgo que entraña la disputa por los recursos energéticos.

Pues bien, tras este breve repaso a las relaciones internacionales, veamos cual es la verdadera situación en el mundo. EE. UU. y sus aliados pasan por horas bajas. Entre otras cosas, sus agotadas economías se encuentran fuertemente coimplicadas. Además, es sabido que por mucho tiempo estos países, aún con ciertas excepciones, han dependido para la obtención de recursos naturales y de materias estratégicas de terceros países a los que han explotado intensivamente. Esto, en gran medida, les ha permitido mantener su ventajosa posición hasta hace bien poco.

Ahora, lo que en su día se nos quiso presentar como la actual crisis global, en realidad ha estado afectando sobre todo a los países occidentales, aunque lo haya hecho de una manera muy desigual. Frente ellos, otro grupo de países, los BRIC, -Brasil, Rusia, India, China- se configuran como futuras potencias alternativas con un gran potencial de crecimiento económico, más acelerado que el de la media de los países occidentales. Tampoco es despreciable en este análisis el cada vez más relevante papel de las naciones sudamericanas en general. Por primera vez en la historia han tomado las riendas de sus propios destinos, sin las ataduras ni las dependencias del pasado. El ejercicio de la soberanía sobre sus propios recursos les garantiza un presente esperanzador y les augura un futuro muy prometedor.

Lo triste de una situación tan halagüeña para una gran cantidad de países del mundo es lo que sigue a continuación. Si nos detenemos a contemplar este cuadro con cierta atención descubriremos hasta que punto la situación se está haciendo cada vez más insostenible. La avidez de recursos en el mundo crece paralelamente al pujante desarrollo económico de todos los países. Aquellos que tradicionalmente los explotaron sin tapujos ni medida en provecho propio, los occidentales, se ven progresivamente impedidos para acceder a ellos. De ahí los desesperados intentos por recuperar el control, recuperarlo aunque sea yendo en contra de la marcada tendencia histórica hacia la coexistencia pacífica. Así se explican el cinismo y la hipocresía con la que Occidente pretende justificar sus acciones internacionales. El problema, como vemos que ocurre en Siria, es que las nuevas potencias están cada vez menos dispuestas a ceder ante las presiones. Hay, como hemos razonado, una voluntad universal de hacer valer el derecho internacional, de que se respete el derecho a la no ingerencia y a la soberanía de los Estados sobre sus territorios y sus recursos.

La violencia de las acciones militares en realidad no tiene límites. Acotar la escalada de la destrucción una vez se inicia la reacción violenta equivale al intento de ‘ponerle puertas al campo’, como sobradamente demuestran las experiencias de Irak y Afganistán. El problema con Siria consiste en que la situación es mucho más explosiva. El número y complejidad de los actores sobre el terreno configuran un escenario de pesadilla para el caso de que el delicado equilibrio en la región se vea bruscamente alterado. Las amenazas de Al Asad de incendiar la zona son totalmente ciertas y en alguna medida justificadas.

Desde hace ya un tiempo sabemos que las zonas más sensibles del planeta son Oriente Medio y la Península de Corea. Son muchos los analistas y estudiosos de las relaciones internacionales que han apuntado a esas regiones como los detonantes de una posible tercera guerra mundial. Curiosamente, estos son los dos escenarios donde últimamente se han producido las mayores tensiones entre lo que conocemos como Occidente y lo que convencionalmente podríamos llamar Oriente. Semejante denominación tan solo supone una vaga referencia a ciertos países -Rusia, China y sus aliados- con el poder político y militar necesario para hacer valer sus intereses ante los demás igual que lo hacen EE. UU. y los suyos. La diferencia estriba en que EE. UU. ejerce ese poder en el mundo mediante una red de más de mil bases militares en suelo extranjero, además de una poderosa flota de navíos de guerra y portaviones desplegada en todos los océanos, desde los cuales coacciona a los gobiernos de la zona. En realidad los EE. UU. son los verdaderos vulneradores del Derecho Internacional con esa ocupación militar de los territorios y las aguas territoriales de otros Estados, aunque lo hagan con el consentimiento de sus gobiernos. China y Rusia se limitan a ejercer su coacción militar dentro o en las proximidades de sus fronteras.

El problema consiste en determinar hasta que punto estas fricciones entre potencias pueden resultar más o menos amenazantes para la paz mundial.

El incidente de febrero entre las dos Coreas se debió, en teoría, a la prueba nuclear realizada entonces por Corea del Norte. A esta supuesta acción siguió la reacción de llevar a cabo unas maniobras militares conjuntas entre Corea del Sur y EE. UU. que incluyeron la presencia de bombarderos indetectables, con una seria amenaza de convertirlas en una ofensiva militar en toda regla. Detrás de Corea del Norte siempre estuvo el apoyo de su aliado regional, China, y también el de la diplomacia rusa.

Ahora, el enfrentamiento se produce a raíz del intento de Estados Unidos y sus aliados en la zona de Oriente Medio, de Israel, Arabia Saudí y de los Emiratos, por derrocar al gobierno de Al Asad mediante el envío de mercenarios financiados por los Emiratos y Arabia Saudí, y armados y entrenados por la CIA. El fracaso de esta operación después de dos años desde su inicio es lo que ha llevado a la supuesta fabricación de un motivo que sirva como pretexto para atacar directamente a Siria.

¿Hasta donde están Rusia y China dispuestas a consentir la coacción y la extorsión directa a sus aliados en el mundo? Visto así, pareciera que estuviéramos jugando con fuego y que nos podríamos quemar. La semejanza con la situación vivida durante la Guerra Fría es tan pasmosa como alarmante, pero con los agravantes de la aparente coincidencia de las estrategias geopolíticas entre las pujantes Rusia y China y con una lacerante crisis de la economía occidental. Unos motivos muy serios para prevenir posibles provocaciones con potencial destructivo para todo el planeta. Después de todo, como demuestra la historia sobradamente, nunca se sabe a ciencia cierta hacia donde pueden derivar las acciones militares ¿Qué ocurrirá cuando se intente atacar a Irán por su más que previsible implicación a favor del actual gobierno Siro y contra Israel? Hablamos del principal proveedor de petróleo a China.

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