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Entrevista a Juan Carlos Pueo sobre "Los usos de la palabra. El pensamiento literario de José María Valverde" (IV)

«Rilke fue una lectura constante, un ejemplo de cómo se puede hacer poesía de la máxima calidad sin subordinarla al Yo del poeta.»

Fuentes: Rebelión

Profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza, Juan Carlos Pueo ha publicado en diversos revistas y libros colectivos artículos de teoría y crítica literaria, algunos de ellos en torno a las relaciones entre literatura y otras artes como el cine o la música. Es autor de Ridens et […]

Profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza, Juan Carlos Pueo ha publicado en diversos revistas y libros colectivos artículos de teoría y crítica literaria, algunos de ellos en torno a las relaciones entre literatura y otras artes como el cine o la música. Es autor de Ridens et Ridiculus. Vincenzo Maggi y la teoría humanista de la risa (Zaragoza, Trópica, 2001) y Los reflejos en juego: una teoría de la parodia (Valencia, Tirant lo Blanch, 2002).

***

Vuelvo de nuevo, a mi carga pacífico-valverdiana. Me centro esta vez en el capítulo V de su ensayo: «Nos/Otros». Cuando habla de la atención a lo concreto en la poesía del siglo XX que observó Valverde, ¿qué quiere señalar exactamente? ¿No es esa una característica de la poesía de todos los tiempos, del siglo XX y de cualquier otra época?

La poesía corre siempre el peligro de presentarse como una forma de discurso sublime, idealizando de esta manera todo lo que toca. Ya Aristóteles había dicho que la poesía debe imitar las cosas no como son en realidad, sino como deben ser. El Romanticismo, por su parte, llevó la poesía al terreno de la máxima subjetividad. La reacción de los poetas posteriores consistió en ver al lenguaje como algo concreto, algo que puede escapar de la abstracción al concentrarse en su propia materialidad.

¿Por qué pensaba Valverde que el lenguaje era no sólo algo ajeno sino algo que enajena o puede enajenar? ¿Formaba parte de esa conciencia lingüística a la que hemos hecho referencia?

En efecto. Hay que tener en cuenta que el lenguaje es algo otorgado, algo que se nos da desde fuera conforme vamos aprendiendo a hablar. Si el pensamiento está vinculado a ese lenguaje que no es totalmente nuestro, no podemos pretender que la libertad o la autonomía de la conciencia sean plenas.

De igual modo: ¿por qué la percepción del lenguaje como límite alcanza proporciones trágicas cuando el escritor toma consciencia de ello? ¿Por qué trágicas? ¿Qué hay que no sea limitado en la vida de los seres humanos? ¿No es el lenguaje un instrumento de liberación, no de duelo o tragedia?

El lenguaje se puede ver como algo trágico por la misma razón que comentaba arriba. El hombre sueña con aprehender y dominar el mundo desde su propia actividad raciocinante, y esto puede verse como una forma moderna de hybris. La conciencia lingüística frena de golpe esas aspiraciones, porque el lenguaje es la barrera que no se puede traspasar, y de ahí el destino trágico del ser humano, representado literariamente en el personaje de lord Chandos.

No le he preguntado hasta ahora por Kraus. Un olvido imperdonable. ¿Por qué Valverde estuvo tan interesado por su obra? Como sabe, también lo estuvo su discípulo y amigo, Francisco Fernández Buey. Escribió sobre él en numerosas ocasiones.

Karl Kraus es la conciencia lingüística llevada al terreno de la ética y la política: una constante vigilancia de hasta dónde pueden llegar los usos perversos del lenguaje, y una voluntad no menos constante de denunciarlos. Lo cual implica además la necesidad de vigilar constantemente el lenguaje propio, porque es muy fácil caer en sus trampas. Al igual que en los casos de Machado o Brecht, Kraus supone una alianza estrecha entre escritura y ética.

Le pido un breve comentario de texto. El paso es suyo: «El uso individual de una lengua específica afluye en el uso común de todo un pueblo y, apuntando un poco más lejos, de toda la humanidad». ¿De toda la humanidad? ¿Y Babel?

Los hombres se reconocen en el uso del lenguaje: primero, en el ámbito de la familia, ya que los niños aprenden el lenguaje de los padres, hermanos, abuelos, etc.; luego, en el ámbito de la sociedad, que es también una comunidad de hablantes.

Aquí estamos en el nivel de las distintas lenguas, que dan lugar a distintas comunidades. Hace falta un mayor nivel de abstracción para entender que las lenguas remiten a algo común a todo ser humano: su capacidad de emplear el lenguaje, de hablar. Eso es lo que lleva a imaginar mitos adánicos como el lenguaje anterior a Babel o mitos de progreso como el del esperanto, la lengua universal que, supuestamente, unirá a todos los hombres.

¿El lenguaje une o separa a los seres humanos? Parece que nos une pero, en ocasiones, en los nacionalismos de base étnico-lingüística el lenguaje o la lengua parece separarnos. ¿No es el caso?

El lenguaje es el mayor factor de cohesión de una sociedad. Los nacionalismos aparecieron en el momento en que el latín dejó de verse como la lengua de cultura común de los europeos, propiciando la diferenciación de cada nación hasta el punto de concluir que la lengua es la expresión del espíritu nacional. El nacionalismo se basa en un sentimiento de pertenencia a una comunidad que se define por oposición a las demás comunidades: nosotros frente a ellos. En este escenario, la lengua de la comunidad es el «hecho diferencial» de mayor calibre.

¿Por qué, como usted indica, el Yo lingüístico es tan difícil de delimitar? ¿Por qué no es tan homogéneo?

Porque el lenguaje no es propiedad de un solo individuo, es propiedad de la comunidad de hablantes en la que el Yo se halla integrado desde niño. La idiosincrasia del individuo -lo que los románticos llamaban el genio- se ve constreñida a expresarse mediante un lenguaje que, como ya se ha apuntado, se percibe como algo enajenante.

¿Quién fue Rilke para Valverde?

Rilke fue una lectura constante, un modelo de poesía atenta a lo objetivo, no tanto en las Elegías de Duino como en las Nuevas poesías. Fue un ejemplo de cómo se puede hacer poesía de la máxima calidad sin subordinarla al Yo del poeta, a su subjetividad.

Ya hemos hablado de Machado-Valverde pero permítame alguna pregunta más: ¿por qué Valverde apenas atendió al noventayochismo del autor del Juan de Mairena? ¿Por qué era tan secundario para él?

La obra de Machado admite diferentes perspectivas y acercamientos. A Valverde le interesaba lo que Machado había aportado a la poesía como lenguaje de encuentro entre el Yo y el Otro. El Machado a caballo entre el Modernismo y el 98 le parecía menos interesante, aunque también estuviera ahí. Tampoco apreciaba la mitificación a que se le había sometido a raíz de su muerte en el destierro. Le parecía que para apreciar su revolucionario pensamiento lo que había que hacer era leerlo, adoptarlo como modelo y como referencia, y no quedarse sólo en una peregrinación a Colliure.

¿Qué papel juega la ironía en la obra de Valverde? En clase nos solía contar chistes, buenos chistes, y se le veía en aquellos momentos más feliz que un niño feliz.

Valverde se definía a sí mismo como un profesor irónico. La conciencia lingüística tiene también algo de irónica, desde el momento en que hay una distancia hacia el lenguaje que afecta a nuestra propia forma de hablar y de pensar. Por otra parte, tenía un gran sentido del humor, y eso se reflejaba en sus escritos y, según he sabido, en su conversación.

Para Valverde, ¿qué era esencialmente Machado? ¿Poeta o pensador? ¿Qué fue más importante en su obra: el Juan de Mairena o los «Proverbios y cantares» (si hubiese verdadera disyunción entre ambos)?

Es una buena pregunta. Yo me inclinaría a decir que, para Valverde, Machado fue sobre todo un poeta. Por supuesto, un poeta del pensamiento, o un poeta-pensador, pero eso es secundario, porque el poeta puede llevar a su terreno todos los temas, las perspectivas, los enfoques, etc. Ahora bien, Valverde también admiraba al Machado de Juan de Mairena, le parecía uno de los mejores prosistas de la literatura española, si no el mejor.

¿Qué era para Valverde el «instinto de conversación»? ¿A qué se estaba refiriendo con ello?

En realidad, no es más que una broma, una paronomasia que alude al «instinto de conservación» innato en todo ser vivo, pero que a Valverde le sirve para explicar el hecho de que no podemos huir del lenguaje, sea porque tendemos a interactuar con otras personas, sea porque el pensamiento toma forma de monólogo que, en definitiva, no es sino diálogo con uno mismo: «Converso con el hombre que siempre va conmigo…», etc.

El otro en Valverde: ¿qué significaba para él la aceptación del Otro como interlocutor? ¿Qué concedemos al Otro con eso?

Al denominar «bárbaros» a los extranjeros, ridiculizando su lengua (bar-bar-bar-bar-bar), los griegos los situaban en un plano inferior. Esta forma de pensar era la que hacía que los pueblos antiguos se sintieran con derecho a matar y a esclavizar a todos los que no hablaban como ellos.

Ciertamente, la Humanidad ha mejorado mucho desde entonces. No obstante, todavía hay quien pretende silenciar al que se sale del discurso oficial, al disidente. Reconocer en el Otro a un interlocutor supone reconocer su libertad y su autonomía como ser humano. Algo que no todo el mundo está dispuesto a aceptar, porque desde la religión, la política o la economía lo que interesa muchas veces es que la gente se limite a escuchar, a obedecer y a repetir las consignas sin rechistar. El autoritarismo siempre tiene un «¡No me repliques!» a punto.

¿Qué opinión tenía Valverde de Unamuno? Como poeta, como novelista, como pensador, como ciudadano…

Como pensador no le interesaba demasiado, le parecía que tenía un estilo «vociferante», muy apegado a su Yo, casi narcisista. Su poesía, en cambio, era otra cosa: la necesidad de atenerse a un ritmo establecido de antemano le servía para refrenar esa tendencia a hablar de sí mismo, a desbordarse opinando sobre todas las cosas. Con sus novelas ocurría lo mismo, había un distanciamiento irónico propiciado por entrar en mundos de ficción, en los que se tomaba en broma hasta a sí mismo -como ocurre en Niebla, al enfrentarse con Augusto Pérez en su condición de autor de la novela-.

Habla usted de la exclusión de dos poemas en sus Poesías reunidas: «El conquistador» y «El tiro en la nuca». Eran tibios, señala, en su postura respecto a la guerra y respecto a la conquista de América. ¿Valverde fue un pacifista? ¿No valoró la revolución sandinista que no pudo ser pacífica? ¿Todo fue tragedia en la conquista americana?

No fueron los únicos que Valverde suprimió al compilar sus poemas. Sin embargo, me parecieron interesantes por lo que implicaban respecto a la evolución ideológica de Valverde, que en 1960 todavía aceptaba el relato oficial de la conquista de América como un esfuerzo civilizatorio -algo que, por lo demás, no puede negarse-, sin tener en cuenta todo lo que había habido en ello de expolio, aunque no tardaría en cambiar de opinión.

En cuanto a «El tiro en la nuca», se trata de un soneto muy personal, en torno a algo que ocurrió durante la Guerra Civil, cuando Valverde tenía sólo diez años, y los niños encontraban en los descampados los cadáveres de hombres y mujeres fusilados en aquella orgía de sangre. Los detalles no están claros, pero en otro poema se refiere a «el cadáver que sigue creciéndome en la espalda, / más mío cada vez, como muerto a mis manos», lo que indica que se trataba de un recuerdo angustioso, nada fácil de soportar.

No puedo pronunciarme acerca del pacifismo de Valverde, aunque estoy seguro de que las guerras no le parecían la mejor solución. Con todo, su apoyo a las causas de Cuba y Nicaragua indica que la revolución le parecía necesaria, aunque sólo fuera por poder contemplar, por fin, «la cara de los pobres / con fulgor de esperanza, en lucha tras las muertes».

Le pregunto la próxima semana y le dejo tranquilo. No me atrevo a molestarle más.

Como quiera, de acuerdo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.