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En homenaje a Rius

Rius, la pedagogía de la imagen

Fuentes: La Jornada

El 8 de agosto pasado falleció uno de los máximos exponentes de la caricatura mexicana, maestro informal de muchos mexicanos y formador de conciencias, el caricaturista y escritor Eduardo del Río, Rius.

Rius: educador y crítico
por Elena Poniatowska
(artículo publicado originalmente en 2016)

El miércoles 7 de diciembre a las cinco de la tarde, en el Museo del Estanquillo de Carlos Monsiváis, convocados por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y una de sus grandes promotoras, María Cortina, se le rendirá homenaje al caricaturista Eduardo del Río, Rius, quien ha guardado siempre un bajo perfil a lo largo de su carrera y ha sido todo, menos avorazado. Al contrario, Rius es posiblemente el hombre más generoso de la tierra. Rius, Eduardo del Río, siempre ha guardado un perfil bajo. A lo largo de los años le han pagado una miseria, pero como casi no come, dice que no le importa. Así como lo ven ustedes de flaquito, ha sido capaz de descontar de un solo upper cut a Vicente Fox Quesada y de tirar en la lona por knock out al innombrable. A diferencia de muchos intelectuales que se creen la divina garza, no es una vedette ni tiene un ego del tamaño del mundo. Será porque durante siete años lo aleccionaron los salesianos. Iba a ser sacerdote, pero terminó en Gayosso como gerente de comunicaciones, o sea telefonista, y en su tiempo muerto, que era mucho (porque entonces no había tantos muertos), hacía dibujos que paliaran la grisura funeraria de los ataúdes de metal.

Caricatura de Rius.

En 1954 entró a la revista Ja-Já,pero fueron Los Supermachos y luego Los Agachados (que aparecieron a finales de los años 60) las publicaciones que lo convirtieron en el Rius que todos conocemos. Autor de más de 120 libros, es nuestro Piaget, nuestro Freinet, nuestro Ivan Illich (quien fue su vecino en Cuernavaca), nuestro Montaigne y nuestro Federico Froebel. Rius es, sin proponérselo, uno de los grandes educadores que ha dado México en el siglo XX, además de su crítico más lúcido.

Durante años tuve sobre mi Olivetti una calcomanía de Los Supermachospara que me trajera suerte, así es que pensé en Rius mañana tarde y noche. «¡Ah, trae usted a Los supermachos«, me decían los aduaneros hasta en Estados Unidos, porque de esa historieta se vendían 250 mil ejemplares semanales y atravesaban la frontera.

Rius es uno de los santos de Rafael Barajas, el Fisgón, quien cree más en él que en la Virgen de Guadalupe. Hernández cuenta que compraba las historietas de Rius cada ocho días y el subcomandante Marcos reveló en una entrevista que Rius había sido su maestro porque «En la provincia, la política llegaba por Rius o no llegaba».

¿Hay caricaturistas de derecha?

Sus libros son mucho más que los de un buen caricaturista de izquierda, pero cabría preguntarse ¿qué caricaturista es de derecha? Rius ha enseñado, informado y politizado a millones de mexicanos.

Después del libro publicado en 1965 Cuba para principiantes, en defensa de la revolución encabezada por Fidel Castro, dejó de proponer la rebelión armada para lograr un cambio. Casi treinta años más tarde, en 1994, autocrítico y honrado a carta cabal, hizo pública su decepción con la revolución cubana en Lástima de Cubay declaró que su Cuba para principiantes era la obra de un novato.

Ferozmente antiestadunidense, nunca visita Estados Unidos por más que lo inviten, para él los banqueros gringos son unos gordos repugnantes y si Nixon fue el monstruo de la Laguna Negra, Trump es el terror en persona. Rius mira espantado el triunfo del republicano y hoy, más que nunca, se enorgullece de ser mexicano y de haber nacido en el bellísimo estado de Michoacán, cuna de don Lázaro Cárdenas del Río.

Marx para principiantes, escrito e ilustrado por Rius.

Todo lo que sé y sabré jamás de marxismo se lo debo al Marx para principiantes de Rius, aunque no sé si todavía siga creyendo en Marx. En su floreada casa de Cuernavaca -entre Micaela, su mujer, y Citlali, su hija- Rius sigue siendo el mismo de Los Supermachos, cada vez más rebelde, más lúcido, más entrañable y más indispensable en el proceso educativo y crítico de los mexicanos.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/12/04/cultura/a04a1cul

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Rius: la pedagogía de la imagen
por Luis Hernández Navarro

Eduardo del Río, Rius, trasladó la vocación educativa del muralismo mexicano a la historieta. Al igual que Diego Rivera, David Alfaro Siquieros, José Clemente Orozco o Juan O’Gorman, el monero michoacano forjó, en sus cartones, revistas, cómics y libros una verdadera pedagogía de la imagen.

La misión que los grandes muralistas se echaron a cuestas a la hora de pintar los muros fue muy parecida a la que cargó Rius sobre sus hombros buena parte de su vida: promover entre las masas populares la toma de conciencia, catalizar el cambio político y social, presentar la historia como resultado de la lucha de clases, inventar un lenguaje plástico directo, forjar una representación de lo popular.

Juan O’Gorman sintetizó esta posición reivindicando su pintura como forma de servir al pueblo, a su enseñanza y formación. Como parte de la memoria de un pueblo. Y Rius la resumió reivindicando la función social de la caricatura como vehículo de concientización. La función de la caricatura -dijo- es la de educar un poco al pueblo, haciéndolo reír si se puede…

Pero el México en que los muralistas produjeron su obra (entre 1951 y 1954) es radicalmente distinto al país en que Rius elaboró la suya. Si los pintores tuvieron en muchos momentos el apoyo del Estado (no siempre) y a sus espaldas un vigoroso movimiento social, en sus inicios el monero trabajó en un entorno en el que la izquierda estaba divorciada de lo popular y en el que incluso fue reprimido por el Estado. Como le dijo Renato Leduc: Joven Rius, en esta profesión o le pagan o le pegan. Él escogió que le pegaran.

Comparar la obra pictórica de los muralistas con Rius no es excesivamente forzado. Según cuenta David Alfaro Siqueiros, ellos tuvieron que dejar en 1925 los muros fijos de los edificios públicos para tomar los muros móviles de las páginas de su periódico: El Machete. Cambiaron una forma de arte público por otra forma diferente. Y Juan O’Gorman reconocía en 1982 que las artes gráficas sustituyeron al muralismo con una inmensa ventaja: podían reproducir millones de copias de un mismo mensaje y llegar a todos.

Por supuesto, hay enormes diferencias entre el lenguaje del muralismo de los grandes maestros y el lenguaje del cómic de Rius, pero ambos alimentaron con claves similares los nuevos lenguajes de la cultura popular. A través de su plástica, elaboraron un relato épico y popular para comprender la historia de México (y de muchas otras partes del mundo). Como señala el mismo Juan O’Gorman: La identificación del espectador con la obra artística se lleva a cabo cuando ésta contiene aquellos elementos propios de la tradición popular que permanecen en el inconsciente colectivo.

Las similitudes temáticas son asombrosas. Diego Rivera y Rius coincidieron en reivindicar la importancia de los maestros de banquillo. Mientras en el retablo de La maestra rural, parte de los murales en la Secretaría de Educación Pública, Rivera representó a la docente con la forma de una mensajera del espíritu que lleva al campo, con su resplandeciente libro, el nuevo Evangelio laico de la educación, el michoacano buscó convencer a sus lectores de que debemos recuperar a los maestros, el único factor de cohesión social y de cambio en el país.

Podría parecer abusivo comparar los trazos magistrales, el manejo del color y la perspectiva de los grandes muralistas con los dibujos aparentemente elementales de Rius,influido por Saul Steinberg y Abel Quezada. Por principio de cuentas porque lo del monero es simultáneamente imagen y texto. Y, después de todo, él mismo reconoció, en un exceso de modestia, que no sabía dibujar. Sin embargo, a pesar de ello, recogió, con enorme eficacia, los rasgos esenciales de la tradición popular presentes en el imaginario social, actualizándolos.

Al hacer un balance de su obra, Rius reconoció la potencia de su trazo. «En estos 50 años -explicó- he caído en cuenta de que, para hacer una buena caricatura, el dibujo puede pasar a segundo plano. Que se puede hacer un cartón político efectivo y crítico, con el mínimo de líneas y monos mal hechos. Y que también se puede lograr el mismo efecto, ejecutándolo magistralmente con todas las de la ley».

Rius fue, en el sentido gramsciano del término, un filósofo. La labor del filósofo -decía el autor de los Cuadernos de la cárcel– no consiste solamente en hacer descubrimientos particulares, sino también, en difundir críticamente la verdad descubierta, socializarla… convertirla en fundamento de acción vital, en elemento de coordinación y de condición intelectual y moral. Rius lo hizo en tres grandes ejes: el marxismo y las revoluciones populares, el ateísmo y el vegetarianismo. Aunque no tuvo formación académica (o precisamente por ello) supo dialogar con la gente. Se movía en el sentido común como pez en el agua. Más aún, sus caricaturas expresaban ese sentido común y la pretensión de transformarlo en un buen sentido proletario.

En una época en que la izquierda radical había perdido sus lazos con el sujeto social que decía representar, Rius llevó a los sectores populares (incluidos algunos que vivían en los enclaves más reaccionarios del país) herramientas teóricas emancipadoras y un análisis de la coyuntura inexistente en la gran prensa.

Con una enorme eficacia, construyó una representación crítica de la situación política de los subalternos (de allí el título de sus dos historietas: Los Agachados y Los Supermachos), del autoritarismo del PRI y del caciquismo. Aunque su labor como divulgador comenzó desde antes, puso a dialogar con el pueblo el auge del marxismo. Tanto así, que la identidad de la izquierda mexicana pasa por el espejo de Rius.

Por supuesto, en la combinación de su misión a un tiempo concientizadora y de divulgación, Rius cometió simplificaciones, excesos y errores. A pesar de ello, fue un enorme educador popular, que alfabetizó políticamente a una generación convencida de la necesidad del cambio. El intelectual cubano Omar González resumió a este gigante en unos cuantos caracteres: «Cuando Rius me dio la mano, me estremecí. Grande en la obra e intenso y cercano en los gestos. Cierto que se aprendía. Que vaya en paz». Su pedagogía de la imagen queda entre nosotros.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2017/08/15/opinion/017a2pol?partner=rss