(De Beethoven a Stockhausen) Una fecha especial para los anales de la historia del rock, en lo que se refiere a esa necesidad de reconocimiento cultural, en parte mitigado por la actitud y declaraciones de intelectuales que nombré en el artículo precedente, fue el 24 de septiembre de 1969, en el majestuoso marco del Royal […]
(De Beethoven a Stockhausen)
Una fecha especial para los anales de la historia del rock, en lo que se refiere a esa necesidad de reconocimiento cultural, en parte mitigado por la actitud y declaraciones de intelectuales que nombré en el artículo precedente, fue el 24 de septiembre de 1969, en el majestuoso marco del Royal Albert Hall, con el todo Londres como testigo excepcional del primer matrimonio entre un conjunto de rock, Deep Purple*, y una orquesta sinfónica con su director al frente (en este caso, la Royal Philarmonic), conducida por Sir Malcolm Arnold. Se trataba de El Concierto para Grupo y Orquesta, obra de Jon Lord, pieza fundamental del grupo, que fue registrado con una de las primeras unidades de grabación discográfica de 8/16 pistas, en el que no solo participaron los músicos citados, sino toda una pléyade de ingenieros de sonido, técnicos y demás personas imprescindible para la consecución de aquella polémica hazaña.
La repercusión cultural que produjo el concierto de Deep Purple, salpicado de críticas mordaces en las que algunos críticos mostraron su escepticismo y desprecio por aquel coito armónico, aunque acompañado de las correspondientes alabanzas y elogios por el coraje y heterodoxia demostradas, supuso un nuevo hito en la música popular. El rock no salió indemne. Los talibanes de la cultura vociferaban ante el altar, supuestamente mancillado por tal experimento, mientras en las emisoras de radio y televisión no se hicieron esperar las duras polémicas que generó el disco.
Esta válvula de escape a las exigencias intelectuales de algunos músicos, había logrado que meses antes de esa fecha se comenzara a hablar del rock progresivo, del que el sinfónico aparecía como un brazo algo pretencioso, aunque bien dotado, sin duda influido por los álbumes llamados conceptuales (sobre todo el Sgt. Peppers de los Beatles, seguido del titulado Dias del Futuro Pasado de los Moody Blues), en los que la utilización de nuevos instrumentos como el Mellotron, más los efectos de sonido que permitía la tecnología más moderna, se convirtió en una obsesión: hacer del rock una pujante y novedosa música clásica.
Deep Purple había querido demostrar que los autores de la llamada música culta, de haber nacido en la década 1960-1970, hubieran utilizado en sus obras algunos de los instrumentos habituales en ellos. No iban descaminados en la apreciación, mas ignoraban que autores como Luciano Berio, Luigi Nono, Karlheniz Stockhausen o Arnold Schomberg, ya habían comenzado a ser motivo de investigación por parte de los rockeros más exigentes.
Lo contrario no era tan habitual. Hubieron de transcurrir más de 30 años para que compositores, directores de orquesta, tenores, instrumentistas y otros profesionales dedicados a la llamada música culta, se rindieran al éxito y calidad de algunas de las propuestas procedentes de ese manglar sonoro llamado rock. Pink Floyd supuso una de las realidades más sólidas de aquellos años, erigiéndose en la actualidad, tras más de 40 años de actividad, en el paradigma del rock progresivo.
Fue una época caótica, convulsiva, en la que las Gimnopedias de Erik Satie se vistieron con el sonido de Blood, Sweat and Tears, cuando Emerson, Lake & Palmer (que habían comenzado como The Nice, haciendo añicos la Suite Karelia de Sibelius) rendían tributo a los Cuadros de una Exposición de Mussorgsky; la época en la que Yes jugaba con el tercer movimiento de la 4ª Sinfonía de Brahms o Manfred Mann se sumaba al carro de las adaptaciones (violaciones sonoras, en muchos casos) entre las que se metía mano alegremente a Júpiter (Los Planetas, del británico Gustav Holst), con menor fortuna y capacidad analítica que Frank Zappa había mostrado años antes en el disco Invocation & Ritual Dance*, o los miembros de King Crimson invadiendo Marte, perteneciente a la misma suite del mencionado autor.
«Tremenda etapa, brother», como afirmaba mi admirado amigo y pianista cubano Chucho Valdés, (recientemente galardonado con otro premio Grammy), al comentar aquellas producciones con clásico incorporado, a las que su grupo Irakere no fue ajeno, dado que el pianista había adaptado desde 1973 páginas de autores como Mozart o Juan Sebastián Bach, confiriendo a aquella música el colorido y atmósfera caribeños, que aún sorprende a quien lo degusta hoy.*
Volviendo a la escena anglosajona, el efecto contrario a aquella necesidad de reconocimiento no se hizo esperar. Las clases populares que malvivían en áreas deprimidas económicamente, ciudades, zonas y barrios marginales, reaccionaron contra ese pretendido endiosamiento de sus líderes musicales. Respirando el aire viciado de zonas situadas al lado mismo de toneladas de basura, sufriendo las lacras del paro y la violencia policial, no era concebible el éxtasis ante las obras de Yes o Flock, ni se podía imaginar una audiencia silenciosa y atenta, mientras en escena o en la radio sonaran temas de Soft Machine o King Crimsom.
Las fuerzas del trabajo y la cultura han ido reclamando parecidas reivindicaciones, pero a la hora del entretenimiento el proletariado prefería caminar por senderos más aferrados a la música que reflejase optimismo, sabiamente combinado con dosis de protesta, rabia y esperanza. Tal vez por ello, mientras el rock sinfónico, el jazz rock o el free jazz hayan sido ignorados de forma sistemática en la mayor parte de los medios de difusión, aunque mantengan un público fiel, el rythm and blues en todas sus vertientes, los cantautores (Paxton, Baez, Mitchell, Cohen, Seeger) el pop-rock contundente, y sobre todo el heavy y en hard rock, eran los platos más degustados en aquella década.
En una entrevista para la ORTF (Canal público francés), Leo Ferré, un músico completo (director de orquesta, además de poeta y cantante) declaró, hablando de las diferencias y nexos entre canción de autor, pop, rock y ese nuevo camino del llamado sinfónico: «La burguesía se entretiene en privado con música torpe, simple y lasciva, mientras que en público celebra las obras de esas bandas que retuercen las obras clásicas, los poemas que yo mismo adapto, las canciones de Brassens, la ópera o el jazz«.
Con el punk, explota la generación del No future (no hay futuro)
El rock, ya instalado en los cinco continentes una través de sus mil caras y formas, se convirtió, a partir de mediados de los setenta, y salvo excepciones que señalaré más adelante, en un artículo de consumo inocente, un simple divertimento para los ciudadanos de cualquier extracción social. Pero el alma del rock, que escandalizara en tiempos de Presley, Beatles y Rolling, regresó con ropajes diferentes en 1976, haciendo temblar a la Corona británica tras el estallido del punk, del que Sex Pistols o Clash fueron los mayores exponentes.
La entrevista que hice en 1978 a los primeros, para el espacio Popgrama, de la 2ª Cadena de TVE, junto a Diego A.Manrique, en un Londres vibrante y bullicioso como jamás vi en años anteriores, me demostró que el laborista James Callagham no había sido tan perspicaz como su correligionario Harold Wilson, a la hora de apoyar la música de las jóvenes generaciones. No hay duda de que este último supo aprovechar la explosión Beatle como ningún otro político europeo hubiera hecho.
El labour party de Callagham sufrió una espectacular derrota ante una mujer llamada Margaret Thatcher (admiradora de Augusto Pinochet), escorada a la extrema derecha, quien tomó las medidas oportunas para destrozar los sueños del punk, en tanto la BBC rendía tributo a las bandas y solistas del glam rock, del que T.Tex, David Bowie, Mott The Hopple y Roxy Music fueron las estrellas más programadas. Sin embargo, no se produjo un enfrentamiento del calado y violencia como en Brigton (mods contra rockers); los fans de uno y otro estilos supieron convivir casi alegremente. En las tiendas especializadas era habitutla que un cliente saliera con un álbum de Ramones en la mano, y en la otra uno de Cockney Rebel.
A esas alturas de la película, como suele decirse, cuando Elvis (muerto en 1975) no era ya sino un símbolo más de la mediocridad y el fracaso, de la burguesía más despreciable, nadie había osado atacar al sistema capitalista de forma tan directa como Syd Vicious y Johnny Rotten, fundamentalmente, haciendo escarnio de la propia reina Isabel II y el himno nacional británico. El tema God Save The Queen se convertiría en leiv motiv de una generación formada en el más puro anarquismo hispánico, lo que motivó que toda una generación se vistiera con ropajes que parecían salidos de un muladar, en tanto los cabellos adoptaban peinados estrambóticos para la época, de un colorido imponente, mientras lóbulos, labios, mofletes, cejas y narices eran centros donde colocar alfileres, agujas, anillas y toda clase de parafernalia corsaria.
La pequeña tienda Seditionaires servía de nave donde las gentes del punk vestían a su gusto, en la que Vivienne Westwood, dueña del recoleto tugurio, había decorado las paredes no sólo con las camisetas de los Pistols, sino con fotografías de algunas de las figuras más carismáticas del anarquismo ibérico, como Buenaventura Durruti y Federica Montseny.
Decenas de bandas, eran escupidas alegremente en el escenario por sus fans, como revulsivo al aplauso (burgués y adocenado), recorriendo Europa (en los USA fueron detenidos y multados sendos grupos británicos por escándalo y alteración del orden público), entre la impotencia de la Policía, la sonrisa de los especuladores y managers, la desbordante locura de las nuevas generaciones, la desconfianza de la izquierda política (más cercana al heavy y al hard rock) y la condena sin paliativos de la derecha. Frank Zappa comentó: «Cuanta energía derrochada. Morirán muy jóvenes todos».
El punk demostró que aún existían razones para que el fenómeno musical no fuera tomado como simple entretenimiento, donde los jóvenes más radicales descargan adrenalina, como una diversión para adolescentes al estilo del fútbol, sino que contenía enormes dosis de nihilismo, de protesta social, de ruptura generacional que aún no han desaparecido.
Notas
1.- El mellotron fue patentado en Estados Unidos en la década de 1950 por Harry Chamberlin, ingeniero electrónico y gran aficionado a la música culta, quien se propuso como objetivo crear un instrumento hogareño que pudiera replicar los sonidos de una orquesta para cantar en reuniones familiares. Su primer instrumento se llamó Chamberlin, pero el sonido que producía no era el esperado. Con el tiempo, la familia entera participó en este proyecto del que surgieron otro tipo de inventos que años más tarde derivarían en las baterías electrónicas.
2.- Irakere no es un grupo de jazz latino, sino un grupo de músicos. Tenemos una variedad de elementos que permiten descubrir en nuestro repertorio, al lado de una Misa Negra, un adagio sobre un tema de Mozart o de Bach, dos cosas distintas, pero que, sin embargo, están dentro de un mismo estilo, dentro de un sello muy personal como es el de este conjunto cubano.. Porque hacen todo lo que tu quieras y se te ocurra dentro de lo que es la música, alternando un clásico como Mozart con una historia yoruba de una misa espiritual; pasando de un «Juana 1600″, sobre la llegada de los africanos a Cuba, a un canto ñáñigo, una contradanza, una salsa, géneros distintos que no tienen relación pero que se entrelazan cuando los oyes interpretados por Irakere. (Comentario en la Revista 91.9. No. 9, Febrero-Marzo 1996, Bogotá, Colombia.)