El doctor Fernando Báez, bibliotecólogo, poeta, ensayista y novelista venezolano, convocó a romper la conjura de silencio del gobierno de Estados Unidos para impedir que se sepa la devastación del patrimonio cultural que produjo y aún sufre Iraq como consecuencia de la invasión que Washington lideró. En un encuentro con la Presidencia de la Unión […]
El doctor Fernando Báez, bibliotecólogo, poeta, ensayista y novelista venezolano, convocó a romper la conjura de silencio del gobierno de Estados Unidos para impedir que se sepa la devastación del patrimonio cultural que produjo y aún sufre Iraq como consecuencia de la invasión que Washington lideró.
En un encuentro con la Presidencia de la Unión de Periodistas de Cuba, el investigador y consultor de la UNESCO significó que el esquema de Guerra de Cuarta Generación que hoy se lleva a cabo en Iraq y Afganistán, para demoler la memoria, la identidad y la cultura de esos pueblos, también amenaza con ser aplicado contra Venezuela y Cuba.
El asesinato de mil intelectuales iraquíes, la eliminación de testigos que apoyaron la documentación del vandalismo desatado por las tropas de ocupación de ese país y la denuncia que recoge en su más reciente libro La destrucción cultural de Iraq, con prólogo de Noam Chomsky, fueron algunos de los asuntos tratados por Báez.
Durante su estancia en Cuba, el intelectual venezolano sostendrá un encuentro con alumnos del diplomado que se realiza en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, de la UPEC.
Por la importancia de sus consideraciones, ofrecemos a continuación la entrevista que le realizara Susana Reinoso para el diario argentino La Nación.
ES IMPOSIBLE EL EJERCICIO DE LA DEMOCRACIA CON ANALFABETISMO Y DESINFORMACIÓN
Autoridad mundial en el campo de la historia de las bibliotecas e integrante de las comisiones que investigaron el saqueo cultural en Iraq, dice que el ataque contra el Patrimonio Cultural enfrenta a una sociedad con su orfandad más contundente.
«Es un error frecuente atribuir las destrucciones de libros a hombres ignorantes, inconscientes de su odio. Cuanto más culto es un pueblo o un hombre, más dispuesto está a eliminar libros bajo la presión de mitos apocalípticos. Sobran los ejemplos de filósofos, eruditos y escritores que reivindican la biblioclastia. Descartes pidió a sus lectores que quemaran los libros antiguos. Nabokov quemó El Quijote en el Memorial Hall, ante más de 600 alumnos. En esa historia de destrucción de libros un 60 por ciento desaparece por destrucción voluntaria».
El experto en bibliotecas y consultor de la UNESCO, Fernando Báez -autor de la reflexión que antecede-, ha escrito un libro fundamental para comprender este tema, la Historia universal de la destrucción de los libros (Sudamericana-Mondadori), que acaba de salir en Buenos Aires.
En la cultura de la destrucción nada queda librado al azar, sostiene Báez. En ese escenario se queman libros, se saquean piezas de arte, se arrasa el patrimonio cultural de una sociedad con fines medulosamente planificados.
Báez subraya, durante un extenso diálogo con LA NACIÓN, mantenida por correo electrónico y por teléfono, que «para la sociedad civil supone un trauma terrible la destrucción de sus bibliotecas. El primer efecto evidente es el miedo. El segundo, el pesimismo que introduce. La destrucción de libros opera como un programa de intimidación y confusión».
El ensayista venezolano habló sobre el impacto que produce en una sociedad la devastación de su patrimonio cultural. Y dio su punto de vista sobre el saqueo artístico y bibliotecario en Iraq, así como del estado de la cultura en América Latina.
-¿Qué ocurre con la identidad de un país, como Iraq, cuya memoria resulta destruida deliberadamente en una guerra?
-La identidad del pueblo iraquí ha sido mutilada y resquebrajada de forma deliberada. Estoy convencido de que el gobierno de Bush planificó esa catástrofe cultural para transculturizar la nación entera. Bush insiste en que su objetivo fue llevar la libertad a Iraq, pero yo he visto lo que ocurrió en ese país. ¿Cómo puede hablarse de futuro, si el pasado ha sido arrasado? Basta decir que, durante el saqueo del Museo Arqueológico de Bagdad, en 2003, se perdieron 15 000 objetos que siguen desaparecidos. Se quemaron aproximadamente 1.000.000 de libros y 10.000.000 de documentos en la Biblioteca Nacional. Como si fuera poco, sobrevino el pillaje de los asentamientos arqueológicos, lo que se mantiene todavía. Más de 150.000 objetos se sustrajeron de los asentamientos sólo en 2004. Lo peor es que en este robo participan soldados norteamericanos, británicos e italianos. Y los polacos acaban de devastar las ruinas de Babilonia. Ha sido una catástrofe terrible.
-¿Cómo cambia la vida de la sociedad civil en un país cuyas bibliotecas nacionales, que albergan su memoria histórica, son destruidas, como ha ocurrido en Sarajevo y en Bagdad?
-Es un trauma terrible. El primer efecto evidente es el miedo; el segundo, el pesimismo que introduce. La destrucción de libros opera como un programa de intimidación y confusión. Hay que insistir en que el patrimonio cultural impulsa un sentimiento de afirmación y pertenencia, puede afianzar o estimular la conciencia de identidad de los pueblos en su territorio, lo que permite resguardar acciones culturales propicias a la integración. Y como el patrimonio es, etimológicamente, «lo que recuerda al padre», el ataque contra el patrimonio enfrenta a una sociedad con su orfandad más contundente.
-¿Qué lleva a los hombres a destruir libros y archivos?
-No creo que se trate de ignorancia, como suele pensarse. Mi tesis es que destruyen libros los que reconocen la importancia de los libros. Los biblioclastas saben que, sin la destrucción de los libros y documentos, la guerra está incompleta, porque no basta con la muerte física del adversario. También hay que desmoralizarlo. Sin destruir los libros no se termina de ganar la guerra. Y una táctica frecuente consiste en suprimir los principales elementos de identidad cultural, que suelen ser los que más valor proporcionan para asumir la resistencia o la defensa.
-La historia universal, según su obra, está plagada de casos de destrucción de libros. ¿Es el hombre un depredador de la memoria por alguna razón más profunda que la de destruir al otro?
-Confieso que he pasado más de doce años investigando este asunto, y cada vez tengo más preguntas que respuestas. Si hay algo que me llama la atención sobre este fenómeno, es que la relación memoria-pasado-persistencia condujo a que se considerase que la destrucción de la memoria era, sin lugar a dudas, un ritual complejo de regeneración, que se contiene en los mitos del Fénix y en el de Eróstrato: aniquila quien quiere perdurar. Los asesinos de la memoria parecen tener claro que, como lo advierte George Orwell, quien controla el pasado, controla las opciones futuras.
-Sin memoria, la cultura se vuelve superficial y ornamental. ¿Cuál es su lectura de lo que ha pasado en América Latina?
-La memoria es la columna vertebral de la cultura y de la supervivencia. En América latina, el problema central es que el exceso de expolio, destrucción, censura y negligencia cultural ha traído, desde los márgenes de lo racional, el privilegio del fracaso y del olvido como postura. Entre nosotros, el fracaso pareciera determinar el éxito de los proyectos y el olvido es el que determina la paz de nuestras naciones. Cualquier intento de revitalizar la memoria todavía produce la sensación de ser un retorno al pasado. Y si hay algo que teme el latinoamericano es el pasado, porque es demasiado doloroso. Hoy por hoy, la cultura de América latina supone dos mitos que la sostienen: un mito periférico de memorias desechables, como alternativa de construcción social -sustentada por los medios de comunicación que han legitimado la noción de presente continuo-, y un mito híbrido, que intenta preservar la identidad a partir de un imaginario colectivo fundacional.
-En nuestro continente no se destruyen bibliotecas, pero se restringen los recursos. ¿No es ésta una forma de asfixiar la memoria?
-Por supuesto. La negligencia es criminal. Fíjese el absurdo caso de México, donde el gobierno intenta construir una megabiblioteca y las bibliotecas de provincia están abandonadas. Es un hecho que debemos afrontar: cuando una nación no fomenta el desarrollo de sus bibliotecas, no sólo contribuye a fortalecer su atraso y a debilitar su identidad, sino que impide el fortalecimiento de valores de pertenencia.
-En países donde una amplia mayoría de niños no puede comprar libros para acceder al conocimiento, ¿la destrucción de bibliotecas no alimenta un preocupante aumento de ciudadanos no preparados para defender los valores republicanos?
-Esa es la piedra de Sísifo de nuestras democracias. En estos tiempos, la lectura no es un rasgo de mera erudición, sino de ciudadanía activa. Es imposible el ejercicio de la democracia con analfabetismo y desinformación. Sin el derecho a la información, que es un derecho humano, no hay un verdadero proceso democrático. Una biblioteca pública tiene gran importancia, porque puede fomentar la participación comunitaria en debates fundamentales para la transformación política y económica de una nación. Por eso es que el actual descuido en que se encuentran las bibliotecas públicas, las bibliotecas rurales y las bibliotecas populares resulta tan contradictorio y perverso. La verdad es que se ha hecho muy poco desde la «Reunión sobre el Estado Actual y Estrategias de Desarrollo de la Biblioteca Pública en América Latina y El Caribe», que se realizó en 1982.
-¿Y cuál es el mayor riesgo que el patrimonio cultural tiene en los países americanos?
-Uno de los grandes peligros está en el saqueo del patrimonio arqueológico en nuestras naciones. Hay que tener mucho cuidado porque existe un gran tráfico ilícito en México, Ecuador, Perú, y cada día ese tráfico aumenta. Por esa razón el Icomos (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios Histórico-Artísticos) tiene este asunto como un alerta rojo. Además, si uno ve las bibliotecas populares y el estado de negligencia, numerosos libros del siglo XIX corren peligro debido a la falta de presupuesto para crear laboratorios y conservar esos textos. Es posible que, en América latina, los libros del siglo XIX desaparezcan en el siglo XXI.
-De la larga historia de destrucción de libros que investigó, ¿qué le impactó más? ¿Por qué?
-A nivel simbólico, la destrucción de libros más impactante es la de la Biblioteca de Alejandría, porque fue una metáfora del conocimiento. Allí estuvo, de alguna manera, resumido el pensamiento platónico y aristotélico, todo el mundo griego, la filosofía, la ciencia, la literatura. Su destrucción supuso más que la desaparición de una infraestructura. Fue un acontecimiento devastador de una civilización. La segunda destrucción, que tiene más fuerza porque la presencié y está documentada por la observación en el terreno, fue la destrucción cultural de Iraq. Ambas son comparables. El objetivo es la transculturación y se cumplió.
-¿Cuál es su opinión sobre el papel de la UNESCO y la ONU en la protección del patrimonio cultural mundial a la luz de lo ocurrido en Iraq?
-Yo trabajo para el Centro Mundial de Estudios Árabes y tengo calificación de experto internacional en bibliotecas. En estos momentos, cuando EE.UU. ha reingresado en la UNESCO, no tengo muchas posibilidades de permanecer. La UNESCO ha tenido un papel fundamental en esa protección. Con el tiempo, será el único soporte institucional para pensar, en el largo plazo, en la cultura iraquí, por ejemplo. El problema esencial es precisamente el ingreso de Estados Unidos, después de abandonar la UNESCO en los años 80, durante la presidencia de Reagan. Ese reingreso no es gratuito. Bush quiso evitar cualquier tipo de sanción habida cuenta de que la UNESCO es la única institución internacional que vela por el patrimonio cultural mundial. Y tiene en sus manos la posibilidad de sancionar penalmente a cualquier persona involucrada en actos contra esa protección. Fue muy inteligente, porque ha logrado insertarse en los procesos de estudios de la destrucción cultural de Iraq y se están manipulando numerosos hechos aberrantes que suceden en ese país.
-A raíz de la nueva amenaza de EE.UU. contra Siria, Irán y Corea, ¿existe algún tipo de medida preventiva para evitar que esa riqueza cultural corra la suerte del patrimonio iraquí?
-Medidas de protección anticipada existen. Hay numerosas organizaciones internacionales que advirtieron que Bagdad no debía ser tomada sin protegerse antes sus instalaciones culturales. Lo hicieron la Asociación de Arqueólogos de Estados Unidos, la UNESCO y hasta Martin Sullivan, el asesor cultural en la Casa Blanca que renunció después de los hechos ya conocidos. Por supuesto que se pueden tomar medidas preventivas, pero soy muy pesimista, porque yo creo que Estados Unidos tiene un objetivo central: ha atenazado a Iraq y tiene a otros vecinos bajo control. En caso de un nuevo ataque, dudo que se le preste al tema mayor atención. El objetivo del presidente Bush es transculturizar todo el Medio Oriente.
Fernando Báez, oriundo de San Félix de Guayana, Venezuela, es licenciado en Educación con doctorado en Bibliotecología y obtuvo el premio internacional de ensayo Vintila Horia por su obra Historia de la antigua biblioteca de Alejandría.
Misión en Iraq
Visitó Iraq en el año 2003, tras la invasión de Estados Unidos, como miembro de las distintas comisiones que investigaban la destrucción de las bibliotecas y museos en esa nación. Por sus investigaciones fue declarado «persona non grata» por parte de la misión diplomática de USA en España.