Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, un periodista estadounidense le hizo la siguiente pregunta a una jovencita negra para un reportaje en el que estaba trabajando: “¿Qué podemos hacer para castigar a Hitler?” La respuesta de la chica fue tajante: “Pintarlo de negro y traerlo a vivir aquí.” La anécdota la cuenta Bryn O’Callaghan en su libro An Illustrated History of The USA, y nos sirve para hacernos una remota idea de cómo eran las condiciones de vida de los más de trece millones de personas de raza negra que vivían en el país (no sólo los afroamericanos sufrían el racismo: también los asiáticos, nativos americanos, hispanos, etc.,) que tenían que soportar la pobreza extrema, el racismo, la segregación en el trabajo, en las calles, en las escuelas, etc. Y todo ello, simplemente, porque el color de su piel era más oscuro que el de los blancos.
Cuento todo esto, a propósito de lo que está pasando estos días en Norteamérica. El pasado 25 de mayo tuvo lugar en la ciudad de Mineápolis, en el estado de Minnesota, en los Estados Unidos, un hecho que ha supuesto un punto de inflexión en la defensa de los derechos civiles. El ciudadano afroamericano George Floyd perdió la vida a manos de la policía, en lo que viene siendo un acto más de violencia policial indiscriminada contra ciudadanos de raza negra. No obstante, esta muerte parece que no va a ser una más, ya que miles de negros, blancos, asiáticos, hispanos, etc. han salido a la calle para exigir cambios reales, para pedir que la policía, de raza blanca principalmente, deje de tener actitudes racistas contra las personas que no son de raza blanca, para gritar alto y claro que están asqueados del racismo policial.
Y es que hay cosas que parecen no cambiar nunca. Hoy me gustaría recordar a una mujer valiente, que no tuvo miedo de enfrentarse al poder establecido, y que no dudó en defender su derecho a la igualdad, sin importar que su piel fuese de color negro. Una mujer que hizo algo tan simple como sentarse en el asiento del autobús y no levantarse cuando se lo ordenaron, un gesto tan sencillo, pero a la vez de tal magnitud, que dio pie a cambios radicales en las vidas de millones de personas. Esta mujer se llamaba Rosa Parks y esta es su historia
El día cuatro de febrero de 1913, vino al mundo, en Tuskegee, Alabama, en el sur de los Estados Unidos, una niñita de raza negra, llamada Rosa Louise McCauley. Su madre, Leona, era maestra y su padre, James, se ganaba la vida como carpintero. La pareja, además tenía otro hijo, el pequeño Sylvester. Por desgracia para ellos, aquel lugar era uno de los peores en los que una niña negra podía crecer. Allí, ser racista era lo más natural del mundo, algo que amparaban las leyes, desde varios siglos antes. Cuando Rosa era pequeña, sus padres se divorciaron y, junto a su madre y su hermano, la niña se fue a vivir a Pine Level, una pequeña población vecina, donde vivían sus abuelos maternos, con quienes se instalaron Leona, Rosa y Sylvester. Como ya hemos dicho, la mamá de Rosa era maestra. Por esa razón, tenía fe ciega en el poder de la educación. Ella sabía que la única posibilidad que tenían sus hijos de prosperar en la vida era a través de los estudios. Al acabar la escuela primaria en el pueblo, Rosa fue a la Montgomery Industrial School, una escuela para chicas, y después, a la Alabama State Teacher’s College for Negroes, con la intención de conseguir su título de secundaria. Por desgracia, esto nunca ocurrió, ya que la madre de Rosa cayó enferma y ella tuvo que dejar los estudios para cuidarla. En 1932 ya encontramos a la joven Rosa casada con Raymond Parks, un barbero de Montgomery. Rosa va trabajando aquí y allí, donde puede, normalmente en trabajos mal remunerados y peor considerados, hasta que, finalmente, consigue sacarse el ansiado título de secundaria, algo que siempre la llenó de orgullo.
Como todo el mundo sabe, durante gran parte del siglo XX los Estados Unidos era un país donde la segregación racial estaba absolutamente aceptada. Los blancos y los negros no compraban en las mismas tiendas, ni bebían en los mismos bares, ni estudiaban en las mismas escuelas, ni se curaban en los mismos hospitales, ni siquiera escuchaban el mismo tipo de música. Había lugares para blancos y había lugares para negros. Lo normal era que en la puerta de cada establecimiento hubiera un letrero advirtiendo “Sólo para gente de color” o “Sólo para blancos”. Y ay de aquellos negros a los que se les ocurriese que se podían saltar las normas. Los linchamientos estaban a la orden del día. Para eso estaban por allí los del KKK, Ku Klux Klan, (ya sabéis, los amiguitos de la ultraderechistas españoles) la organización racista, antisemita y fascista, para colgar de un árbol a todo aquel que sacase los pies del tiesto, como cantaba Billie Holiday en su tema “Strange Fruit”.
Una de las cosas que no estaban permitidas para las personas de raza negra en aquel sur segregado en el que le tocó vivir a Rosa Parks, era subirse en la parte delantera de un autobús. La parte de delante era para los blancos, mientras que los negros tenían que sentarse en la parte trasera.
En una ocasión, Rosa había presenciado la terrible paliza que el conductor de un autobús le dio a un hombre negro por sentarse donde no le correspondía. Rosa y su marido decidieron que había llegado el momento de pelear por sus derechos y que ya era hora de hacer algo. Empezaron por afiliarse a la NAACP, la Asociación Nacional para el Progreso de la Personas de Color, una asociación que aglutinaba a un gran número de mujeres y hombres que creían en la lucha pacífica para conseguir la igualdad y que estaba bastante extendida por todo el territorio de los Estados Unidos.
Pero el hecho más importante en la vida de Rosa tuvo lugar el jueves, 1 de diciembre de 1955. Ese día, esta valiente mujer de 42 años, cansada de las humillaciones permanentes, de los insultos, de las risitas malintencionadas, decidió plantar cara. Rosa Parks ha entrado en la Historia, la que se escribe con una hache mayúscula bien grande, por su enfrentamiento con el conductor de un autobús. Los hechos ocurrieron, como decimos, el día 1 de diciembre del año 1955. Rosa volvía a casa después de un duro día de trabajo. La mujer se ganaba la vida como costurera en unos grandes almacenes. Como siempre hacía, se sentó en los asientos reservados para las personas de raza negra. En una de las paradas, subió un hombre blanco. Como todos los asientos estaban ocupados, el conductor le dijo a Rosa que se levantara para que aquel blanco ocupara su asiento. Pero la mujer se negó rotundamente. Entonces el conductor amenazó con llamar a la policía, pero aquella amenaza no hizo que Rosa desistiera. Por primera vez en su vida estaba dispuesta a llegar hasta el final. El conductor del autobús cumplió su amenaza y llamó a la policía, que acabó deteniendo a la mujer.
Cuatro días después del incidente en el autobús, Rosa Parks fue declarada culpable de alteración del orden público y condenada a pagar una multa de 10 dólares más otros 4 por las costas judiciales. Pero la mujer se negó a pagar, argumentando que ella no había hecho nada. Así que decidió apelar. Al mismo tiempo, se decidió hacer un gran boicot a los autobuses de la ciudad. Martin Luther King y otros líderes negros apoyaron el boicot y, a pesar de que la mayoría de las personas de raza negra no tenían otro modo de ir al trabajo o desplazarse por la ciudad, el boicot fue un éxito absoluto. Durante 381 días ninguna mujer ni hombre de raza negra subió a un autobús. Además, el boicot se fue extendiendo poco a poco: tiendas, grandes almacenes, bares, cines, y otros negocios se vieron afectados por la negativa de los afroamericanos a dejar su dinero allí. Finalmente, en noviembre de 1956, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos declaró la inconstitucionalidad de las leyes segregacionistas en los autobuses de Montgomery. Rosa había ganado.
Sin embargo, y a pesar de la victoria moral y real de esta mujer valiente y decidida, las cosas no cambiaron de un día para otro. Rosa vivió mucho tiempo amenazada por el fascismo estadounidense, fue despedida de su trabajo y no podía conseguir otro. Lo mismo ocurrió con otros activistas de los derechos humanos, como el mismísimo Doctor King o Malcom X, ambos asesinados vilmente.
Dos años después de los incidentes del autobús, Rosa, Raymond y Leona se trasladaron a la ciudad de Detroit, en Michigan, pues allí la población negra podía trabajar y vivir en mejores condiciones que en el sur, donde el racismo estaba mucho más arraigado desde la época de la esclavitud. En Detroit, la pareja continuó trabajando incansablemente por los derechos civiles y contra el racismo.
En 1992 se publicó el libro Rosa Parks: My Story, (existe traducción castellana, Rosa Parks: Mi historia) una obra autobiográfica en la que la propia Rosa narraba, con la ayuda del escritor Jim Haskins, los acontecimientos más importantes de su vida. En 1999, el Congreso de los Estados Unidos le otorgó la Medalla de Oro, el más alto título honorífico de carácter civil de su país. Rosa Parks murió en el año 2005, el día 24 de octubre, convertida en una auténtica heroína para millones de personas, de cualquier raza y condición, tanto en su país como en el resto del mundo. En día de su muerte, su féretro fue velado en el Capitolio de Washington. Ella fue la primera mujer de su país que recibió tal honor. Su memoria y su heroicidad lo merecían. Hoy, nos siguen conmoviendo su dignidad.
—
http://mimargenizquierda.blogspot.com.es/