Recomiendo:
0

Entrevista a Guillermo Lusa Monforte sobre Manuel Sacristán Luzón

«Sacristán fue un pensador coherente y generoso»

Fuentes: Rebelión [Imagen: Guillermo Lusa Monforte. Créditos: Espai Marx]

En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán Salvador López Arnal entrevista a Guillermo Lusa Monforte, profesor jubilado de la Universitat Politècnica de Catalunya que compartió luchas y objetivos con el autor de Panfletos y Materiales.


Salvador López Arnal.- Conociste personalmente a Manuel Sacristán. ¿Nos explicas cómo fueron vuestros primeros encuentros?

Guillermo Lusa Monforte.- Yo llegué a Barcelona en octubre de 1964, sancionado por el Ministerio de Educación franquista por haber participado en la 2ª Asamblea Libre en la Universidad de Madrid, celebrada durante el encierro que se produjo en el viejo recinto de la calle de San Bernardo en marzo de 1964, como protesta por haber sido prohibida la celebración de una conferencia de Tierno Galván, acto que formaba parte de la Semana de Renovación Universitaria organizada por la clandestina FUDE (Federación Universitaria Democrática Española). Castigado con la pérdida de curso (yo hacía tercer curso de Ingeniería Industrial en la Escuela de Madrid), con la pérdida de becas y con la prohibición de seguir estudiando en el distrito universitario de Madrid, muy pronto los contactos de la clandestinidad me vincularon a la organización universitaria del PSUC, ya que yo había ingresado en el PCE durante el otoño del curso 1963-1964. Aunque no traté personalmente con él durante mi época estudiantil barcelonesa (1964-1967), supe entonces de la existencia de un prestigioso profesor comunista, Manuel Sacristán (MSL), a quien pude conocer asistiendo a alguna de sus memorables y multitudinarias conferencias públicas a las que, en particular, asistíamos los estudiantes del PSUC, para arroparle y –sobre todo– para aprender de sus palabras.

Años después, a partir de 1971, cuando yo ya era profesor de la Escuela de Ingeniería Industrial de Barcelona (ETSEIB), me integré en la Coordinadora de PNN (profesores no numerarios) del distrito de Barcelona, en la que participábamos profesores de las tres universidades entonces existentes en el distrito, la UB, la UAB y la UPC (entonces llamada UPB). En esa Coordinadora conocí y traté a Giulia Adinolfi. En las discusiones políticas que se producían en el seno de ese grupo de profesores, tanto ella como Paco Fernández Buey y yo mismo formábamos parte del sector más radical e izquierdista de ese organismo unitario de dirección del movimiento de profesores.

Seguramente sería en 1974, cuando yo estaba realizando mi tesis doctoral (la primera de carácter histórico que se leyó en la UPB, «Las matemáticas y la ingeniería industrial, 1850-1975»), cuando telefoneé a Manuel Sacristán para concertar una entrevista con él, entrevista que tuvo lugar casi inmediatamente. Yo quería exponerle el objetivo de mi tesis (estudiar la evolución de los contenidos y metodología de la enseñanza de las matemáticas para la ingeniería industrial, a la luz de las evoluciones y de las interacciones entre ambas ramas del saber), y que me orientase respecto a algunos de mis propósitos. El tema que yo había elegido le pareció muy interesante, y me dio algunos consejos que con toda seguridad mejoraron mis planteamientos (así lo reconocí en el preámbulo de mi tesis).

Volví a tratar con Sacristán a finales de 1976. El director de la ETSEIB, Francesc Compta, me había encargado que organizase algunas actividades culturales para conmemorar el 125 aniversario de la creación de la Escuela, en 1851. Constituimos una pequeña comisión ad hoc, en la que figuraba mi compañero y amigo Albert Corominas. El plato fuerte de esa conmemoración lo constituía la celebración de unas Jornadas de Historia y Filosofía de las Ciencias y de las Técnicas, que tuvieron lugar en la Escuela de Ingeniería Industrial durante los días 3, 4 y 5 de diciembre de 1976. Sacristán y Jacobo Muñoz nos ayudaron a Corominas y a mí a diseñar el contenido de esas jornadas, y sobre todo nos proporcionaron nombres y contactos de bastantes de las personas que se convertirían en conferenciantes.

En las Jornadas participaron historiadores (José M. López Piñero, Ramon Garrabou, Felip Cid), ingenieros (Daniel Lacalle, Eugenio Triana, Pere Narbona), otros profesionales (el sociólogo Jesús Marcos y los científicos Eduard Rodríguez Farré, Montse Ponsà y Lluïsa Camon) y algunos de los jóvenes filósofos de la ciencia más interesantes de aquel momento (Javier Muguerza, Jesús Mosterín, Jacobo Muñoz, Miguel Ángel Quintanilla), que presentaron a un público mayoritariamente estudiantil el desarrollo histórico de la filosofía de la ciencia, así como sus principales problemas contemporáneos (la crisis de la filosofía analítica de la ciencia, la revolución científico-técnica, el impacto de la obra de Kuhn, etc.). En este contexto se produjo la intervención de Sacristán, titulada «De la filosofía de la ciencia a la política de la ciencia», conferencia en la que yo tuve el honor de actuar de presentador.

En otro lugar he explicado ampliamente el contenido de esta conferencia[1], por lo que me voy a limitar a mencionar una de las principales aportaciones novedosas de la exposición que hizo MSL, que presentó por vez primera en esta conferencia en la Escuela de Ingeniería Industrial: su propuesta de replanteamiento de la contradicción fundamental, es decir, la que enfrenta el desarrollo de las fuerzas productivas con las relaciones de producción. El marxismo del siglo XIX, tan progresista desde el punto de vista industrialista como el pensamiento burgués, al entender el cambio revolucionario como fruto de la presión de esas fuerzas productivas en crecimiento y desarrollo contra el freno de las relaciones de producción, lleva implícita una valoración positiva y aproblemática de las fuerzas productivas y, entre ellas, de la ciencia moderna, de la ciencia-técnica. Para Sacristán, este esquema es cuanto menos, inactual. Porque cuando Marx hablaba de fuerzas productivas no podía ni imaginar las fuerzas productivas existentes hoy, ni las consecuencias que podrían derivarse de su utilización, tanto en lo referente al peligro bélico de destrucción masiva como al deterioro del medio natural y al agotamiento energético. Para reformular esta contradicción fundamental, Sacristán se pronunciaba por un antiprogresismo socialista, que ya estaba presente en el propio Marx cuando en los Grundrisse (1857) había hecho notar que en el capitalismo las fuerzas productivas son al mismo tiempo e inevitablemente fuerzas destructivas. Sacristán propone una moratoria en el crecimiento, pero después de un previo cambio revolucionario social, pues las condiciones materiales de la población se estancarían, y un tal cambio sólo sería posible de dos modos: o lo impone una tiranía integral (hipótesis de Harich) o lo impone una libertad y una igualdad radicales, es decir, una sociedad verdaderamente comunitaria. En este período debería existir una primacía de la igualdad sobre cualquier otro valor social: el sacrificio sólo es sostenible socialmente si está garantizada una igualdad radical.

Ni que decir tiene que el público quedó impresionado por las consecuencias de las cargas de profundidad que afectaban a algunos de los presupuestos más sólidos de la tradición marxista en la que se insertaba el pensamiento de Sacristán, y sobre todo –téngase en cuenta que había un grupo numeroso de ingenieros y de estudiantes de ingeniería– por su propuesta de moratoria científica y tecnológica. España, en su conjunto, apenas acababa de convertirse en un país plenamente industrializado en la década de los años 1960, acababa de sufrir una desaceleración y un sobresalto con la crisis petrolífera de 1973, y ahora Sacristán proponía detener el proceso industrializador, el progreso, en definitiva, para reflexionar sobre la situación. Solo nuestra confianza en Sacristán, en sus profundos conocimientos, en sus propósitos de transformación del mundo y, en definitiva, en su ejemplo moral, nos hicieron reflexionar sobre lo escuchado durante los siguientes meses, y muchos de nosotros proseguimos con él y con su núcleo más próximo el camino político que emprendió durante su última etapa.

Pocos años después fue cuando coincidí con Manuel Sacristán y con Giulia Adinolfi en la creación del Sindicato de Enseñanza de CCOO, en 1977-1978. Como es bien sabido, esta creación vino precedida de un fuerte debate, en el seno de la vanguardia del movimiento de profesores, pero también en el interior de la organización universitaria del PSUC, acerca de la disyuntiva existente entre potenciar un sindicato autónomo e unitario en el sector, o apoyar la sindicación en el seno de CCOO. En estos debates era mayoritaria en la dirección del PSUC la opinión de apoyar la consolidación de un sindicato autónomo, independiente de los sindicatos de clase. Por el contrario, Sacristán defendió la integración de los enseñantes en las CCOO, en un texto que tuvo una fuerte influencia y que decidió la posición de los últimos indecisos: «Una cuestión mal planteada»[2]. El pronunciamiento de Sacristán por la afiliación inmediata a CCOO fue decisivo para la creación, consolidación y crecimiento de las CCOO en el conjunto de los trabajadores de la enseñanza.

Mi siguiente encuentro con MSL tuvo lugar en 1983. Un grupo de comunistas situados a la izquierda del PSUC, ciudadanos de Sabadell, organizamos unas jornadas de conmemoración del centenario del fallecimiento de Karl Marx. Configuramos un programa muy ambicioso, en el que entre otras cosas incluimos conferencias de Sacristán y de Ernest Mandel. Sacristán entonces estaba en México, y hasta allí le llamamos por teléfono, con tiempo, para invitarle. Aceptó nuestra propuesta, y el 3 de noviembre de 1983 pronunció una conferencia en Sabadell que congregó al mayor número de asistentes a un acto semejante en muchos años. La conferencia (titulada «Tradición marxista y nuevos problemas») está conservada en un vídeo de no muy buena calidad (registrada originalmente en formato Beta, fue pasada a VHS y finalmente a mp4 o similar), pero aún puede verse y escucharse con provecho[3]. En esta conferencia fue cuando Sacristán integró en el patrimonio intelectual esencial del marxismo los conceptos entonces en fase eclosionante de pacifismo, feminismo y ecologismo. Sacristán estaba convencido de que había problemas no considerados o mal resueltos por el marxismo tradicional, y que nuestro deber era considerarlos y resolverlos coherentemente.

Aquella memorable sesión del 3 de noviembre de 1983, en la que tuve el honor de hacer las labores de presentador, fue la última ocasión en la que vi a Manuel Sacristán.

Salvador López Arnal.- Muchísimas gracias por tu detallada respuesta. Se ha dicho en ocasiones que el prólogo que escribió para la edición de 1964 del Anti-Dühring, por él mismo traducido, ha sido un texto clave para la introducción al marxismo de muchos ciudadanos, universitarios o no. ¿Fue tu caso? ¿Qué opinión te merece a día de hoy «La tarea de Engels en el Anti-Dühring»?

Guillermo Lusa Monforte.- Yo no conocí el mítico prólogo de MSL al Anti-Dühring hasta muchísimos años después. Yo tenía (y estudié) en los años 1960 un ejemplar del Anti-Dühring en la versión francesa de las Éditions Sociales. Por cierto –y abro un paréntesis que desearía no demasiado largo, pero que quiero contarlo porque es representativo de nuestras carencias teóricas en aquellos años– en 1965 yo estaba comisionado por la dirección estudiantil del PSUC para impartir unos cursos teóricos de marxismo a un pequeño grupo de miembros del AUE (Agrupació Universitària d’Esquerres), entidad «intermedia» en la que recalaban los estudiantes progresistas próximos a nuestro partido, y en la que (sobre el papel) los diversos partidos clandestinos de izquierdas exponían sus propuestas a los aspirantes a un mayor compromiso. En la práctica, según me contaron después algunos compañeros más enterados que yo, aquello era una especie de escuela iniciática que desembocaba únicamente en la entrada al PSUC. Yo fui, pues, comisionado, para exponer durante unas cuantas sesiones un cursillo acelerado de marxismo. He de decir que mi trabajo fue coronado por el éxito, pues la mayor parte de los asistentes acabó ingresando en el partido. ¿Cuál era el bagaje teórico y bibliográfico que sustentaba «mis clases» de marxismo? El libro fundamental eran los Principes fondamentaux de philosophie, de Georges Politzer, en la versión de dos profesores del PCF, Guy Besse y Maurice Caveing, libro fuertemente cargado del aroma estalinista propio del año de edición (1954)[4]. Los otros libros de apoyo eran los pocos que yo había podido ir agenciándome burlando la censura de la época: el mencionado Anti-Dühring de Engels, la Dialéctique de la nature del mismo autor (también en Éditions Sociales), Le marxisme de Henri Lefebvre (en la colección «Que sais-je?»), los dos tomos de las Obras Escogidas de Marx-Engels, los tres tomos de las Obras Escogidas de Lenin, y poco más. Cuando muchos años más tarde pude leer el famoso prólogo de Sacristán, quedé impresionado por sus argumentaciones, que no sé si hubiesen sido comprendidas del todo por el ingenuo y animoso estudiante que yo era en 1965. El prólogo de MSL critica severamente aspectos fundamentales del libro de Engels (sin encarnizamiento), y por supuesto que hubiese sido aún más implacable con las pretensiones explicativas del manual de Politzer revisado por los dos profesores del PCF.

Hoy, 60 años más tarde, con todo lo que ha llovido (y con todo con lo que hemos podido leer), estoy convencido de que las sutiles observaciones del prólogo de MSL –que tú has valorado adecuadamente en tu introducción a la edición del Club de Amigos de la UNESCO de Madrid– hubiesen podido contribuir a hacer menos tajante, más dubitativa, menos dogmática, la alegre e impetuosa presentación que yo hacía de lo que yo entendía en 1965 como bases filosóficas del marxismo.

Salvador López Arnal.- Ese mismo año, como recuerdas, publicó Introducción a la lógica y al análisis formal. ¿Qué opinión te merece esta aportación suya al ámbito de la lógica y su filosofía en España?

Guillermo Lusa Monforte.- He de confesar que en su momento –o sea en los años 1960– no tuve noticia de la publicación de este libro (lo examiné años después, ya en la década de los años 1980). Yo entonces estaba seducido por lo que creí «otra lógica», la que exponía el filósofo marxista mexicano Eli de Gortari en su Introducción a la lógica dialéctica, y que más tarde complementé con la Logique formelle, logique dialectique de Henri Lefebvre[5]. Seguramente influido por los manuales de marxismo que he mencionado, yo consideraba entonces a la lógica formal, aristotélica, como un paso importante en su momento histórico, pero absolutamente conclusa, cerrada y superada, incapaz de abordar los problemas teóricos abiertos tras la aparición del marxismo.

No puedo, por lo tanto, responder a tu pregunta, sino aceptar la opinión generalizada –tal como lo expresa, por ejemplo, Jesús Mosterín en su prólogo a Lógica elemental de Sacristán editada en 1996 por la editorial Vicens Vives– de que Introducción a la Lógica y al análisis formal «es el primer libro de texto satisfactorio de Lógica publicado originalmente en España». Examinado ahora ese libro, a más de sesenta años de su aparición, pienso que es muy posible que el conocimiento y el dominio de algunos de sus capítulos sin duda hubiesen enriquecido mis clases de Cálculo infinitesimal…

Salvador López Arnal.- Leído desde ahora, 60 años más tarde, ¿qué opinas del manifiesto «Por una universidad democrática», el texto que Sacristán escribió con ocasión de la formación del SDEUB (Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona)? Por cierto, ¿estuviste en la formación del sindicato?

Guillermo Lusa Monforte.- El manifiesto «Por una universidad democrática» se convirtió en el programa básico del movimiento estudiantil de los años 1960 e incluso del movimiento de PNN de la década de los años 1970. Como formulaste esta misma pregunta a Albert Corominas en la entrevista que publicaste hace unas semanas, no puedo sino corroborar lo que allí decía mi compañero. El manifiesto por supuesto que es beligerante con la universidad falangista y nacionalcatólica diseñada en la Ley de Ordenación Universitaria de 1943, pero esta universidad estaba dando sus últimas boqueadas en la segunda mitad de los años 1960, por lo que Sacristán elige como antagonista de nuestra deseada universidad democrática a la universidad tecnocrática, especializada, «una institución de puro rendimiento técnico, indigna del nombre de Universidad, al perder todo horizonte cultural, moral, ideal y político». Esta universidad aún tardaría unos años en ser hegemónica, de hecho –y esto es una opinión personal mía– la universidad tecnocrática que Sacristán combate en 1966 se parece mucho a la diseñada en 1983 por la LRU del PSOE, por más que su preámbulo parezca sintonizar con los anhelos del movimiento universitario de los años 1960. Esta frustración, producto del desenlace de la Transición política, es la que sigue dotando de actualidad al viejo texto de 1966.

En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, yo no estuve presente en el acto fundacional del SDEUB en marzo de 1966, pero sí que estuve muy activo aquellos días. Como ya te he dicho, yo llegué a Barcelona sancionado de la Universidad de Madrid, y me matriculé del tercer curso (que de hecho era el 5º de la carrera, de los siete de los que constaba nuestro plan de estudios) en la Escuela de Ingeniería Industrial. La promoción a la que yo me incorporé llevaba cohesionándose durante algunos años, por lo que las cosas ya estaban claras en cuanto a las afinidades políticas de los estudiantes. Yo me relacioné sobre todo, además de con los camaradas de la numerosa célula del PSUC en la Escuela de Ingeniería, con los estudiantes progresistas, que formaban parte del «Interuniversitario» (el «Inter»), movimiento en cierto modo homólogo de la FUDE madrileña en la que yo había militado. No conocía por tanto a la totalidad de mis condiscípulos (ni ellos me conocían demasiado a mí), por lo que no opté a la condición de delegado estudiantil. Digo esto porque los asistentes a la reunión constituyente del SDEUB eran exclusivamente los delegados que habían sido elegidos unas semanas antes, en unas elecciones organizadas por los estudiantes antifranquistas al margen de las que (con muy escaso éxito) convocaron las oficiales APEs (Asociaciones Profesionales de Estudiantes), inventadas por el régimen tras el desmoronamiento del SEU (Sindicato Español Universitario, falangista, de afiliación obligatoria). Sin embargo, a pesar de mi ausencia del histórico cónclave, tuve una actividad intensa durante los días del encierro. Como todo el Comité de Estudiantes del PSUC estaba sitiado dentro del convento de los capuchinos, uno de sus integrantes (Pau Verrié) se fugó del convento, y puso en marcha un Comité interino, que debía suplir la ausencia del Comité titular. Yo formé parte de ese Comité interino, que solamente se reunió en una ocasión (que yo recuerde), para planificar las movilizaciones del estudiantado en apoyo de los encerrados. El encierro acabó muy pronto (con las implicaciones bien conocidas de sanciones), y mi labor como dirigente estudiantil fue por lo tanto muy efímera.

Salvador López Arnal.- El año anterior, 1965, Sacristán fue expulsado de la Facultad de Políticas, Económicas y Empresariales de la UB. ¿Qué recuerdas de todo aquello?

Guillermo Lusa Monforte.- En todas las plataformas reivindicativas estudiantiles formuladas a partir de 1965, y después en las del profesorado no numerario en los primeros años 1970, figuró la reivindicación de la anulación de la sanción contra Sacristán (aunque formalmente se trataba de una no renovación del contrato, estaba bien claro que se trataba de una represalia política). Cuando a raíz del acto constituyente de 1966 fueron sancionados unos cuantos profesores no numerarios que habían apoyado a los estudiantes, nuestras reivindicaciones también incluyeron la anulación de estas sanciones, junto con la de Sacristán.

Sobre la cuestión de la expulsión de Sacristán también recuerdo las vicisitudes por las que atravesó el profesor que se prestó a sustituirle (el teólogo tomista Francisco Canals), pero creo que esto ya lo ha contado Albert Corominas, y a ello me remito.

Salvador López Arnal.- Como en tu caso, Sacristán formó parte del movimiento de los PNNs, de los profesores no numerarios. ¿Qué opinión te merecen sus aportaciones en esta larga lucha?

Guillermo Lusa Monforte.- Sacristán no participó en ninguna de las reuniones de la coordinadora de distrito en las que yo estuve presente, ya que en esa época no formaba parte del profesorado universitario (había sido excluido en 1965); sí que asistía, por el contrario, Giulia Adinolfi, de modo que puede suponerse que Sacristán estaba al tanto de lo que allí se debatía y se proponía. Pero sí que MSL nos ha dejado un par de trabajos valiosos acerca de los problemas y de las inquietudes de este colectivo. El primero es, sin duda, el documento «Primera Conferencia de los profesores comunistas de las universidades españolas» (editado por el PSUC, fechado en mayo de 1973)[6]. Fruto del debate colectivo que se suscitó en una reunión en Montserrat, el texto fue redactado por MSL, y en él se analiza cómo se traslada al ámbito universitario la contradicción fundamental que se daba en el capitalismo imperialista del último cuarto del siglo XX entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.

El otro documento valioso dedicado por MSL a las reivindicaciones de los PNN fue su prólogo al libro La agonía de la universidad franquista[7], titulado «Sobre el sentido de la reivindicación laboral de los PNN de universidad». En su escrito, MSL se asombra de que a pesar de ser la universidad «un medio burgués y pequeño-burgués, afectado por problemas sustancialmente burgueses, la hegemonía (en sentido gramsciano) corresponde a universitarios de izquierda, incluso mayoritariamente socialistas»[8]. Sacristán se descubre ante el hecho de que este sector hegemónico en el movimiento universitario haya sido capaz de proponer unos objetivos intermedios planteables con verosimilitud en el seno del aparato de enseñanza capitalista, pero que incluían elementos que rebasaban ese horizonte capitalista: la reivindicación de contratación laboral, la concepción de la posición del enseñante en el aparato de la enseñanza como trabajador asalariado. Lo que Sacristán no podía prever en marzo de 1976 –y tampoco nosotros, los que formábamos parte de esa vanguardia hegemónica del movimiento universitario– es que unos pocos años después, tras varias e intermitentes huelgas y movilizaciones efectuadas durante los primeros años de la transición política, la socialdemocracia gobernante desde 1982 iba a proceder a la liquidación de las aspiraciones de una universidad diferente, portadas por el movimiento de PNN[9]. Una derrota más de la izquierda rupturista durante la transición.

Salvador López Arnal.- En el artículo que escribió sobre la situación de la filosofía hasta 1958, en el apartado dedicado al marxismo, Sacristán habló de tres autores: Gramsci, Mao Tse-tung y John Desmond Bernal. ¿De dónde el interés de Sacristán por este gran cristalógrafo irlandés?

Guillermo Lusa Monforte.- Cuando yo leí el artículo «La filosofía desde la terminación de la Segunda Guerra mundial hasta 1958» (debió de ser alrededor del verano de 1984), hacía muchos años que John D. Bernal estaba encaramado en un pedestal al cual yo le había subido tras leer su Historia social de la ciencia (que fue en marzo de 1969), por lo que no me extrañó que MSL incluyese a este eminente cristalógrafo en su reducida nómina de los filósofos más interesantes del mundo que estaban activos en esa primera década de postguerra mundial. El libro de Bernal –por cierto, vertido al castellano por Juan Ramón Capella, discípulo de Sacristán– constituyó en su momento el más eficaz despertador de interés hacia la historia de la ciencia. La mayor parte del grupo de estudiosos dispersos por la piel de toro que a finales de los años 1970 constituiríamos la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas habíamos sido «envenenados» por el libro de Bernal, que nos presentaba la práctica de las actividades científicas y técnicas a lo largo de la historia en conexión y mutua influencia con las otras actividades sociales humanas (productivas, artísticas, culturales, políticas, religiosas…). Un párrafo del prefacio del libro de Bernal resume su punto de partida: «En los últimos treinta años, y debido en gran parte a la influencia del pensamiento marxista, se ha abierto paso la idea de que no sólo los medios empleados por los científicos naturales sino incluso las mismas líneas directrices de su enfoque teórico están condicionadas por los acontecimientos y las presiones de la sociedad». ¿De dónde le venían a Bernal estas ideas? John D. Bernal era uno de los científicos británicos que en 1931 habían quedado impresionados ante la intervención de la delegación soviética presente en el II Congreso Internacional de Historia de la Ciencia y la Tecnología (celebrado en Londres). Los miembros de esa delegación, encabezada por Nicolai Bujarin, presentaron una serie de ponencias inspiradas por esa concepción social de la actividad científica[10], la más impactante de las cuales fue la de Boris Hessen, «The social and economic roots of Newton’s Principia». Una de las consecuencias del congreso de Londres fue la consolidación de un nutrido grupo de científicos marxistas que desarrollaron una importante obra en la misma línea que Bernal[11].

En definitiva, no me extraña que Sacristán dedicase tanta atención a John D. Bernal. En mi conversación con Sacristán de 1974, cuando yo elaboraba mi tesis doctoral, y sin saber yo entonces el aprecio que Sacristán había manifestado por el cristalógrafo irlandés unos años antes, mencioné a Bernal como uno de los inspiradores de mis premisas de partida, cosa que supongo simplificaría de entrada nuestra conversación posterior.

Sacristán siempre manifestaba su interés por la historia de la ciencia, y solía mostrar como de pasada sus extensos conocimientos en ese campo. En la citada conferencia de 1976 insistía en el carácter histórico del concepto de ciencia. No es lo mismo la episteme de los griegos que la scientia medieval, distintas a su vez de la science del siglo XVIII y la Wissenschaft romántica, todo ello bien diferente de la ciencia en sentido moderno (a partir de Galileo)[12].

Salvador López Arnal.- Desde 1976 fueron muchas sus intervenciones en los ámbitos del ecologismo político y de la política de la ciencia. ¿Cuáles fueron sus aportaciones más importantes en estos ámbitos en tu opinión?

Guillermo Lusa Monforte.- Ya he mencionado en una pregunta anterior que en la famosa conferencia de 1976 en la Escuela de Ingeniería Industrial fue la primera vez en la que pude contemplar a Sacristán como ecologista político. Aunque desde la década anterior ya conocíamos las protestas y reivindicaciones de los primeros ecologistas (sobre todo, de los estudiantes norteamericanos), las mirábamos con cierta desconfianza, pues pensábamos que se trataba de una operación tramada por el enemigo para desviarnos de los verdaderos problemas, los que afectaban a la lucha de clases en cada país, y a escala planetaria. Pero nuestra confianza en Sacristán, en sus propósitos de transformación del mundo y, en definitiva, en su ejemplo moral, nos hicieron reflexionar durante los siguientes meses, de modo que desechamos nuestros prejuicios hacia el ecologismo, y seguimos con mucha atención el camino político que Sacristán emprendió durante su última etapa. La adscripción de Sacristán al ecologismo político –creo que lo he comentado ya en una pregunta anterior– fue una consecuencia natural de su atrevida reformulación de la contradicción fundamental del marxismo, la que enfrentaba hasta ese momento a las intachables fuerzas productivas, en constante avance, con las obstruccionistas relaciones de producción. Sacristán nos haría ver que las cosas no eran tan sencillas.

También en esta misma conferencia fue cuando, tras analizar la crisis de la filosofía analítica de la ciencia («la única filosofía de la ciencia pertinente») puesta de manifiesto en el «Coloquio Internacional de Filosofía de la Ciencia»[13], se adentró Sacristán en el campo de la política de la ciencia, definida por él como «el campo en el cual se reflexiona sobre las decisiones que se han de tomar acerca de la práctica científica». Pero también la política de la ciencia del progresismo clásico, formulado en el siglo XIX y desarrollado «con feliz euforia» durante casi toda la primera mitad del siglo XX, estaba en crisis; la crisis de la función emancipadora de la ciencia, à la Condorcet, de la confianza en un progreso indefinido, promovido simplemente por el avance de la ciencia.

La política de la ciencia que propone Sacristán es sobre todo política de investigación, muy vinculada a la política educativa, a la cultural, a la económica y a la política, sin adjetivos. Los problemas clásicos a los que se ha enfrentado la política de la ciencia están en relación con la igualdad, la libertad, la asignación de recursos y, en definitiva, con la política de desarrollo. En relación a estas coordenadas es como califica Sacristán a su propuesta de revolucionaria-conservadora, revolucionaria de la sociedad, conservadora de otras muchas cosas. La moratoria que propone Sacristán al desarrollismo desenfrenado no reposaría en la coacción a la libertad de científicos y técnicos, sino en la política de asignación de recursos. De este modo se podría favorecer la investigación en tecnologías ligeras o más limpias, en detrimento de las más pesadas.

Salvador López Arnal.- ¿Por qué insistía tanto Sacristán en aquello de que «lo malo de la ciencia actual es que es demasiado buena»?

Guillermo Lusa Monforte.- Me vas a perdonar que en muchas de tus preguntas yo recurra a referirme a la famosa conferencia de 1976, «De la filosofía de la ciencia a la política de la ciencia», pero es que yo creo que en esa conferencia está el meollo del salto cualitativo que dio Sacristán en sus fundamentos teóricos, y que tanto contribuyeron a la puesta al día del marxismo durante el último cuarto del siglo XX. Después de poner de manifiesto el carácter histórico del concepto de ciencia (véase pregunta núm. 7), pasa a caracterizar la ciencia contemporánea: lo más característico de la ciencia moderna es la interpenetración entre ciencia y técnica, el nacimiento y consolidación de un pensamiento científico técnico-teórico, tecnológico. Y es precisamente esta compenetración entre la ciencia y la técnica –que siempre ha sido vista positivamente por la política progresista de la ciencia– la que está produciendo angustias y rechazos, singularmente en el seno de la comunidad científica. Pero esta crisis no procede de que haya habido conflictos ciencia-técnica, o de una teoría ineficaz. Precisamente está causada por la enorme eficacia de la teoría. El recelo hacia la ciencia no procede de sus fracasos, sino de sus éxitos.

Salvador López Arnal.- Como recuerdas, en 1983 Sacristán publicó un artículo con el título «¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?». ¿Qué Sacristán leeremos, si seguimos leyendo, en lo que queda del siglo XXI?

Guillermo Lusa Monforte.- Como todos aquellos que tuvimos la oportunidad de conocer a Manuel Sacristán, estoy convencido de que por encima del indudable valor de sus aportaciones teóricas prevalecerá el recuerdo de su actitud vital, de su postura personal ante las injusticias, de su insobornable rectitud, de su generosidad a la hora de prestar su colaboración en actividades culturales y políticas. Como decía de él nuestro añorado amigo Paco Fernández Buey, «admirábamos que en su obra trató siempre de complementar conocimiento científico y pasión ético-política, con espíritu didáctico o pedagógico, con la intención de servir a los otros, a los anónimos, a los de abajo». En cuanto a sus obras que más releeré, ya he mencionado en una respuesta anterior que el manifiesto «Por una universidad democrática» sigue teniendo muchísimos elementos vigentes en nuestro siglo XXI, y por lo tanto seguirá siendo estudiado con provecho durante los próximos años por los universitarios con inquietudes. Además, por mis peculiaridades profesionales y de aficiones, siempre releeré con interés su conferencia pionera de 1976 («De la filosofía de la ciencia a la política de la ciencia»), que en sí y en sus prolongaciones naturales se pronunciaba por una actualización de la contradicción fundamental del marxismo, introduciendo una reconsideración crítica relativa a las fuerzas productivas-destructivas. Ello le llevaba a examinar con detalle la deseable política de la ciencia, de la que he tratado en otra de tus preguntas.

Salvador López Arnal.- Creo que vas siguiendo los actos del centenario. ¿Qué opinión te merecen las cosas que se van organizando y editando?

Guillermo Lusa Monforte.- Por supuesto que voy siguiendo los actos del centenario, sobre todo gracias a la labor titánica que estás desarrollando, con envíos ¡diarios! de mensajes que contienen información y materiales interesantísimos. La inmensidad de la información que estás enviando hace muy difícil absorber en el acto todos los artículos, muchos de los cuales voy acumulando para cuando, finalizado el año 2025, llegue inevitablemente un menor trasiego de materiales.

Por otro lado, a pesar de que en alguna parte del cuestionario afirmas que MSL es desconocido o poco conocido, el mapa definido por las noticias que nos vas enviando acerca de actos de reconocimiento efectuados en toda España contradice o relativiza tu opinión. Gracias a las semillas que un grupo de estudiosos de su obra habéis ido sembrando durante estos últimos años, Manuel Sacristán es hoy el pensador marxista español más conocido y reconocido, sobre todo por quienes compartimos los puntos de vista y las aspiraciones éticas y políticas de quien fue nuestro admirado maestro.

Salvador López Arnal.- ¿Qué ha significado Sacristán para ti, en tu vida como ciudadano, como intelectual, como profesor?

Guillermo Lusa Monforte.- Creo que ya he mencionado mi impresión, tras mi llegada a Barcelona en el otoño de 1964, que me causó el hecho de que existiese en la Universidad de Barcelona un profesor que se declaraba marxista, que era miembro del PSUC, y que se atrevía a pronunciar en los diversos centros universitarios barceloneses unas conferencias que atraían al conjunto de estudiantes antifranquistas. Hasta ese momento yo sólo había tenido contacto con el profesorado de la Escuela de Ingeniería de Bilbao y con los de la Universidad de Madrid. Aún faltaban unos meses para las sonadas manifestaciones en la Universidad de Madrid, tras las cuales fueron sancionados los profesores Aranguren, García Calvo, Aguilar Navarro, Tierno Galván y otros (febrero de 1965). Por lo tanto, en 1964, para mí el profesorado universitario era un mero colaborador de la dictadura franquista o, en el mejor de los casos (como el de las Escuelas de Ingeniería), eran personajes «apolíticos» (en la peor de las acepciones) que no querían implicarse ni en las luchas y ni siquiera en los anhelos por la democracia. Por ello, descubrir que había por lo menos un profesor «que era de los nuestros» me llenó de admiración y satisfacción. Después, cuando pude asistir a algunas de sus conferencias, confirmé esa primera admiración de entrada al ser consciente del valor teórico de sus enseñanzas.

En un plano más personal, agradecí su amabilidad y sus consejos cuando le consulté algunos aspectos de mi tesis doctoral en estado de realización (1974), y sobre todo su generosidad para participar en dos de los acontecimientos de cuya organización me siento más orgulloso, las Jornadas de Historia y filosofía de las ciencias y de las técnicas (1976) y el ciclo de conferencias del Centenario Marx (1983). En ambos eventos, las conferencias de Sacristán (que tuve el honor de presentar) constituyeron puntos de inflexión en la trayectoria del pensamiento marxista en nuestro país, trayectoria que luego sería robustecida por otras aportaciones del propio Sacristán y de otros activistas intelectuales adscritos al marxismo.

Respondiendo a tu pregunta concreta, Sacristán ha sido para mí un modelo de profesor, de intelectual y de ciudadano. He procurado ser riguroso como él, accesible y amable para con mis alumnos, como él, y ser coherente entre mis pronunciamientos y adscripciones políticas y mi trayectoria personal, como él lo hizo en su corta pero fecunda vida intelectual y política.

Como ya ha sido señalado en diversas ocasiones, la trayectoria vital de Sacristán no fue la más adecuada para que pudiese desarrollar sistemática y sosegadamente su corpus teórico. La inestabilidad laboral de su carrera académica, las muchísimas horas invertidas en sus (valiosísimos) trabajos de traducción, hicieron muy difícil la redacción sistemática de las valiosas ideas que iba desgranando en sus conferencias. Solamente a partir de 1983, con el comienzo de la edición de sus Panfletos y materiales por parte de Icaria, se pudo ir conociendo el conjunto de su obra dispersa. No debe extrañar, por lo tanto, que quienes pudimos conocer a Manuel Sacristán durante las décadas de los años 1960, 1970 y 1980 recordemos y valoremos mucho más a la persona que a su obra. Suerte tienen ahora las nuevas generaciones de estudiosos y de ciudadanos con inquietudes de disponer de esas ediciones que se han ido normalizando de las obras de MSL, y además, en particular, de la ingente obra de investigación y de difusión que un grupo de compañeros, tú entre ellos, estáis haciendo del pensamiento vivo de Manuel Sacristán.


Notas

[1] LUSA, Guillermo (2007) «Glosando una encrucijada: de la filosofía de la ciencia a la política de la ciencia». En: LÓPEZ ARNAL, Salvador y VÁZQUEZ ÁLVAREZ, Iñaki (eds.) El legado de un maestro. Homenaje a Manuel Sacristán, Fundación de Investigaciones Marxistas, pp. 77-86.

[2] El artículo apareció por primera vez en la Gaceta del derecho social, Madrid, núm. 72 (mayo 1977). Está recogido en LÓPEZ ARNAL, Salvador (editor) (1997) Homenaje a Manuel Sacristán. Escritos sindicales y de política educativa, Barcelona, EUB, p. 95-98.

[3] La grabación de esta conferencia forma parte del DVD núm. 4 del audio de Xavier Juncosa, Integral Sacristán, Barcelona, El Viejo Topo, 2006. El esquema y la transcripción están incluidos en un archivo digital titulado Conferencias, editado por Salvador López Arnal para Rebelión.

[4] El ejemplar de marras que yo utilizaba –y que todavía conservo– había pertenecido a Enrique Múgica Herzog, entonces miembro del PCE, que se lo había regalado a mi hermano Fernando en 1962, cuando intentaba convencerle (lo consiguió) para que ingresase en el PCE.

[5] Yo tenía la edición del libro de Gortari del Fondo de Cultura Económica, de 1959. El libro de Lefebvre me lo agencié en 1971, durante un viaje a París. No estoy seguro de haber entendido muy bien ninguno de estos dos libros…

[6] Este documento está incluido en el libro editado por Salvador López Arnal que recoge la obra de MSL en el ámbito educativo, que hemos citado en la nota núm. 2 (p. 152-165).

[7] Los autores del libro eran jóvenes periodistas, agrupados bajo el nombre de Equipo Límite (integrado por Georgina Cisquella, José Luis Erviti, Maite Goicoechea, José L. Gómez Mompart y José A. Sorolla). El libro fue editado por la editorial Laia en 1976. Este preámbulo también está incluido en el libro mencionado en la nota núm. 2 (p. 88-94).

[8] Aquí con la palabra «socialistas» Sacristán quiere referirse a universitarios anticapitalistas, partidarios de la instauración de un sistema social alternativo al capitalismo. No puede referirse a miembros del PSOE porque nadie de nuestra generación había visto en nuestras universidades a nadie de esa afiliación antes de 1975…

[9] El 14 de enero de 1983, cuando se estaba elaborando la LRU, durante la entrevista que mantuvimos una delegación del profesorado barcelonés con Alfredo Pérez Rubalcaba, antiguo compañero nuestro en la Coordinadora Estatal de PNN, en ese momento reconvertido en el hombre fuerte del ministerio de Educación regido por Maravall (secretario de Estado para Universidad e Investigación), Rubalcaba nos dijo que no se habían atrevido a declarar la extinción del funcionariado universitario para implantar el régimen laboral. Entonces se inventaron aquello del «funcionariado de nuevo cuño», horcas caudinas por las que hubimos de pasar casi todos.

[10] Las ponencias de la delegación soviética conformaron un libro titulado Science at the crossroads, editado en Londres el mismo año 1931. Este congreso está analizado en HUERGA MELCÓN, Pablo (2004) «El Congreso de Londres de 1931», Llull, vol. 27, p. 679-703.

[11] Joseph Needham, J. S. Haldane, Lancelot Hogben, Benjamin Farrington, Samuel Lilley…

[12] Estas distinciones entre los diversos momentos históricos en que se incardina el concepto de ciencia aparecen, por ejemplo, en el brillante ensayo (pero densísimo y difícil…) «El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia». Sacristán enumera las tres tradiciones que alimentan la filosofía de la ciencia implícita en el trabajo científico de Marx: la science (a la que MSL, para abreviar, designa con el nombre de ciencia normal de su época, à la Kuhn), la noción hegeliana de Wissenschaft (noción de origen platónico que engloba el conocimiento de las esencias, de la metafísica) y la noción de ciencia como crítica (Kritik), desarrollada por los jóvenes hegelianos en la década de los años 1830.

[13] Celebrado en Londres en julio de 1965, en el que participaron, entre otros, Kuhn, Feyerabend, Lakatos, Popper, Toulmin y Pearce Williams.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.