En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán Salvador López Arnal entrevista a José Sarrión, profesor de Filosofía de la Universidad de Salamanca y un gran conocedor de la obra de Manuel Sacristán.
Salvador López Arnal.- Estamos celebrando el primer centenario del nacimiento de Manuel Sacristán Luzón (Madrid, 5 de septiembre de 1925), recordamos también los 40 años de su fallecimiento (Barcelona, 27 de agosto de 1985). Son muchas las caras del «poliedro Sacristán» (en el buen decir de Xavier Juncosa): profesor universitario represaliado, maestro de ciudadanos, filósofo concernido, excelente conferenciante, crítico literario y teatral, luchador antifranquista, dirigente del PSUC-PCE, militante del CANC, traductor (más de 33.000 páginas: del alemán, inglés, francés, italiano, catalán, griego clásico, latín), tesis doctoral sobre Heidegger,… Son muchos sus materiales esenciales para la tradición marxista-comunista, incluidos sus textos ecomunistas o ecosocialistas, pacifistas, antinucleares, sin olvidarnos de sus escritos en el ámbito de la lógica y la filosofía de la lógica, o sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores o sus textos sobre la universidad y la división del trabajo. Tú hiciste tu tesis doctoral, la segunda que se presentó sobre su obra, en torno a «La noción de ciencia en Manuel Sacristán». A día de hoy, sin desconsiderar ninguna de sus caras, ¿qué es lo que a ti te parece más vigente, más interesante de su obra?
José Sarrión.- Antes de comenzar, me gustaría señalar lo insólito de esta situación. Lo lógico sería que fuera yo quien te entrevistara y te preguntara tu opinión, dado que eres el principal especialista en la obra de Sacristán.
Salvador López Arnal.- Ya será menos, querido Jose. En todo caso, está muy bien que de cuando en cuando seamos un poco ilógicos.
José Sarrión.- No es nada sencillo responder a tu pregunta. Precisamente, ese carácter poliédrico es lo que genera tantos puntos de interés, algo que podría decirse de cualquier clásico —si verdaderamente se le puede considerar como tal— de la filosofía y la política, ya sea Gramsci, Marx o Aristóteles, cada uno, evidentemente, en su campo, sin pretender entablar comparaciones imposibles.
Salvador López Arnal.- Tres autores muy estudiados por Sacristán, como sabes. Me apunto esta referencia tuya a los clásicos, te pregunto más tarde sobre ello. Te he interrumpido.
José Sarrión.- Para acercarnos mejor a Sacristán, un buen método puede ser dividir su vida en etapas. Las dos propuestas de periodización de la vida de Sacristán son las que propusisteis Paco Fernández Buey y tú mismo en la Introducción a vuestra antología de Catarata De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón (Catarata, 2004, p. 15) y la que propone Juan-Ramón Capella en La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política (Trotta, 2005, p. 14). Ambas periodizaciones son más o menos coincidentes en cuatro periodos. Primero: una etapa de formación, entre 1941 y 1955 que comenzaría con sus primeros escritos universitarios y terminaría aproximadamente con el fin de Laye en 1954 y sus estudios en Münster entre 1954 y 1956. Segundo, un primer periodo de madurez, que comenzaría con su retorno a España en 1956 y su ingreso en el Partido Comunista de España y el PSUC, y terminaría, después de los acontecimientos de París y Praga en 1968, con su dimisión en dicho partido en 1969. Tercero, un periodo de transición intelectual, que abarcaría hasta mediados de los años 70, donde propugna la autocrítica del movimiento comunista y señala problemas nuevos en la crisis del movimiento comunista. Cuatro, un segundo periodo de madurez que comenzaría con la fundación de las revistas Materiales y mientras tanto, hasta su fallecimiento en 1985. Esta etapa estaría marcada por la elaboración de un proyecto roji-verde-violeta.
Salvador López Arnal.- Se podría introducir algún pequeño matiz, pero a mí me sigue pareciendo razonable esa periodización que apuntas, muchísimo más de Paco Fernández Buey que mía.
José Sarrión.- Respecto a su primera etapa, el Sacristán en periodo de formación, también conocido como Sacristán pre-marxista, creo que ya vemos en él rasgos de genialidad, si bien no encuentro unas aportaciones tan sustanciales como en las etapas posteriores. Vemos un Sacristán en formación, muy humanístico, aún no introducido en el campo de la ciencia con tanta precisión como sucederá a partir de Münster, aunque ya se puede intuir su interés. Lo interesante a mi juicio de esta etapa es que podemos observar que ya entonces Sacristán se erige como miembro de pleno derecho de la generación de los 50 de Barcelona, con una cultura a la altura de un Lukács, un apetito lector salvaje y un carácter crítico poco común. Un joven estudiante que lee poesía, escribe teatro y crea sus primeros ensayos filosóficos con un nivel impropio de su edad. Un filósofo que combina su interés por la cultura y la filosofía europeas con un gran conocimiento de la tradición española, como Ortega y Unamuno, lo cual por cierto es muy importante, porque Gramsci o Lenin nos han enseñado que para hacer política hay que conocer la tradición del país al que uno pertenece, crear un marxismo entroncado en la tradición cultural en la que uno habita, y eso en España nadie lo consiguió, pero creo que quien más cerca estuvo fue Sacristán. Pero en esta primera etapa, no obstante, no estamos aún ante el Sacristán más político, que es el que más me interesa.
Salvador López Arnal.- Ya en esta etapa, como señalas, hay textos filosóficos, literarios e incluso políticos de mucho interés. Pienso, por ejemplo, en su crítica del Alfanhuí de Sánchez Ferlosio, en sus textos sobre dramaturgia norteamericana (Wilder, O’Neill) o en sus varios textos sobre Ortega (y Heidegger) y Unamuno. A mí me siguen gustando mucho dos artículos políticos de esta etapa: «Comentario a un gesto intrascendente» (Laye, 1950) y un «Entre sol y sol» de enero-febrero de 1952 sobre la primera visita de la Escuadra usamericana al puerto de Barcelona.
José Sarrión.- No cabe duda de la importancia de los textos que señalas, que muestran las raíces de Sacristán. No debemos olvidar tampoco su interés por Simone Weil, autora que en los últimos años ha recobrado mucho interés en España. Ahora bien: el segundo Sacristán, el posterior a Münster, es ya un Sacristán comunista. Y militante. Y dirigente. Para mí esto es muy importante porque los verdaderos clásicos de la tradición comunista no son meros teóricos, ni tampoco simples organizadores o propagandistas, sino aquellos escasos dirigentes que han logrado unir teoría y praxis. Esto intentaba ser Marx, esto fueron sin duda Lenin, Lukács, Gramsci, cada uno con mayor o menor éxito. Sacristán vuelve a España en 1956 ya como militante del PCE-PSUC, y hasta 1969 es dirigente -insisto, dirigente, no simpatizante ni firmante de manifiestos- de dicho Partido. Montserrat Galcerán señaló este punto en la presentación del Año del Centenario, que realizamos en la Fiesta del PCE de 2024: que en España no hemos tenido apenas personas que fueran, a un mismo tiempo, teóricos y dirigentes. Hemos tenido buenos dirigentes y buenos teóricos, pero personas que fueran ambas cosas, no. Y Sacristán, recordaba Montserrat, sí cumplió ambos papeles durante esta etapa.
Salvador López Arnal.- Esta muy bien que insistas en ese punto, a veces olvidado. Fue, como recuerdas, miembro del comité ejecutivo del PSUC entre 1965 y 1969. No hay muchos casos parecidos en la tradición comunista española o en la de otros países.
José Sarrión.- Durante esta etapa emplea su arsenal teórico y su capacidad de trabajo para hacer trabajo clandestino: primero, crear Partido en la Universidad, que es su espacio sectorial de militancia; segundo, impulsar frentes de lucha comunes (el más destacado en dicha época el SDEUB, más adelante lo serán las CCOO de la Enseñanza, el CANC, etc); tercero, elevar el nivel de formación teórica del Partido; cuarto, relizar una política de difusión cultural del marxismo en España a través de su labor como traductor y editor. Esto demuestra que estamos ante un cuadro político inteligente y práctico, con capacidad de construcción práctica y de tejer alianzas. Por esta razón se convierte en el gran referente del antifranquismo en la Universidad de Barcelona. Sería muy difícil definir esta etapa, que a mi juicio es impresionante. Por poner solo un ejemplo: sus escritos sobre la Universidad, especialmente sus Tres lecciones sobre la universidad y la división del trabajo.
Salvador López Arnal.- Te interrumpo. Precisamente la primera vez que lo oí fue en marzo de 1973, en una conferencia sobre esta temática. Aunque entendí poco (yo era de ciencias, de mates), me deslumbró totalmente. Continúa por favor.
José Sarrión.- Esas lecciones, decía, son una pequeña muestra cómo usar correctamente el análisis teórico para la intervención política en la tradición comunista. Es decir: estamos en un contexto de lucha por una Universidad Democrática bajo el franquismo, en plenos años 60; en este contexto, en concreto a finales de dicha década, un grupo de izquierdistas universitarios llama a abolir la Universidad. Y Sacristán, que está en medio del meollo y de la organización del movimiento, responde con un análisis serio, para explicar por qué el hecho de que la universidad sea una instancia de reproducción hegemónica no es razón para abolirla, sino, por el contrario, para luchar por la entrada de las masas obreras en la misma. ¿Por qué? Porque la reproducción de hegemonía de la Universidad no se produce simplemente mediante la ideología que se vuelca en el aula, sino, sobre todo, en el hecho de que el acceso a los estudios superiores está condicionado clasísticamente.
Estamos ante un texto que une a Ortega y a Gramsci. En él vemos intervención política de coyuntura, pero también rigor teórico que aspira a hacer análisis de profundidad y sostenibles en el tiempo. Y además un conocimiento que combina los marxismos más avanzados de la época (en aquel momento Gramsci aún es prácticamente desconocido en España, recordemos que no existía ni la edición crítica de Gerratana) junto a los autores más importantes de la tradición hispánica como es el caso de Ortega. Y, no lo olvidemos, todo ello con vocación de hacer política. Es potentísimo, porque el texto finaliza con una predicción de futuro muy llamativa, valiente y poco común en la actualidad. Pocos teóricos se atreven ya a hacer juicios acerca de hacia dónde se desplaza la realidad, a tratar de definir tendencias reales, pero esto en política es fundamental. Pues bien, el análisis de Sacristán sobre la Universidad termina prediciendo que, tarde o temprano, el poder burgués tendrá que introducir o reforzar «barreras horizontales que produzcan aún más estratificación, estamentalización intrauniversitaria: graduados de 1.ª, de 2.ª, de 3.ª. […]. La estrategia capitalista reacciona reforzando la jerarquía ya en la misma titulación, reforzando más el prestigio ideológico del principio jerárquico. El modelo es el sistema norteamericano» (Intervenciones políticas. Panfletos y materiales III, Icaria, p. 150). Esto es increíble, porque durante medio siglo pareció que ese análisis no se iba a cumplir.
Salvador López Arnal.- ¿Y por qué dices que pareció que no se iba a cumplir?
José Sarrión.- Porque en las décadas posteriores a este escrito más bien la Universidad se «masificó» y se produjo una entrada sustancial de hijos de la clase obrera en la misma (aunque desde luego no en las mismas condiciones que para las clases medias, evidentemente). Sin embargo, a los pocos años de empezar el siglo XXI, en España se combina el proceso de Bolonia con una salvaje subida en las tasas universitarias (aún más sangrantes en el caso de los Másteres, muchos de los cuales son obligatorios, por ser profesionalizantes). Y entonces el análisis de Sacristán se cumple. Yo leo este texto precisamente en 2008, cuando estamos en plena lucha contra el Plan Bolonia. Una época muy difícil para ser comunista, con el Gobierno Zapatero en una de sus máximas cotas de popularidad. Por poner un ejemplo: las Juventudes Socialistas del PSOE venían a intentar reventarnos las asambleas de Estudiantes contra Bolonia porque, según ellos, éramos poco menos que unos reaccionarios antieuropeos que no entendíamos la modernidad de la Universidad, y las consignas del «giro enseñanza-aprendizaje» que iban a revolucionar la universidad española y a rescatarla de su centenario atraso. Todo consignas emitidas desde el Gobierno que, con el tiempo, se revelaron un mantra falso, una zanahoria ideológica, puesto que el palo material era la subida de tasas y la jerarquización de los títulos. Y entonces, en ese contexto de lucha contra Bolonia en la Universidad, en condiciones de minoría absoluta, Sacristán me enseña, teniendo yo 26 años, que es que la universidad es precisamente eso, que su función hegemónica consiste en que no todos puedan entrar en las mismas condiciones. Que no es que los dirigentes de la universidad o del Gobierno sean ineficaces, sino que cumplen a la perfección la función que deben cumplir para que el capitalismo funcione y para que los de siempre obtengan sus beneficios.
Este texto, cuya confección comienza en conferencias entre 1969 y 70 es tremendo, porque mientras se redacta -insisto, para un debate político, como sucede en casi todos los textos importantes del marxismo, desde Miseria de la Filosofía al Qué hacer o la Sobre la Cuestión Meridional– Sacristán estaba sufriendo condiciones de persecución absolutas, expulsado de la universidad por su actividad política. Y su análisis sobrevive medio sigo y reaparece en 2008 para inspirar a un puñado de jóvenes comunistas que buscábamos orientación teórica para entender nuestra realidad. Esto es clave, y para mí es el Sacristán de los 60, el Sacristán dirigente comunista, en uno de sus momentos de máximo esplendor, sin desmerecer en absoluto sus etapas posteriores.
Salvador López Arnal.- Recordemos también el Manifiesto «Por una Universidad democrática», el texto que se leyó (creo que lo leyó Paco Fernández Buey) en la constitución del Sindicato Democrática de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB), la que suele mal llamarse «Capuchinada».
José Sarrión.- Por supuesto. Podríamos pasar días repasando las aportaciones de Sacristán durante esta etapa, durísima pero apasionante.
Ahora bien, esta etapa termina, y lo hace de manera trágica. Depresión política y personal (clínica), decepción con los eventos históricos de la época, enfrentamientos en el partido, y -me imagino- cansancio acumulado; puesto que la militancia, si se practica bien, es durísima y agotadora. Y Sacristán dimite de sus cargos en el 69, atravesando una depresión, si bien lo hace discretamente. Recordemos que unos años después vendrá toda una fiesta de exhibicionismo anticomunista, de ex militantes arrepentidos del PCE que se entregarán al nuevo PSOE otanista y neoliberal, «100% marxist free». Sacristán no será uno de ellos, al contrario.
Salvador López Arnal.- Por supuesto, era impensable en su caso.
José Sarrión.- Mantiene su dimisión en discreción, manteniendo el carnet durante otra década. Y, mientras sucede esto, ocurre que la sociedad española (y europea) se está derechizando. Estamos ya en el post68. Antes mencionábamos sus Tres lecciones sobre la universidad y la división del trabajo, escrito por primera vez en 1969-70. Casi 10 años después de su primera redacción, el texto se reedita. Pero en dicha reedición, en 1977, el propio Sacristán reconoce que aquel viejo riesgo de izquierdismo que representaban los «abolicionistas de la Universidad» de mediados de los 60, ha desaparecido ahora a finales los 70. Y que ahora el problema es precisamente el contrario, es decir, que «buena parte de la insensata vanguardia estudiantil de 1967-1972 se ha hecho tan estérilmente ultrasensata que este viejo material será quizás útil empleándolo al revés que en 1970» (Intervenciones políticas. Panfletos y materiales III, Icaria, pp. 98-99). Esta frase creo que resume muy bien la perplejidad de Sacristán, un comunista de mediana edad que prevé, antes que la mayoría, que el proyecto comunista se va a disolver como un azucarillo. Que nos han derrotado. Y esto a pesar de que el ambiente general, hacia mediados de los 70, más bien parecía indicar lo contrario.
Salvador López Arnal.- Estás haciendo referencia a la nota previa previa que escribió en enero de 1976 para la edición de su texto, traducido al catalán, en la revista rosellonesa Aïnes. Hablabas de derrota.
José Sarrión.- Sí. Creo que Sacristán ve esta derrota antes que la mayoría, y es probable que influya en su depresión. Y de ahí Sacristán empieza a interesarse por ejemplos de resistencia. Aparecen sus notas a la traducción de Gerónimo, sus escritos de Ulrike Meinhof. No es que él considerara a la cultura apache la mejor cultura del mundo, ni que la RAF le pareciera el modelo político a seguir. No. Lo que le interesa son los intentos de «ir en serio», frente a un mundo cada más más derechizado en el que habita, y una izquierda «ultrasensata». Le interesa, en suma, estudiar ejemplos de resistencia.
Salvador López Arnal.- «Ir en serio» uno de sus interesantes conceptos en el ámbito de la lucha política, incluso también en el ámbito del trabajo y de la reflexión intelectual.
José Sarrión.- Y en ese momento, y aquí hay otro momento de genialidad, descubre la ecología. Esto es increíble, porque el informe al club de Roma de 1972 no cayó especialmente bien en toda la izquierda. Pero Sacristán lo lee, lo estudia, y concluye que el nuevo paradigma ecologista es una razón para recuperar la raíz revolucionaria del marxismo frente a las tentaciones eurocomunistas o socialdemócratas, una temática que por cierto le interesa de siempre, es de lo que más le interesa de Lenin o Lukács. Y, entonces, poco a poco, inicia un proceso de reconstrucción teórica de la tradición comunista, con una enorme sensibilidad hacia los nuevos movimientos sociales, aunque sin perder nunca el hilo rojo y la creencia en la centralidad de la clase obrera (así lo indica, al menos, en sus textos).
Salvador López Arnal.- Por ejemplo, como recuerdas bien, en aquel texto inolvidable que fue el editorial del primero número de mientras tanto. Estamos en el otoño de 1979.
José Sarrión.- Comento esto último porque, de manera manipuladora, a lo largo de los 90, y de los 2000, algunos sectores de la izquierda vendían los nuevos movimientos sociales o la política verde, incluso el ecosocialismo, como un intento de suplantación de los partidos comunistas. Y esto es una falsedad histórica y teórica, porque el ecologismo político precisamente nos obliga a volver a ser revolucionarios, a alejarnos de cualquier tentativa socialdemócrata, puesto que el problema ecológico no se arregla con una redistribución de la renta a la vieja usanza, sino con transformaciones radicales del sistema de producción y de consumo.
O sea, eso que tradicionalmente llamamos una revolución.
Salvador López Arnal.- Digamos, usando una de sus expresiones, más motivos (y muy importantes) para cultivar y alimentar la llama anticapitalista de siempre.
José Sarrión.- Este Sacristán «de transición» dará lugar, finalmente, al último Sacristán, a su segundo periodo de madurez, que será el de mientras tanto. Un pensador potentísimo, que no renuncia ni a una molécula de su núcleo comunista ético-político, pero que está dispuesto a releer todas las teorías que sean necesarias. El nombre de mientras tanto es en sí mismo una provocación, como sabes muy bien. Cuando las revistas políticas tenían nombres «vencedores» y optimistas, Sacristán, con la retranca que tenía cuando quería, dice que, puesto que nos han derrotado, mientras nos recomponemos, habrá que estudiar y dialogar, mantener «racionalmente sosegada la casa de la izquierda» como dice en el editorial del primer número de mientras tanto que antes citabas. Y recuperar la alianza ochocentista entre la ciencia y el movimiento obrero. Esto es una clave importantísima, porque no olvidemos que cuando Sacristán impulsa mientras tanto, coincide con el proceso de hundimiento del PCE y de todas las organizaciones comunistas a su izquierda, la hegemonía casi absoluta del PSOE y todo lo que sabemos que vino después.
Pero tu pregunta inicial era qué es lo que me parece más vigente, más interesante de su obra.
Salvador López Arnal.- Sí, esa era mi pregunta inicial, pero ya nos has dado algunas pistas importantes.
José Sarrión.- Dentro de esas cuatro etapas que hemos definido, me atrevería a destacar tres rasgos.
Primero, un revolucionario consecuente, que no se vende, pero que al mismo tiempo mantiene una actitud crítica constante, ya sea hacia su propia dirección o compañeros de partido o hacia los clásicos de la tradición. Con un olfato muy fino para detectar los riesgos de institucionalización de la izquierda, que, a mi juicio, han terminado sucediendo.
Segundo, una visión amplia, no sectaria, de política de alianzas entre las diferentes sensibilidades de la izquierda, pero sin falsos tacticismos, con honestidad para que el diálogo sea sincero (por ejemplo, con el anarquismo o con el cristianismo).
Tercero, una actitud ética de compromiso con los desposeídos, con los trabajadores, con los proletarios, las mujeres, los jóvenes, los inmigrantes (que entonces eran de interior), los pueblos del tercer mundo. La lucha por la paz, contra la OTAN, contra las nucleares… todo esto es Sacristán.
Como ves, es de una complejidad gigantesca, porque como todos los revolucionarios, no es que realice una sola propuesta teórica y se eche a descansar, sino que Sacristán va teorizando, leyendo y dialogando -con la tradición pero también con los últimos desarrollos científicos de su tiempo- mientras vive e intenta intervenir en su tiempo histórico.
Salvador López Arnal.- Hay un punto que dejamos pendiente, el asunto de los clásicos. ¿Sacristán es un clásico? ¿Del marxismo comunista español, de la filosofía? Antes, si te parece, ¿qué es un clásico desde tu punto de vista?
José Sarrión.- En Verdad y método, Gadamer dijo que «es clásico lo que se mantiene frente a la crítica histórica porque su dominio histórico, el poder vinculante de su validez transmitida y conservada, va por delante de toda reflexión histórica y se mantiene en medio de esta […]. Esto es justamente lo que quiere decir la palabra ‘clásico’: que la pervivencia de la elocuencia inmediata de una obra es fundamentalmente ilimitada».
Yo creo que Sacristán es, en primer lugar, un clásico de la filosofía española del siglo XX, por varios motivos. Por supuesto, por su papel como difusor cultural, lo cual implica sus 28.000 páginas de traducciones, su papel como editor o su rol como reintroductor de la lógica formal en España, esto último estudiado por Luis Vega Reñón.
Pero, principalmente, porque sus tesis continúan interpelándonos. En junio, en el marco de un Seminario del Programa de Doctorado de Filosofía de la USAL, Fernando Broncano mostró, por ejemplo, la continuidad de la discusión en torno al lugar de la filosofía en los estudios superiores, la cual continúa viva a día de hoy en unos términos no muy alejados de los que planteó Sacristán en su famoso texto de los 60. Cuando hablamos de continuidad, hablamos de autores que continúan debatiendo en torno a estas nociones, a si podemos hablar de una filosofía sustancial o no, etc. Esto es ser un clásico.
O, por ejemplo, un aspecto que está por estudiar es cómo Sacristán se adelanta a temáticas y análisis que décadas después van a descubrir otros autores. Es el caso por ejemplo de su estudio acerca del metabolismo entre naturaleza y sociedad, que luego trabajarán autores como Foster, o su comprensión de la unidad de acción entre el socialismo, el feminismo, el ecologismo y el movimiento por la paz, que prefigura en parte lo que autores posteriores trabajarán en torno a la idea de interseccionalidad. O su visión acerca de la necesidad de regular las fuerzas productivo-destructivas, donde hay una anticipación a algunas de las ideas que configuran el movimiento decrecentista actual. Hoy, a la luz de estos autores y movimientos, podemos releer a Sacristán y encontrar en él puntas críticas y observaciones que nos permiten comprender mejor el mundo que habitamos, objetivo último de toda teoría.
Salvador López Arnal.- Por mínima cortesía, tengo que preguntarte por tu tesis. La escribiste sobre «La noción de ciencia en Manuel Sacristán». ¿Qué noción de ciencia es la suya?
José Sarrión.- Mi tesis, que hoy seguramente escribiría con otros matices, se estructura en tres partes. En la primera parte intento mostrar de manera más o menos sistemática sus concepciones sobre la lógica y sobre la ecología, además de analizar dos textos inéditos descubiertos gracias a ti. En la segunda parte reconstruyo las posiciones de Sacristán con autores centrales en filosofía de la ciencia, tales como Russell, Carnap, Popper, Kuhn y Jesús Mosterín. Y en la tercera parte, trato de estudiar la repercusión de todo este bagaje epistemológico para su diálogo con clásicos de la tradición, tales como Marx, Gramsci, Lenin, Lukács y Althusser.
Sería imposible bosquejar las conclusiones en formato entrevista. A riesgo de cercenar la mayor parte de mi análisis, podríamos decir que en Sacristán hay, por un lado, una sólida comprensión de la ciencia desde un punto de vista epistemológico, que incluye entender la ciencia como el dispositivo de conocimiento más potente que tenemos, pero al mismo tiempo una comprensión de los límites de la misma. Estos límites se ponen de manifiesto en textos de los 60, como por ejemplo su Prólogo al Anti-Dühring, sin ir más lejos. Pero, por otro lado, encontramos un giro en los 70 y 80 en el que Sacristán prioriza el estudio de la ciencia no en su vertiente epistemológica sino en su vertiente ontológica, lo que le lleva a demandar un corazón de la política de la ciencia dentro de la filosofía de la ciencia. Está pensando en las consecuencias ecológicas y sociales del complejo tecno-científico de las sociedades industriales. Fernández Buey denominó este giro como un «racionalismo bien temperado». Este giro da lugar a análisis que parecen escritos a día de hoy.
Salvador López Arnal.- Sé que hay muchos otros temas sobre los que podríamos hablar y hablar, pero todo tiene su fin, también esta conversación. ¿Quieres añadir algo más?
José Sarrión.- Sí, lo más importante: agradecerte todos tus años de trabajo recuperando a Sacristán y a Fernández Buey. Tu labor ha sido y es fundamental para mantener vivos a estos autores y para que jóvenes militantes e investigadores se interesen por ellos y les lean. Este trabajo debe ser reconocido, pues su valor es inestimable.
Salvador López Arnal.- Muchas gracias por tus generosísimas palabras.
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