Cocinar, hacer las camas, planchar, barrer el suelo, hacer la compra y otras muchas tareas, en una rutina circular y extenuante, a las que se añade el cuidado de los hijos y otras personas dependientes de la familia. El «trabajo doméstico» supone para las mujeres en el Estado español una dedicación de 7 horas diarias […]
Cocinar, hacer las camas, planchar, barrer el suelo, hacer la compra y otras muchas tareas, en una rutina circular y extenuante, a las que se añade el cuidado de los hijos y otras personas dependientes de la familia. El «trabajo doméstico» supone para las mujeres en el Estado español una dedicación de 7 horas diarias (los hombres dedican sólo 3). Es el trabajo invisible, repetitivo y agotador que nadie reconoce y todos exigen. Y hablamos por supuesto de las trabajadoras, malabaristas de las horas y los bajos salarios (las mujeres de clase alta, obviamente, pagan por todos estos servicios).
La incorporación de la mujer al mercado laboral ha aumentado en los últimos años, hasta llegar a un 43% de ocupación, eso sí, con sueldos inferiores y trabajos precarios escudados en la «conciliación» con la esfera doméstica. Esta incorporación no ha sido acompañada de un fortalecimiento del Estado de bienestar. El neoliberalismo ha agudizado la opresión de la mujer.
Ante problema del trabajo doméstico se han planteado diferentes análisis y soluciones desde sectores de movimientos feministas, socialistas y revolucionarios. El hecho de que las amas de casa hagan un trabajo no reconocido social ni económicamente (sin bajas por enfermedad, vacaciones o pensiones) ha llevado a pedir un salario para el trabajo doméstico.
Breve historia
El movimiento a favor de la salarización nace como tal en 1974 en Italia, siendo Mariarosa dalla Costa la principal teórica.
No partió como pudiera intuirse de un análisis típicamente feminista (que separa al capitalismo del problema y se centra en el beneficio que extrae la familia -el hombre- del ama de casa), sino que fue planteado como una reivindicación revolucionaria de la clase trabajadora. Dicho análisis señalaba que el máximo beneficiario es el sistema económico que explota a los trabajadores, que son, a su vez, a los que el ama de casa reproduce, cuida y alimenta.
Aunque tuviera en su origen un claro contenido de clase, que podríamos cuestionar en los términos planteados (si la reproducción de la clase trabajado ra forma parte de la producción capitalista o si bien es una precondición para la última), esta reivindicación fue primordialmente liderada por el movimiento feminista occidental en los 70. En concreto, el feminismo reformista, representado por las clases medias altas, es el que más ha olvidado esta reivindicación. Más de 30 años después su posición social dentro del capitalismo las ha eximido de esta dura carga y su tendencia a extrapolar a las masas sus victorias individuales las ha llevado a dejarla aparcada.
El papel del trabajo doméstico para el capitalismo es crucial y la debilidad de las mujeres trabajadoras está directamente relacionada. Si bien una reivindicación como ésta es altamente progresista al visibilizar y dotar de más recursos a las olvidadas y unir a un sector tan fragmentado, su aplicación podría derivar en determinados problemas.
Matizando
Obtener un sueldo por el trabajo doméstico (basado de por sí en el modelo de familia nuclear) podría legitimar el papel de las mujeres como responsables de estas tareas y perpetuar la división sexual del trabajo. Planteemos dos situaciones. En el peor de los casos, considerando las dinámicas machistas que dominan en nuestra sociedad, es posible que en muchas familias se «exigiera» a la mujer realizar las tareas o limitarla a sobrevivir con dicha paga. Los efectos psicológicos del aislamiento y de un trabajo poco creativo son terribles, y la «salarización» a largo plazo podría aún arraigarlo más.
En el mejor de los casos, las parejas podrían decidir quién de los dos hace el trabajo doméstico, dando paso a una posible reconfiguración de roles, si en las parejas (heterosexuales) se encargara el hombre. Sin embargo, en la práctica, por muy progresistas que se seamos (y se ha de ser antisexista sin tregua) las facturas se amontonan. En el Estado español las mujeres cobramos un 30% menos, por lo que será más rentable para ambos mantener el salario del hombre y que sea ella quien se quede en casa. El mercado laboral frena constantemente la lucha por la igualdad. La complejidad del trabajo doméstico en sí plantea la necesidad de debate y búsqueda de alternativas. De hecho, hay otras opciones que tratan de solucionar el problema desde otra óptica. En lugar de defender el salario para el trabajo doméstico, podría ser más conveniente la potenciación de dos medidas.
En primer lugar, y paralelamente a cualquier opción, la defensa de unos servicios públicos de calidad y en última instancia, la socialización del trabajo doméstico. En segundo lugar apoyar una renta básica. De esta manera, tenderíamos a garantizar que nadie dependiera económicamente de nadie y a no establecer una especie de relación contractual por una tarea tan injusta y alienante.
Regina Martínez es militante de En lluita / En lucha
Fuente: http://enlucha.org/site/?q=
[VERSIÓ EN CATALÀ: http://www.enlluita.org/site/?