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«Salí con Pablo. Me casé con Albert»

Fuentes: Rebelión

Lo que era un secreto a voces, ahora son simplemente voces. Las de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero intentando minimizar el tamaño de la grieta que desde hace unos meses se ha abierto bajo sus pies. El primero, hablando poco, y el segundo, según acostumbra, demasiado. O al menos, eso debieron pensar algunos, a […]

Lo que era un secreto a voces, ahora son simplemente voces. Las de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero intentando minimizar el tamaño de la grieta que desde hace unos meses se ha abierto bajo sus pies. El primero, hablando poco, y el segundo, según acostumbra, demasiado. O al menos, eso debieron pensar algunos, a tenor de los acontecimientos que rápidamente se desataron después de su entrevista matinal en Radio Cable. Por la tarde, Iglesias, ante el atónito auditorio del Círculo de Bellas Artes de Madrid, anunciaba la dimisión del secretario de Programas de todos sus cargos en la dirección de Podemos. Y desde entonces, un artículo en el blog de Monedero, y las mutuas confesiones públicas de amistad, no han servido para apagar el incendio. ¿Pero qué es lo que está ocurriendo? «Intrigas de los medios», decía por la noche el exsecretario de Programas en su blog. Pero por la mañana señalaba otra cosa distinta: «Claro que hay una tensión dentro de Podemos, y no solo en la dirección». Una tensión entre dos almas, «el alma de donde viene -el del 15M- y la propia conversión en partido político que te sitúa en un ámbito institucional con una serie de reglas». Más allá de la carnaza con la que se cebaron algunos medios de comunicación, Monedero definió exactamente la raíz del problema, y no dudó en advertir de los riesgos que estas exigencias implican en cuanto a terminar cayendo rehén de la partitocracia. La tormenta que se cierne sobre Podemos tiene que ver con el conflicto entre su forma de organización, en muchos sentidos, la de un partido político convencional, y las innovadoras estrategias de participación que puso sobre la mesa el 15M. Pero esto es solo parte de la verdad, porque la otra parte está relacionada con las consecuencias que esta forma de organización ha provocado sobre la producción de su discurso político, que han encontrado su punto de ebullición con la irrupción política de Ciudadanos. En un artículo aparecido en Público, Iglesias ya había señalado que Podemos podría perder la «centralidad» si sus altas expectativas lo llevaban a replegarse sobre sí mismo, rebajando el contenido político de su discurso para ampliar su caladero de votos. La «centralidad», advirtió, no es el «centro ideológico» (Iglesias, 20/04/2015, Público). Unas palabras que parecían anunciar un cambio de rumbo, pero que la dimisión de Monedero las ha cargado de incertidumbre. Porque esta situación, por mucho que se intente paliar con abrazos públicos, denota una crisis real. La de una práctica organizativa, y una estrategia discursiva, que no ha sabido inmunizarse a la reacción de la partitocracia. Ante un terremoto como el de Podemos, la mejor respuesta es una réplica: Ciudadanos.

El sondeo del mes de abril de IOP-Gallup ya nos dejó un dato preocupante que se perdió con la paja y que debemos rastrear en la valoración que los votantes de IU tienen de los líderes de las otras formaciones políticas. Mariano Rajoy, como es normal, aprobó solo para el 2,7%. Rosa Díez tampoco salió bien parada: un 9,5%. Pedro Sánchez elevó un poco más el listón hasta el 23,3%. Y Pablo Iglesias se quedó apenas 9 puntos por debajo de Alberto Garzón con un desbordante 59,4%. Tomemos nota mental de este último dato, porque es lo que explica que la pérdida de votos de IU hacia Podemos se haya incrementado hasta un 34%. Pablo Iglesias cae muy bien entre los votantes de IU, y esta es una razón por la que muchos de ellos se están pensando cambiar de papeleta. Y ahora vayamos al dato realmente importante. Resulta que el índice de aprobación de Albert Rivera entre los electores de IU era de un 34,7%. Es decir, que el candidato de Ciudadanos, en las antípodas ideológicas de Alberto Garzón o Cayo Lara, se la está colando a un tercio de los electores de IU. Y hablamos de una minoría muy concienciada de la población, que recordemos, es la que menos se ha dejado seducir por otros líderes como Pedro Sánchez o Rosa Díez. La gran pregunta, además del tiempo que podrían tardar estos electores en descubrir lo que se esconde detrás de la sonrisa de Albert Rivera, es saber qué índice de aprobación tiene este candidato entre los potenciales votantes de Podemos. Porque los electores de IU pueden equivocarse en la percepción de un líder, pero la base mínima del 4,1% que refleja la encuesta debe constituir su último reducto político, y éste, a la experiencia me remito, tiene más moral que el Alcoyano. De hecho, en el sondeo realizado por esta misma empresa a finales de marzo, el grado de aprobación de Albert Rivera entre los votantes de IU era de un sorprendente 47,6%, lo que a la postre implica un desplome de su valoración de 13 puntos en tan solo treinta días. Es decir, que los electores de izquierdas (y perdón por la palabra) son tan vulnerables a las novedades políticas como cualesquier otros, pero bastan un par de comentarios sobre el contrato único o la subida del IVA en los alimentos básicos para hacerlos regresar espantados a sus valores de toda la vida.

Sin embargo, la pregunta que está en el aire es si este porcentaje menguante de aprobación de Albert Rivera entre los electores de IU, que sube al 40% entre los votantes socialistas, al 56% entre los votantes del PP, y se dispara hasta el 71% entre los votantes de UPD, será tan fácil de disipar entre los potenciales electores de la formación de Pablo Iglesias, compuesta por una base ideológica sin duda más volátil que la de otros partidos. Podemos podría tener un problema importante de cara a las Elecciones Generales, un problema que quizás parezca menos acuciante en las Autonómicas, donde concurre con su propia marca, pero que podría estallar en aquellas candidaturas municipales, llamadas de unidad popular, donde tendría que competir, sin el respaldo de sus siglas o del icónico círculo, contra la papeleta del cada más simpático Albert Rivera, claramente identificable por el nombre y logotipo de Ciudadanos. Mientras tanto, el Barómetro de El Electoral de primeros de abril señalaba que la valoración de Albert Rivera entre los votantes de Podemos era de 3,3 puntos, lo que significa un 54% menos que los 7,2 puntos que otorgaban a Pablo Iglesias. Pero esta distancia se multiplicaba hasta un 75% en el caso de los votantes de IU, que valoraban al líder de Ciudadanos con 1,9 puntos frente a los 7,8 de Alberto Garzón. Mi conclusión, y en estos tiempos de mudanzas solo puede ser, aunque razonable, provisional, es que Podemos tiene un serio problema de arraigo ideológico entre al menos un 40% de su electorado, y que necesita iniciar una fuerte campaña de comunicación, dirigida en parte a sus cuadros medios, y en parte a su potencial electorado, destinada a establecer cuál es la base de sus valores políticos, y sobre todo, en qué se distingue de la bolsa de valores que representa Albert Rivera. Las referencias a la casta, la regeneración democrática y las puertas giratorias, no parecen que sirvan para mucho en este caso, ya que Ciudadanos es capaz de replicarlas sin ningún empacho, pero con un formato que parece más digerible para una parte significativa del electorado. Creo que en esta dirección apuntaba el artículo en Público de Pablo Iglesias que hemos comentado anteriormente, «La centralidad no es el centro«, un texto que podríamos interpretar en clave interna como un intento de corregir la orientación de algunos cuadros de Podemos que, alarmados por lo que perciben como un fracaso de sus expectativas en Andalucía, imputan este revés al discurso demasiado «izquierdista» de Teresa Rodríguez. Iglesias dice que para ciertos «sectores políticos con simpatías hacia Podemos», «pareciera que la centralidad se identificara con discursos que buscaran un trato más amable por parte de los medios de comunicación y con una imagen de respetabilidad fundamentada en no dar miedo ni a las élites económicas, ni a una mayoría social básicamente conservadora, tibia y renuente a los cambios. Esta noción de centralidad se acerca peligrosamente a la noción de «centro ideológico». La peligrosidad de tal acercamiento no reside en ninguna valoración negativa de ese espacio ideológico «ni de izquierdas ni de derechas», sino en la constatación de que en ese terreno Podemos tiene todas las de perder» (Iglesias, 20/04/2015, Público).

Pero este artículo de Pablo Iglesias es de consumo interno, y es incluso cuestionable que sus hipotéticos receptores, esos «sectores políticos con simpatías hacia Podemos», que no son más que un trasunto diplomático de los propios cuadros de Podemos, vayan a interpretarlo como una consigna clara. Al fin y al cabo, Pablo Iglesias no es Mao Tse-Tung, aunque algunos de sus partidarios se empeñen en tratarlo como si fuera El Gran Timonel. Lo que está realmente en juego es cómo trasladar este mensaje a sus electores; si de aquí a las elecciones de mayo, y sobre todo, a las Generales, Podemos conseguirá dotar a su discurso no solo de un perfil propio, cosa que ya tiene, sino de unos marcadores claramente identificables que le permitan tomar distancias y mostrarse como una opción opuesta a la que representa Albert Rivera. Esto, que ya lo ha conseguido en relación a los partidos de la casta, será más difícil de alcanzar frente a un partido que nunca ha gobernado y que no tiene ningún imputado entre sus listas. Una dificultad de la que Iglesias es perfectamente consciente, tal y como pudimos ver en la entrevista que el último sábado de abril concedió a La Sexta, donde arremetió sin contemplaciones contra Ciudadanos, al que señaló como el «partido bisagra» del PP, más afín a las empresas del IBEX que a la gente que paga impuestos, y más orientado al «recambio» que al «cambio» que representa Podemos. Esta comparecencia es importante, porque representa el traslado del contenido de las tesis del artículo que había publicado cinco días antes a la estrategia de comunicación política que tan buenos resultados le ha dado hasta ahora. Mientras tanto, Carlos Fernández Liria, uno de los promotores iniciales de Podemos, además de una referencia intelectual de primer orden para el círculo más cercano a Pablo Iglesias, ha abordado esta cuestión en otro artículo reciente de eldiario.es, proponiendo jugar «La carta que nos queda: republicanizar el populismo«, esto es, grosso modo, «reivindicar los derechos y las instituciones clásicas del pensamiento republicano, al mismo tiempo que se demuestra que son enteramente incompatibles con la dictadura de los mercados financieros en la que estamos sumidos» (Fernández Liria, 16/04/2015, eldiario.es). La sugerencia es interesante, pero haría falta toda una operación de marketing político para llevar a Podemos a la senda del republicanismo, toda vez que hasta ahora se ha caracterizado más por buscar la foto junto al rey Felipe VI que por establecer una postura clara en torno a la continuidad de la monarquía, constantemente diferida a un incierto referéndum futuro. Y está por ver si en nuestro país, y con nuestra tradición política, es posible una suerte de republicanismo monárquico, es decir, construir un pensamiento que verdaderamente pueda llamarse republicano a la sombra de un Borbón.

Todo esto me recuerda peligrosamente, con todas las distancias habidas y por haber, a aquellas primarias demócratas del año 2004 donde el entonces senador de Massachusetts y actual secretario de Estado John Kerry terminó haciendo morder el polvo a la que en un principio parecía la estrella fulgurante del firmamento político estadounidense: Howard Dean. Éste había irrumpido en la dirección del Partido Demócrata «por no levantarse contra Bush y la guerra unilateral» llamando a sus rivales Edwards y Kerry «cucarachas de Washington». Su retórica inflamaba a la gente, y el entusiasmo, al igual que las donaciones voluntarias que fluían por la red, parecía imparable. Sin embargo, unos meses después, tras haber despuntado en las encuestas como el gran favorito, se vino abajo con porcentajes cercanos al 5%. ¿Cómo fue esto posible? Sencillamente, por lo que la avispada fundadora de una ONG de ayuda al desarrollo, Jeanette Leehr, supo condensar en un lema que pronto se replicó hasta la infinidad en chapas y camisetas: «Dated Dean. Married Kerry», es decir, «Salí con Dean. Me casé con Kerry». La propia autora de la frase lo explicó así: «Cuando Dean empezó a atraer la atención, intenté averiguar por qué era tan atractivo». Y añadió: «Y llegué a la conclusión de que a la gente le encantaba lo fogoso de su mensaje. Era decidido, impetuoso, hablaba de forma sencilla contra la guerra, contra Washington, contra Bush… Pero, después de vivir con Dean en los medios y conocer más cosas de su historial, me pareció que no tenía la experiencia, el juicio y el porte de un presidente. Fascinar es una cosa; afrontar el reto de cuatro años en la Casa Blanca, otra» (Calvo Roy, 04/02/2004, El País).

A decir verdad, es difícil imaginar que en nuestro país empiecen a circular chapas o camisetas con la frase «Salí con Pablo. Me casé con Albert». Casi cuatro décadas de dictadura nos han hecho muy recelosos de andar aireando con quién salimos o nos casamos políticamente. Pero la idea, junto a los datos y las circunstancias que la acompañan, tiene demasiada fuerza como para ignorarla. Los estrategas de Podemos harían bien si levantaran por unos instantes los ojos del libro de Laclau y se centraran en lo que está pasando a su alrededor. Verían un escenario inquietante, que quizás ya no puedan conjurar únicamente con la magia de Pablo Iglesias en los estudios de televisión o el uso de significantes vacíos como el de «arriba» y «abajo». El secretario general de Podemos terminaba su artículo con un llamamiento claro: «Llegamos hasta aquí llamando a las cosas por su nombre; debemos seguir haciéndolo». Quizás tenga razón. Pero ¿cómo llamar a las cosas por su nombre, si ni siquiera podemos decir que Ciudadanos es de derechas y Podemos de izquierdas? Es, desde luego, una pregunta retórica, porque el propio Iglesias da la solución en su artículo: visualizando a las víctimas de la crisis, reivindicando el Estado social, defendiendo la soberanía como base de la democracia. Son las ideas que le han valido a Podemos ocupar el primer plano de la política nacional. Pero me da la impresión que la defensa de estas ideas, sin la ayuda de un aparato conceptual más elaborado y mejor ensamblado con la tradición de resistencia política de este país, es como pelear contra un gigante con una mano atada a la espalda, sobre todo ahora que la reacción orquestada por los amigos del IBEX 35 se ha desatado de forma implacable. Necesitamos algo más. Porque en esta disputa, es triste recordarlo, hay vidas en juego. Precisamos valores fuertes. Una resistencia firmemente anclada en un movimiento social que sea realmente el protagonista de su destino. Unas profundas convicciones democráticas que empiecen por uno mismo. Y una voluntad sincera de tender puentes con aquellos que están defendiendo lo mismo que tú. La Syriza, no lo olvidemos, no conquistó el poder renegando del pasado ni de aquellos actores que formaron parte de él. Aunó bajo una misma bandera a un amplio abanico de tendencias entre las que pululaban tanto socialistas como ecologistas de izquierda, además de otros actores más heterodoxos que iban desde el trotskismo hasta el maoísmo, por no hablar de los eurocomunistas, o de los euroescépticos a palo seco. Algunos debieron pensar que el joven Tsipras se había vuelto loco, y que más que refundar un partido, se estaba metiendo en el camarote de los hermanos Marx. Pero consiguió dotar a todos estos actores de una finalidad común y una orientación moderna y avanzada. Y funcionó. Porque una cosa es tener razón en que no hay que dejarse congelar por los símbolos del pasado, y otra bien distinta es huir como de la peste de aquellos que han encarnado los mejores valores de lucha y resistencia mientras Podemos era tan solo un sueño. Si perdemos la memoria, ¿cómo podremos llamar a las cosas por su nombre? 

 

Fuentes de información electrónica

Prensa:

Público [http://www.publico.es/]. Iglesias, P. (20/04/2015), «La centralidad no es el centro».

Monedero, J. C. (30/04/2015), «Para mi amigo Pablo».

Eldiario.es [http://www.eldiario.es/]

Fernández Liria, C. (16/04/2015), «La carta que nos queda: republicanizar el populismo».

El País [http://elpais.com/]

Calvo Roy, J. M. (04/02/2004), «Salí con Dean. Me casé con Kerry».

Radio Cable [http://www.radicocable.com/]

(30/04/2015), «Juan Carlos Monedero: «La política de partido es necesaria, pero es muy ingrata»». 

Sondeos:

Simple Lógica [http://www.simplelogica.com/index.asp]

(Abril de 2015), «Intención de voto y valoración de líderes políticos».

(Marzo de 2015), «Intención de voto y valoración de líderes políticos».

El Electoral [http://elelectoral.blogspot.com.es/]

(05/04/2015), «Albert Rivera, el líder político mejor valorado según el Barómetro El Electoral».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.