La buena salud abarca todas las dimensiones de nuestra vida. Es el resultado de la armonía con nosotros mismos a los niveles corporal, mental y espiritual, armonía con los demás tanto en el círculo familiar como en lo social, y armonía con la naturaleza. La realidad es que estamos lejos de vivir esta armonía y el ambiente general nos impulsa más bien a ser individualistas, consumistas y agresivos. Los medios de comunicación, ahora con internet y el celular, nos manipulan y nos muestran en prioridad los lados negativos de las personas y de la sociedad. Son más bien una intoxicación permanente. Si no los controlamos son ellos que nos controlan a nosotros. Por eso aumenta la desorientación, el odio, la intolerancia, el desconocimiento real de lo que nos está pasando y lo que pasa en nuestro alrededor y en el mundo en general.
Actualmente, por el desempleo generalizado, la inseguridad rampante, la migración creciente, es principalmente la familia que sufre las consecuencias de estas situaciones. Llama la atención la falta de apoyo del gobierno a la salud: los hospitales sin los profesionales necesarios, escasos de aparatos y medicinas. En la educación está la misma desatención y sabemos que la alta deserción escolar no nos prepara nada bueno. Con los gobiernos de Lenin Moreno, Guillermo Lasso y Daniel Noboa, los grandes beneficiarios han sido una minoría de familias acomodadas. El neoliberalismo nos está hundiendo en la miseria, nos priva de nuestros derechos, nos quita los medios para vivir dignamente al privatizarlo todo… y eso va para largo si no despertamos y no decidimos unirnos, organizarnos y cambiar este modelo de gobierno.
No faltan medios alternativos que nos informan de otras maneras, iniciativas cercanas que nos ayudan a entender lo que está pasando y su origen. Hay asociaciones, movimientos y comunidades que nos invitan a vivir de otra manera entre nosotros y a nuestro nivel. Pero somos una minoría. Preferimos una falsa tranquilidad, un bienestar ilusorio y unas distracciones que distorsionan la realidad y postergan nuestra verdadera vocación a ser felices y a hacernos felices juntos.
La Biblia es la historia de un pueblo pequeño que, en una época que era esclavo de un gran imperio, decidió vivir en libertad, equidad y fe. Pero, ¿cuántos somos a leer la Biblia de esta manera? La historia del pueblo de Jesús de Nazaret es la historia de una lucha permanente contra sus propios demonios interiores, contra los gobernantes explotadores y opresores, contra una clase sacerdotal que utilizaba la religión para sus beneficios personales. Bien pocos reconocemos que, en esta historia de explotación y rebeldía, Dios se hizo presente en este pueblo no como alguien que resolviera milagrosamente sus problemas, sino que los animaba, desde dentro de cada uno y dentro de esta comunidad de vida, lucha y destino, a enfrentar las dificultades, superarlas y construir otra manera de organizarse y creer.
Jesús de Nazaret vino a confirmar estas opciones: prioridad a los pobres, prioridad a la comunidad, prioridad a la fraternidad, prioridad a la conversión personal y a la entrega a un proyecto común de libertad en nombre de Dios. El Reino iniciado por Jesús busca, por una parte, la superación de todo lo que nos deshumaniza y la puesta en marcha de más equidad para vivir en la igualdad y el compartir. Por otra, nos exige una fe que descubre, sigue y celebra a un Dios presente en proceso vivificador. El pasar de los siglos hizo que el machismo, el patriarcalismo y el afán de poder de las autoridades cristianas pervirtiera el testimonio de Jesús. Ya en el siglo 4 se dio la unión de la mayoría de estas autoridades con la cúpula del imperio romano… que había condenado a la cruz al mismo Jesús de Nazaret.
Esta traición a los ideales de Jesús de Nazaret continúa hasta nuestros días en la mayoría de las Iglesias cristianas. En los años ’60 del siglo pasado un Concilio que reunió a unos 2000 obispos, se decidió terminar con esa unión de la Iglesia con los gobiernos de turno y volver al seguimiento del Reino a la manera de Jesús y de las primeras Comunidades cristianas. Hubo mucha resistencia entre el clero… que sigue apoyando el gobierno de turno (cuando es de derecha). El papa Francisco, desde 2015, quiso dar un paso más al servicio del Reino que, según el ejemplo de Jesús y de los primeros cristianos, se construye a partir del protagonismo de los pobres y de los laicos. Puso en marcha la sinodalidad, es decir, una Iglesia participativa y misionera. También tiene mucha resistencia en el clero, pero ya pequeños caminos se han abierto, en particular en América Latina, con las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs). Estas fueron reconocidas en la Asamblea Eclesial Latinoamericana y Caribeña de México en 2021 como “un ejemplo de Iglesia sinodal”.
Las CEBs representan una alternativa de sociedad y otra manera de ser Iglesia más evangélica, al servicio del Reino, de los pobres y de los laicos tanto en la Iglesia como en la sociedad. Testimonian de una nueva manera de vivir personal y colectivamente. Redescubren la importancia de la salud al nivel individual y social, la importancia de la educación, el rol de los ciudadanos en la vida social y política. Otros grupos cristianos van en esta línea, como los Equipos Docentes, los movimientos de Acción Católica como la JOC (Juventud Obrera Cristiana), las Congregaciones religiosas y los Monasterios en sus inicios…
Resumiendo: Estamos llamados a “sanar las heridas” físicas, mentales, sociales, ambientales… El papa Francisco recientemente nos dio 2 orientaciones: “Tejer lazos y construir Comunidad”. Así nos iremos ‘sanando’ unos a otros. Iremos también sanando nuestra sociedad y nuestro país, privilegiando las relaciones, la organización y la construcción de una sociedad más fraterna e igualitaria… Y más cristianos estaremos al servicio de este proceso por el cual dio la vida y resucitó Jesús de Nazaret.
Pedro Pierre: Sacerdote diocesano francés, acompaña las Comunidades Eclesiales de Base (CEB ) urbanas y campesinas de Ecuador, país adonde llegó en 1976.
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