Agradezco el honor de que me hayan pedido estas palabras con motivo del merecidísimo otorgamiento por mi Alma Mater, la Universidad de La Habana, del título de Doctor Honoris Causa al Profesor Adolfo Sánchez Vázquez. Sin embargo, de inmediato debo añadir que he aceptado la tarea tomando en consideración los muchos años de amistad fraternal […]
Agradezco el honor de que me hayan pedido estas palabras con motivo del merecidísimo otorgamiento por mi Alma Mater, la Universidad de La Habana, del título de Doctor Honoris Causa al Profesor Adolfo Sánchez Vázquez. Sin embargo, de inmediato debo añadir que he aceptado la tarea tomando en consideración los muchos años de amistad fraternal que nos unen, y sobre todo cuanto a lo largo de esos años he aprendido de él, pero conciente de que, dado que la filosofía está lejos de ser mi fuerte y en cambio Adolfo Sánchez Vázquez es uno de los más altos representantes actuales de la disciplina en nuestra lengua, tendrán que perdonarme un acercamiento que no podrá encontrarse al nivel de su notable tarea.
Dicha tarea, lo que no siempre es suficientemente conocido, no comenzó por la filosofía, y ello me anima a detenerme, con razones para hacerlo, en ese comienzo. Aunque nacido en Algeciras, en 1915, la formación inicial de Sánchez Vázquez ocurrió en Málaga (llamada entonces «Málaga la roja», según ha contado él mismo) y estuvo encaminada por dos vías: la política y la poesía, a las que se entregó con ardor. Aún era un adolescente cuando abrazó la causa comunista y escribió sus primeros poemas, uno de los cuales fue publicado en la revista Octubre, que animaban Rafael Alberti y María Teresa León. Comunista seguiría siendo toda la vida, y en su país natal, que habría de llevar siempre en lo más hondo de su corazón, dirigió revistas antes de estallar el 18 de julio de 1936 la Guerra Civil y durante ella, y combatió, por ejemplo, en las batallas de Teruel y del Ebro. Tras esta última, en el ocaso de la guerra, logró pasar a Francia. Atrás dejaba sus raíces, su familia, su novia, muchos de los primeros, inolvidables amigos. Y dejaba también un libro de poemas inédito, El pulso ardiendo, que había escrito entre Málaga y Madrid (adonde se había trasladado para estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras de su Universidad) en vísperas de iniciarse la tragedia, y cuyos originales, que se disponía a publicar Manuel Altolaguirre, no pudo llevar consigo y dio por perdidos. Muchas veces ha sido contado que gracias al general Lázaro Cárdenas, a la sazón presidente de México, cuyo gobierno auxilió cuanto pudo a la agredida República Española, Sánchez Vázquez pudo trasladarse a aquel país en el primer barco, el Sinaia, que llevaba allá desterrados españoles. Entre sus más cercanos compañeros de viaje se encontraban dos poetas: Pedro Garfias, surgido con el ultraísmo, por lo que fue amigo del joven Borges, e inconsolable siempre por no haber aparecido, injustamente, en la famosa antología de Gerardo Diego; y Juan Rejano, coetáneo y compañero entrañable de Adolfo, por quien siento particular gratitud, pues en el suplemento cultural, que dirigía, del periódico mexicano El Nacional, publicó los primeros poemas míos que verían la luz fuera de mi país, hace cincuenta y dos años. Ambos, Sánchez Vázquez y Rejano, fueron los primeros oyentes del poema de Garfias «Entre España y México», que compuso en el barco y de donde son estos versos:
Qué hilo tan fino, qué delgado junco
-de acero fiel- nos une y nos separa
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza. […]
España que perdimos, no nos pierdas;
guárdanos en tu frente derrumbada,
conserva a tu costado el hueco vivo
de nuestra ausencia amarga
que un día volveremos, más veloces,
sobre la densa y poderosa espalda
de este mar, con los brazos ondeantes
y el latido del mar en la garganta.
Y tú, México libre, pueblo abierto
al ágil viento y a la luz del alba,
indios de clara estirpe, campesinos
con tierra, con simientes y con máquinas;
proletarios gigantes de anchas manos
que forjan el destino de la Patria;
pueblo libre de México:
como otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja,
de generosa sangre desbordada.
Pero eres tú esta vez quien nos conquistas,
y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!
El poema manifiesta con intensidad dos creencias de los viajeros. Por una parte, la certidumbre de un regreso rápido a España; por otra, la idealización de un México admirable por muchas razones, pero que no correspondía al diseño del poeta. La llegada del barco a Veracruz, el 13 de junio de 1939, fue descrita así por Sánchez Vázquez: «En el puerto nos esperaba la acogida entusiasta de veinte mil jarochos (trabajadores en su mayoría), así como los cálidos saludos del licenciado García Téllez, secretario de Gobernación y representante personal del general Cárdenas y del licenciado Vicente Lombardo Toledano, secretario general de la poderosa CTM (Confederación de Trabajadores de México). Desembarcamos entre aplausos y vítores.» Pero añade: «Al hacerlo, estrenábamos una nueva e incierta vida: la del exilio.»
La primera de las creencias expresadas en el poema de Garfias («un día volveremos, más veloces») iba a revelarse tristemente falsa. Sobre ello escribiría Sánchez Vázquez muchas páginas dolorosas. En cuanto a la segunda creencia, sin ser México el país soñado en aquel poema, lo mejor de su pueblo ofreció a los recién llegados, que venían de perder una contienda épica de resonancias mundiales, ocasiones de trabajar con decoro y de paso enriquecer considerablemente la vida cultural del país. Aquellos que ya tenían una obra realizada fueron acogidos por instituciones como la Casa de España en México, que se volvería El Colegio de México. Otros, como Sánchez Vázquez, por su extrema juventud, apenas habían iniciado su faena, que habrían de desarrollar de este lado del Atlántico, no siempre con facilidad. Pronto, sin embargo, él se vinculó a notables revistas del exilio, como Romance y España Peregrina, y Octavio Paz le publicó unos sonetos en su revista Taller. Una felicidad particular le deparó el saber que Altolaguirre, al llegar a México, había traído consigo los originales de El pulso ardiendo, que Adolfo creía perdidos. El libro se publicó en 1942 en Morelia, gracias a la generosidad de amigos de esa ciudad. Es obra de verdadera y rigurosa poesía, propia de un integrante de la generación de Miguel Hernández, con algún eco suyo y de poetas de más edad como Emilio Prados y Pablo Neruda, pero sin perder la voz auténtica. No es extraño que Adolfo evoque con cariño Morelia. Allí se casó con Aurora Rebolledo, el amor de toda su vida, que había conocido en España. Allí les nació su primer hijo, nombrado como él. Allí comenzó a estudiar en serio, por su cuenta, filosofía, a fin de enseñarla. Trasladado más tarde a la Ciudad de México (donde nacerían sus otros hijos, Juan Enrique y María Aurora), además de acometer labores esforzadas, como traducir incansablemente de varias lenguas, logró realizar en la Universidad Nacional Autónoma de México, a la que se vincularía el resto de su vida, estudios de letras españolas y luego de filosofía. A los primeros lo llevó su condición de poeta, que no iba a abandonarlo (en una entrevista llamó a la poesía su amante secreta); a los segundos, su voluntad de dar una base teórica seria a su posición política. Pero en lo que toca al marxismo, estuvo obligado a ser autodidacta. Un papel determinante tuvo en su existencia el haber sido nombrado en enero de 1959 profesor de tiempo completo en la UNAM, lo que le permitió disponer de cierto tiempo libre para la investigación y ofrecer sin cortapisas cursos y seminarios de los que irían naciendo sus primeros textos filosóficos. Así que si como poeta había sido precoz, no lo fue como filósofo. Lo que no lamenta, pues piensa que de haber publicado textos filosóficos en años anteriores, ellos hubieran sido ejemplos del marxismo esclerosado que a partir del estalinismo se había convertido en hegemónico. Y ya para 1959 Sánchez Vázquez había iniciado su distanciamiento de esa versión deformada del marxismo. En su ensayo de 1985 «Vida y filosofía», Adolfo se refirió a las líneas esenciales de su evolución: «La experiencia personal acumulada en mi práctica política junto con la que pude conocer, hacía ya largos años, desde fuera pero cerca del Partido Comunista Mexicano, me predisponían a adoptar una nueva actitud teórica y práctica. Toda una serie de acontecimientos me llevaron a adoptarla efectivamente: las revelaciones del XX Congreso del PCUS, en un primer momento; el impacto de la Revolución cubana, que rompía con esquemas y moldes tradicionales, después, y, por último, la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia. En un proceso gradual, que arrancaba de finales de la década de los cincuenta, me vi conducido no ya a buscar cauces más amplios en el marco del marxismo dominante, sino a romper con ese marco que no era otro que el de la visión estaliniana del marxismo, codificada como ‘marxismo-leninismo’. Desde entonces me esforcé por abandonar la metafísica materialista del Diamat, volver al Marx originario y tomar el pulso a la realidad para acceder así a un marxismo concebido ante todo como filosofía de la praxis.»
Numerosa y sumamente rica ha sido la obra filosófica de Sánchez Vázquez. Ramón Xirau (quien prologaría el año pasado la más extensa y actualizada antología de ensayos de Adolfo: A tiempo y destiempo) llamó al autor, en 1980, «el más original de los pensadores marxistas en México», y afirmó de su obra: «Presenta tres facetas: 1) su intento por encontrar una estética marxista fundándose en los textos de Marx y presentando la mejor antología de estética marxista que existe en cualquier lengua; 2) convertir en categoría filosófica la ‘praxis’ en el libro acaso más original de Sánchez Vázquez (Filosofía de la praxis), y 3) análisis ‘abierto’ de la obra de Marx y de Lenin, señalando en ellas elementos de lo que el marxismo ha llamado frecuentemente ‘utopía’.»
Mucho se enriqueció la producción de Sánchez Vázquez, lo que hace imposible mencionar en estas páginas sus cuantiosos títulos. Pero querría llamar la atención sobre dos puntos. Uno es que la mencionada antología A tiempo y destiempo (que esperamos que sea republicada en Cuba) abarca en sus más de seiscientas páginas siete partes: «Vida y Obra», «Literatura», «Cuestiones artísticas», «Filosofía», «Marxismo y Socialismo», «Ideología y Utopía», «Exilio». Es evidente el amplio radio de temas por los que Sánchez Vázquez se ha interesado, y el hecho de que entre ellos se encuentran la literatura y las cuestiones artísticas. El segundo punto se relaciona con lo anterior. Pues no pocos de sus primeros textos filosóficos tienen que ver con aspectos estéticos, y soy de los que atribuyen el hecho, al menos en gran parte, a que su condición de poeta siguió viva en él y es una de las raíces fundamentales de cuanto ha hecho. Como dijera Aurora de Albornoz, «no está de más reparar en […] que, quien con tanta lucidez enfoca los problemas estéticos, quizá es porque antes de objetivarlos los ha vivido». María Dolores Gutiérrez Navas ha ido más lejos, al escribir: «El pulso ardiendo es, a pesar de su brevedad, una temprana expresión de la tesis que muchos años más tarde su autor formalizaría en sus estudios de estética, la del arte como actividad creadora del hombre.»
Me limitaré a mencionar varias obras vinculadas a Cuba que revelan la originalidad de su pensamiento estético, basado en los propios textos de Marx y no en la versión teratológica que engendró al llamado realismo socialista: su ensayo «Ideas estéticas en los Manuscritos económico-filosóficos de Marx», que en 1963 fue republicado en la revista Casa de las Américas, a cuyo frente no me encontraba todavía; la conferencia «Estética y marxismo», que en 1964 le solicité para ser impartida en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y apareció en la revista Unión; el ciclo de conferencias que ofreció ese mismo año en esta Universidad de La Habana, en el cual abordó entre otros temas los «conceptos fundamentales de la estética marxista»; la más resonante, la publicación en 1965 de su libro Las ideas estéticas de Marx, pronto reeditado en Cuba; la serie de conferencias sobre «Problemas fundamentales de una estética marxista» ofrecida en la Universidad de Oriente en 1968; su ponencia «Vanguardia artística y vanguardia política», presentada ese año en el Congreso Cultural de La Habana y publicada en la revista Casa de las Américas. Todas esas obras tuvieron importante repercusión en nuestro país, y sin duda incidieron en su política cultural. De modo que si Sánchez Vázquez ha podido decir que la Revolución Cubana influyó en su pensamiento, también es verdad que ese pensamiento prestó servicios que recordamos muy bien en defensa de una línea estética que manteníamos en momentos de intensa lucha ideológica.
Aunque por razones personales que creo comprensibles he insistido en la temprana vocación poética de Sánchez Vázquez, y en cómo ella alimentó sus preocupaciones estéticas, no es dable olvidar que la otra vocación temprana de Adolfo es la política, en su más amplio sentido. Y si en su combatiente juventud se entregó a ella con apasionamiento y valor, pero sin una base teórica suficiente, en su destierro mexicano, a medida que se adentraba en estudios filosóficos, fue dándole cada vez más esa base teórica que echaba de menos. Él considera que su aporte mayor en este orden, y en general la obra suya que estima fundamental, es Filosofía de la praxis (1967), sobre todo en su segunda edición, de 1980, profundamente revisada y ampliada.
Sin duda hay un hilo conductor entre sus estudios de estética marxista y sus otros estudios de naturaleza política. Y ese hilo remite a las Tesis sobre Feuerbach de Marx en que éste subraya el valor activo de la subjetividad y señala como misión de la filosofía no solo interpretar el mundo, sino sobre todo transformarlo. Si en el arte ello supone un énfasis en su carácter creador, en la política implica poner en primer plano la praxis. Significativamente, en libro que estoy leyendo mientras escribo estas líneas (Ernesto Che Guevara. Otro mundo es posible, que el año pasado publicó Néstor Kohan), donde Sánchez Vázquez es citado en varias ocasiones, se dedica un amplio capítulo a «El Che Guevara y la filosofía de la praxis». La alusión al Che no es azarosa, pues se sabe cuánto significa este hombre superior para Sánchez Vázquez, quien ha contado con entusiasmo cómo pudo conocerlo personalmente en su primer viaje a Cuba, en 1964. Tres años después, a pocas semanas de la muerte heroica del Che, Sánchez Vázquez me envió, para el número que dedicó a la criatura excepcional la revista Casa de las Américas, su trabajo «El socialismo y el Che», con que el año 2000 iniciaría su libro El valor del socialismo. Tanto para el Che como para Adolfo sus posiciones, de modo creciente, implicarían un rechazo de lo que iba a llamarse el «socialismo real». Es harto sabido que tempranamente, en 1965, el Che lo hizo en textos como su Discurso de Argel y «El socialismo y el hombre en Cuba», que sin duda encontraron una receptividad particular en Sánchez Vázquez. Ello supuso inevitablemente polemizar a favor de un marxismo que ha sido llamado abierto, y no es sino el verdadero; y, de modo consecuente, rechazar lo que se pretendía ofrecer como encarnación de aquél y era en verdad una deformada caricatura del mismo. No sería honrado que no reconociera que Sánchez Vázquez, quien con tanta constancia ha defendido la Revolución Cubana, no dejó de criticar momentos de ella. Y una prueba de su admirable lealtad es que el trabajo suyo en que lo hiciera lo leyó aquí en Cuba, en el Taller Cultura y Revolución convocado por el Ministerio de Cultura y la Casa de las Américas en enero de 1999. Se trata de «La Revolución cubana y el socialismo», publicado primero por la Casa de las Américas e incluido después en el mentado libro El valor del socialismo, donde, según sus propias palabras, «se sostiene la tesis de que el socialismo cubano, no obstante sus orígenes martianos y sus peculiaridades, había acabado por insertarse en el modelo del ‘socialismo real’, inserción rectificada después con cambios que deben conducir no al capitalismo sino al verdadero socialismo». Más que discutir si la entrada de Cuba en el CAME y otros hechos infelices, que provocaron el enérgico y necesario proceso de rectificación, equivalían a la inserción de Cuba en el modelo de socialismo real, lo importante aquí es destacar la permanente adhesión de Sánchez Vázquez a la causa revolucionaria cubana, sean cuales fueren las reservas que pudo tener en alguna ocasión. Por otra parte, me es halagüeño citar estas líneas que nos hiciera llegar Adolfo cuando en 1995 la revista Casa de las Américas llegó a su número 200: «justo es reconocer que esta colaboración [mía en la revista] ha contado siempre con las condiciones de libertad y tolerancia que me permitían atenerme en mis escritos a una visión del socialismo y del marxismo que no podían identificarse, respectivamente, con el ‘socialismo real’ y con el marxismo ideologizado que lo justificaba». Por nuestra parte, al unirnos al homenaje que se le rindió en México al llegar a sus ochenta y cinco fértiles años, dijimos entre otras cosas: «En Adolfo hemos encontrado siempre un ejemplo de rigor, de probidad intelectual, de firmeza sin tozudez, de indagación perpetua; y un compañero y amigo de todas las horas. No en balde en 1989 se le confirió la Medalla Haydee Santamaría. Trajo a América el aliento de la España mejor, y aquí lo fundió con las mejores esencias americanas y universales. Su nombre evoca ya los de Gramsci o Mariátegui. Ha sido y es un orgullo tenerlo entre nosotros.»
Constituye un acto de elemental justicia que nuestra Universidad de La Habana otorgue su Doctorado Honoris Causa a este auténtico maestro, que después de la trágica guerra española logró rehacer su vida y enriquecer su pensamiento en el México hermano; que reconoce con nobleza lo que debe a la Revolución Cubana, donde volvieron a oírse expresados en su idioma los ideales de su valiente mocedad; que rechazó al «socialismo real» impuesto en Europa, pero tras la escandalosa caída de aquél ratificó sus creencias de siempre, al punto de concluir su ilustrador ensayo «Vida y filosofía» con estas hermosas palabras con que voy a terminar: «Muchas verdades se han venido a tierra; ciertos objetivos no han resistido el contraste con la realidad y algunas esperanzas se han desvanecido. Y, sin embargo, hoy estoy más convencido que nunca de que el socialismo -vinculado con esas verdades y con esos objetivos y esperanzas- sigue siendo una alternativa necesaria, deseable y posible. Sigo convencido asimismo de que el marxismo -no obstante lo que en él haya de criticar o abandonar- sigue siendo la teoría más fecunda para quienes están convencidos de la necesidad de transformas el mundo en el que se genera hoy como ayer no solo la explotación y la opresión de los hombres y los pueblos, sino también un riesgo mortal para la supervivencia de la humanidad. Y aunque en el camino para transformar ese mundo presente hay retrocesos, obstáculos y sufrimientos que, en nuestros años juveniles, no sospechábamos, nuestra meta sigue siendo ese otro mundo que, desde nuestra juventud, hemos anhelado.»