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Carlos Monsivais y las herejías de la razón

Santitos y Santotes

Fuentes: Rebelión

Si hay alguien que no necesita premios1 del gobierno arrodillado2 de Fox es justamente Carlos Monsivais. Bien pudo no ir y hubiese tenido buenas razones (no todas), pero estuvo ahí, recibió el «premio», habló y salió triunfante. Eso nos hace mucho bien a todos. Es un ejemplo de dignidad y responsabilidad ética que convirtió el […]

Si hay alguien que no necesita premios1 del gobierno arrodillado2 de Fox es justamente Carlos Monsivais. Bien pudo no ir y hubiese tenido buenas razones (no todas), pero estuvo ahí, recibió el «premio», habló y salió triunfante. Eso nos hace mucho bien a todos. Es un ejemplo de dignidad y responsabilidad ética que convirtió el «premio» en plataforma crítica contra los «púlpitos virtuales» de estos gobernantes (negociantes) del fracaso y la mentira. Un triunfo que nos hace mucha falta contra los abanderados del pensamiento más retrógrado. Monsivais puso en su voz el sentimiento y la rabia de millones. La cantidad y la calidad se dieron cita para convertir la lisonja demagógica de los «premios» en un territorio más de lucha gracias a esa inteligencia guerrera de Monsivais que ha radiografiado la cultura mexicana durante muchos años, con fuerzas y aguante ejemplares. Y se agradece.
No hay dádivas. Ni Fox ni los organizadores de estas premiaciones son ingenuos o tontos. Premiar a Monsivais hace pasar por «democrático», «respetuoso», «liberal» a un régimen que nada tiene de eso. Pero al «premiar» sea lo que sea, esos premiadores (sin autoridad moral, científica, artística, política…) intoxican lo premiado y al premiado… lo tiñen con su palabrería y sus desplantes de burócrata, convierten lo que tocan en estatuas de sal para el reino de lo desconfiable. Coleccionan las fotos y cobran sueldos estratosféricos. Por eso, incluso, «premian» así, casi irresponsablemente, el trabajo de sus críticos, por eso ponen cara de complacidos, sonríen dadivosos y bendicen cínicamente. Urden un plan tóxico para volver sospechoso incluso lo más creíble. La historia mundial de los premios es un catálogo infernal de contradicciones y traiciones; Kissinger es Premio Nobel de la Paz, por ejemplo. Monsivais entendió la trampa, la encaró, la desnudo y les puso los puntos sobre las íes. Tomo su tiempo, su profundidad y su vuelo para evidenciar a sus «premiadores», por lo demás, hipócritas. Un triunfo pues.
No hay dádivas. La obra de Monsivais está por encima del premio mismo. No hay duda de que lo merece y ojalá hubiera muchos más premios para quienes, como él, ponen, a la calidad y la cantidad de su trabajo, lo mejor de sí en beneficio de todos. No hay duda de que Monsivais tiene derecho a éste y otros premios y sería un logro que, en semejante premiación, participaran los campesinos y los obreros de México, los estudiantes, los profes, los científicos… la cultura verdadera del país, en un espacio abierto, que exponga, promueva y modele el trabajo mismo con lo mejor para beneficio de todos. No hay dádivas. El derecho de Monsivais al premio no es una gracia que Fox le confiere; el derecho de Monsivais a denunciar la degeneración de un Estado laico en torneo de bendiciones y marrullería clerical; el derecho de Monsivais a denunciar, con un análisis riguroso, la majadería cínica en que se ha hundido la educación pública; el derecho de Monsivais a transparentar la falacia de un régimen fabricante febril de miseria, violencia, corrupción y estupidez… no son una dádiva, no son ejercicio de «tolerancia» de estos muchachos empresarios neoliberales y cocacoleros. El derecho de Monsivais es el producto de una larga lucha de un pueblo que ya abonó mucha sangre durante demasiado tiempo. Es el triunfo de un pueblo en pie de guerra que grita por todas partes que está harto de este circo… es la obra de un pueblo con tradición revolucionaria. No es un permiso de los burócratas, por más caras que sean sus corbatas. Es un derecho que Monsivais ejerce gracias a todo lo que un pueblo ha luchado siempre. Y eso también es un triunfo.
A la hora de tomar el micrófono Monsivais tomo una bandera, muchas banderas, que ondearon en su voz con el aire rebelde que sopla en México desde abajo. Trazó un arco temático pleno de distinciones y adjetivos precisos. Eso lo saboreamos muchos. Por un momento uno mira a Monsivais agigantado y listo para emprender el capítulo nuevo que se abre a los ojos de México y el mundo. Un capítulo histórico que demanda a todos una intervención honda, cada vez más comprometida, con el reloj histórico de los trabajadores, campesinos y obreros. Del pueblo todo. El premio de Monsivais llega sus manos cuando las arremetidas de la explotación y la alienación van y vienen con impunidad pasmosa. Recibe Monsivais su premio cuando la desvergüenza empresarial y gubernamental firma pactos en Chaputepec para no perder el control de una gran negocio, llamado gobierno y llamado mercado, en complicidad con los Yanquis, eso si siempre de rodillas, los nuestros se entiende. Como quien visita a un santito o a un santote.
Monsivais recibe su premio cuando en el reloj de México suenan las campanadas de la dignidad indígena, cuando anda la «otra campaña» abriendo espacios para debatir y construir, cuando también anda la fe de muchos trabajadores y campesinos empeñada en el trance electoral, cuando sabemos todos que las elecciones y las mesas de debate no arreglarán lo que hay que arreglar y cuando más urgente es la organización desde abajo con un programa revolucionario que no han de imponer ni los «intelectuales» desde sus becas, ni «eruditos» desde sus amarguras, ni los Mesías desde sus púlpitos, ni gurues desde sus sectas o burocracias… se disfracen de lo que se disfracen. Monsivais recibe su premio cuando arrecian las urgencias de organizarse y trabajar, codo a codo, con las fuerzas «que la tengan más clara» para acabar verdaderamente (definitivamente) con la andanada de injusticias, represión, explotación, saqueo y degeneración galopantes. Cuando la hora de la verdad se anuncia con urgencias mil. Monsivais recibió su premio a la hora en que debe hacerse más fuerte para cumplir, como siempre ha hecho, como se debe, su papel de luchador al lado de los trabajadores más avanzados y para que estos nos impulsen a todos para avanzar con ellos. Programa revolucionario en mano salido del consenso y del debate político independiente y permanente. Y Monsivais, con premio o sin él, tiene la autoridad y la credibilidad que a estas horas vienen bien para construir otros triunfos. ¿Tendrá ganas?
Monsivais tomó el micrófono y tomó muchas banderas que, desde muchos frentes, quieren hacerse escuchar, voces que quieren decir a los «gobernantes», made in USA, de qué tamaño es la decepción y la rabia, de qué tamaño es la furia y la ofensa por haber creído y apoyado a quienes los defraudaron. Sólo la lista de compromisos incumplidos durante más de cinco años (compromisos que Fox contrajo a cambio de votos) pesa sobre el ánimo de muchos como una frustración dolorosa, más cuando se creyó que vendría el «cambio». Y nada. Ya lo pagarán en las urnas pero no sólo. Un buen día un gobierno de los trabajadores, que se asegure de no ser victimado por las burocracias, sin sectas ni privilegios, en transito hacia un mundo diferente, hará justicia plena y no habrá «santo a quien llorarle».
Este premio a Monsivais en un triunfo que uno festeja porque no es un premio a un «santón» de la cultura. Es un premio a un trabajador y militante de la inteligencia cuya obra no ha sido forzada a desembocar en el autor por el autor mismo. Es un premio que debemos rescatar de las garras demagógicas de este gobierno para que no tenga peso alguno, para que no robe lugar en la foto, para que no influya en el ánimo de los presentes ni de los futuros. Es un premio que nos toca defender a todos si en algo nos quedan ganas para transformar al mundo… cambiar esta vida. El premio de Monsivais no es suyo solamente, es de sus lectores, alumnos, camaradas y coterráneos de México y de cualquier parte de la tierra. No es el premio de un «santito» prohijado por funcionario alguno, como suele suceder con buena parte de los intelectuales en México, prófugos del PRI o de cualquier otra secta. Monsivais no es Paz y eso se le reconoce, no ha debido sus galardones a piruetas genuflexas para agradar a los zares de la economía de mercado. Porque Monsivais sabe que no se puede embellecer al capitalismo por más poetas que se contrate para ello, como alguna vez dijo Adolfo Sánchez Vázquez.
Uno levanta, desde donde está, una copa, con lo que se tiene a la mano, para celebrar a Carlos Monsivais y no necesariamente, no exclusivamente, por su premio, merecido y necesario, sino por todos los años de trabajo y compromiso que lo pusieron ahí, micrófono y banderas en mano, a pensar y decir lo que es necesario, urgente y movilizante. Uno levanta con alegría una copa por el triunfo de un militante de la inteligencia que elige no sólo contemplar críticamente al mundo sino, también, transformarlo. De eso da fe su obra y su actitud, frente a frente, con lo que le tocó vivir, en un México requiere de sus mejores ideas y fuerzas, organizadas y comprometidas contra la demagogia, el saqueo, la explotación la alienación y el TLC. Nada hay más interesante, a estas horas.

1 La Jornada. Mónica Mateos-Vega y José Antonio Roman: «Aunque en el sigilo obtenga sus victorias administrativas, el fundamentalismo de la derecha ha perdido en México una tras otra las batallas culturales, afirmó el escritor Carlos Monsiváis durante la ceremonia de entrega de los premios nacionales de ciencias y artes efectuada anoche en Los Pinos. El galardonado en el área de lingüística y literatura realizó una férrea defensa del Estado laico y la educación pública ante el presidente Vicente Fox, cuyo rostro, al escuchar el mensaje crítico del escritor, pasaba de la sonrisa a la seriedad inmutable«. http://www.jornada.unam.mx/2006/02/01/a04n1cul.php

2 Posición preferida por el presidente y por algunos de sus secretarios a la hora de santiguarse bajo los poderes de arriba.