1. Se acaba el tiempo del reformismo La opción reformista, que bien pudiéramos llamar «socialdemócrata», en cuanto que forma de regulación de las relaciones Capital/Trabajo fue común, con diferentes grados de desarrollo, a las formaciones sociales centrales y semicentrales, y tuvo sus sucedáneos en ciertas expresiones populares de algunas de las formaciones periféricas. La socialdemocracia […]
1. Se acaba el tiempo del reformismo
La opción reformista, que bien pudiéramos llamar «socialdemócrata», en cuanto que forma de regulación de las relaciones Capital/Trabajo fue común, con diferentes grados de desarrollo, a las formaciones sociales centrales y semicentrales, y tuvo sus sucedáneos en ciertas expresiones populares de algunas de las formaciones periféricas.
La socialdemocracia «clásica» se confinó a sí misma dentro de los límites del keynesianismo a partir del Congreso de Bad Godesberg del SPD alemán, en 1959 (desde entonces ya no contemplaría al sistema capitalista como un orden a superar).
En las formaciones centrales el movimiento obrero era en alta medida encauzado mediante sus organizaciones de representación política y laboral dentro de la opción reformista (socialdemócrata) y el marco de las relaciones sociales de producción capitalistas, en dinámicas de negociación y de conciliación de intereses contrapuestos.
En adelante, en el ámbito general del macrocorporatismo propio de las formaciones centrales de esta fase, sus objetivos estarían basados en la lucha por un mejor reparto de la plusvalía, pero ya no contra la apropiación privada de la misma. Por eso tanto los aparatos sindicales como las opciones políticas socialdemócratas se subordinaron al crecimiento capitalista y vincularon su suerte al mismo.
Su «estrategia» degradada (o su subordinación estratégica) se asentaría en lo sucesivo en la consideración de que en una economía capitalista todos los sectores de la sociedad dependen en un grado u otro de la inversión privada para el crecimiento económico, para el empleo y para la recaudación de impuestos para el gasto público. Si la tasa de ganancia de las empresas capitalistas locales desciende (si la correlación salarios/ganancia es demasiado perjudicial para el Capital) habrá una desinversión y por tanto los salarios y conquistas obreras perderían lo logrado hasta el momento.
Estas son las claves que todavía acompañan hoy a la izquierda integrada que pretende, contra toda lógica económica e histórica, la prolongación indefinida de la fase keynesiana capitalista y la perpetuación electoral de sí misma dentro de ese modelo .
Sin embargo, con la inflexión en la acumulación que se produce entre el final de los años 60 y el principio de los 70 del siglo XX, la socialdemocracia extremaría su subordinación y su fusión con el gran capital, dando señales inequívocas de que su auténtica vocación estaba del lado de la acumulación capitalista, aunque ésta ya no fuera acompañada de mejoras en la situación del Trabajo.
A tal punto llegó esta subordinación que en 1975 el Ministro para Asuntos Ambientales de Inglaterra, Anthony Crosland, intentó de alguna forma dar una lavada de imagen a la socialdemocracia europea, mediante los que se conocerían como principios de Crosland: democracia con justicia, anteposición de la dignidad humana a la rentabilidad económica, equidad entendida como redistribución.
Obviamente, todo eso no sólo quedó en nada sino que a partir de la década de los 90′, con la transnacionalización del capital, la socialdemocracia se hunde un escalón más al plegarse al nuevo orden de cosas impuesto por aquél bajo el pseudónimo de «neoliberalismo», convirtiéndose (como neosocialdemocracia) en la versión débil del antiguo reformismo: no tan preocupada ya por la redistribución, sino por la paliación y prevención de ciertas marginalidades, sobre todo las potencialmente disruptivas, y el mantenimiento de ciertos poderes adquisitivos entre las capas medias de la población.
Sus propuestas sociales, en adelante, no pasarían de hacer algunos retoques rosas en la esfera de la circulación-reproducción (sobre matrimonios gays, declaraciones de igualdad de género, violencia doméstica, dependencia, etc.), para no tocar en absoluto la extracción de plusvalía a mansalva en la esfera de la producción (lo que de paso, dejaba desnudos y sin base material a aquellos retoques).
Y es que en general, en el tardocapitalismo o capitalismo degenerativo un conjunto de procesos se concitan para agotar la vía reformista:
- La actual incapacidad del capital para mantener la acumulación y por tanto su falta de incentivos que ofrecer a las clases subalternas.
- Su creciente capacidad, en cambio, para sustituir a la fuerza de trabajo, o desplazarse en busca de los mejores locus de inversión.
- La caída del Segundo Mundo y con él, el contrapeso mundial ejercido por un bloque histórico de poder.
- La derrota política, militar e ideológica de los sujetos de clase a escala universal.
Con la ‘crisis’ actual se precipita el suicidio del proyecto histórico de la socialdemocracia, que no es otro que el del capitalismo organizado y con él la regulación en alguna medida bidireccional del antagonismo Capital/Trabajo. Con ello entra en implosión también el espacio de lo social y se desvanece la opción reformista.
¿No habrá, entonces, posibilidades de que en adelante el modo de producción capitalista reedite versiones socialdemócratas de sí mismo? Las condiciones son cada vez más difíciles, pero pudiera ser que se iniciara un nuevo ciclo de acumulación reformista, esto nunca está descartado. Sin embargo, lo más probable es que no pudiera afectar o incluir sino a porcentajes cada vez más pequeños de población.
Así que…
2. Se acaba el tiempo de la izquierda integrada
Amoldándose a la descomposición de la socialdemocracia es que los Partidos Comunistas, las coaliciones creadas en torno a ellos y algunas otras organizaciones políticas antes «radicales», se desplazaron hacia la derecha a partir de los años 70 del siglo XX, intentando ocupar el espacio que aquélla iba dejando vacío, renunciando a preparar la transformación socialista en aras de la «real politik», traducida en adelante por intentar preservar ciertas conquistas sociales. El autodenominado «eurocomunismo» fue el gran impulsor de todo ello.
El electoralismo y, en general, el oportunismo político de estas organizaciones les fue haciendo perder militancia, al mismo tiempo que ellas iban abandonando la calle. Esto no ha sido óbice para que continúen intentando erigirse en interlocutores entre la masa y las instituciones, a partir de aparatos orgánicos inmodificados, con estructuras de organización y jerárquicas caducas, puestas a servicio, como todo su aparataje, de las opciones electorales.
Así, organizaciones como IU se mueven entre las diversas marcas blancas de la socialdemocracia (Iniciativa, Compromis, Entesa, Verds, Equo…) compitiendo con ellas con la intención si no ya de hegemonizar el espacio social (ya no puede aspirar a tanto), al menos de aprovechar ese espacio cuando se mueve aun a costa de ella misma y de su abandono de la lucha social.
Sin embargo, esas organizaciones políticas y sindicales [1] pueden verse todavía tentadas a desempeñar el papel de la «izquierda respetable», la que, como hizo siempre, demuestra al status quo que es capaz de aplacar y reconvertir hacia la pulsión electoral las efersvescencias sociales más disruptivas. Todo ello a cambio de cierto reconocimiento y apoyo institucional como fuerzas de interlocución (garantizándose así un espacio al sol para sus estructuras copulares). En estos próximos meses vamos a ver si unas y otras se decantan por esta opción, como todo parece indicar, dado que siguen basando su degradada «estrategia» en pedir el voto.
Pero el capital degenerativo está cerrando cada vez más ese espacio, el electoral, como vía de cambios o como medio para que el Trabajo pueda incidir de alguna forma en la política.
- Primero llevó a cabo la des-substanciación de las instituciones de representación popular, creando o empoderando entidades supraestatales ajenas a cualquier tipo de elección democrática (Bancos Centrales, Comisión Europea, G-7, FMI, OMC…)
- Después supeditó las leyes estatales a las supraestatales, liquidando la soberanía del Estado-nación incluso para poder tener una política económica propia (y en el caso de la UE ni siquiera una moneda soberana), autosubordinándose a los mercados financieros y a sus agencias (estadounidenses) evaluadoras de riesgos.
- Y finalmente modifica las propias constituciones, de manera que sea ‘anticonstitucional’ intentar cambiar la falta de soberanía, al tiempo que empieza a tomar medidas para expulsar de forma directa a los partidos minoritarios de la contienda electoral (a través de la exigencia de una gran cantidad de avales para poder presentarse).
Si ya tradicionalmente desde la II Gran Guerra Interimperialista, para acceder a los parlamentos capitalistas ha habido que contar con todo un entramado empresarial-mediático, una maquinaria electoral dependiente de los grandes poderes económicos (a los cuales quedan deudoras -y no sólo económicamente- las fuerzas en liza, sean de las siglas que sean), ese espacio se va concentrando a imagen de los procesos de concentración del capital. La oligopolización del espacio político institucional implica que cada vez más quienes tienen acceso a él en exclusividad son grandes bloques de poder financiero-empresarial-mediáticos, salvo en las escasas situaciones sociales en las que la concienciación y la lucha política están muy desarrolladas.
Por eso si es verdad que siempre hubo que tener en cuenta la estrategia de «las dos patas» (la institucional-electoral y la organizativa de base para la construcción del sujeto social), en la actualidad los mayores esfuerzos deben concentrarse en la segunda opción, dado que el Capital oblitera cada vez más tanto:
a) la vía electoral
como
b) la vía de la negociación en general
El asalto definitivo a esta última está entre los objetivos inmediatos de la maquinaria política de lapidación social del capital.
Hay un antes y un después del «golpe blanco» constitucional que se ha dado en España en agosto de 2011.
Ninguna fuerza política subordinada que no sea capaz de entender esto tendrá gran cosa que hacer en adelante, más allá de intentar perpetuar a sus cúpulas en las sillitas en torno a las grandes mesas de poder.
- Se acaba el tiempo para los sujetos antagónicos
Frente a todo ello, las reacciones del Trabajo, tanto del garantizado como del precariado, son todavía lentas, ambiguas y plagadas de obstáculos y contradicciones.
Aunque comienzan a superarse algunos lastres del basismo social, ya sabemos por harto obvios y repetidos los límites de la mayor parte de los levantamientos populares en las formaciones sociales del tardocapitalismo:
- Para empezar, su subordinación ideológica al Capital, expresada a través de ingenuos reclamos a las estructuras de poder para que se modifiquen por sí mismas.
- La falta de organización coordinada y coordinadora, con planificación táctica y capacidad de ejecutar acciones con la rapidez y flexibilidad que requiere cada momento.
- El desprecio (más o menos amplio) por la intermediación política, es decir, por las organizaciones y partidos que median entre los poderes y las personas. Suscitado ello bajo la fofa ideología de la sociedad civil («todos somos sociedad civil»). Como si los agentes del Capital y los del Trabajo, vistos todos como «ciudadanos», pudiesen tener interlocución mutua sin mediaciones (como si entre desiguales pudiera darse el «diálogo» en vez de la negociación).
- Se prescinde a menudo de los análisis de situación nacional e internacional, y se descuidan los objetivos de mediano plazo.
- Se confunde todavía el asamblearismo y el democratismo (fácilmente manipulables por grupos organizados o paralizables por cualquiera) con la democracia.
- Hay muy escasa capacidad de de trascender las meras alianzas coyunturales en negativo, contra algo, para dar paso a sujetos colectivos propositivos, con proyecto de sociedad.
Aunque es cierto que algunos de estos puntos se están corrigiendo a marchas forzadas, y el DRY es un buen ejemplo, el problema es que la aceleración de la crisis estructural y la acentuación de la vertiente represiva del sistema van dejando muy poco margen de tiempo para la corrección y el aprendizaje previos a la profundización de la descomposición social.
Pero además, lo que es realmente importante: esos movimientos, esos sujetos, ¿pueden emprender por sí mismos la contestación a los grandes desafíos sistémicos?
¿Se puede dar una «revolución ciudadana» sin ciudadanía, sin sujetos organizados, sin organización sociopolítica?
Ya hemos visto lo que ha pasado con las revueltas árabes, llevadas a cabo sin sujetos organizados. ¿O hay que repetir una vez más los límites del espontaneísmo?
Lo que quiere decir que igualmente…
3. Se acaba el tiempo para la izquierda integral (transformadora).
¿Cuáles son las formas organizativas hoy capaces de enfrentar con alguna garantía las cambiantes expresiones del Capital y la nueva heteroclitud de las relaciones Capital/Trabajo?, ¿quiénes son los sujetos en condiciones de emprender las drásticas transformaciones que esos procesos requieren?
Seriamente heridas las vigesimonónicas creaciones organizativas del Trabajo por la deriva estalinista y su posterior humillante final; aniquilados en buena parte del mundo los sujetos antagónicos al Capital; desideologizadas y sin referentes alternativos las poblaciones de la mayor parte del planeta, no parecen contemplarse muchas posibilidades de actualizar vanguardias al estilo «puro» de otros tiempos (o en su caso, que éstas tuvieran masiva capacidad de atracción).
Por eso, más allá de esa tentación, la izquierda integral tiene la obligación de intervenir acorde con las cambiantes relaciones sociales de producción, así como las actuales expresiones que adquiere el Trabajo y las nuevas subjetividades que les son anejas. Consecuentemente con ello, se tendrán que imponer otras formas organizativas en todos los terrenos, que habrán de engarzarse más allá de la distinción entre esferas productiva y reproductiva, ya fundidas de hecho por el Capital (superando, de paso, las alienantes escisiones del ser humano entre trabajador y ciudadano, y ciudadano y excluido, claves de la sociedad capitalista).
En realidad, las fuerzas del Trabajo hoy deberían ser conscientes de que la construcción de todo un metabolismo social diferente capaz realmente de alumbrar otro tipo de sociedad, no puede aplazarse para un futuro supeditado bien a la acumulación de reformas o bien a la toma del poder (con minúsculas). Pues esa tarea, que hay que comenzar desde el principio con praxis concretas, disuelve la esquizofrénica dicotomía reformismo-revolución, a la que se vinculaba la tramposa dualidad objetivos inmediatos / objetivos finales que durante tanto tiempo entretuvo a la izquierda. Ella nos lleva a la necesidad de pasar a una actitud ofensiva superadora del paralizante repliegue defensivo del Trabajo desde la fase de capitalismo monopolista estatal-keynesiano (ofensiva que jamás puede confinarse en el ámbito político-institucional).
Uno de los puntos nodales de tamaña empresa transformadora pasa por el reconocimiento e inmersión del movimiento obrero y sindical en la «fábrica social». La incorporación a su praxis de las líneas de fractura que motivaron el surgimiento de otros sujetos antagónicos.
Del mismo modo, éstos deben entender que su lucha también es, además, una lucha de clase. Es decir, que las posibilidades del Trabajo como sujeto transformador pasan por el autorreconocimiento de su proletarización, además de reconocer y visibilizar los apellidos (diferencias) que en cada caso pueda tener esa condición. Ninguna de esas vertientes antagónicas sin las otras abarca la completud de lo que significa hoy la colonización social del Capital.
En definitiva, recordemos una vez más a Gramsci: el «vanguardismo» es una sobrevaloración del nivel consciente y privilegiado de ciertas dirigencias que a menudo se arrogan la autodefinición de «intelectuales» y que promueven funcionamientos verticales, de seguidismo de arriba a abajo. Mientras que el «espontaneísmo», por el contrario, pasa por la confianza casi irracional en la fuerza creadora e incluso autorreguladora de las masas, cual ente con vida propia o comunidad que se autoorganiza y planifica por sí misma.
4. Se nos acaba el tiempo
Frente a estos graves errores, hay dos vertientes que debe combinar cualquier fuerza de izquierda: la de la construcción social (de las propias fuerzas) y la de la dirección política (frente a otras fuerzas) . En estas circunstancias la prioridad en (casi) todos los lugares de las organizaciones sociales y políticas de izquierdas transformadoras debe ser la construcción de sujetos.
Por otro lado, en el actual contexto de madurez de la última contrarrevolución capitalista, global, significa que la vieja dialéctica entre sujeto y proyecto debe ser resuelta desde una perspectiva de construcción de alternativas , más que de tácticas de resistencia, ya que hace tiempo que el Capital rompió los diques de contención.
La contribución a la gestación de sujetos que confluyan en movimientos sociales y movimientos políticos con vocación y posibilidades de transformar sólo puede hacerse desde el propio movimiento, esto es, desde una organización-movimiento que trascienda definitivamente el electoralismo y el parlamentarismo de lo que queda de la izquierda keynesiana.
Pero entonces, ¿cuáles son los pasos a dar para que los dominados se constituyan en sujetos y poder construir nuevas fuerzas sociopolíticas alternativas?
Antes que nada, si alguna posibilidad hay de resolver en positivo esta pregunta, sería necesaria la constitución por doquier de franjas de constructores sociales y políticos , sin los cuales es imposible imaginar siquiera respuestas estratégicas a las embestidas del Capital.
Esas franjas permiten pensar en una masa crítica para poder inducir la configuración de l@s explotad@s, excluíd@s y discrimiad@s en fuerzas sociales y políticas capaces de pensarse a sí mismas como sujetos portadores de un proyecto de cambio social, esto es como sujeto político.
Este proceso debe ser complementado con la tarea de la dirección política (es decir, la dirección teórica e ideológica), que implica paralelamente la necesidad de la formación política. Tareas tanto más urgentes y necesarias en cuanto que han sido casi totalmente abandonadas por la izquierda keynesiana o integrada.
Fruto de ese abandono es que hoy no contamos con realizaciones teóricas de verdad a la altura de las circunstancias, capaces de coadyuvar a la empresa de dirección política.
La interpenetración de capitales mundiales, los cambios en la estructura de poder de las clases dominantes y la recomposición de las relaciones de poder entre ellas y las subordinadas, las mutaciones en las dinámicas de división internacional del trabajo, o el propio porvenir del Capitalismo como Sistema Mundial, hace que sea cada vez más urgente un esfuerzo colectivo por reelaborar teorías del poder, de la dominación, del imperialismo, capaces no sólo de dar cuenta de sus actuales dimensiones y perspectivas, sino de prever sus evoluciones.
Esta tarea sólo puede ser llevada a cabo por un intelectual orgánico de amplias dimensiones (a imagen de la propia transnacionalización del capital).
Como diría ese filósofo tan apreciado hoy por la izquierda, Zizek, se trataría de repetir a Lenin (lo que hizo Lenin), sin repetir a Lenin -sin copiar un modelo pensado para unas coordenadas sociohistóricas y políticas concretas-.
Enorme desafío (como para seguir distrayéndose con cantos de sirena de una fase capitalista que ya no volverá, o con viejas y estériles rencillas).
Y es que…
Se acaba el tiempo. «Es la hora de los hornos», que diría Marti.
Es la hora de las luchas.
[1] Las cúpulas de CCOO y UGT (sindicatos españoles), por su parte, ya sólo intentan recuperar parte de la legitimidad perdida, «sumándose» ahora, cuando se están quedando sin estructura ni delegados, al movimiento de la calle que les ha desbordado. Esto les ha hecho perder la exclusividad en la movilización social; con lo cual ya no pueden venderse tan fácilmente como reguladores de la «paz social», por lo que en el capitalismo degenerativo pierden importancia también en este sentido.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.