Para Antonio Gramsci, filósofo italiano de inicios de siglo XX, un partido es «una nomenclatura de clase» que busca el poder para poder realizar su ideario. Desarrollando esta idea, se puede afirmar que se necesita una clase para estructurar un partido político. Y en Ayacucho las clases sociales aparecen muy difusas y sin un perfil […]
Para Antonio Gramsci, filósofo italiano de inicios de siglo XX, un partido es «una nomenclatura de clase» que busca el poder para poder realizar su ideario. Desarrollando esta idea, se puede afirmar que se necesita una clase para estructurar un partido político. Y en Ayacucho las clases sociales aparecen muy difusas y sin un perfil nítido. Aquí prácticamente no existe la clase obrera. La producción capitalista es ínfima y atrasada. Existe un vasto sector del campesinado pobre que vive de manera disgregada, excluida, que tiene una producción en gran medida de subsistencia, y a la cual le cuesta organizarse debido a las distancias y las limitaciones del medio. Hay un sector ganadero y agricultor más pujante en algunas zonas, que están en proceso de organización y precisión de sus demandas y desarrollo productivo. Y no hay empresarios que piensen y se asuman como clase empresarial, y que busquen el desarrollo del capitalismo como un sistema social.
De otro lado, está la clase media dispersa que se desarrolla generalmente al amparo del negocio propio, a veces precario, y de los puestos públicos y privados. Y prácticamente no hay clase alta, a pesar que existen los que tienen más dinero que el sector medio, pero que no se les percibe como una clase organizada y con representación social. Los terratenientes, que podían considerárseles antes de la reforma agraria del Gral. Juan Velasco Alvarado (presidente reformista y de facto del Perú entre 1968.1975) como la clase adinerada y el sector pudiente, han desaparecido y no ha habido una nueva clase acaudalada. Normalmente los que emprenden negocios y les va bien, o se mudan o simplemente no tienen un grupo social más articulado y con perspectivas políticas.
Ello en gran parte se debe al centralismo y a los incruentos años de violencia política y al radicalismo político, que ha dejado una sociedad un tanto desarticulada e imprecisa. Aquí hoy la sociedad, en su mayoría, se asume como un continuum de la vida individual por sobrevivir y desarrollarse. No hay grupos sociales definidos y precisos. La sociedad ayacuchana no es moderna ni arcaica, es ambas a la vez. Desde la izquierda aún pesa mucho para la construcción de ideales sociales, los viejos mitos revolucionarios. Y no asoma una derecha por falta de intelectuales orgánicos, a decir de Gramsci, que puedan ser un factor de cohesión social y de transmisión de un ideal social.
En Huamanga y en Ayacucho existen masas de pobres (la pobreza al 2009 es de 62.6%) y clase media, que han tenido la presencia de un marxismo volitivo y cargado de rencor y de ambiciones por el poder con una perspectiva vertical y autoritaria. No es posible cargar las tintas a los fines e ideales. En cambio, se puede afirmar que los resultados, la práctica, el quehacer político son los que cuentan. Y ellos dan cuenta de un accionar político mecánico y rígido, que proscribió el debate y la confrontación de ideas, que impidió la creatividad y la renovación, que vio el mundo en blanco y negro, y construyó un partido para esa visión. Así, el partido en Ayacucho era para la confrontación y la guerra.
Todo ello ha dejado una estela de desconfianza y parálisis emocional y política. Es por ello explicable que las formas centrales de exigir las reivindicaciones sean las marchas y los paros. Y la centralización de las aspiraciones políticas pasa por las organizaciones sociales más que por las organizaciones políticas. Un amigo me comentaba que hoy casi nadie quiere militar en un partido político. A lo más las preferencias se inclinan por los movimientos, vistos como expresiones más culturales o sociales. Porque aparentemente tienen menos impacto como organizaciones beligerantes y de confrontación. E incluso en movimientos que se pueden denominar de izquierda concurre una escasa facción de la población.
Como un partido político supérstite en Ayacucho (y en todo el país) existe el APRA como una expresión orgánica de sectores de clase media emergentes, que buscan consolidar una aspiración de desarrollo en el marco teórico de un capitalismo inclusivo, pero que por falta de líderes con claridad de su rol y misión histórica, han dejado paso a un partido construido sobre la oferta electoral democrática sin una visión de transformación social. Lamentable, sobre todo por sus mártires y militantes que aún tienen fija la mirada en lograr que su partido cumpla el papel para el cual surgió.
Crisis social y crisis de representación
La demanda de la sociedad ayacuchana es por una transformación democrática, en la cual se mantengan las libertades políticas, pero a la vez exista equidad, justicia, igualdad, respeto. Pero ningún partido político hoy ofrece una ruta clara para lograr esos fines. Sendero supuso la desaparición de las libertades, y la mayoría de partidos hoy ofrece democracia pero sin transformaciones.
Ayacucho por todo ello hoy vive una crisis social y una crisis de representación política. La primera apunta a la ausencia de organizaciones sociales que tengan definidos sus roles y propuestas. Existe mucha dispersión y ausencia de perspectiva de traducir la demanda de la población por una transformación democrática, sea por temor o por desconocimiento, en una organización social (no partidaria) que pueda contribuir, desde su rol, a esa transformación. Actualmente existen organizaciones sociales que si bien buscan recoger los intereses de la población, muchas veces exceden su rol y pasan a plantearse reivindicaciones políticas con medidas radicalizadas, justamente por la ausencia de partidos políticos que puedan canalizar sus diferentes aspiraciones y demandas. O simplemente asumen un rol asistencialista y tienen una relación instrumental con el poder.
De otro lado, al no existir clases sociales asumidas como tales, sino masas dispersas, es claro que ello genera movimientos políticos amplios y pluriclasistas. He allí también otra razón para la subsistencia del APRA, asumido siempre como un partido de las clases explotadas. Es por ello que hoy no se generan partidos sino movimientos políticos que apuntan a gobernar sin tener una visión clara de cómo y para donde dirigir el gobierno. Además, muchos movimientos políticos se representan a sí mismos, o buscan traducir en acción política, lo que ellos consideran que necesitan las masas. Es por todo ello que no se están generando liderazgos políticos orgánicos que puedan dirigir y/o transformar el Estado democráticamente, que es la demanda central de la sociedad.
Ello deriva en una crisis de representación política, pues como por un lado no existen organizaciones sociales nítidas y con claridad respecto de su rol, y de otro lado partidos políticos que tengan un ideario político consistente con la demanda de la población, sino movimientos políticos sin metas trascendentales, es decir históricas, ambas no pueden articularse para hacer una relación orgánica entre demanda de la población, organización social y partidos políticos. Los partidos o movimientos políticos no son expresión de un sentir social, y este no encuentra en las diferentes expresiones políticas sentido y trascendencia a sus acciones. Y por consiguiente, no hay una representación política articulada a una demanda social. Sino que muchas expresiones políticas corren por su propio carril y traducen en sus plataformas y programas intereses políticos sin una organicidad social. Tampoco se está generando una capa de intelectuales que puedan desarrollar una propuesta orgánica, consonante, armónica a alguno de los sectores sociales, y que puedan pensar el conjunto de la región desde esos intereses.
Pues hoy es necesaria una visión desde un sector social, pero que tenga la perspectiva amplia del todo, porque ello es lo democrático, lo que apunta a la gobernabilidad. Ya pasaron los tiempos de asumir la visión de un partido leninista que tras un largo debate se imponga como EL partido, pues ello obedecía a la visión de una sociedad unipartidista, de partido único. Hoy un partido tiene que asumir el liderazgo en medio de la oposición y la vigilancia, la crítica y la renovación. Y como esta visión aún no es amplia y consensuada, por consiguiente no existen dirigentes que afirmen partidos políticos para construir ese tipo de sociedad democrática.
Así, la sociedad reclama algo para lo cual los líderes no tienen una ruta clara de cómo construirlo. Es claro entonces que hay un problema de representación política de la sociedad. La escisión entre demanda de la población, movimiento social y movimiento político es grande en la región.
Por consiguiente la frontera entre las organizaciones sociales y políticas es borrosa y las pugnas se suceden. Esto lleva a que los sectores sociales organizados no puedan entrar en diálogo con los escasos movimientos y/o líderes políticos, a quienes se les ve como inoperantes. Y éstos últimos a su vez señalan que así como no hay militantes que deseen incorporarse a sus organizaciones, tampoco hay campo para su actuación, pues ésta es muchas veces copada por las organizaciones sociales.
De esta manera, se está perdiendo la capacidad de fundar los instrumentos políticos para construir un mito, una utopía, una meta por la cual lanzarse y por la cual luchar. Por consiguiente, la opción del individualismo está muy presente como alternativa de progreso.
Las masas y el partido
Nuevamente Gramsci nos da una pista cuando afirma que «políticamente, las grandes masas no existen sino encuadradas en los partidos políticos. Los cambios de opinión que se producen en las masas por el empuje de las fuerzas económicas determinantes son interpretadas por los partidos, que se escinden primero en tendencias, para poder escindirse en una multiplicidad de nuevos partidos orgánicos». Como vimos, esto no sucede en la región y lo vivimos a diario. Hay un proceso de desarticulación, de organización de movimientos coyunturales sin una visión de conjunto sea regional o de país. Así, «la conquista del poder del Estado y del poder sobre el aparato de producción» se convierte en una cuestión de personas con ambiciones y no de grupos o clases sociales que miran el conjunto para dirigir el actual Estado o para establecer un nuevo Estado.
Cómo construir un partido
Para Gramsci la existencia de un partido que trascienda la historia, es decir sea expresión de sectores sociales cohesionados y unitarios, supone la concurrencia de tres elementos:
a) «Un elemento difuso, de hombres comunes, medios, cuya participación sea ofrecida por la disciplina y por la fidelidad, no por el espíritu creativo y altamente organizativo». Es decir personas que agrupados sean «una fuerza en cuanto hay quien los centraliza, organiza, disciplina, pero en ausencia de esta fuerza cohesiva se esparcirían y se anularían en un polvillo impotente». Y en la región existen muchas personas con esa disposición al compromiso, pero de manera democrática, honesta, transparente, horizontal.
b) «El elemento cohesivo principal», es decir la construcción de una élite, un núcleo, pero que para las condiciones actuales debe ser democrático, participativo, interactivo, que pueda «centralizar y disciplinar» desde la horizontalidad del trabajo y la construcción intercultural, es decir a partir del respeto por el otro y de su trato igualitario. Desde nuestra perspectiva también debe ser un elemento que dé unidad al colectivo, sea región o nación. Este componente debe ser creativo, en palabras de Gramsci, «inventivo». Es claro para él, como para todos, que «con sólo este elemento no (se) formaría un partido, sin embargo lo formarían más que el primer elemento». Y es que un grupo con claridad sobre su compromiso, misión histórica y visión de conjunto puede establecer en cualquier momento y circunstancia una organización. En este elemento podemos comprender a los intelectuales o profesionales orgánicos a esa propuesta. Ellos, recogiendo e interpretando el sentir social, deben diseñar las estrategias y las metas últimas, los mitos o utopías que le den sentido de trascendencia al primer elemento. Cabe destacar que la organicidad quiere señalar la necesidad de una articulación y entendimiento institucional, asociativo entre los dos componentes. No se trata que los primeros sean utilitarios y medios para el fin, sino que aportan y son parte de lo sustancial e inherente de la promesa, y que este segundo elemento transforma sus ideas en una propuesta articulada y coherente.
c) «Un elemento medio, que articule el primer con el segundo elemento, que los meta en contacto, no sólo física, (sino) moral e intelectualmente». Estos son los dirigentes y conductores de la organización. Quienes comprendiendo la misión del conjunto puedan diseñar acciones tácticas, organizativas, coyunturales para implementar con éxito la proposición.
Aquí en la región tenemos el primer elemento, socialmente de manera atenta y con disposición, pero disperso e inorgánico; y hay muchas limitaciones aún para los otros dos elementos. La construcción de estos dos últimos es un proceso progresivo de debate y diálogo intenso y depurador. Hoy que se cuenta en la región con un amplio abanico de medios de comunicación (hay 7 canales, una veintena de radios, 4 diarios y una revista socio político), se puede pensar en el resurgimiento del pensamiento crítico y autónomo, creativo y constructor. Mucho dependerá de que los intelectuales y profesionales puedan confluir, socializar y servir de cohesión a los intereses de los sectores sociales con los cuales se sienten identificados. Un intelectual o profesional debe aspirar no a ser admirado y vivir del prestigio, sino a convertir el sentido común de las masas en buen sentido, en propuesta orgánica e histórica y no ocasional y pasajera, involuntaria e inconsciente. Además, debe tener la capacidad de servicio, es decir de devolverle a las personas las ideas dispersas en ideas rigurosas, movilizadoras y transformadoras. De allí nacerán las propuestas sociales y políticas que sirvan a la historia de los pueblos.
Construir un Estado desde la política y las bases
Finalmente, un partido político se piensa y organiza para la asunción del poder y si se alcanza éste tiene dos caminos: o ejercer el poder para mantener la situación previa a la asunción del mando o se le usa para transformarlo democrática y participativamente. Aquí el tema es entonces qué concepción de Estado supone la organización del partido. Para qué se organiza un partido.
Y en una región con marcadas desigualdades sociales y culturales, y brechas de inequidad económica, los partidos deberían de contribuir (sea cual sea su opción ideológica o política) a cerrarlas y superarlas. Un nuevo Estado regional debe apostar por abrir espacios y mecanismos de participación democrática para superar tales problemas. De lo contrario, la constitución de partidos que busquen la continuidad de la situación sólo serán movimientos aleatorios a la historia, pues ésta reclama justicia, verdad, equidad y respeto.
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