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Seamos realistas, hagamos lo imposible

Fuentes: Rebelión

¡Alarma, la extrema derecha avanza! Hace más de dos años (30 de Abril 2019) el sitio BBC News informaba: “Las instituciones tradicionales ven con horror la irrupción de fuerzas que utilizan en muchos casos una retórica sorprendentemente similar a la de la época más oscura de la Europa reciente.” Las alarmas continúan sonando, ahora también por estas latitudes: ¡qué horror, la extrema derecha avanza! repite buena parte del espectro político y mediático. Y es válido no tomarlo a la ligera, no subestimar la posible deriva de este ascenso. Sin embargo, tampoco hay que llamarse a engaño: cuanto más tiempo se han turnado en el manejo del poder los horrorizados dirigentes, mayor es la congoja y la sorpresa ante tan desgraciada anomalía, inesperada y repentina, como un rayo en cielo despejado. Pero el previsible cinismo de estas instituciones tradicionales y de la prensa a su servicio no es el problema, o al menos es la parte del problema sobre la que no tenemos ni podemos tener incidencia: fingir es parte constitutiva de su función como CEOs del capital. Y sería muy ingenuo esperar que del establishment surgiera una reflexión autocrítica honesta, que ubicara en el origen de este ascenso la frustración y la desesperanza en que el orden social que ellos mismos mantienen ha sumido a buena parte de la humanidad, aquí y en muchos otros países.

 El problema está de este lado, en la izquierda anticapitalista. Pareciera que la gravedad de los problemas que aquejan al mundo y la desesperada urgencia de soluciones resultan más claras para las masas despolitizadas que para los propios dirigentes y partidos de izquierda, con pocas excepciones. La desocupación creciente; las migraciones forzadas; la inseguridad real y la inducida; los conflictos armados; las disputas geopolíticas; la inestabilidad; la incerteza respecto del futuro son algunos de los problemas sobre los que la derecha estructura su discurso reaccionario y sus explicaciones “simples”, fáciles de digerir y repetir para esas masas despolitizadas. Esa derecha sin afeites ofrece así una esperanza cuya falsedad es evidente, pero no para quienes han llegado a repudiar en bloque la política y todo lo que les representa: el ámbito de la mentira; del acomodo; de la manipulación. Seducidos al escuchar respuestas rápidas y drásticas para problemas reales y graves, a tientas, de la mano del propio enemigo, se elige la salida de emergencia que da al abismo creyendo escapar de un presente insoportable. La izquierda, por su parte, cuida las formas. Salvo honrosas excepciones, sigue presa de la derrota del proyecto socialista simbolizada en el desmembramiento de la ex URSS. Ni quienes, dentro del campo de la izquierda, sufrieron esa implosión como una derrota lamentable ni quienes le dieron la bienvenida como una confirmación de sus posturas críticas, se atreven a imaginar y proponer una ruptura radical con el orden establecido. En cambio, se insiste en planteos que no sacan los pies del plato. Se presentan candidatos que proponen tales o cuales mejoras de lo existente, siempre dentro del marco de lo permitido. ¿Se puede pensar en revertir la desesperanza con propuestas como “representar a la mujeres y a los jóvenes; cobrar como una maestra (la dieta legislativa) y rotar en los cargos”? Se diría que no. En lugar de aprovechar los pocos espacios mediáticos que se presentan cuando hay elecciones para exponer los porqués de la inviabilidad del sistema capitalista, sus contradicciones inherentes, la inevitabilidad de sus crisis, se opta por estas tibias ambigüedades. Salvo para quienes practican esta forma de “avanzar hacia el socialismo”, queda claro que dos o tres legisladores más o menos no tienen la menor oportunidad de modificar el rumbo de la historia, y la meta de constituirse en la tercera fuerza política luce, considerando las circunstancias y por decirlo suavemente, por demás módica. No es siendo condescendientes con los que vociferan contra el comunismo y mostrándonos “civilizados y confiables” que aportaremos a nuestro objetivo, si es que sigue siendo acabar con el capitalismo. La historia está llena de enseñanzas respecto del resultado arrojado por tales “realismos”.

¿Que no hay condiciones subjetivas para la revolución? Desde luego que no. Pero tampoco caerán del cielo. Si el marxismo quiere seguir siendo la filosofía de la praxis, es decir, si sigue aspirando a cambiar la realidad y asumiendo que ese cambio sólo puede resultar de la acción colectiva consciente de la clase, no alcanza con analizarla, describirla y esperar por condiciones históricas hoy irrepetibles. Denunciar, en la prensa partidaria, las claudicaciones de las burocracias sindicales o los límites del progresismo; hacer el recuento permanente de la propia participación en marchas, asambleas, ollas populares, movilizaciones y otras pequeñas batallas es una tarea necesaria, pero repetida idéntica a sí misma con independencia de los resultados se convierte en un automatismo solamente significativo para sus protagonistas. ¿En espera de qué? De las condiciones objetivas no, porque sobran. Tampoco, obviamente, de un milagro. ¿De las condiciones subjetivas favorables? Bien. ¿Y de qué surgirán? Por ahora, por lo visto, son encaminadas hacia la derecha. Los abundantes análisis teóricos de la obra de los clásicos del marxismo son también obviamente necesarios, pero sólo cobran su sentido pleno si se toman como guía para la acción, de lo contrario se reducen a un ejercicio académico, y aquella ausencia de condiciones subjetivas invierte dialécticamente su carácter y pasa a ser un insumo positivo para la derecha, ya sea en su versión de salón como en su versión sin maquillaje.

Entonces, por un lado, es necesario captar la realidad tal como se presenta, y no como nos gustaría que fuese, pero no para cotejarla con un supuesto molde ahistórico, inmutable, sino para adecuar nuestras acciones a las condiciones actuales y al objetivo, que es lo único inalterable. Por otra parte, es necesario también tomar la experiencia histórica sin idolatrías ciegas, sin esquematismo, valorativa y críticamente a la vez. Sería el mejor homenaje a esas referencias históricas, y más importante aún, la mejor forma de sacarles provecho en función del mismo objetivo: desmontar al sistema capitalista y enrumbar hacia una sociedad socialista, a la medida de lo que la humanidad necesita y merece.

En relación a la primera necesidad, hay un dato evidente para quién se anime a verlo: la impostura antisistema de la derecha nos está diciendo, justamente, que allí, en esa radicalidad y en ese atrevimiento que en ellos son simulados y falsos, es sin embargo donde esas masas en aumento buscan encontrar una salida: a grandes problemas, grandes soluciones. Desde la vereda opuesta, es la izquierda la que puede y debe encarnar esas características.

En cuanto a la experiencia previa, por mencionar un ejemplo, allá por el año 1968 se dieron las grandes jornadas de protesta, protagonizadas conjuntamente por trabajadores y estudiantes, que pasaron a la historia como el Mayo Francés. Tal vez su consigna más conocida, que aún se recuerda, fue “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Una consigna audaz, que generó mucho entusiasmo y adhesión. Hoy, sin embargo, a la luz del tiempo  transcurrido, puede verse que en la misma consigna estaba ya en germen la clave de su fracaso, en tanto intento de cambio radical de la realidad. Porque en ese “pidamos” estaba implícito el reconocimiento de que había un lugar donde se tomaban las decisiones, es decir, un lugar de poder, y a la vez se asumía que ese lugar lo ocupaba otro. Hoy la consigna que necesitamos pasa a ser “Seamos realistas, hagamos lo imposible”.

Un posible imposible

Por fuera de las “soluciones” que propone la ultra derecha surgen permanentemente, en distintos puntos del planeta, grupos que se manifiestan con múltiples y diversos reclamos y planteos. Dispersos e inconexos, sin una direccionalidad explícita, tienen sin embargo un rasgo en común: el hartazgo de una realidad insostenible, inmerecida, injusta, y el deseo de cambiarla. Sin embargo, así como surgen, muchos se disipan o decaen, seguramente en parte por el desgaste propio de la acción callejera permanente, generalmente en el marco de la represión. Pero se puede también conjeturar que en esa inconsecuencia  juega un papel importante la falta de una proyección que permita trascender la limitada condición de demandante, de peticionante. En algunos casos, aunque no desaparecen, derivan hacia formas de incorporación en las estructuras del sistema. Incluso con las mejores intenciones, suelen terminar deglutidos por el establishment.

Por otra parte, el funcionamiento y la reproducción del sistema es crecientemente dependiente de la tecnología, del trabajo a distancia, acelerado ahora por efectos de la pandemia: la producción industrial; la pesca; la producción agrícola; el transporte; la producción y distribución de energía; la actividad bancaria; la operación de las bolsas de valores; las comunicaciones; la operación portuaria y aeroportuaria son algunas de las actividades y tareas que el sistema concentra en manos de unos pocos operadores, creando con eso otros tantos puntos vulnerables.

En la existencia de ambos conjuntos de personas, los inconformes activos y los operadores del aparato reproductivo del sistema, y en la doble pertenencia de una fracción de la clase trabajadora a estos grupos es que se sustenta la presente propuesta de acción.

Primer paso: el más fácil

¿Resultaría imposible, aprovechando las facilidades de comunicación actuales, comenzar a conectar con esas personas y organizaciones de distintas latitudes que expresan, de una u otra manera, el rechazo a las consecuencias de este sistema criminal y suicida llamado capitalismo? Independientemente de que adhieran explícitamente o no a tal o cual teoría político social, bastaría con que estén cayendo en la cuenta que esta forma de sociedad no va más, y que es imprescindible un corte de raíz, para que el intento se justificase en función de este imposible que aquí estamos imaginando. Vale aclarar de antemano: no se trata de hacer lo mismo existente pero ampliado y coordinado a mayor escala. Se trata de otra cosa. Por algo la propuesta es que hagamos lo imposible.

Si entre aquellos que tomen contacto con la propuesta predominase el atrevimiento, el paso siguiente podría ser la conformación de un grupo con capacidad para iniciar los primeros acercamientos, lo cual tendrá seguramente complejidades y contratiempos imposibles de prever, que sólo con la acción práctica se podrán ir descubriendo e intentando resolver. Asumiendo que logre materializarse un primer vínculo entre los grupos y organizaciones mencionados, extendiéndolos tanto como resulte posible a sindicatos, partidos políticos o nucleamientos de cualquier tipo dispuestos a adherir, estaríamos pergeñando algo así como una especie de Internacional virtual, salvando las distancias con aquella que en su tiempo impulsó el genial oriundo de Tréveris. Previsiblemente, no contaría con el apoyo de ninguna de las varias Internacionales “reales” existentes, lo cual, a la luz de sus respectivas realidades, no debería implicar mayor incidencia práctica.

Lograda esa red, que deberá conocer desde el principio los objetivos a alcanzar puesto que en ellos radicaría justamente la posibilidad de romper el desánimo imperante, y para someterlos también a sus propias evaluaciones y debates internos, pasaríamos a la siguiente etapa.

Segundo paso: el más trabajoso

Tomando en consideración los medios de producción existentes, hoy en manos del capital, imaginar y diseñar una estructura de producción y distribución que en lugar de regirse por las “leyes del mercado” se base en las necesidades y capacidades reales del conjunto social, y en la que aquella propiedad privada se hubiese socializado completamente. ¿Para qué semejante tarea? Desde luego, no como ejercicio académico ni tampoco para presentar a las Naciones Unidas o cualquier otra instancia a la que pedir la implementación de semejante cambio. No para pedir lo imposible.

Sería sin duda una tarea enorme pero realizable, dadas las capacidades de cálculo actuales: ya en los años ’70, con recursos computacionales muy inferiores a los disponibles hoy, el gobierno de Salvador Allende implementó el llamado Proyecto Synco, que se proponía explorar las posibilidades de planificación socialista de la producción, y que fuera obviamente abortado por el golpe militar.

Tercer paso: el imposible posible

Completado el diseño, y con previsiones y recaudos que escapan a este esbozo, vendría, ahora sí, el momento clave, lo que da sentido a todo el esfuerzo previo. No se trata de ningún milagro ni acto de magia, es algo tan viejo como la clase trabajadora asalariada y aún más: la huelga. Ahora, en tiempos del capital globalizado, una huelga igualmente globalizada. Una huelga planetaria, que multiplicará las consecuencias generales clásicas de toda huelga sacando partido de las nuevas vulnerabilidades del sistema: ¿cuándo, en tiempos anteriores, hubiera sido posible imaginar y provocar que, en esas enormes pizarras electrónicas que cubren las paredes de los antros de especulación y saqueo llamados bolsas de valores se mostrara, en cada ítem, un inmutable y riguroso número cero, por mencionar un ejemplo? ¿O que otro tanto sucediera con los registros bancarios de inversión donde los grandes expropiadores del trabajo ajeno conservan el fetiche de su botín, por mencionar otro ejemplo? ¿O que los gigantescos transportes de contenedores, cuyo contenido sólo tiene como propósito la valorización del capital, dejen de surcar los océanos con su carga de reemplazos de las mercancías de obsolescencia programada?

 Pero, digámoslo una vez más: no pediremos lo imposible, lo haremos. A diferencia de todas las huelgas, en este caso no habrá ningún reclamo. La huelga no estará impulsada por reivindicación alguna. No habrá ningún pedido cuya satisfacción termine con la huelga: el propósito de esta huelga no será obtener mejoras de ningún tipo ni denunciar pocas o muchas de las iniquidades del sistema. La función de esta huelga general no será otra que paralizar por completo el funcionamiento del sistema. Generar un descalabro tal que, luego de los previsibles, múltiples y fracasados intentos por restablecer la normalidad, los gobiernos no tengan otra opción que dejar el poder. Recién cuando no quede nadie en condiciones de dar órdenes, y nadie en condiciones de cumplir las recibidas con anterioridad, la huelga se levantará, pero en las nuevas condiciones establecidas en ese proyecto previamente desarrollado.

Desde luego, semejante acción colectiva requeriría un trabajo de planificación y coordinación cuya magnitud sólo es comparable con el tamaño de la ruptura histórica que podría significar. Lo cual no hace más que justificar el esfuerzo. En particular, haría falta prever los mecanismos de suministro de los insumos básicos de subsistencia a toda la población durante el tiempo que dure la huelga, y hasta que aquella economía socialista alcance un nivel de funcionamiento suficiente a partir de la organización de los propios productores consumidores. Podrían concebirse alternativas diversas para solventar algunas de las dificultades cuyo surgimiento es fácil imaginar. A modo de ejemplo: la entrega de armamento y equipos por parte del personal de las fuerzas de seguridad  podría imponerse como condición para el desbloqueo de sus cuentas salariales y su inclusión en las listas temporarias de distribución de suministros.

Puede que lo anterior luzca como un sueño irrealizable, una muestra del más ilusorio voluntarismo. Es probable que así sea. También puede ser que la frontera que impone “la cordura” resulte demasiado estrecha como para encontrar una salida a este mundo también delirante y en franca descomposición. Salvo que se practique el autoengaño, no quedan dudas de que el futuro de la humanidad tiene los días contados, con o sin el avance de la ultra derecha, y de que las salidas “progresistas” que creen distinguir entre un capitalismo malo, llamado neoliberal, y uno bueno, productivo y con rostro humano son parte de las falsas ilusiones que nos han traído hasta aquí. En cualquier caso, si el atrevimiento aquí propuesto tuviera el efecto de estimular la imaginación de otros caminos para la derrota del régimen del capital y la construcción del socialismo, se podría considerar justificado el intento.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.