El 14 de agosto se cumplieron cincuenta años de la muerte de Bertolt Brecht. Probablemente un libro de los que más me haya marcado en mi adolescencia fue el de «Poemas y Canciones», editado por Alianza Editorial con textos seleccionados y traducidos por ese gran amigo que es Vicente Romano junto a Jesús López Pacheco. […]
El 14 de agosto se cumplieron cincuenta años de la muerte de Bertolt Brecht. Probablemente un libro de los que más me haya marcado en mi adolescencia fue el de «Poemas y Canciones», editado por Alianza Editorial con textos seleccionados y traducidos por ese gran amigo que es Vicente Romano junto a Jesús López Pacheco. Después pude conocer su teatro -«La opera de tres peniques» o «Madres Coraje y sus hijos»- y las lúcidas «Historias del señor Keuner». Para muchos Brecht sigue representando la rebeldía y la dignidad frente a la opresión y la injusticia. Perseguido por Hitler -el pintor de brocha gorda en los poemas de Brecht- y acosado por el Comité de Actividades Estadounidenses durante su exilio.
Sus últimos años lo pasó en el Berlín Este, siempre leal a su independencia intelectual y su compromiso comunista. «En mí combaten/ el entusiasmo por el manzano en flor/ y el horror por los discursos del pintor de brocha gorda/. Pero sólo esto último me impulsa a escribir», escribe Brecht en su poema «Malos tiempos para la lírica».
Brecht ha representado al poeta, escritor y dramaturgo comprometido con la lucha contra el despotismo y la injusticia. «Temen tu garra los malvados/ Y se alegran los buenos con tu gracia./ Lo mismo/ oír quisiera/ de mis versos», escribía bajo el título «A una raíz de té china con forma de león».
No puedo dejar de estremecerme cada vez que releo la «Demolición del barco Oskawa por su tripulación» o la «Canción de Jenny la de los piratas», procedente de «La Opera de los tres peniques». En su obra encontramos solidaridad y ternura, como en el poema de «Carbón para Mike», pero también la necesidad de la insurrección: «Cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse, tendrá que pasar al ataque». Y esperanza: «Y entre los oprimidos, muchos dicen ahora: Jamás se logrará lo que queremos./ Quien aún este vivo no diga jamás./ Lo firme no es firme. / Todo no seguirá igual./ Cuando hayan hablado lo que dominan,/ hablarán los dominados./ ¿Quién puede atreverse a decir jamás?/ ¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros».
Denunció a los intelectuales sumisos: «Ay, ante vuestros carros hundidos en sangre y porquería/ nosotros siempre uncimos nuestras grandes palabras./ A vuestro corral de matanzas le llamamos campo de honor./ y hermanos de labios largos a vuestro cañones». Porque Brecht, como diría Celaya, es de los que maldicen a los poetas que no toman partido.
En estos tiempos de individualismo y conformismo hay que seguir reivindicando sus versos: «O todos o ninguno. O todo o nada./ Uno sólo no puede salvarse./ O los fusiles o las cadenas./ O todos o ninguno. O todo o nada.»
Seguro que hoy Bertolt Brecht miraría hacia Washington cuando hablara del pintor de brocha gorda y en Washington le señalarían con el dedo cuando acusasen de terroristas.