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Seis años de debate sobre la tortura

Fuentes: Rebelión

Un asombroso debate sobre la tortura lleva varios años abierto, especialmente en Estados Unidos desde septiembre de 2001. En realidad coexisten dos debates paralelos: la justificación de la tortura y las razones del debate sobre la tortura. El primero divide a los que consideran la tortura injustificable desde cualquier punto de vista de los que […]

Un asombroso debate sobre la tortura lleva varios años abierto, especialmente en Estados Unidos desde septiembre de 2001. En realidad coexisten dos debates paralelos: la justificación de la tortura y las razones del debate sobre la tortura. El primero divide a los que consideran la tortura injustificable desde cualquier punto de vista de los que admiten su aplicación en determinadas ocasiones. No puede haber diálogo aquí, sólo monólogos, ya que la defensa del principio ético no admite supuestas excepciones que muy pronto terminan generalizándose, como la bomba a punto de explotar o las razones de seguridad nacional. El segundo debate versa sobre las condiciones que han posibilitado, no la tortura secularmente practicada, sino la discusión pública sobre la misma entre detractores y apologistas en el occidente contemporáneo. Zizek apunta a un cambio en los estándares políticos y éticos de la sociedad que ha asestado un golpe letal al progreso de la civilización, retrotrayéndonos a la barbarie medieval. Un punto de vista similar al de Hobsbawm, para quien la tortura en la actualidad es un subproducto del embrutecimiento del mundo producido por las grandes hecatombes bélicas y humanitarias del siglo XX y el colapso del proyecto de la Ilustración.

Hace ciento cincuenta años se inició un proceso de expulsión de la tortura de los sistemas legales democrático-liberales. Hoy la tortura ha vuelto a admitirse, más o menos abiertamente, en estados de derecho como Gran Bretaña y Estados Unidos. No hay duda de que los valores fundamentales de la sociedad han cambiado profundamente cuando casi la mitad de los soldados norteamericanos en Irak aprueban la tortura y consideran que los civiles no merecen un trato digno. Es evidente que una cosa explica la otra. El escaso respeto por la dignidad de las personas facilita su maltrato sistemático y la cobertura legal de la tortura en Guantánamo y otros campos de concentración. El encanallamiento generalizado resultante tiene una consecuencia política de largo alcance: la creciente valoración pública del liderazgo ostentosamente duro, implacable y despiadado. Piensen en un episodio globalmente famoso para el que se han ofrecido explicaciones excesivamente fáciles y superficiales, la difusión de las fotografías de las sesiones de tortura y humillación en la prisión de Abu Ghraib. Con gran candor no pocos analistas han dado por sentado que la toma y distribución mundial del material fotográfico se debió a la posesión generalizada de pequeñas cámaras digitales y a la existencia de Internet. Si fueran éstas las verdaderas razones, la web se encontraría inundada de secretos oficiales, planes atómicos e información privilegiada, puesto que también en cuarteles generales militares, recintos nucleares y consejos de administración los individuos disponen de cámaras y acceso a la red. No es así.

La red de redes no es ni ha sido nunca libre. Los vídeos de protesta, la pornografía y los artículos críticos pueden dar sensación de libertad, pero en la práctica son tolerados porque no resultan peligrosos para el poder. Los divulgadores de verdaderos secretos en el ciberespacio son rápidamente detenidos y sus informaciones suprimidas, a menos que cuenten con la protección de estados o servicios de inteligencia. Si las edificantes instantáneas de los torturadores imperiales salieron a la luz, fue esencialmente porque los mandos militares y gubernamentales juzgaron innecesaria su neutralización. La naturaleza de ese material gráfico no les animó a tomar medida alguna para impedir su difusión pública. En otro tiempo, sin duda lo habrían hecho. Hoy no. Consciente o inconscientemente, asumen que el mensaje de firmeza y resolución que subyace al trato inhumano aplicado a los prisioneros no es perjudicial para la nueva generación de dirigentes. Desde Sarkozy y Merkel en la derecha conservadora hasta Brown, Royal y Hillary Clinton en el centro izquierda, todos exhiben su puño de hierro. La tortura ha vuelto para quedarse.