Rusia se encuentra en la encrucijada de ser o no ser. Todo el poderío controlado por el sector oligárquico de Occidente le declaró desde hace mucho una guerra a muerte, que debía concluir con la desaparición de este país y el reparto de sus despojos entre las hordas vencedoras. Con la perestroika y la desintegración […]
Rusia se encuentra en la encrucijada de ser o no ser. Todo el poderío controlado por el sector oligárquico de Occidente le declaró desde hace mucho una guerra a muerte, que debía concluir con la desaparición de este país y el reparto de sus despojos entre las hordas vencedoras. Con la perestroika y la desintegración de la URSS casi logran esta finalidad, pues Rusia pasó a ser gobernada por títeres que respondían a intereses foráneos. Parecería que en un momento de sobriedad, Yeltsin, molesto ante tanto engaño consecutivo, recuperó la cordura y delegó el poder a Putin. Al inicio, pocos cayeron en cuenta del significativo cambio representado por ese paso, aunque sus primeros movimientos, firmes y decisivos, indicaban que todo era para el bien de su país. Fue en Munich cuando sus palabras señalaron que los cambios iban en serio.
No le hicieron caso y continuaron actuando como si nada hubiera ocurrido. Rodearon a Rusia con cuatrocientas bases militares; en contra de lo que habían prometido, no avanzar ni una sola pulgada, acercaron la OTAN hasta las mismas puertas de Moscú; apoyaron a los movimientos terroristas y separatistas de Rusia; pese a los acuerdos firmados el día anterior, dieron en Ucrania un golpe de Estado de tinte fascista, seguros que desde el lugar donde Rusia había nacido, con muchas regiones pobladas mayoritariamente por rusos, podían extender sus dominios incluso hasta Siberia o hasta donde pudieran. Pasó lo contrario, Crimea retornó al seno de su madre patria; fomentaron revoluciones de colores por todo el Medio Oriente y, con mercenarios traídos de todos los rincones del planeta, iniciaron la guerra civil en Siria. Rusia quedó acorralada.
Pero mientras más amenazaban a la existencia de Rusia, más se fortificaba su poderío y se consolidaban las fuerzas internas que impedían su desintegración. Putin lideró esos procesos. Pensaron que si la rodeaban con sistemas antimisiles, romperían la paridad estratégica alcanzada durante la Guerra Fría. No fue así. No lo hagan, les advirtió Putin. Si lo hacen, vamos a desarrollar armas de alta tecnología que volverán inoperantes vuestras medidas. No le prestaron oídos. Ahora que Rusia lo ha logrado y les extiende la mano para acordar un desarme, que evite una costosa carrera de armamentos, se niegan aceptarla e inician una confrontación destinada al fracaso.
Tienen un paso de ventaja, la rusofobia sembrada en el transcurso de largos años. No es necesaria ninguna prueba, Rusia, por definición de ellos, es culpable de todo, así lo han pregonado en los medios masivos de información, y han logrado que buena parte de la opinión pública mundial se trague esa rueda de molino. Al país que no se alinee con ellos le quitan el resuello. También tienen otro aval, saben que Rusia no los va a agredir, que creó sus imparables armas para evitar una agresión en su contra, que se veía venir a corto plazo.
Pero nada de eso les va a servir. Putin, luego de que fortificara a las fuerzas armadas para defender la soberanía, las riquezas, la libertad y la independencia de Rusia, se va a esforzar ahora en que su país obtenga los mismos logros en el campo educacional, cultural, ecológico, científico, social, económico y de salubridad. Sus enemigos están persuadidos de que aislando a Rusia pueden impedir su crecimiento de vanguardia. Se equivocan, no la van a aislar. Al contrario, su influencia en el mundo se va a extender en la medida en que Rusia cumpla con el objetivo de lograr una alta calidad de vida para su población.
Y así como antes los sectores más retrógrados de Occidente no creyeron que Rusia tuviera una ideología propia con altos valores filosóficos, morales, religiosos, culturales, artísticos y, en general, algún tipo de civilización, ni que pudiera defenderse de la ofensiva emprendida por ellos, ahora no aceptan que Putin no ha sido derrotado y que Rusia va a lograr un desarrollo sostenido y estable. En ese sentido, se diferencian muy poco de Hitler y el alto mando de la Alemania Nazi que, por menospreciar a la sociedad rusa, perdieron la guerra.
La alta votación obtenida por Putin, casi el 77% de los votos, algo sin precedentes en la historia de Rusia, le da gran popularidad y una fuerza organizada, que ya la quisiera todo dirigente político de cualquier país, y que a la sociedad rusa le servirá en los próximos seis años de punto de apoyo para lograr sus objetivos; pero ese mismo poder le exige a Putin un mayor compromiso en la realización de los profundos cambios que requiere su colectividad. Esta tarea es difícil porque sus enemigos, para impedir su éxito, lo van a denigrar por todos los medios y van intentar aislar a Rusia mediante sanciones de toda índole. Pero van a perder porque los rusos ya superaron el trauma que les inculcó Gorbachev, les hizo creer que todo lo de Occidente era superior y debían inclinarse ante tanta supremacía. Luego de que los rusos saborearan lo que propugnaba la propaganda occidental, comprobaron que ellos tenían una cultura no inferior a la ajena. Rusia, igual que el resto del mundo, tiene problemas, algunos copiados de Occidente, por eso el objetivo a alcanzar no es fácil; pero el alto amor propio de su pueblo, sus inmensas riquezas naturales y su valía ancestral en todos los ámbitos de la vida cotidiana harán factible su permanencia en el mundo.
Seis años parecen ser un plazo muy corto para cumplir con tan alto propósito, pero si Rusia, cabeza de la URSS, pudo en cuatro años derrotar a la mayor coalición armada de la historia, la Europa continental encabezada por la Alemania Nazi, es de esperar que ahora, cuando ha logrado elevados niveles de progreso técnico, este plazo sea suficiente para alcanzar el objetivo planteado. Durante la Gran Guerra Patria, las condiciones eran adversas, pues se enfrentaban a una guerra de exterminio dirigida por gente cruel y fanática, por nazis dispuestos a cumplir sin chistar las órdenes de Hitler, por inhumanas y despiadadas que fueran, pero ahora, cuando a ojos vista Rusia ha renacido, es de esperar que la Sra. May, a la que le falta la inteligencia, la audacia y la astucia de Hitler, fracase en la tramoya que con sus acólitos impulsa.
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