La prensa internacional saludó como un triunfo el acuerdo al que llegó el Consejo General de la Organización Mundial de Comercio (OMC) el 31 de julio. Países ricos y pobres habrían acordado reducir los subsidios a la agricultura, liberalizar el comercio de productos no agrícolas y servicios, y así reiniciar la ronda de negociaciones «para […]
La prensa internacional saludó como un triunfo el acuerdo al que llegó el Consejo General de la Organización Mundial de Comercio (OMC) el 31 de julio. Países ricos y pobres habrían acordado reducir los subsidios a la agricultura, liberalizar el comercio de productos no agrícolas y servicios, y así reiniciar la ronda de negociaciones «para el desarrollo».
Según Pascal Lamy y Robert Zoellick, responsables de comercio de la Unión Europea (UE) y de Estados Unidos, respectivamente, el acuerdo permitirá concluir la Ronda Doha para diciembre de 2005 (cuando se llevará a cabo la reunión ministerial de Hong Kong). La OMC se recuperará así de la debacle de Cancún. Pero ese entusiasmo está completamente injustificado y los países en desarrollo no tienen por qué compartirlo.
Más allá de su retórica sobre desarrollo y trato especial y diferenciado, el texto aprobado en Ginebra adolece de graves defectos medulares. El objetivo central del acuerdo es reducir el nivel de apoyos internos «totales», es decir, la medida de apoyo agregado, los apoyos de minimis y los de la caja azul. Pero quedaron fuera del acuerdo los subsidios de la caja verde, que en Estados Unidos y la UE representan 70 por ciento y 25 por ciento de los subsidios totales a la agricultura, respectivamente. Por eso el acuerdo no corregirá las distorsiones que hoy pesan sobre el comercio de productos agrícolas.
La caja azul incluye los subsidios que limitan la producción y es una reliquia del acuerdo sobre Agricultura. Solamente siete miembros de la OMC utilizan estos subsidios, pero ahora se abre la posibilidad para que Estados Unidos y la UE acomoden sus apoyos bajo este rubro. Desde ese ángulo, el texto de Ginebra generará un embrollo técnico y legal detrás del cual los países ricos podrán seguir encubriendo sus subsidios a la agricultura.
El mundo de los países ricos invierte 350 mil millones de dólares anuales para la agricultura, manteniendo artificialmente niveles de producción y distorsionando los precios mundiales. En muchos de los cultivos así apoyados los países pobres son más productivos y podrían ofrecerlos a niveles más económicos. Los recursos canalizados como subsidios podrían ser utilizados en otros rubros, incluyendo servicios ambientales. Pero el acuerdo de Ginebra no va a desmantelar estos apoyos.
Por otra parte, el texto consagra la continuación de las negociaciones sobre acceso a mercados de productos no agrícolas. Este tema se arrastra de la reunión de Doha y conlleva el compromiso de los países pobres para abrir más sus mercados de manufacturas. En realidad, esta vertiente de las negociaciones en el marco de la OMC conducirá a la desintegración de los sectores manufactureros en muchos países en desarrollo. Hoy en día 98.25 por ciento del gasto mundial en investigación y desarrollo tecnológico (IDE) que genera innovaciones de productos y procesos en la industria se llevan a cabo en los países ricos. Está claro de qué lado están las ventajas competitivas. Partes del texto no son distintas del borrador presentado por Derbez, rechazado con firmeza en Cancún. Tal parece que ahora se consideró que las «concesiones» sobre subsidios agrícolas bien merecían aceptar esta nueva ofensiva neoliberal que conduce a la desindustrialización.
El acuerdo también hace referencia al sector servicios y señala que se buscarán mayores niveles de apertura. La OMC sigue promoviendo la privatización en el sector servicios. En realidad, los países subdesarrollados deberán cuidar que sus ventajas en servicios de manejo de información y procesado de datos se mantengan, sin soltar las riendas en lo que se refiere a servicios públicos.
El acuerdo de la OMC es deliberadamente vago. Sin metas ni calendarios permitirá arrastrar el estado de cosas hasta la próxima conferencia ministerial en Hong Kong. Como en cualquier negociación, la vaguedad del acuerdo servirá para administrar la desigual situación actual por un tiempo más o menos largo, hasta que la caldera se vuelva a calentar.
Ser vago también permitirá a Bush y a la Unión Europea afirmar con optimismo que todo marcha bien. (Por cierto, tampoco Kerry va a desmantelar los apoyos a los granjeros estadunidenses.) Después de las elecciones se regresará al mundo real de las negociaciones y las artimañas para ganar tiempo y posponer hasta nuevo aviso las reformas que hacen falta. En cuanto a la burocracia de la UE y la OMC, el año próximo también habrá cambio de guardia en Bruselas y Ginebra, y nadie reclamará la falta de resultados concretos.
El director general de la OMC, Supachai Panitchpakdi vio en el acuerdo un «pequeño triunfo del multilateralismo». Pero la triste realidad es que en dicha organización, más allá de la demagogia, las metas de desarrollo económico ocupan lugar secundario. Este acuerdo vago será otro episodio en la historia de metas incumplidas de la OMC. Sin cambios sustanciales en las reglas del comercio mundial para los próximos años no se justifica la euforia en Ginebra.