Todo cine es político (Gian Maria Volonté) Être et Avoir (2002) o Ser y tener, del francés Nicolas (sic) Philibert, es un filme a medio camino entre el documental y la puesta en escena o ficción y que, más allá, pertenece a lo que en la U. Pompeu Fabra, de Barcelona, se dio en […]
Être et Avoir (2002) o Ser y tener, del francés Nicolas (sic) Philibert, es un filme a medio camino entre el documental y la puesta en escena o ficción y que, más allá, pertenece a lo que en la U. Pompeu Fabra, de Barcelona, se dio en llamar «puesta en situación», es decir, en la que no se filma del todo espontáneamente, tal como ocurren las cosas, sino que se determinan de antemano algunos eventos y actuaciones de los protagonistas. Lo que permite recordar al cineasta alemán Wim Wenders, en unas declaraciones que no necesariamente se vuelven contra la obra de Philibert, sino que, más bien, la refuerzan en su contundencia narrativa, en su verosimilitud argumentativa, en su composición dramática: «No creo en las películas documentales, las que pretenden reflejar la realidad, porque hacen como si la realidad no estuviera siempre manipulada. En cambio, la ficción da una estructura claramente manipulada que permite a la realidad introducirse dentro de la ficción con total libertad.» (1)
Y es que Ser y tener parece un filme narrado en tiempo real. La morosidad de las situaciones descritas, la insistencia en planos de detalle y primeros planos, así como en planos-secuencia para destacar detalles ocultos o aspectos de la personalidad de los niños, de las maestros o de los familiares de los primeros, la capacidad de Philibert para escoger situaciones, lugares y encuadres, son elementos que permiten afirmar que el cineasta francés ha hecho del tiempo, como Fassbinder, una vez más y no de cualquier forma, un juguete del cine, en este caso del documental. Un documental puesto en situación, con rasgos de puesta en escena, o sea, híbrido, que se mueve entre las aguas de lo real y de lo argumental. No está de más recordar que el documental es un género precursor del cine de ficción, en el que grandes maestros de todas las latitudes se foguearon antes de llegar al largometraje, también de ficción, pues hay largometraje documental: es el caso de ingleses, alemanes, gringos, franceses, cubanos, etc.
Ser y tener es un filme poderosamente humano/humanístico y eficazmente pedagógico: sin pretenderlo. Nada más patético que un profesor que pretende enseñar. La educación no es vertical, como históricamente ha operado, sino horizontal. Nadie le enseña a nadie. Todos aprendemos de los demás. En otras palabras, nada se puede hacer contra quien no quiere aprender. Filme paciente y humilde que deja flotando preguntas, antes que buscar respuestas o denotar prurito alguno: mucho menos, depósito de soberbia, que no se olvida nunca de la tolerancia, así como tampoco, por fortuna, de la diferencia. Aunque a veces dé la impresión de que se olvida de los diferentes, no nativos: recuérdese al final el caso de Marie, la niña de rasgos orientales, y quien prácticamente lo que sobre todo dice durante el metraje es: «No…» Hecho que si se emparenta con El odio nos pondría en situación de recordar que a los franceses quizás no les interese mucho reconocer (como pasa hoy) a los inmigrantes o a la diferencia. De ahí el problema actual con las comunidades periféricas, no con las del centro. Y aquí hay que decir que verdaderamente es una lástima, y no a despecho de Ser y tener, que a la obra de Kassovitz, en su momento, no se le haya dado el despliegue que de sobra merecía.
Ser y tener es un filme ontológico, por cuanto se aproxima a los problemas del ser en tanto ser y a la esencia del cine, reduciendo al máximo la manipulación y el artificio para crear una atmósfera verosímil, realista y tremendamente humanística: al cabo, el humanismo no es otra cosa que la preocupación del hombre por el hombre. A diferencia del capitalismo que, en su fascismo disimulado, es la explotación del hombre por el hombre. Y esa, la humanística, es la preocupación de López respecto a sus alumnos, esa suerte de colegas tácitos, porque nunca los mira desde arriba, aunque se trate de esos locos bajitos, como diría Serrat. Una actitud de desprendimiento, generosidad, nobleza, la de un aristócrata de espíritu, en fin, de lucha contra la mezquindad general: como la que en estos momentos abruma por doquier a estudiantes y profesores, víctima del matoneo institucional y del Sistema (in)mundo económico/político.
En tiempos de globalización, de lo malo, desafortunadamente, no de lo bueno, es decir, de galopante dizque neoliberalismo, cuando es capitalismo (im)puro y duro, el gesto del profesor López, de ascendencia española, no se olvide, tal vez no sea muy bien visto por los gestores del continuismo, del sectarismo a ultranza, de una concepción pedagógica basada en el anacronismo y lo retardatario. En todo caso, sí será bien visto por todos aquellos que sean capaces de descubrir en la educación, en el arte y en el retorno al campo, una herramienta aliada de la comunicación, del afecto, del respeto, de la responsabilidad compartida, virtudes hoy extraviadas en el lodazal de la inmediatez, el oportunismo, la corrupción generalizada.
Se trata de un documental que desmiente el carácter del mismo como género menor del cine pues «recrea artísticamente la realidad», de acuerdo con los postulados del gran exponente del género, activo militante y uno de los mayores contribuyentes al «documental social» (2). Se habla de John Grierson (1898-1972), nacido en Deanston, Escocia, graduado en filosofía en Glasgow, sociólogo/socialista practicante, también en la taberna, y director de Drifters (1929) o Nómadas, documental en b/n sobre los pescadores del Mar del Norte, que muestra la dura faena del hombre contra los elementos de la Naturaleza, al mismo tiempo que la reconciliación, tras la lucha, con los productos de la Tierra. Considerado el padre del documental inglés y adalid de la Escuela Documental, tenía una clara definición del género, destacaba en lo esencial la lucidez del planteamiento, ya basado en el reportaje, la poesía o la estética, sin olvidarse jamás de la preocupación por el presente ni de la imaginación ni de la observación: «El documental está pidiendo que se lleven a la pantalla por cualquier medio las preocupaciones de nuestro tiempo, despertando la imaginación y mediante una observación lo más rica posible. El medio puede ser a cierto nivel el reportaje, la poesía en otro; y en otro, por fin, una calidad estética al servicio de la lucidez del planteamiento.» John Grierson definía el género documental como «tratamiento creativo de la realidad». (3)
Definición que, respecto a Ser y tener no podría ser más pertinente, ante todo, si uno se atiene al propio Philibert cuando habla de «programar el azar», «trascender la realidad inmediata» y de hacer películas no «sobre» sino «con» alguien o algo, lo que «seguramente es una de las razones por las cuales no están tan lejos de la ficción»: «En otras palabras, no busco instruir al espectador desde la atalaya de un saber preexistente, de una posición de experto. Todo lo contrario: antes de hacer una película, cuanto menos sepa yo sobre la cuestión, mejor. Esta actitud tiene una ventaja: deja el campo libre al surgimiento de mi subjetividad, al encuentro y, finalmente, al cine. En el fondo, procuro actuar de modo que las cosas puedan eclosionar, emerger dentro de un marco, de una situación dada. Este marco no es solo un espacio. Es todo lo que uno pone en juego para que esas cosas lleguen: un clima, un modo de relación con aquellos a quienes filmamos, una disponibilidad, su deseo, una ética, también una parte de juego… El psiquiatra Jean Oury tiene una bella expresión: ‘Programar el azar’. Para mí, una película es un poco eso. Poder acoger lo imprevisto en un marco dado.» (4)
Ser y tener reúne no solo las condiciones descritas por Grierson, en especial la poesía, la calidad estética y argumentativa, la lucidez de planteamiento: a la vez muestra que no siempre el pensamiento ni el dispositivo surgen de manera clara y diferenciada, con respecto a otros autores, sino que, de cierto modo, cualquier documental, cualquier filme, tiene siempre un área de sombra, no necesariamente consciente, más bien inconsciente, si se considera que el arte es producto de los demonios/abismos del artista, antes que de su razón/lucidez. Philibert piensa como el pianista Jarrett: solo se puede dar claridad cuando se es claro. Por eso, cada detalle le sirve para reforzar la idea según la cual educación es sensibilidad (y cultura, refinamiento de los sentidos) la que, si bien no implica comprensión, lleva a ella: no entender es, gracias a la sensibilidad, ya una forma de entender. También es un filme próximo a la idea de Schiller: «Hay que detenerse en las cosas con amor», si se quiere comprenderlas.
En ese sentido, estaría emparentado con Straight Story (1999) o Una historia sencilla, de David Lynch, desde la perspectiva de la lentitud (recuérdese al comienzo del filme a la tortuga que se desplaza por el suelo de las aulas) como antagonista de la velocidad, del vértigo con que se mueve el mundo. Un mundo hipercapitalista e hiperconsumista, fuertemente egoísta, tristemente caótico, dolorosamente trivial. A propósito de la lentitud se recuerda la doble ecuación del escritor checo/francés Milan Kundera en su novela homónima: «El grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido.» La lentitud hace consciente al hombre de sus actos y se los permite gozar mejor, así como de su experiencia, de su propio cuerpo: en suma, le permite recordar. La velocidad, en cambio, mata a la memoria y sin esta no hay recuerdo ni, por ende, historia, condición sin la cual no puede haber identidad.
Ya se sabe que este es el distintivo de cada pueblo, según el cual se comparte una serie de vínculos históricos/culturales, que, sin embargo, y paradójicamente, permite reconocer la diferencia y conciliar con ella, salvo, claro, cuando se trata de una sola nación invasora a la que casi todas las demás le rinden tributo con la rodilla en tierra. Al fin y al cabo, no son los pueblos, que tampoco hacen las guerras, sino sus políticos los que han trazado las fronteras y los que son, al tiempo, usufructuadores de las guerras, auténticos enemigos de la paz. Y no se citan nombres para que la bronca no recaiga sobre quien apenas es un mensajero del amor y no el que azuza a odios inútiles ni calla lo que sabe u oculta lo que piensa, como cierto sujeto que vive rodeado de criminales pero que aún no es juzgado ni condenado a la cárcel.
El profesor Georges López, hijo de inmigrantes de Andalucía es un tipo tranquilo, pausado, algo inexpresivo quizás o, de pronto, un gran actor para reprimir la pasión, jejeje, aunque profundamente comprometido desde cabeza/corazón con su trabajo, como lo cuenta un bello plano-secuencia en que recuerda cómo se hizo maestro de los niños. Cómo no traer a cuento a los inmigrantes de El odio, un negro, un judío, un árabe, que conducen a pensar, a través de sus actos, en un universalismo compatible con las diferencias, con el que soñaba Camus en la década de 1960, hoy una realidad aplastante que, aun así, sigue despertando la intolerancia del centro con respecto a la periferia, como cuando pelean una escritora/gomela bogotana y un ingeniero/escritor caucano. Universalismo que sigue siendo contrario a los intereses de los promotores del pensamiento único, lo único a prohibir, que, tontamente, se pretende oponer al pensamiento complejo: aquello que por su propia naturaleza es el hombre: complejo, por singular, diverso, por su multicarácter. Como resulta ser López, ser humano que no alardea de inteligencia, sino que da muestras de sensibilidad plural: una muy especial, que le permite tratar con respeto, delicadeza y tacto los conflictos (aunque se equivoque a veces) de sus muchachos: sin énfasis en el posesivo, salvo apenas desde lo coloquial afectivo.
Por ejemplo, en los casos de agresión de Julien y Olivier y de Jojo y Johan o en el problemático caso de Nathalie y su dificultad para comunicarse. En el primero, su aguda capacidad de descubrir los problemas, de insistir en la necesidad de que los propios niños develen el conflicto, le permite a López encontrar en el diálogo la solución al mismo. El caso recuerda a la novela póstuma de Camus El primer hombre cuando, tras la bronca entre Cormery y Muñoz en la que éste es vapuleado por aquél, el narrador dice: «Y supo así que la guerra no es buena, porque vencer a un hombre es tan amargo como ser vencido por él». (5) En el segundo, otro plano-secuencia que sacude, permite hallar a través de la tenue voz de Nathalie, de su parquedad/laconismo, las claves para que cuando López se haya ido del colegio ella pueda establecer conversación con sus compañeros tanto como con sus maestros.
Aquí el filme aporta algo fundamental: el estrecho nexo que existe entre comunicación y educación. Entre educación y alimentación. Entre civilización y Naturaleza. Ente hombre y tierra. Entre padres e hijos. Entre profesores y estudiantes. No es posible pensar el acto educativo sin el acto comunicativo y viceversa, basado en la ya citada conversación, aquella por la cual se construye el mundo: de ahí la permanente/funesta presencia de la censura. Y, con ella, de la autocensura, contra la que siempre hay que rebelarse para no darle cabida a la censura. La educación es, en últimas, comunicación orientada a la ampliación y al enriquecimiento de la misma comunicación pues de lo contrario no existe. Y esto lo entiende muy bien aquél educador/comunicador que es Georges López, hispano/francés, es decir, fruto del mestizaje, tan repelido por el fascismo y repelido sobre todo por quienes se creen puros después de más de dos mil años de cruces, por mixturas, de la Humanidad sobre la Tierra.
Tampoco es posible pensar en educación sin una debida alimentación, una adecuada higiene, una pertinente salud pública, como lo han demostrado hasta la saciedad tantos y diversos estudios, entre ellos el realizado en Colombia por el Dr. Héctor Abad Gómez y, de algún modo, consignado en su sencillo/profundo libro Manual de tolerancia (6). El que, también de algún (y cruel) modo, le costó en parte la vida por la intolerancia de su verdugo aún por descubrirse: si alguna autoridad judicial se fijara en la fecha que ocurrió (25/ago/1987), en Medellín, y después de todo lo que ha venido después, tal vez nada difícil sería determinarlo. Y es que un niño desnutrido en lo físico lo está también en lo mental. Ahora, un niño sin contacto con la Tierra, sin conciencia geológica, antes que ecológica o cósmica (pues estas no valen sin aquellas, salvo para el onanimismo metafísico), está condenado a vagar la eterna madrugada y a padecer un lánguido anochecer. Padres en contacto permanente con sus hijos, son padres que les cierran las puertas al olvido y, en consecuencia, al odio pues sus hijos se vuelven hijos agradecidos. Profesores preparados integralmente son profesores aptos para ampliar y enriquecer la Weltanschauung o concepción intelectual del universo de sus pupilos.
Recuérdese aquí al sacerdote Camilo Torres, para quien la lucha revolucionaria era/es imposible sin una Weltanschauung completa e integral. (6) Para quien, además, en el mundo contemporáneo occidental, dicha lucha difícilmente se pueda realizar por fuera de dos ideologías: la cristiana y la marxista (por vía incluso de Groucho o sea del humor), las únicas que, para él, tienen una Weltanschauung integral: consideración que no se comparte desde la óptica de la ideología cristiana, sí desde la de la marxista, pero que se hace con un profundo respeto por lo que pensaba el propio Camilo y por la época en que se inscribe su pensamiento. Por eso, las personas no definidas en uno u otro campo ideológico, difícilmente también puedan asumir un liderazgo revolucionario. Por último, el acto educativo es consustancial al acto comunicativo, al acto revolucionario. Saber comunicar es más importante que saber, a secas. Saber educar es, apenas, saber comunicar y esto, saber educar revolucionariamente, dejando atrás el conservatismo y ese rancio prurito por el cambio que no es más que gatopardismo: que todo cambie para que todo siga igual. Seres educados son seres pacíficos. Y la paz, lo sabe López, es tarea permanente, fruto del amor, obra del trabajo y de la justicia, claro, justicia social. No un estado determinado e inestable que se intenta describir como lo opuesto a la guerra u otro que se pueda decretar o, mucho menos, imponer: otra cosa es que los acuerdos que se pactan se dilaten, se incumplan o se traicionen sin considerar al pueblo.
Para que ocurra lo contrario, es decir, una paz consensuada, siempre hay que tener en perspectiva dos hechos fundamentales: ser, como sinónimo de libre albedrío, de elección voluntaria, de decisión propia; y tener, como sinónimo de lo adquirido por la experiencia personal, por el contacto con la sociedad y con el mundo, por lo heredado del conocimiento y de la vida a través de la relación con los otros, con el medio y con la cultura. Pero, no como la avara/triste tendencia de acumular y por ende como una perversa actitud egoísta, disociadora y excluyente que, por lo general, tiene que ver más con la muerte. No. Por lo contrario, la paz debería ser siempre entendida como una causa compartida, fraternal e incluyente, no ajena, eso sí, al conflicto. Y esa es la actitud del maestro Georges López en Ser y tener: una actitud de discreción, de compromiso decidido y solidario, de generosidad sin límites, de condena a la muerte y recuperación de la vida. Siempre con la idea en mente de que el conflicto puede surgir en cualquier instante, no pensando en un esquizoide paraíso posible, en el que lo virtual devino real y viceversa, sino en el mundo frágil y terrible que se les presenta a unos niños en indefensión, mientras la realidad real se cae a pedazos frente a un universo descompuesto que por los cuatro costados pretende exhalar bienestar. Un bienestar apócrifo, travestido con el traje nuevo del emperador de Hans Christian Andersen. (7) Huelga decir el mismo de Trump/Bolsonazi/Uribe/Duque/Piñera/Moreno: la verdad desnuda que sus gobiernos presentan no es la misma ni se parece a la que el pueblo percibe. Como la verdad pedagógica oficial que se le presenta al profesor López no es la misma que él, por contraste, les devuelve a sus alumnos. En síntesis, no tiene por qué ser verdad lo que la mayoría piensa que es verdad. La verdad de López es solo una y eso no significa que no sea válida o esté loco, ni que sus estudiantes, en el invierno del descontento, den el hecho por sentado o aceptable. Gracias al tacto de Philibert para programar el azar, que suele ir primero que la necesidad, el profesor López nos ha llevado a hacer conciencia de la diversidad y del pensamiento complejo, en detrimento de la verdad establecida como cierta: la de las Fake News de emperadorcitos despreciables y altaneros, ranchados en una intolerante semicultura. La que los lleva a pensar que son los Otros, los demás, víctimas de la tontería y la inutilidad.
A Valentina por su discreción, por su alegría, por su capacidad de entrega.
Lamentando mucho, eso sí, no haber podido ser nunca su maestro formal.
A Santiago por la dicha que también me da cada vez que nos vemos.
Notas:
(1) Wenders, Wim. Wim Wenders – Una retrospective. Goethe-Institut, México, 48 pp.: 37.
(2) Breschand, Jean. El documental – La otra cara del cine. Paidós, Los pequeños cuadernos de Cahiers du Cinéma, Barcelona, 2004, 101 pp.: 18 a 20.
(3) Gubern, Román. Historia del Cine, Tomo 2. Baber, Barcelona, 1995, 393 pp.: 113.
(4) Breschand, 2004: 76-77.
(5) Camus, Albert. El primer hombre. Tusquets, Barcelona, 1995, 299 pp.: 135.
(6) https://www.rebelion.org/noticia.php?id=223056
(7) http://www.espacioebook.com/cuentos/andersen/Andersen_ElTrajeNuevodelEmperador.pdf
Ficha técnica: Título original: Être et Avoir. En español: Ser y tener. Dir./Guion: Nicolas Philibert. País: Francia; color; 104 min. Año: 2002. Género: Documental/Puesta en situación. Mús.: Philippe Hersant. Fot.: Laurent Didier; Katell Djian; Hughes Gemignani; Nicolas Philibert. Mon.: Nicolas Philibert. Protagonistas: Georges López; Jessie Jonathan; Guillaume; Létitia; Jojo; Alize; Marie; Olivier; Axel; Laura; Nathalie; Julien. Distribución: Les Films du Losange. Premios: Festival de Cine de Valladolid (2002); Mejor Documental del Cine Europeo (2003). https://www.youtube.com/watch?v=Uc1V_1PcDYA
Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, desde 2012, y columnista, desde el 23/mar/2018. Corresponsal de revista Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Autor, traductor y coautor, con Luis Eustáquio Soares, en Rebelión.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.