El pasado 19 de septiembre estuve participando, en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid, en una jornada de trabajo sobre Tráfico internacional de mujeres con fines de explotación sexual, organizada por la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres (www.malostratos.org) y por la Plataforma de Organizaciones de Mujeres para la Abolición de […]
El pasado 19 de septiembre estuve participando, en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid, en una jornada de trabajo sobre Tráfico internacional de mujeres con fines de explotación sexual, organizada por la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres (www.malostratos.org) y por la Plataforma de Organizaciones de Mujeres para la Abolición de la Prostitución (www.aboliciondelaprostitucion.org). Se hizo sobre todo hincapié en cuatro temas: la industria del sexo, el tratamiento de la violencia de género, la figura del prostituidor y el tratamiento mediático de la prostitución.
España, sin duda porque se ha impuesto el prejuicio machista sobre estos temas, es el país de la Unión Europea donde la industria del sexo conoce la mayor expansión. Y donde no encuentra casi ningún tipo de traba. Ni siquiera se ve el problema, que se analiza a menudo como una pura cuestión de libertad individual, de uso libre del cuerpo y de decisión personal sobre el deseo y el placer.
Es obvio que la cuestión de la prostitución suscita reflexiones controvertidas desde hace decenios, y no es de las que se pueden resolver sin debate social, de manera autoritaria, con un simple decreto del Gobierno. Pero la ceguera que existe, sobre todo en el ámbito masculino y hasta entre algunos intelectuales considerados como progresistas, aturde y espanta. Porque resulta evidente que muchos no quieren enterarse.
Debe influir en esto la atmósfera ultraliberal en la que vivimos, donde se afirma que el mercado lo domina todo, lo mercantiliza todo y que, en definitiva, una mujer -puesto que existe oferta de relación sexual y demanda- puede convertirse en una mercancía. Algunos se niegan a ver la diferencia entre la venta de la fuerza de trabajo en una sociedad capitalista y la venta del cuerpo como receptáculo de la personalidad y de la identidad.
El negocio del sexo mueve en España unos cuarenta millones de euros diarios, o sea 14.500 millones de euros al año… Es decir, el equivalente a lo que costarían 65 aviones gigantes Airbus A380… Y mucho más de lo que gastará la Unión Europea en los próximos cinco años en investigación científica y desarrollo tecnológico, que son las claves del futuro europeo, y que generan más de la mitad del crecimiento económico de Europa.
Como otras formas de violencia contra la mujer cometidas por el hombre, la prostitución es un fenómeno específico de género. La abrumadora mayoría de las víctimas son mujeres y niñas, mientras los que perpetran tales hechos son sobre todo hombres. La prostitución y el tráfico de mujeres suponen la existencia de una demanda de mujeres y menores, en particular niñas. Si los hombres no considerasen como un derecho evidente la compra y explotación sexual de mujeres y menores, la prostitución y el trafico no existirían.
Estudios internacionales demuestran que entre el 65% y el 90% de las mujeres prostituidas fueron víctimas de abusos sexuales cuando eran niñas por parte de familiares o conocidos de sexo masculino. El tráfico internacional de mujeres y menores es un problema que aumenta cada vez más en todo el mundo. El profesor Carlos Paris reveló en su ponencia que el 90% de las mujeres que se prostituyen en España son extranjeras, y en su mayoría han sido introducidas por redes de proxenetismo.
La abogada canadiense Gunilla Ekberg, asesora especial del Gobierno sueco, recordó cómo Suecia se ha convertido en pionera mundial del combate contra el tráfico de seres humanos con fines sexuales. En ese país escandinavo, la legislación permite condenar a todo hombre que compra sexo, el prostituidor , a seis meses de cárcel… Gracias a esa medida, la prostitución ha sido, en la práctica, erradicada. Un nuevo modelo sueco que toda la Unión Europea debería adoptar.