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Sherlock, una «rebeldía» sofisticada

Fuentes: Rebelión

Sherlock, la serie de la BBC que acaba de emitir su segunda temporada (cada una de las cuales consta de tres episodios de 90 minutos), es por el momento la pieza culminante de cierto revival holmesiano que pasado por un par de filmes muy prescindibles (Guy Ritchie, 2009 y 2012) y otra serie televisiva, House, […]

Sherlock, la serie de la BBC que acaba de emitir su segunda temporada (cada una de las cuales consta de tres episodios de 90 minutos), es por el momento la pieza culminante de cierto revival holmesiano que pasado por un par de filmes muy prescindibles (Guy Ritchie, 2009 y 2012) y otra serie televisiva, House, que se confiesa inspirada en el detective de Baker Street.

La novedad de Sherlock consiste en haber sacado al personaje de su contexto victoriano, forzando al espectador a enfrentarse a él sin la barrera defensiva que supone la distancia temporal. Como contemporáneo, Sherlock es un investigador independiente, excéntrico, que sorprende a todos y en especial a la policía con sus métodos y su capacidad de observación. La estética, muy inglesa, histriónica a menudo, recuerda a otra producción británica, Misfits. Pero si Misfits es la epopeya de un grupo de jóvenes marginales que no pueden salir de su situación de exclusión de otro modo que adquiriendo superpoderes (versión televisiva del fenómeno del adolescente de barrio obrero que se refugia en la cultura popular y que encuentra sus modelos y sus códigos morales en los comics de superhéroes), Sherlock es un hombre bien relacionado a pesar de sus peculiaridades, en cierto modo socialmente poderoso, que por ello puede permitirse una visión fría y desapasionada de la realidad. Encarna el lado conservador del materialismo (mientras el otro modelo, Misfits, plasma cierto «progresismo» impotente refugiado en soluciones idealistas).

En esta serie, Sherlock (sigamos la invitación de llamarlo por su nombre de pila) no se parece en nada a la reconstrucción historicista, por otro lado excelente, en la que se recrea la versión ya clásica de Jeremy Brett. Sherlock no fuma (de acuerdo, toma un cigarrillo de vez en cuando) y sustituye la cocaína por inocuos parches de nicotina, que esconde como un vicio igualmente culpable. Si la serie de Brett, como todo historicismo, era más parecida a un parque temático, a un pub ambientado o a un club de pipafumadores, la serie actual retrata algunas peculiaridades de nuestro tiempo, como el desprecio-temor (que no es sino fascinación culpable) de los yuppies urbanos a determinadas substancias que se considera que producen placeres demasiado intensos.1

Resulta obvio que toda recreación del clásico detective debe partir del hecho de que los espectadores ya conocen, en lo fundamental, al personaje y sus historias. La serie juega bien con este hecho, por medio de referencias subterráneas al relato original (lo que los deconstructivistas llaman «intertextualidad»), que confunden intencionadamente al espectador precavido y leído. La misma adaptación a la época contemporánea hace que la serie nos sorprenda, por el simple hecho de que, en efecto, conocemos demasiado «bien» a Sherlock Holmes como para reconocer quién es él realmente. A Sherlock hay que conocerlo de nuevo.2

Este procedimiento de reconstruir y explicar de nuevo quién es Sherlock Holmes juega con la trampa de la referencia a los relatos originales. En efecto, mientras Sherlock siga chocándonos, mientras siga sorprendiéndonos el contraste con el modelo original, la serie seguirá teniendo interés. Pero una vez que nos acostumbremos, necesitaremos situaciones más estrafalarias y gestos más histriónicos que nos mantengan en vilo. Y es en este punto en el cual, a mi entender, el modelo de la serie Sherlock tiene una fecha de caducidad previsible. Al final, cuando nos acostumbremos al personaje, perderá interés porque no termina de convertirse en un personaje autónomo. Sherlock nos resulta divertido porque es como un viajero del tiempo que intenta adaptarse a nuestras modernas costumbres. Pero del mismo modo, es un extranjero que no entiende por completo nuestro idioma. Es un detective que resuelve crímenes en el siglo XXI como los resolvía en la Inglaterra victoriana. E igual que no cuestionaba el propio orden social de aquel siglo, dudamos mucho que lo haga en este. Por esa razón, Sherlock es una serie demasiado ingenua: nos sugiere adoptar el punto de vista, algo modernizado, del detective victoriano. Su habilidad consiste en traer del tiempo pasado una figura interesante, en recrearla fuera de su contexto y en mostrarnos quién es.

El problema fundamental es que esa figura no termina de ser en sí misma interesante, porque, en el fondo (y es así como la adaptación al presente revela algo sobre la obra adaptada), tampoco Sherlock Holmes habría sido el hombre más interesante de su siglo. Quizás porque el personaje, a pesar de toda su habilidad de deducción y de su erudición científica, estuvo siempre fuera del tiempo. Para ser Sherlock Holmes, francamente, no se necesita más que un cuarto que haga las veces de despacho, el acceso a cierta información técnica y un Watson leal. Es un modelo exportable a cualquier tiempo, porque es un modelo intemporal y porque, constituyendo una fórmula letal a la hora de investigar cualquier crimen, se adapta sin problemas al contexto dentro del cual el crimen tenga lugar, legitimándolo por tanto. Pero esta misma adaptabilidad a cualquier tiempo delata algún tipo de falsedad constitutiva del personaje, algún modo de inautenticidad, una falta se implicación y de compromiso respecto del momento histórico concreto que le ha tocado vivir. Justamente por eso creo que, como figura característica de la inautenticidad, merecería la pena que algún día (permitámonos fantasear con ello) una compañía de teatro o un medio independiente perpetraran una adaptación del personaje de Conan Doyle a otro tipo de contexto más provocador: tal vez como colaborador de un grupo de paramilitares, como agente de la CIA o al servicio de una cheka estalinista. En cualquiera de esas situaciones, Holmes, aunque bohemio y en apariencia rebelde, siempre habría estado del lado de la «ley» y el «orden», fueran cuales fuesen.

Web del autor: http://enuntrenenmarcha.googlepages.com