Si yo fuera un oligarca, me cuidaría de tener disponible un congreso de tipos corruptos, si más impresentables, mejor (conservando algunas figuras que salven su imagen), de manera que la gente se acostumbrara a la vergüenza de tener esos padres de la patria, y a la impotencia de no esperar nada de ellos, pero, al […]
Si yo fuera un oligarca, me cuidaría de tener disponible un congreso de tipos corruptos, si más impresentables, mejor (conservando algunas figuras que salven su imagen), de manera que la gente se acostumbrara a la vergüenza de tener esos padres de la patria, y a la impotencia de no esperar nada de ellos, pero, al mismo tiempo, se viera forzada a resignarse porque, a fin de cuentas, esto es la democracia; un congreso, eso sí, que legislara para mis intereses de clase (que nada tienen que ver con los de la nación): mis negocios sobre recursos naturales, mis exenciones fiscales, mis estrategias de control social… A cambio, permitiría a los diputados las maniobras más turbias, incluso amparados en leyes como la de Armas y Municiones, para que todo les resultara más fácil.
Propiciaría una clase política inmoral, unos partidos cortoplacistas, carentes de proyecto nacional, desechables y siempre disponibles para las transacciones más inconfesables.
Negociaría con la institución armada sus inmensos privilegios (su exclusividad inaccesible, sus partidas presupuestarias, su impunidad para crímenes de guerra y para negocios y operaciones ilegales) a cambio de que ellos colaboraran con nuestros intereses de clase y con las estrategias de control social más pertinentes. Los militares y nosotros no estamos dispuestos a permitir que los archivos militares y los de la policía nacional afecten el blindaje de impunidad que garantiza nuestro proyecto político (aunque para ello tengamos que secuestrar y torturar a la esposa del Procurador de los Derechos Humanos).
Trataría de que el organismo judicial fuera sumamente inoperante y corrupto a favor de genocidas, saqueadores del erario público, capos de todos los pelajes, funcionarios actores o cómplices del crimen organizado; pero, ahí sí, exigiría a los jueces aplicar implacablemente la ley, con justicia o sin ella, contra líderes campesinos como Ramiro Choc, contra defensores de los recursos naturales y contra quienes amenacen esta controlada impunidad, patrimonio exclusivo de nuestra clase.
Toleraría que el presidente de la república desplegara un lenguaje y unos gestos que mis antepasados coloniales, liberales o del tiempo de la guerra fría jamás hubieran soportado (como besar la mano de un viejito indio declarándose discípulo suyo; o afirmar que aquí sí hubo genocidio; o prometer que se harán públicos los archivos militares o los de la policía nacional; o cooptar a dirigentes izquierdistas para el gobierno…), pero sólo en la medida en que trabajase para nosotros. Que el presidente diga y haga lo que le ronque en gana para congraciarse con los progresistas de dentro y de fuera, pero que trabaje a tiempo completo al servicio de nosotros, los dueños del país.
Si yo fuera un oligarca, contribuiría al desprestigio de las instituciones del estado y publicitaría ese desprestigio a través de los medios de masas, favoreciendo así la privatización de todos los servicios: comunicaciones, infraestructura, salud, educación, seguridad, vivienda…
Involucraría a los medios de masas, a las pandillas juveniles, a las fuerzas de seguridad del estado, a los cuerpos ilegales y los aparatos clandestinos para mantener permanentemente activado el miedo de la población (femicidios, crímenes diarios en el transporte público, rumores que provocan pánico, etc.); haría todo lo posible para que el ministerio de gobernación y especialmente la policía nacional civil se desprestigiaran ellos solos, y daría publicidad a ese desprestigio. Estimularía la anarquía de las instituciones del estado con el fin de provocar y mantener el pánico social, pero me cuidaría de que el congreso castigara con severas leyes el delito de pánico financiero.
Si yo fuera un oligarca, controlaría las noticias nacionales que recibe la población: fomentaría las que desmovilizan a la gente mediante el miedo, la insolidaridad, la frustración política, la desesperanza y el fatalismo; facilitaría satisfactores eróticos en las imágenes; normalizaría la violencia, cuidando que siempre esté dirigida contra ninguna parte, que nunca tenga una orientación de clase, ni étnica, ni menos de justicia o venganza por los crímenes cometidos en la guerra contrainsurgente; encubriría los intereses y las ganancias de las transnacionales y criminalizaría las luchas comunitarias en defensa de los recursos naturales; ocultaría y manipularía las noticias sobre las consultas comunitarias en relación a los megaproyectos.
Me cuidaría de que la información internacional tuviera un sesgo favorable a los intereses de los USA y del capitalismo neoliberal, desprestigiando y ridiculizando el proyecto antiimperialista de Cuba y otros que actualmente prosperan en el continente. Dejaría muy claro que ni nosotros ni las fuerzas armadas estamos dispuestos a permitir que en Guatemala triunfe un gobierno izquierdista, como acaba de suceder en El Salvador; aunque para ello tuviéramos que dar algunos golpes dolorosos.
Si yo fuera un oligarca, esta Guatemala fracasada sería mi paraíso.