Una propuesta de acción y de investigación para el movimiento libertario en estos convulsos inicios del siglo XXI ha de incorporar necesariamente un diagnóstico breve de la situación. Un diagnóstico que se resume en una sola palabra: crisis.
Crisis de un sistema de dominación y de un modo de producir sustentado sobre la explotación y la violencia. Crisis, también, de los paradigmas clásicos que se le enfrentaban, que lo empujaban a limitarse y le hacían vascular entre la represión y la reforma.
No olvidemos ese segundo aspecto de la crisis. Los movimientos sociales (y más, los de ámbito global) han mostrado en las últimas décadas las huellas de una gran derrota, la de la primera oleada revolucionaria, que se extendió desde 1871 hasta 1989. Las cicatrices dejadas por esa batalla pueden observarse hasta el día de hoy. Y, es más, los subproductos tóxicos generados por el intento de metabolizar la resistencia por parte del sistema, al verse victorioso, casi forman parte del ADN de aquello que ha sobrevivido y que, ahora sí, encara la más que probable emergencia de un nuevo ciclo de luchas, francamente esperanzador.
El movimiento libertario no es una excepción. Estos años de derrota y marginalidad le han cargado con múltiples lastres y han incorporado a su figura numerosos rasgos oscuros que debemos despejar si queremos se constituya en una herramienta sólida y útil en las manos de quienes quieren derrocar el actual estado de las cosas.
Por eso, y al hilo de ciertos debates actuales, voy a intentar desatar algunos nudos que las dinámicas presentes tratan de apretar sobre nuestras prácticas y propuestas. Aquí van algunas tesis para su discusión pública y fraterna, en la búsqueda de una recomposición de la insurgencia libertaria que empieza ya a anunciarse un poco por todas partes:
Primera tesis:- El nuestro es un movimiento social. El movimiento libertario es un movimiento que trata de transformar la realidad. Así de simple. Cambiar el mundo es modificar los usos y las estructuras de conjunto que sustentan la forma de vida dominante, es decir, el capitalismo.
Eso quiere decir que la nuestra no es una búsqueda espiritual más (una suerte de nuevo cristianismo a la caza y captura de ayunos y penitencias) sino una tentativa revolucionaria. Y que, por extraño que resulte, nuestro modelo no es el del santo o el de la comunidad moralmente pura, sino el del militante ligado a los movimientos de masas y las grandes luchas sociales. Luchas, en todo caso, revolucionarias, es decir, que intentan producir efectos abruptos de avance, y no solamente una lenta evolución.
Además, eso implica también que la ligazón con las grandes masas de la población, con sus necesidades e intereses, es absolutamente irrenunciable. No vamos a transformar nada solos, y el más profundo vanguardismo consiste en imponerles a las multitudes que es lo que debería de importarles. Eso quiere decir que la defensa de los intereses materiales inmediatos de quienes están sometidos y explotados no puede ser abandonada y que, en el momento del Gran Saqueo y la mayor ofensiva de la oligarquía financiera, hacer frente a las dinámicas desposeedoras y generadoras de miseria de un poder ayuno de todo control, es absolutamente imprescindible.
Segunda tesis: además, el nuestro es un movimiento de la clase trabajadora. Siempre, de toda la vida, el movimiento libertario se ha identificado expresamente con los intereses de la mayoría social explotada: con el proletariado del campo y de la ciudad. Podemos discutir como se constituye, hoy en día, dicha clase, cuáles son sus auténticas líneas de fractura. Lo que no podemos, porque es radicalmente falso y porque las décadas pasadas nos enseñan que no nos lleva en ninguna dirección, es negar la realidad de la explotación laboral y de la extracción del plusvalor.
La clase obrera existe, aunque esté precarizada y, quizás, más sometida que nunca. El espejismo de la existencia de una omnipresente clase media es lo que está desmoronándose hoy en día. La ilusoria tesis, muy relacionada con la extensión de consumismo, de que el trabajo en el capitalismo es algo esporádico y no necesario para la supervivencia. Nos han devuelto, forzosamente, a la pura realidad: la «liberación del trabajo» pasa por su reapropiación y socialización, no por una huida a la marginalidad que lo único que hace es reforzar las mismas cadenas que pretenden someternos.
Por supuesto, esto nos lleva a aventurar otra afirmación: podemos criticar los aspectos más involucionistas del mundo del trabajo organizado, reírnos de su debilidad actual y de las tentativas de poner en marcha una Huelga General del sindicalismo combativo; podemos hacer toda la fraseología que nos de la gana sobre las «nuevas figuras sociales» que, entretanto, somos incapaces de organizar…sin el mundo del trabajo no hay Revolución Social posible. Sin los trabajadores organizados el futurible proceso constituyente no será más que la expresión de la ambición política de los restos radicalizados de la clase media. Sin clase obrera no hay contenido social, sólo cambio político (en el mejor de los casos, pues es también difícil que cambie nada sin presión en la actividad productiva) aderezado, es posible, con algunas asambleas cosméticas.
El futuro proceso constituyente sólo tiene sentido, desde una perspectiva libertaria, si incorpora claramente el componente social, y para eso hace falta la presión de la clase trabajadora organizada. No basta con algunos
elementos de democracia directa puramente marginales en una Constitución futura, si al final nos vamos a quedar, igual que ahora, con la reforma laboral, las ETTs y las contratas y subcontratas.
Tercera tesis.-El movimiento libertario apuesta por la unidad. Nuestro movimiento, como dinámica real y de clase, apuesta por la unidad de los sectores sometidos y explotados.
Conocedores de la realidad y de la experiencia de las luchas pretéritas, sabemos que sólo la unidad del conjunto de los sectores de la población sometidos al mando oligárquico de la élite financiera transnacional, puede constituir un bloque lo suficientemente extenso y fuerte para empujar los cambios en la dirección de una democratización (tanto política como económica) del mundo.
Esa Gran Alianza Social para cambiar sería la expresión, sino del 99 %, sí de la gran mayoría de la población global. Nuestro objetivo es incorporar a esta lucha los elementos suficientes de profundización asamblearia y socializante para convertirla en el inicio de un gran proceso de transición a otro modelo global radicalmente diferente. Hacer caminar las transformaciones que ponga en marcha ese gran bloque histórico hacia la autogestión productiva y la democracia directa, superando los titubeos y dudas de otros sectores y fracciones de clase que pretenderán detenerse a mitad de camino, lo que sólo puede llevar a una involución.
Pero, para construir esa Gran Alianza Social, es evidente que tenemos que renunciar a todo dogmatismo y todo sectarismo, a la pasión por desacreditar y juzgar sumariamente a los demás. Hábitos profundamente arraigados en nuestros medios.
Partiendo de que la crítica fraterna y constructiva es, no sólo necesaria, sino profundamente saludable, hemos de incorporar, también, al ADN de nuestro movimiento el hábito de la cooperación y la alianza, de la complicidad y el contagio con todos los que luchan. Para escuchar, de una vez por todas, y no sólo soltar filípicas, a esas gentes de las calles y los centros de trabajo de las que tanto hablamos.
Cuarta tesis: ¿organización? Sí, y sólo sí. El enemigo está organizado. Otros sectores, que quieren llevarse el agua de las luchas sociales a su molino autoritario, están organizados. Renunciar a la organización sería suicida e irresponsable, a no ser que sólo queramos ser eternamente los simpáticos muñidores de conceptos que luego los demás manipulan a su gusto para convertirlos en las herramientas de su poder.
Además, la organización no es nada inherentemente malo ni alienante. Tenemos los elementos (el asambleísmo, el federalismo…) para construir estructuras con sentido y legitimidad democrática. Y podemos hacerlo en cada ámbito social (lo laboral, lo ciudadano, lo ideológico…). No toda organización es, necesariamente, vanguardista (en el mal sentido de la palabra). Sí que lo es lo que parte del feminismo llamó la «tiranía de la falta de estructuras», donde todas las decisiones se toman, en los pasillos y los bares, por una minoría de tipos que se conocen y que no tienen que rendir cuentas ante nadie. Y en la asamblea se encuentra todo hecho, no por el partido este o aquel (al fin y al cabo eso sería identificable) sino por una «red fluida» de tipos que son siempre los mismos y que no dejan que nadie más participe, pero eso sí, con mucha fraseología comunitaria. Algunos tenemos suficiente experiencia con los entornos difusos e informales para saber de lo que hablamos. Hay «organizaciones» democráticas y «redes» profundamente centralistas, y viceversa. Pero la organización (democrática, seguimos diciendo) permite hacer cosas cada vez más complejas y a mayor escala y, además, es el único salvavidas ante los momentos de reflujo, las tarascadas represivas, las infiltraciones y las derivas caóticas.
Quinta tesis: ¿hibridación? Por supuesto, pero a ver como. Aquí me pronuncio un poco sobre las afirmaciones, en un artículo reciente, del compañero de la CGT Antonio J. Carretero.
Debemos intervenir, he dicho claramente en otros lugares. Y hacerlo mucho más allá del mundo laboral, no me queda la menor duda. Debemos estar en los movimientos sociales, en el ecologismo, en los CSA, en las grandes corrientes culturales, musicales, poéticas… en todas partes. Formamos parte de un mundo en ebullición, y sólo vamos a vivir esta vida. El vitalismo y la pasión deben empujarnos a hacer todo lo que podamos, a desarrollar todas nuestras capacidades y a inmiscuirnos en todas las luchas. Es, además, algo necesario desde el punto de vista estratégico y táctico.
Lo que no me queda tan claro es que eso tenga que hacerlo necesariamente el sindicato, independientemente de sus fuerzas o de la cantidad de energías que pueda canalizar en esa dirección. Si sobran capacidades, ¿por qué no?, pero también puede bloquear otros trabajos necesarios. Creo que lo que late, en el fondo, tras dicha propuesta del «sindicato integral» es la radical ausencia de una organización específica unitaria y amplia que pueda adoptar una perspectiva holística desde una posición declaradamente libertaria. Específicas existen, pero sus tendencias de «síntesis» y su ligazón exclusiva con una u otra organización sindical han imposibilitado que puedan cumplir esta función. Así que vamos a las «Plataformas» comunes de temas diversos y, en ocasiones (no siempre, porque hay mucha «plataforma» muy asamblearia y sana) acabamos con el complejo de estar trabajando para otros. Queremos solucionarlo con un «sindicato integral» que ocupe el lugar de la específica unitaria que no existe, pero claro, un sindicato tiene otras necesidades y otras urgencias. Ha llegado ya el momento de plantearse la construcción de una organización específica libertaria, que desde planteamientos unitarios y no dogmáticos favorezca la extensión de la influencia social de nuestras perspectivas en el conjunto de los movimientos populares, so pena de seguir primando la fractura y tendencias cada vez más cainitas en nuestros ámbitos.
Sexta tesis: construir y defender.
Hay que estar en los movimientos sociales que enfrentan la gran ofensiva de los poderes financieros. Hay que defender el salario social diferido en la forma de educación pública y gratuita o de sanidad de acceso universal. Hay que enfrentar las reformas laborales y de pensiones. Hay que evitar que las gentes de carne y hueso queden en la indigencia y la miseria.
También hay que construir alternativas vivenciales y viables a la forma en que está estructurado el mundo. Extender una red autogestionaria amplia y diversificada y experimentar con formas de socialización y control obrero y ciudadano de los servicios públicos.
Hay que hacer las dos cosas al mismo tiempo, por difícil que resulte. No son antitéticas ni contradictorias. Defender el frente es imprescindible para que en la retaguardia se pueda experimentar nada. Convertir la retaguardia en un laboratorio para las nuevas formas de vida sin autoridad ni explotación es imprescindible para que tenga sentido enfrentar los peligros del frente. Es la otra vía de presión de la clase trabajadora: la organización obrera en reivindicación constante y los experimentos de construcción de la nueva sociedad, tensionando la estructura productiva. La confluencia de ambos ámbitos construye la posibilidad de la emergencia de una realidad transformada y, al tiempo, en conflicto con el viejo mundo. Ese es el comunismo (libertario, por supuesto) como movimiento real que abole el actual estado de las cosas. Conflicto y construcción. Confrontación y creatividad social. Nuestra «destrucción creativa».
Séptima tesis: Audacia, más audacia.
El mundo está en efervescencia. En épocas de crisis lo viejo aún no ha muerto del todo pero ya es demasiado débil para irradiar su poder sobre el todo social, lo nuevo aún no ha nacido, pero ya apunta su naturaleza volcánica tras los bastidores. Es el momento en el que los movimientos sociales, que en otro tiempo no hubieran tenido ninguna opción de dejar su huella en el conjunto social, pueden producir bifurcaciones decisivas en sistemas sometidos a una tempestad caótica de flujos y presiones. Es el momento de empujar. Un momento tremendamente peligroso, por supuesto, pero preñado de todas las posibilidades.
Un movimiento libertario que pugne por constituirse en una herramienta útil en manos de los explotados y oprimidos, en un instrumento de liberación y transformación de la realidad, no puede mantenerse al margen de los grandes movimientos de las placas tectónicas de nuestro mundo. La sociedad se va a transformar radicalmente en los próximos decenios. En nuestras manos está intentar influir en la dirección de dichas transformaciones. Nadie ha dicho que fuera fácil. Pero la pasión y la audacia son imprescindibles.
Estas son nuestras tesis. Necesitamos someterlas al tribunal de la crítica fraterna y a la prueba exigente de la praxis.
Necesitamos encontrarnos.