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Silbarle al pavo

Fuentes: Rebelión

Esta mañana aún fresca, en la que El Gran Río nos regala una marea alta trayéndonos sobre sus aguas las brisas marineras de Sanlúcar de Barrameda, suena una granaínaen la voz de Manuel Gerena, un homenaje a Miguel Hernández: «vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me […]

Esta mañana aún fresca, en la que El Gran Río nos regala una marea alta trayéndonos sobre sus aguas las brisas marineras de Sanlúcar de Barrameda, suena una granaínaen la voz de Manuel Gerena, un homenaje a Miguel Hernández: «vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta». Así también es esta tierra del Sur, donde los trovadores se maridan con los poetas. Lugar de viejos amos y de nuevos ricos, de soñadores y de manijeros, de obreros sin trabajo, de ilusiones rotas y de cuentas pendientes.

 

A raíz de una fotografía aparecida en los medios de comunicación estos días atrás, en la que sentados el uno junto al otro en sus respectivos escaños del Parlamento, el presidente y el vicepresidente de Andalucía, con una sonrisa amplia mostraban su satisfacción tras la aprobación de la norma legislativa que precarizará los servicios públicos y la vida de sus trabajadores, vine a recordar una anécdota que me contó el compañero Javier Egea (que la tierra le sea leve) una de las últimas veces que le vi. Nos tropezamos en La Acera del Casino en nuestra amada ciudad de Graná. El poeta de Paseo de los tristes me decía que de chavea, en aquel mismo lugar donde estábamos, se solía poner un hombre con dos pavos y una lata de tomate vacía en la que apoyaba un letrero que decía: «por unas pesetas les hago hablar a los pavos». Cuando los viandantes mostraban sus ansias de aprender y echaban unas monedas en la lata, el mercader de los pavos les silbaba, a lo que las aves respondían con un «¡glu, glu, glu!», tras lo cual les premiaba con unos granos de maíz. Acercándose la Navidad, el dueño de los plumíferos quiso rematar la temporada y decidió rifar a las aves, con la buena fortuna del que corta las cartas: la única papeleta que se había quedado resultó ser la agraciada con el premio. A sabiendas de la malafollá granaína, cambió de aires, y años después, según me comentaba Javier, en uno de sus viajes a Sevilla lo volvió a ver. Se encontraba debajo del Arco de la Macarena, frente al Parlamento de Andalucía. El hombre estaba ya viejo y en aquel momento discutía con uno de los portavoces de los grupos parlamentarios que le recriminaba el engaño, a lo que él le respondía: «vosotros seguid pelando vuestros pollos, que yo pelaré los míos».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.